Reportaje

Donde las bodas acaban a tiros

Ethel Bonet
Ethel Bonet
· 9 minutos
Armas en Diyarbakir
Tienda de armas en Diyarbakir, Turquía (2013) | © Ilya U. Topper/ M’Sur

Suenan ráfagas de metralleta por el barrio. ¿Ha vuelto a estallar la guerra civil? No, será simplemente una boda.

Estamos en Beirut, pero lo mismo podría ocurrir en Iraq, Jordania, Arabia o el sureste de Turquía: raro es el casamiento en el que alguien no agarre un kalashnikov – o al menos una pistola – y dispare al aire. Normalmente al aire, pero si no tiene experiencia, el retroceso del arma puede mover el cañon y el próximo disparo convierte la boda en funeral.

Es más frecuente de lo que cabe imaginar. Solo en 2017 hubo en Líbano 99 víctimas por accidente de arma de fuego, es decir, por los disparos al aire que se realizan durante una celebración. Son datos de la ONG libanesa Permanent Peace Movement (PPM).

Las armas están presentes en cualquier acto de la vida cotidiana de los libaneses. Bodas, entierros, graduaciones o fiestas de Fin de Año van acompañadas de ráfagas de tiros para expresar sentimientos de felicidad o de duelo. De hecho, cuando termina el curso en institutos y universidades, la Policía suele enviar a todos los ciudadanos un mensaje de texto al móvil advirtiendo de que tomen precauciones porque habrá disparos al aire por las ceremonias de graduación.

La policía envía SMS para advertir de que es época de celebraciones… y de tiros al aire

“Tener un arma es algo cultural y social en el Líbano. Es sinónimo de masculinidad y de poder”, explica Fadi Abi Allam, director de PPM, que lleva más de 30 años luchando con su ONG por desarmar Líbano.

De hecho, un dicho libanés afirma que cuando nace un hijo varón nace también un arma. “Crecí en una típica familia libanesa en Baalbek, en el Valle de la Bekaa, y cada noche yo y a mis cuatro hermanos nos reuníamos en el salón con mi padre que traía con él cuatro o cinco fusiles AK-47 y nos ponía a desmontarlos, limpiarlos y cargarlos», alerta Amer Jabali, diseñador de alta costura estadounidense-libanés y dueño de una boutique de vestidos de novia, en la céntrica y cosmopolita calle de Gemayseh. «Nos enseñó a disparar. Yo lo odiaba. Siempre he odiado las armas. Nos educan a que cuando hay un problema lo solucionamos con las armas”, reflexiona.

Amer Jabali ante su boutique en Beirut (2018) | © Ethel Bonet

En el escaparate de su boutique Deviations hay un rótulo en inglés en que se puede leer: “Boicot a las armas … Salva vidas”. “Puse este anuncio en el escaparate para que, al menos, cuando la gente joven pase por delante y lo vea pueda servirle para reflexionar”, indica Jabali. “El día más feliz de tu vida puede acabar en tragedia”, insiste.

Aunque en el país del cedro, la posesión de un arma para uso civil, así como la compra o venta, está prohibida por ley, todo el mundo consigue una licencia de armas y guarda al menos un rifle en el armario o una pistola en la mesilla de noche. La ONG suiza Small Arms Survey coloca Líbano en el noveno puesto mundial, con 32 pistolas o fusiles por cada 100 civiles. Una cifra comparable a la de numerosos países europeos – Finlandia, Austria… – con afición a la caza, aunque esta es más bien rara en Líbano. PPM tiene estimaciones muy superiores: señala que Líbano solo tiene registradas 30.000 licencias de armas. Pero cree que en el país, de apenas cinco millones de ciudadanos, hay unas cuatro millones de armas en manos de civiles.

Curiosamente, en la lista de los 25 países con mayor densidad de armas en manos de civiles que elaboró Small Armas Survey en 2017, sólo aparecen tres países de habla árabe: Líbano, Iraq y Yemen. Este último país ocupa el segundo lugar mundial, con un arma por cada dos civiles (el primero es para Estados Unidos con 120 por cada 100 habitantes), mientras que la gran mayoría – 19 – son europeos, sobre todo nórdicos y balcánicos. Sin embargo, las estimaciones de la ONG suiza no diferencian entre escopetas de caza – probablemente frecuentes en Austria o Noruega – y pistolas, todo un atributo de virilidad, símbolo de estatus y regalo elegante en los países de la Península Arábiga.

«Unas 1.500 parejas de novios firmaran un compromiso de no usar armas de fuego en su boda”

Abi Allam tiene las paredes de su despacho cubiertas de diplomas y reconocimientos internacionales por su contribución por la paz. El activista confía en cada vez más las nuevas generaciones entienden que poseer un arma es sinónimo de matar. La organización dirige campañas para concienciar a la sociedad libanesa y a las autoridades. Uno de sus últimos proyecto es una pagina web falsa de una empresa ficticia para organizar bodas, que ofrece a los novios contratar a tiradores profesionales, hombres y mujeres , por entre 300 y 400 dólares; elegir el tipo de arma desde la clásica AK-47 a una pistola más sofisticada y el número de tiros por otros 300-400 dólares.

Tras elegir al tirador, el tipo de arma y la vestimenta para la ocasión y calcular el coste total del servicio, la pagina te dirige al siguiente mensaje: “El coste real por este servicio de armas puede ser la vida de un amigo o un familiar”.

También en la mayor feria de bodas que se celebra en Beirut pusieron un estand. “Conseguimos que 1.500 parejas de novios firmaran un compromiso de no hacer uso de las armas de fuego en su boda”, señala Abi Allam. Cree que el problema no viene tanto por la guerra civil, en la que armas y municiones entraron sin control primero a los campamentos palestinos y después cayeron en manos de las milicias cristianas y musulmanas, sino por el sectarismo, el enfrentamiento entre colectivos identificados por la religión.

Rearme

Antes del asesinato de Rafiq Hariri, en febrero de 2005, un kalashnikov en el mercado negro costaba 250 dólares; después subió a 1.000. “La sensación de inseguridad disparó la demanda y se incrementó el precio. Rápidamente la gente de uno y otro bando se volvió a armar”, sentencia el pacifista.

Hasta hace unos años, era habitual que cuando Hassan Nasrallah, líder de Hizbulá, daba un discurso en los suburbios de Beirut al otro lado de la ciudad se escuchasen disparos de los simpatizantes de Futuro, el movimiento político al que pertenece el ex primer ministro libanés, Fuad Siniora, y su sucesor, Saad Hariri. “Los disparos servían para enviar un mensaje al otro: ¡Ojo tenemos armas, vamos a usarlas si es necesario!”, explica el director de PPM.

No obstante, Abi Allam reconoce que las autoridades libanesas han dado un paso importante con la aprobación en el Parlamento, a finales de 2016, de una nueva ley para la Regulación de Armas. La nueva legislación endurece las condenas por posesión de armas. Si alguien es detenido por tenencia de armas o por usarla en celebraciones pagará una multa de 3.600 dólares, se enfrentará a una condena de seis meses de cárcel y pierde la licencia de armas de por vida.

En el pasado, el castigo era irrisorio. Cuando se le detenía a un civil por portar un arma o haber disparado al aire en lugares públicos -siempre que no hiriera a nadie-, pagaba una multa de unos 30 dólares y teóricamente debía pasar 15 días en la cárcel. “Desgraciadamente, a la mayoría de los detenidos se les ponía en libertad al día siguiente, gracias a la ayuda de algún familiar que trabaja en la Policía”, lamenta Abi Allam. “El problema es que la prohibición raramente se cumple y los casos nunca llegan a los juzgados”, añade.

Las balas que caen del cielo son las más mortales: casi siempre dan en la cabeza

Recientemente, en una fiesta de graduación de un instituto, la policía detuvo a 17 personas por disparar al aire; al día siguiente recobraron la libertad, denuncia el pacifista. “Más que hacer cumplir la ley, las autoridades libanesas deberían concienciar a la sociedad sobre el peligro de poseer un arma”, sostiene Abi Allam. “Si tienes un arma te conviertes automáticamente en un asesino”.

Cada día ocurren historias trágicas que raramente aparecen en los periódicos. Como la muerte accidental de Hana Hamoud, de 21 años, estudiante de Física. La joven había asistido a la boda de un familiar y estaba en un balcón cuando un hombre hizo dos disparos al aire y una de las bala atravesó su cabeza.

En otros muchos casos, la persona que aprieta el gatillo cree haberse asegurado que no hay nadie cerca al que pudiera dar una bala perdida y dispara limpiamente al aire. Pero todo lo que sube, baja, y toda bala acabará cayendo al suelo… quizás en el patio vecino, quizás en una calle a cientos de metros de distancia. Un estudio norteamericano asevera que una herida causada por una bala que cae del aire es mortal en el 32 por ciento de los casos – casi siempre impacta en la cabeza – frente a un porcentaje de mortalidad del 2-6% para los disparos en general.

Abi Allam se reunió recientemente con el primer ministro Saad Hariri quien, asegura, le prometió que presionará a sus seguidores para que abandonen esta práctica letal durante los mítines y otros actos. Nasrallah lleva cinco años pidiendo lo mismo a los suyos. Sin éxito. Hay quien afirma que en guisa de aplauso a sus palabras contra tan mortal costumbre, sus fieles disparaban al aire.

·

¿Te ha interesado este reportaje?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos