Artes

Manuel Cano

M'Sur
M'Sur
· 3 minutos

Entre humildes

Cuentan en mi tierra, que es Berbería, que un día los ángeles le propusieron a Dios darle entrada al paraíso al burro. – Mírelo- dijeron- cómo aguanta todo lo que le echen, se contenta con unas briznas de paja y es capaz de cargar con las mayores alforjas, y con el dueño montado encima, encima. Y cuando descansa del trabajo, los niños no le dan tregua: se le montan cuatro o cinco, lo arrastran de un lado a otro, le hacen trastadas, y el burro nunca se queja, no se le ocurre dar una coz. Resumiendo, el burro es buena gente. Merece el paraíso.

Dios asintió y los ángeles se fueron a traer al burro, pero este no solo era paciente, sino también un rato desconfiado y hubo que arrastrarlo hasta la puerta casi a la fuerza. Cuando miró por el resquicio de la puerta, lo primero que vio era un montón de niños (porque se sabe que los niños que mueren van todos al paraíso, al no haber tenido oportunidad de pecar). Y ahí se asustó: más niños no, por favor, se dijo, dio media vuelta y galopó de regreso a la Tierra. Pero como ya había metido el morro por la puerta, y le había dado la luz divina, desde entonces todos los burros tienen el hocico blanco.

Compruébenlo ustedes. Salgan al prado… Va a ser que no: en España ya apenas quedan burros, tan pocos que parece ser un animal en vías de extinción, protegido aún en algunos espacios. Pues pásense por la exposición que les dedica Manuel Cano y que queda abierta al público desde ayer en la galería Benot de Cádiz, bajo el cariñoso título ‘Caballo de pobre’, y hasta el 10 de junio. O si no tienen la suerte de poder acercarse a la trimilenaria, disfruten del avance que el artista ha cedido a MSur.

A Manuel Cano (Cádiz, 1958) lo conocíamos como pintor de muros (no, no: no de pintar muros sino de pintar muros, no sé si me explico), de fachadas, azoteas, columnas, aljibes y torreones, ya fuesen de Cádiz, ya fuesen de esa Algarve allende mar, como llamamos al norte de Marruecos, donde se ha instalado por largas temporadas. Nadie como él para captar en un lienzo la textura de una pared encalada andaluza, andalusí. Pero ahora se ha ido más lejos, no en el espacio – porque los burros que le hicieron de modelo, intuimos, son de allí: de los zocos al sur de Tánger – sino en el atrevimiento: ha sabido captar también esa inexplicable suavidad del pelaje, que tanto gusto da acariciar, y esa mirada humilde, paciente, digámoslo: tierna, de los burros que tenemos tan olvidados, o casi, al norte del Estrecho.

Injustamente olvidados. Porque los burros nos podrían recordar, en una época en la que al Mediterráneo se le atribuye injustamente la fama de separar lo que siempre ha unido, que somos los mismos, que hablamos el mismo lenguaje. Al menos cuando se trata de hablar con los burros. Allá en Berbería para arrearlos se les dice ‘irra irra’, y su nombre en idioma tamazigh, adivínenlo, es: asno.

[Ilya U. Topper]