Los dineros del imam
Imane Rachidi
La Haya | Marzo 2018
«El feminismo es una enfermedad que rompe las familias, como las células del SIDA socavan el cuerpo». La frase la pronuncia Fawaz Jneid, un predicador de origen sirio, pero de nacionalidad holandesa, en una ‘librería islámica’ de La Haya. El público está encantado. El gobierno holandés, bastante menos. Considera que el imam mantiene un “discurso del odio” y en 2017 le prohibió predicar durante seis meses.
Jneid había ido acumulando puntos ya desde sus prédicas cargadas de maldiciones bíblicas contra el cineasta Theo van Gogh, poco antes de que fuera asesinado en 2004, y contra la activista Ayaan Hirsi Ali: que Dios les mandara enfermedades incurables, un cáncer de lengua y les quitara la vista, había deseado en público. En 2008 empleó un término islámico cargado de amenazas -‘hipócrita’, es decir falso musulmán – contra Ahmed Marcouch, un parlamentario holandés de origen marroquí que no respalda las normas fundamentalistas en el vestir. Finalmente, el Gobierno parecía considerar que ya era hora de poner freno. Un silencio de medio año, al menos.
“He impedido que muchos jóvenes viajen para luchar junto a Daesh» asevera un salafista
Casi una treintena de mezquitas e instituciones salafistas condenaron la decisión del Gobierno contra Fawaz y aseguraron que es “inconstitucional” y “contraria” a la libertad de religión. El propio Jneid no se quedó callado: “He impedido que muchos jóvenes viajen para luchar junto a Daesh. Me aseguré de que se queden en los Países Bajos, y el ministro del Interior debería darme las gracias”, se defendió ante la prensa. Respecto a sus ataques a la homosexualidad, matizó: “Contra los gays, solo predico el odio armónico”.
No era la primera vez que le cayó una medida de este tipo al ‘jeque’ Jneid: precisamente había emigrado a Países Bajos en 1992 desde los Emiratos Árabes Unidos porque allí, su discurso le trajo problemas por “radical”. Nacido en Líbano en 1964, también había ejercido un tiempo en Arabia Saudí: una trayectoria casi típica para un salafista residente en Europa. Como es típico también que los países del Golfo apoyen financieramente las mezquitas de Holanda o la región. Especialmente a las de parroquias más fundamentalista.
Durante la última década, esta cuestión ha ocupado decenas de debates parlamentarios. Hubo varios intentos de impedir la apertura de nuevos centros religiosos y escuelas que se identifican con el salafismo. Los políticos consideran esta una ideología “radical” e incompatible con la Constitución holandesa. Sin embargo, sus intentos de limitar su presencia en Holanda siempre acaban chocando con un muro: la libertad de expresión y de religión.
«Los salafistas se acercan a grupos vulnerables como niños y refugiados para influenciarlos»
«Los dirigentes salafistas se acercan a los grupos particularmente vulnerables como los niños y los refugiados para influenciarlos y llevarlos a su círculo ideológico», afirmó el servicio secreto holandés (AIVD) en su informe anual de 2017. Los jóvenes salafistas tratan de quedarse, incluso usando la amenaza en las juntas religiosas, con varias mezquitas repartidas a lo largo y ancho del país, describe el texto. “Es un ejemplo de los intentos de los salafistas radicales de expandir su poder. Y aunque en la mayoría de los casos no se viola la ley, la intimidación y la amenaza no son propios de un Estado democrático abierto”, añade el informe en referencia a la polémica mezquita salafista Al Fitrah, en Utrecht.
Al Fitrah, vinculada a una fundación del mismo nombre, siempre ha sido un dolor de cabeza para el Gobierno holandés. La familia Salam, que gestiona esta entidad, recauda cientos de miles de euros al año aprovechando “la ventaja emocional y social” sobre la comunidad musulmana, y repartiendo supuestos expertos en el islam en todas las ciudades.
En la mezquita también se enseña el Corán a los niños y se dan clases sobre lo que estos «expertos» entienden como cultura islámica. Empezando, se intuye, con la propia palabra ‘fitra’, un concepto teológico según la que todos los seres humanos nacen musulmanes, pero se desvían del camino recto si reciben una educación distinta a la islámica. El mismo motivo por el que algunos conversos rechazan llamarse así y aseguran haber “regresado” a su fe verdadera.
Pero no está en entredicho solo la ideología, sino también las finanzas de la fundación. En 2017, las autoridades fiscales irrumpieron en la oficina y confiscaron varios archivos, basándose en las sospechas de que esta mezquita recibe dinero de una institución de Oriente Medio aparentemente vinculada a organizaciones armadas en Siria e Iraq. También hay una investigación paralela sobre prácticas de lavado de dinero. Algo que puede motivar amplias acciones judiciales, ya que el Gobierno holandés ha establecido como una de sus prioridades la lucha contra el lavado de dinero, un delito considerado “grave” en todas sus formas.
La fundación Al Fitrah ha recibido 10 millones de euros desde Kuwait entre 2007 y 2015
En un documento confidencial del Ministerio de Exteriores, -filtrado a la prensa holandesa en septiembre pasado – consta que Al Fitrah ha recibido unos 10 millones de euros desde Kuwait entre 2007 y 2015. La fundación negó al principio tener lazos con la Sociedad para el Renacer de la Herencia Islámica, incluida en la lista de grupos kuwaitíes que financian a Al Qaeda, pero el citado documento corrobora que realmente recibió dinero a través de esta agrupación.
No eran los únicos: al menos 18 organizaciones islámicas han recibido en los últimos dos años financiación y donaciones de instituciones de caridad situadas en Kuwait. Los servicios de inteligencia holandeses están investigando el flujo de fondos que procede de los países del Golfo. Fondos que no pasan por el control del Gobierno holandés y cuyo destino final se desconoce. “Las mezquitas que son sospechosas porque constituyen una fuente de radicalización deben proporcionar una visión clara de cómo se financian. Tenemos que preguntarnos: ¿Estamos siendo financiados por los Estados del Golfo?”, advirtió Ockje Telleng, diputado liberal.
Cuando una organización salafista compró un edificio en Rotterdam, con dinero procedente de Qatar, para abrir una escuela islámica (madraza) en la ciudad, el popular alcalde de la ciudad, Ahmed Aboutaleb, un político de origen marroquí, tuvo una idea original: viajó a Qatar para recomprar el edificio. Consiguió impedir así, de una manera legal y sin que ello interfiriese con la libertad religiosa, la apertura de la madraza.
Un alcalde musulmán contra los salafistas
“Rechazamos rotundamente todo tipo de financiación extranjera a organismos que se identifican con el discurso salafista porque su único objetivo es traer una ideología radical a Europa e incitar a nuestros jóvenes a viajar a un terreno como Iraq y Siria para sumarse al terrorismo”, declara Ahmed Marcouch, recién elegido alcalde de la ciudad de Arnhem. Este político de origen marroquí, que se considera musulmán, insiste en que hay que buscar vías legales para frenar el avance de los salafistas porque “son un verdadero peligro” y suponen “un paso atrás” en la lucha por los derechos humanos.
Según el diario holandés NRC, son los mecenas de una mezquita los que determinan qué predicadores pueden ejercer en ella. De esta manera, las corrientes islámicas ultraconservadoras de los Estados del Golfo pueden llevar a la radicalización de los musulmanes en Holanda. “Tenemos que lograr su prohibición. Son un peligro para la sociedad. Es absurdo lo que algunos dicen, que hay salafistas amantes de la paz. Internet está poseído por esa ideología, que se expande por todos lados, y cuando un joven tiene preguntas sobre su fe, y no domina el árabe, recurre a internet y solo se encuentra la propaganda salafista en holandés. Los salafistas secuestran el islam, cuando solo representan a una minoría de los musulmanes”, insiste Marcouch, afiliado al socialdemócrata Partido del Trabajo.
Por ello, las autoridades holandesas buscan trazar la corriente de dinero, aunque esta tarea no ha resultado ser fácil. A petición oficial, la consultora Rand hizo un intento de examinar la financiación de las mezquitas, y el resultado de la investigación, en 2015, llevó a una gran decepción: las mezquitas no son transparentes y su financiación es inaccesible. En respuesta hay quien pide una prohibición general de la financiación extranjera, especialmente del Golfo, de las mezquitas situadas en Holanda.
Sin embargo, el ministro de Asuntos Sociales, Lodewijk Asscher, ha reiterado en varias ocasiones que esta opción va en contra de la libertad de religión. “Las comunidades religiosas tienen la libertad de atraer fondos de su país y del extranjero. El Gabinete explora las posibilidades de limitar la financiación extranjera no deseado a través de la ley”, aseguró.
La embajada de Qatar en La Haya ha enviado 200.000 euros a una mezquita danesa radical
Holanda sirve incluso de país de tránsito para el dinero hacia otros países europeos. A principios de 2017 se hizo público que la embajada de Qatar en La Haya había enviado el año anterior unos 200.000 euros a la polémica mezquita danesa Hamad bin Khalifa, considerada una de las más grandes de Europa. Ese templo fue denunciado por propaganda radical y por intentar imponer la ley islámica entre los musulmanes residentes en Dinamarca. Se trata de un complejo de 6.700 metros cuadradas, levantado gracias a 20 millones de euros entregados por Qatar. Lleva el nombre de su emir. Qatar no tiene representación diplomática directa en Dinamarca y son los cargos consulares de La Haya quienes se encargan de la comunidad qatarí en el país escandinavo.
Said Bouharrou, religioso y portavoz de las mezquitas marroquíes en Holanda, también advierte sobre la creciente expansión de las ideas salafistas en toda Europa. El salafismo es una corriente fundamentalista que no representa a la mayoría de los musulmanes –razona- pero que ha declarado una guerra por el poder en las mezquitas.
“Ellos ven su fe como la más pura y única forma de seguir el islam verdadero, y así se lo hacen saber a los creyentes. Lo que ellos predican realmente no es tolerancia ni respeto, eso se ve en sus opiniones sobre las mujeres o su rechazo a la música. El problema es que el salafismo radical está ya en todos lados y está poniendo en peligro a nuestros jóvenes, vulnerables a los sermones de sus jeques radicales. Solos no podemos luchar contra ellos”, afirma Bouharrou.
“Quieren ese dinero para tener más influencia en las mezquitas, y así llegar a más creyentes»
El religioso advierte contra la financiación extranjera “a cualquier institución nacional”, tanto religiosa como política, porque considera que eso “solo tiene el objetivo de influir en la ideología” de la organización. “Quieren ese dinero para tener más influencia en las mezquitas, y así llegar a más creyentes, a más jóvenes. Tienen ideas y sermones radicales y muy intolerantes”, alerta Bouharrou.
La lucha contra la fundación Al Fitrah continúa. Como las libertades ancladas en la Constitución neerlandesa no permiten cerrar el centro, el Gobierno ha visto su tabla de salvación en una decisión judicial sobre el alquiler del espacio que ocupaba el centro salafista. El propietario del edificio acudió a los tribunales en varias ocasiones para poner fin al contrato y para exigir el pago de 24 meses de alquiler, que nadie depositó desde que se firmó el acuerdo en 2015. En verano pasado, por fin, la Justicia parecía terminar con la pesadilla del Gobierno: dio a la fundación un plazo hasta finales de septiembre para cerrar sus puertas y rendir cuentas, acorde al contrato. El 4 de octubre, insistió una última vez: la evacuación era inminente.
Al día siguiente, el 5 de octubre de 2017, el imam Suhayb Salam acudió al notario y puso en la mesa 1,8 millones de euros… para adquirir el edificio entero, activando una opción de compra que figuraba en el contrato. Las deudas quedaban saldadas, y la fundación Al Fitrah se convirtió en propietario de su espacio. Nadie quiso divulgar de dónde había sacado de repente el dinero, tras atrasar tanto el pago de alquiler. La prensa asegura que detrás había “un inversor holandés”. Solo quedaba claro que el salafismo ha llegado para quedarse.
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