Opinión

«Derrama tu furia»

Uri Avnery
Uri Avnery
· 11 minutos

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[Nota 30 Marzo 2018:

Estaba a punto de escribir un artículo sobre las vísperas de la Pascua, cuando me acordé de que escribí exactamente el mismo artículo hace seis años. Difundo, pues, de nuevo el artículo antiguo: simplemente no tengo nada que añadir. ]

Escribo esto la noche del viernes, en vísperas de la Pascua. En este momento, millones de judíos en todo el mundo se reúne alrededor de la mesa familia y practican el seder, leyendo en voz alta el mismo libro: la hagadá, que relata la historia del éxodo de Egipto.

El impacto de este libro en la vida judía es inmenso. Todo judío participa en esta ceremonia desde su más tierna infancia y juega un papel activo en el ritual. Dondequiera que un hombre o una mujer judía vaya más tarde en su vida, siempre llevará consigo un recuerdo del calor y la unión de la familia, la atmósfera mágica… y el mensaje abierto y subliminal de este texto.

El ritual del seder en la Pascua implica todos los sentidos; el efecto acumulado es mágico

Quienquiera inventara el el ritual del seder (‘orden’), hace muchos siglos, era un genio. Involucra todos los sentidos humanos: ver, oír, oler, tocar, saborear. Incluye una comida ritual, se beben cuatro vasos de vino, se tocan varios objetos simbólicos, se juega con los niños (buscando un trozo de pan ácimo escondido). Termina cantando juntos varias canciones religiosas. El efecto acumulado es mágico.

La hagadá forma la mente consciente —o más bien la inconsciente— judía, más que ningún otro texto, hoy como en el pasado, e influye nuestra actitud colectiva y la política nacional de Israel.

Hay muchas maneras distintas de mirar este libro.

Literatura: Como obra literaria, la hagadá es bastante menor. El texto carece de belleza y está lleno de repeticiones, lugares comunes y banalidades.

Esto puede sorprender. La Biblia hebrea, es decir la Biblia en hebreo, es una obra de singular belleza. En muchos pasajes, su belleza es intoxicante. Las cumbres de la cultura occidental —Homero, Shakespeare, Goethe, Tolstoi— no la alcanzan. Incluso los textos judíos religiosos más tardíos, como mishná, talmud etcétera, aunque no sean tan edificantes, contienen pasajes de mérito literario. La hagadá no. Es un texto diseñado únicamente para el adoctrinamiento.

Historia: No lo es. Aunque pretende relatar un hecho histórico, la hagadá no tiene nada que ver con la Historia real.

Ya no puede haber ni la más remota duda de que el éxodo nunca tuvo lugar. Ni el éxodo ni la travesía del desierto, ni la conquista de Canaán.

Ya no hay duda de que el éxodo de Egipto nunca tuvo lugar, ni la conquista de Canaán

Los egipcios eran cronistas obsesivos. Se han decifradoo ya muchas decenas de miles de tablillas. Habría sido imposible que un evento como el éxodo hubiera ocurrido sin ser registrado detalladamente. No, si 600.000 personas abandonaban el país, como dice la Biblia, ni si eran 60.000 o incluso 6.000. Especialmente, si durante la huida todo un contingente del Ejército egipcio se ahogó, junto a sus carros de combate.

Lo mismo vale para la conquista. Los egipcios estaban altamente preocupados por su seguridad, y dado que habían sido invadidos una vez desde Canaán, empleaban toda una gama de espías – viajeros, mercaderes y otros – para seguir desde cerca los acontecimientos en este país vecino, en todas las ciudades y durante todo el tiempo. Se habría informado de una invasión de Canaán, incluso una de menor escala. No se registró nada, excepto las incursiones periódicas de tribus beduinas.

Además, las ciudades egipcias mencionadas en la Biblia no existían en el momento en el que se supone que ocurrió el éxodo. Sí existieron, en cambio, cuando se escribió la Biblia, en el primer o segundo siglo a.C.

No hace falta señalar que tras cien años de frenética búsqueda arqueológica por parte de cristianos devotos y fanáticos sionistas, no se ha encontrado ni la más mínima prueba fiable de una conquista de Canaán (ni de que alguna vez hayan existido los reinos de Saúl, David o Salomón).

Sin la historia del éxodo, quizás no existiría un Estado de Israel y desde luego no en Palestina

¿Pero eso importa de verdad? ¡Para nada!

El relato de la Pascua no toma su poder inmenso de su pretensión de ser Historia. Es un mito que se agarra a la imaginación humana, un mito que es la base de una gran religión, un mito que orienta la actitud de la gente hasta el día de hoy. Sin la historia del éxodo, probablemente hoy no existiría un Estado de Israel… y desde luego no en Palestina.

La gloria: Se puede leer la historia del éxodo como un ejemplo luminoso de todo lo que es bueno e inspirador en los anales de la humanidad.

Aquí tenemos la historia de un pueblo pequeño y desprovisto de poder que se levanta contra una tiranía brutal, se sacude las cadenas y alcanza una nueva patria, mientras que por el camino crea un nuevo código moral revolucionario.

Visto desde este ángulo, el éxodo es la victoria del espíritu humano, una inspiración para todos los pueblos oprimidos. Y de hecho ha servido a este fin muchas veces en el pasado. En ella se inspiraron los Padres Peregrinos, los fundadores de la nación estadounidense, y como ellos, muchos rebeldes en otros momentos de la Historia.

El otro lado: cuando uno lee el texto bíblico atentamente, sin anteojeras religiosas, encuentra aspectos que dan motivo para seguir pensando.

Veamos las diez plagas. ¿Por qué se castigó al pueblo egipcio entero por las fechorías de un solo tirano, el faraón? ¿Por qué Dios, como un Consejo de Seguridad divino, le aplicaba sanciones crueles, contaminando su agua con sangre y destruyendo sus cosechas con granizo y langostas? Y lo que es aún más tétrico, ¿cómo pudo un Dios misericordioso enviar a sus ángeles para que asesinaran a absolutamente todos los niños primogénitos egipcios?

¿Por qué Dios le aplicaba sanciones crueles a todo el pueblo de Egipto?

Al abandonar Egipto, a los israelitas se les invitaba a robar las posesiones de sus vecinos. Es bastante curioso que el narrador de la Biblia, que seguramente era profundamente religioso, no ha omitido este detalle. Y eso sólo unas pocas semanas antes de que Dios en persona les entregara a los israelitas los Diez Mandamientos, incluyendo el que reza “No robarás”.

Parece que nadie se ha fijado nunca gran cosa en el aspecto ético de la conquista de Canaán. Dios prometió a los Hijos de Israel una tierra que ya era la patria de otros pueblos. Les dijo que mataran a esa gente, ordenándoles expresamente a que cometieran un genocidio. Por alguna razón, destacó especialmente el pueblo de Amalek y ordenó que los israelitas los exterminaran por completo. Más tarde, el glorioso rey Saúl fue destronado por Su profeta porque se mostró clemente y no asesinó a los prisioneros de guerra amalekitas, hombres, mujeres y niños.

Desde luego, estos textos los escribieron personas que vivieron en épocas de una pasado remoto, cuando los conceptos éticos de individuos y naciones eran diferentes, como eran diferentes las normas de la guerra. Pero la hagadá se recita, hoy como entonces, sin crítica alguna, sin reflexionar en absoluto sobre estos aspectos horribles. Especiamente en las escuelas religiosas del Israel de hoy, la orden de cometer un genocidio contra la población no judía de Palestina, muchos profesores y alumnos se la toman bastante al pie de la letra.

Adoctrinamientos: Este es el punto realmente importante en estas reflexiones.

Hay dos frases en la hagadá que siempre han tenido un profundo impacto sobre el presente, y lo siguen teniendo.

Dios promete a los judíos una tierra que ya era de otros y les ordena cometer un genocidio

Una es la idea central sobre la que prácticamente todos los judíos basan su visión de la Historia: “En toda generación, ellos se alzan contra nosotros para destruirnos”.

Esto no hace referencia a una época específica o un lugar específico. Se considera una verdad eterna que tiene validez en todos los lugares, en todo momento. “Ellos” hace referencia al mundo entero, a todos aquellos, donde sea, que no son judíos. Los niños escuchan esta frase la noche del seder, sentados en las rodillas de sus padres, mucho antes de que aprendan a leer y escribir, y a partir de ahí lo escuchan o recitan todos los años durante décadas. Expresa la convicción total, consciente o inconsciente, de prácticamente todos los judíos, estén en Los Ángeles (California) o en Lod (Israel). Es una frase que, desde luego, orienta la política del Estado de Israel.

La segunda frase, que complementa la primera, es un grito hacia Dios: “Derrama tu furia sobre las naciones que no te conocen… porque han devorado a Jacob y han asolado su morada… ¡Derrama tu furia sobre ellas! ¡Que los aplaste tu rabia abrasadora! ¡Persíguelas por debajo de los cielos del Señor…!”

La palabra ‘naciones’ en este texto tiene un doble significado. La palabra hebrea es ‘goyim’, un término hebreo antiguo para ‘pueblos’. Incluso a los antiguos Hijos de Israel se les llamaba “el goy sagrado”. Pero a lo largo de los siglos, la palabra ha adoptado un significado distinto y ahora se asume que se refiere a todos los que no sean judíos, de forma muy despectiva (como en la canción yídish: “Oy oy oy, borracho está el goy”).

El peligro de la hagadá es que fue escrita por y para judíos indefensos en peligro continuo

Para entender correctamente este texto hay que recordar que fue escrito como un grito desde el corazón de un pueblo indefenso, perseguido, que no tenía posibilidades de vengarse de sus torturadores. Para levantar sus ánimos en la noche alegre del seder, tenían que confiar en Dios, pidiéndole a gritos a Él que llevara a cabo la venganza en su lugar.

(Durante el ritual del seder, la puerta siempre se deja abierta. Oficialmente es para hacer posible que el profeta Elías entre, si milagrosamente resucitara de entre los muertos. En realidad se hacía para que los goyim pudieran echar un vistazo y así demostrar que era falsa la calumnia antisemita según la que los judíos preparaban su pán ácimo de Pascua con la sangre de niños cristianos secuestrados).

La lección: En la diáspora, esta sed de venganza era a la vez comprensible e ineficaz. Pero la fundación del Estado de Israel ha cambiado la situación por completo. En Israel los judíos no están en absoluto indefensos. No tenemos que confiar en Dios para vengarnos de los males que nos han infligido, ahora o en el pasado, reales o imaginarios. Podemos derramar nuestra furia por nuestra cuenta, sobre nuestros vecinos, los palestinos y otros árabes, sobre nuestras minorías, sobre nuestras víctimas.

Vienen a matarnos, así que — según otro mandato judío— debemos matarlos a ellos antes

Éste es el peligro real de la hagadá, tal y como yo lo veo. Fue escrita por y para judíos indefensos que vivían en un peligro continuo. Les levantaba los ánimos una vez al año, cuando se sentían seguros por un momento, protegidos por un Dios, rodeados de sus familias.

Sacada de este contexto y aplicada a una situación nueva, completamente distinta, la hagadá nos puede hacer tomar un rumbo maléfico. Si nos contamos a nosotros mismos que todo el mundo está dispuesto a destruirnos, ayer y seguramente mañana también, acabamos considerando las rimbombantes grandilocuencias de un bocazas iraní como una prueba viviente de que la vieja máxima sigue siendo válida. Vienen a matarnos, así que nosotros —siguiendo otro antiguo mandamiento judíos— debemos matarlos a ellos antes.

Así que esta noche de seder, dejemos que nuestros sentimientos se guíen por la parte noble e inspiradora de la hagadá, la parte de los esclavos que se levantan contra un tirano y se hacen dueños de su destino… y no la parte sobre el derramamiento de nuestra furia.