Entrevista

Dacia Maraini

«La violencia sexual no es una cuestión biológica, sino histórica»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 13 minutos
dacia maraini
Dacia Maraini (Roma, 2017) | © Roberto Ippolito

Sevilla | Junio 2018

 

De niña pasó dos años en un campo de concentración en Japón con sus padres. Luego tuvo una infancia siciliana, narrada en su libro Bagheria (Minúscula), hasta que marchó a Roma, donde vive actualmente. Dacia Maraini (Fiesole, 1936) alcanzó fama mundial con La larga vida de Marianna Ucrìa (Herce), premio Campiello, pero ha escrito literatura y cine sobre violencia de género, mafia, el Holocausto…

Después de una vida trepidante, busca la calma: “Soy muy casera, escribo y leo muchas horas al día, doy paseos, voy al teatro y al cine, pero no hago vida mundana, no me gusta”, dice. “Vivo en Roma pero tengo una casa a 1.200 metros de altitud, en el parque nacional de los Abruzzos, y al menos cinco meses al año los paso allí. Hay muchos viajes que hacer, encuentros que me ocupan, pero el resto del tiempo lo paso allí, tranquila”.

Han pasado 30 años de la publicación de La larga vida de Marianna Ucrìa. En su día se habló de que era un libro en la tradición de Verga, De Roberto y Lampedusa. ¿Cuál de esas comparaciones le complace más?

Me siento muy cercana a De Roberto, porque tiene una idea muy crítica de Sicilia, era un hombre comprometido. También Verga lo era en cierto sentido, pero Lampedusa no, era un escritor muy pesimista. Ahí está su frase más conocida y repetida: “Cambiar todo para que nada cambie”…

Pero El Gatopardo ha quedado para la posteridad como el gran retrato del alma siciliana, ¿no?

Sí, pero eso no es malo para el siciliano, salvo por ese lado fatalista que propone a través del personaje del príncipe de Salina. Es una visión muy fatalista que yo no comparto. No hay duda de que, si tienes ganas de cambiar las cosas, las cambias.

La película que Roberto Faenza hizo sobre su novela, ¿ayudó al libro? Como usted sabe, no todos los escritores se alegran de ser llevados al cine…

Fue un bonito filme, aunque salió cinco o seis años después del libro. Lo considero un buen trabajo; además, él tuvo la idea muy inteligente de poner a una verdadera sordomuda como protagonista, una actriz francesa, Emmanuelle Laborit, que se identificaba muy bien con el personaje. No fingía.

Cuando era niña, fue internada con su familia en un campo de concentración japonés. ¿Fue un modo muy precoz de conocer el sentido, el valor de la palabra libertad?

Conocí sobre todo el deseo de la libertad. Pero debo decir que mis padres me dieron una gran lección de coherencia con sus ideas, porque sabían que no firmando la adhesión a la República de Salò, irían a prisión. Una lección de libertad de pensamiento, aunque fueron dos años terribles, que me marcaron de por vida. Todavía hoy, aun siendo una persona optimista, tengo una imaginación dramática que me viene de la experiencia del campo. Entro en un coche, y pienso que tendré un accidente, por ejemplo.

¿Qué más aprendió en Japón?

Japón me enseñó el hambre, un hambre que ninguno de nosotros ha conocido nunca en Occidente. Un hambre desesperada, con riesgo de enfermedad, como escorbuto y anemia, y los parásitos. Un hambre verdadera, de las que te matan. Aprendí muchas cosas de aquel hambre. Siento mucho el hambre de los africanos que escapan del continente desesperados, los comprendo porque lo he probado en propia piel.

Una vez liberados se mudaron a Sicilia, la tierra de su madre. Por lo que cuenta en las memorias de Bagheria, ¿ser mujer ha sido siempre un trabajo difícil?

«Japón me enseñó el hambre, un hambre que ninguno de nosotros ha conocido nunca en Occidente»

Es verdad. Difícil, entre otras razones, por lo que llamaríamos la costumbre. Yo viví allí antes del 68, del feminismo. Luego Italia cambiaría todas las leyes de familia, sobre la violencia sexual, el aborto, etc., pero todavía se daban muchas desigualdades. Hoy sobre el papel somos iguales, pero desgraciadamente en la mentalidad no es así. Las leyes han cambiado, pero la mentalidad arcaica, patriarcal, sigue ahí. Es la mentalidad que perpetra los feminicidios, por ejemplo, todas esas mujeres asesinadas por sus maridos o compañeros porque quieren su independencia, quieren ser libres. No es una cuestión biológica, sino histórica. Se trata de hombres ligados a una idea tradicional del amor como propiedad, que entienden a la esposa como su patrimonio, y pueden convertirse en asesinos, como lamentablemente sucede a menudo.

Se habla mucho de las “mujeres sin voz” de Sicilia, de la necesidad de “darles voz”, pero ¿eran tan mudas, o es que no se las quería oír?

Recuerdo el caso de [Franca] Viola, la primera mujer que ha denunciado un violador, sin querer aceptar la ley que establecía que si el violador se casaba con la víctima, no iba a la cárcel. Fue secuestrada por un mafioso llamado [Filippo] Melodia, lo denunció y fue importantísimo para la historia de las mujeres sicilianas, tanto que cambió la ley. Un violador no tiene ya la inmunidad casándose, y fue gracias a ella, que no era una política, sino una persona normal.

Eso sucedió en los 60 en Italia. Parece increíble, ¿no? Como si eso solo pudiera ocurrir en países subdesarrollados, lejanos…

Venimos de leyes terribles en Europa. El derecho de familia era una pirámide que en la cúspide tenía siempre a un hombre, él decidía si mandaba a los niños a la escuela, la mujer solo podía viajar con un permiso expreso del marido. Y si una mujer era asesinada por el marido, podía alegar que era un delito de honor: ¡y esta ley fue eliminada en el año 81!

Usted escribió para el teatro un Diálogo de una prostituta con su cliente. ¿La prostitución es un gran reto futuro para el feminismo?

En los años 60, la prostitución no era un mal, sino un trabajo como cualquier otro. Pero esto servía cuando se trataba de gente adulta y responsable. Ahora la prostitución, en su mayoría, la hacen menores obligadas a prostituirse de mala manera, y son extranjeras, vienen de Argelia, del Este. La libertad de prostituirse como un trabajo cualquiera ya no cabe. Es una nueva esclavitud, tráfico de carne humana.

España está viviendo una gran revolución feminista; ¿por qué Italia no va al mismo ritmo?

La Iglesia católica sigue pesando mucho, funciona como freno. Se hacen cosas, pero de un modo contenido. Hay movimientos, quedarán huellas, pero me temo que el país está girando hacia la derecha. España ha votado socialista, mientras que Italia ha apostado por la derecha. Lo vemos estos días con el desembarco de la nave de los migrantes, hay una regresión. Y el feminismo no escapa de este proceso.

Escribió libros sobre la violencia contra las mujeres, como Passi affrettati o L’amore rubato. ¿No hay modo de evitar esa lacra?

«La idea de amor como posesión – Yo te amo y eres mía, o mío – es un error gravísimo»

Creo que se trata de un problema absolutamente cultural. No es una lucha de sexos, sino de cultura. Una cultura arcaica, patriarcal, que considera a la mujer propiedad de la familia, del marido, del padre… Todos esos hombres que se crían en esa cultura, se vuelven violentos cuando la mujer dice que quiere ser libre. También hay hombres que están luchando junto a las mujeres por sus derechos. Y al mismo tiempo, hemos visto a madres de violadores gritando a voces contra una chica de 12 años que ha sido violada, alegando que andaba por ahí con la falda corta. Es un asunto cultural, no de sexos. Solo desde la escuela elemental se puede enseñar que el amor no nos da derecho sobre nadie.

¿Deberíamos cambiar nuestra idea del amor romántico?

No tanto romántico, como la idea de amor como posesión, que está muy arraigada en la gente. Yo te amo y eres mía, o mío. Es un error gravísimo. Si consideras a alguien tuyo, no soportas su autonomía. Y para mucha gente es imposible aceptarlo.

Regresemos a Bagheria. Si pensamos en toda la gente brillante que ha salido de esa ciudad, Guttuso, Scianna, Tornatore, usted misma… ¿Podemos hablar de una ciudad del arte?

Sí, y la razón de esa riqueza, donde yo metería también al poeta [Ignazio] Buttita, es que era el centro de veraneo de los nobles sicilianos. Algunos de estos nobles eran tradicionales, reaccionarios, pero otros muchos estudiaban, leían, tenían en casa a niñeras inglesas y francesas, todas las cuales trajeron por primera vez el pensamiento de las Luces, a Hume, Voltaire, Rousseau… Entraron en la Sicilia del XVIII de la mano de personas que llegaban como educadores. Y se creó en Bagheria un centro intelectual que venía de la aristocracia, porque naturalmente eran los únicos que mandaban a sus hijos a la escuela. Los campesinos eran analfabetos, la cultura pertenecía a quien estaba mejor, a los ricos. Pero algunos aristócratas recogieron ese pensamiento europeo, conformando un gran centro intelectual. Bagheria ha conservado una tradición de relación con Europa, que no existía en el resto de Sicilia. Por eso han salido tantos talentos de allí.

“Durante muchos años repudié Sicilia”. ¿Por qué?

Allí discurrió mi niñez, entre los 10 y los 18 años, hasta mi adolescencia. Yo estaba hecha a una familia libre, que me decía: “Haz lo que quieras, no pierdas la estima de ti misma”. Pero vivía en una sociedad donde no podías andar sola, donde no podías ir en coche porque te convertías en una puta, no podías frecuentar a los jóvenes… Me sentía prisionera, para mí no era normal, porque mi familia estaba mucho más avanzada, en la vanguardia. Por eso, en cuanto pude, me fui con mi padre a Roma. Pero todo eso cambió con el tiempo, aquellos eran los años 50, 60…

¿Qué la hizo volver, al menos literariamente?

La memoria. Cuando se está dentro de las cosas, se ven los aspectos más dolorosos, más urgentes, y yo necesitaba escapar. Luego, de lejos, la memoria adquiere su poeticidad, su poesía, y Sicilia ha reentrado en mí con la integridad, la belleza, el perfume de la memoria.

Usted habla de “la isla de los jazmines y de los peces podridos, de los corazones sublimes y de las hojas cortantes”. ¿Piensa aún que Sicilia es la isla capaz de dar lo mejor y lo peor, el olivo y el acebuche, como defendía Vincenzo Consolo?

En cierto sentido, sí. La Sicilia, extrañamente, no conoce la mediocridad. Hay personas sublimes, heroicas, geniales, extraordinarias, como todo ese elenco de escritores, periodistas, abogados, magistrados, algunos de los cuales han sido asesinados por la mafia, y luego están los delincuentes, los criminales, los killer, los mafiosos. Es difícil que exista el término medio. Hay gente de una integridad y de un coraje increíble, que se juegan la vida cada día para denunciar a la mafia, y están los criminales… Sicilia está hecha de extremos.

¿Dónde está la mafia hoy? ¿Sigue en Sicilia, o se ha mudado a Milán, a Frankfurt, a Nueva York…?

«Sicilia no conoce la mediocridad: hay personas heroicas, geniales, y hay criminales, mafiosos»

Dos cosas han golpeado a la mafia en los últimos tiempos: el maxiproceso, con el nuevo sistema de denuncia y guerra contra la mafia iniciado por Falcone (por eso lo mataron), y el fenómeno de los pentiti, de los arrepentidos, que antes no existía. Empieza en los años 70, cuando la mafia pasa de controlar el mercado local a controlar la droga, y eso era un mercado internacional. Con el enorme cantidad de dinero que la droga movía, se volvió una criminalidad aún más feroz, que ya no observa ni el mínimo de reglas que antes observaba: no matar a los niños, ni a las mujeres… Los pentiti permitieron conocer la estructura militar de la mafia, pero con este cambio, la mafia no está ya solo en Sicilia, compra bancos y hoteles, está en Berlín, en Londres. Se ha internacionalizado. Lo bueno es que los grandes capos están en prisión. Salvo uno al que están buscando… Cuando yo era niña, estaban todos libres, incluso uno, Ciancimino, era el alcalde de Palermo. Algo ha cambiado. No creo que la mafia sea tan fuerte como antaño. Todos estos factores la han debilitado.

Y el Estado italiano, ¿ha estado antaño demasiado cerca de los mafiosos?

Sí. Incluso la magistratura ha dictaminado que [el presidente Giulio] Andreotti, a finales de los años 80, estaba en colusión con la mafia. Había una conexión que la tenía viva. Un vínculo muy feo, aunque se daba de una manera no tan descarada como en los años 70, cuando, como he contado antes, hasta el alcalde de Palermo era un mafioso; era el culmen del triunfo mafioso, que luego fue decayendo. Debemos decir la verdad: hoy la sociedad sciliana es más autónoma y menos mafiosa que antes. Estas conexiones ya no existen. No es que esté acabada, pero ha perdido mucha de su potencia.

Hay muchos chavales en Italia que no han oído hablar de Pasolini, ¿qué se pierden?

Se pierden mucho, pero no solo por Pasolini. Es la memoria. Estuve en una escuela donde no sabían quién era Mastroianni. No es que no lean, es que no van ni al cine. Hay una ignorancia de la memoria, una pérdida de memoria, que en mi opinión viene de la sociedad del consumo. El mercado no quiere la memoria. Pero la memoria es fundamental.

¿Qué podríamos entender de nuestro tiempo, hoy, con la mirada de Pasolini?

Fue un visionario. Ya en los años 60 vio que el consumo estaba destruyendo los valores de la sociedad, la campesina y la burguesa. Fue un anticipador de muchas cosas, como que la política corría el riesgo de ponerse al servicio del poder, no de la gente.

Su nombre suena siempre en las quinielas del Nobel. ¿Se ve algún día en Estocolmo, recogiendo las coronas?

Si viene, me dará alegría, naturalmente, es un gran reconocimiento internacional. Pero no lo veo, prefiero no pensar en ello, no esperarlo.

 

© Alejandro Luque | Especial para M’Sur