Opinión

El huevo de Colón

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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No sé quién inventó la rueda, ni cuándo se inventó.

Estoy más bien convencido de que se inventó una y otra vez y de que muchos felices inventores comparten la gloria.

Con la Confederación Israelo-Palestina sucede lo mismo. De tanto en tanto un nuevo grupo de inventores la lanza ante la opinión pública como una idea nueva.

Esto demuestra que una buena idea no se puede suprimir. Resurge una y otra vez. Durante las últimas semanas ha vuelto a aparecer en varios artículos, de la mano de nuevos inventores.

Cada vez que sucede, si usara sombrero, me lo quitaría. Como hacen los europeos cuando se encuentran con una señora, o con un viejo conocido.

En realidad, el Plan de Naciones Unidas para la partición de Palestina aprobado por la Asamblea General el 29 de noviembre de 1947 (la Resolución 181) ya proponía una especie de confederación sin usar el término. Establecía dos Estados, uno árabe y uno judío, con Jerusalén como entidad aparte, que estarían unidos en una “unión económica”.

Pocos días después estalló la “Guerra de 1948”. Fue un conflicto amargo y cruel y a su fin en 1949 no quedaba en pie nada de la resolución de Naciones Unidas. Hubo aún alguna que otra negociación esporádica, pero ninguna prosperó.

Justo tras la guerra de 1948, Palestina dejó de existir,  incluso su nombre desapareció del mapa

La guerra había creado “hechos sobre el terreno”. Israel tenía en su poder mucho más territorio del que se le había adjudicado originalmente y Jordania y Egipto se habían hecho con el resto. Palestina había dejado de existir, incluso su nombre había desaparecido del mapa, y la mitad de la población palestina había sido expulsada de sus hogares.

Inmediatamente después de la Guerra intenté reunir un grupo de jóvenes judíos, musulmanes y drusos para fundar un Estado palestino junto al nuevo Estado de Israel. La propuesta no tuvo el más mínimo éxito. En 1954, cuando algunos palestinos de Cisjordania se sublevaron contra la dominación jordana, hice público un llamamiento al Gobierno israelí para que apoyara la creación de un Estado palestino. Nadie me hizo caso.

Tres años después, la idea de una federación israelo-palestina tomó forma más seriamente. El ataque de Israel, en conspiración con Francia y Reino Unido, contra Egipto en 1956 produjo un fuerte rechazo en buena parte de la población israelí. En medio de la guerra, Nathan Yellin-Mor me llamó por teléfono y me dijo que debíamos hacer algo.

Yellin-Mor había sido el líder político de Lehi, también conocido como Banda Stern, la más radical de las tres organizaciones clandestinas que luchaban contra el dominio británico. Yo era el propietario y editor de una popular revista de noticias.

Creamos un grupo llamado Acción Semítica. Lo primero que hicimos fue redactar un documento. No uno de esos programas políticos efímeros que se publican y se olvidan de un día para otro, sino un plan serio para la completa renovación del Estado de Israel. La tarea duró más de un año.

El grupo estaba compuesto por más de veinte personas, la mayoría prominentes en sus áreas de trabajo, y nos reuníamos a deliberar al menos una vez por semana. Nos repartimos las materias. A mí me correspondió la paz con los árabes.

El nuevo credo se basaba en que Israel era una nueva nación creada a partir de su situación geopolítica, su clima, su cultura y sus tradiciones, no fuera del pueblo judío sino parte de él, igual que Australia forma parte de la comunidad anglosajona.

Tampoco es que la idea fuera una novedad. A principios de los años 40, un puñado de poetas y escritores que se autodenominaban los Cananeos propusieron algo parecido, si bien rechazaban cualquier conexión con el pueblo judío mundial, al tiempo que negaban la existencia de la nación árabe o de las naciones árabes.

Para nosotros, la nueva nación “hebrea” formaba parte de la “región semítica”

Para nosotros, la nueva nación “hebrea” formaba parte de la “región semítica” y era por lo tanto una aliada natural de las naciones árabes. Nos negábamos categóricamente a llamar Oriente Medio a dicha región por tratarse de un término eurocéntrico e imperialista.

En una docena de minuciosos párrafos delineamos la estructura de una federación compuesta por dos Estados soberanos, Israel y Palestina, que estaría a cargo de los intereses comunes de ambos, como por ejemplo los económicos. Los ciudadanos de los dos Estados tendrían libertad de movimiento por todo el territorio, pero solo podrían asentarse en el suyo.

Pronosticábamos que con el tiempo esta federación acabaría integrándose en una confederación más amplia que incluiría a todos los países de la región semítica de Asia y África.

Otros capítulos del documento se ocupaban de la completa separación entre el Estado y la religión, la libre inmigración, las relaciones con las comunidades judías del mundo y el establecimiento de un modelo económico de corte socialdemócrata.

El documento, llamado “Manifiesto Hebreo” se publicó antes de que el Estado de Israel cumpliera diez años.

En cierta ocasión le preguntaron a Cristóbal Colón, el “descubridor” de América, cómo era posible poner un huevo en pie. Colón golpeó el extremo del huevo contra la mesa, y hete aquí que se mantuvo en pie.

Colón golpeó el extremo del huevo contra la mesa, y hete aquí que se mantuvo en pie

Desde entonces la expresión “el huevo de Colón” se ha convertido en una forma de hablar común en muchos idiomas, incluyendo el hebreo. La idea de una federación en Palestina es el huevo de Colón. Combina dos principios: que entre el mar Mediterráneo y el río Jordán debe haber un solo país y que tanto los israelíes como los palestinos vivirán en su propio Estado independiente.

“Todo Eretz Israel” y “toda Palestina” son expresiones de derechas. La “solución de los dos Estados” pertenece a la izquierda.

En este debate, los términos “federación” y “confederación” son a menudo intercambiables. De hecho, nadie sabe a ciencia cierta en qué se diferencian.

Comúnmente se considera que en una federación la autoridad central tiene más poderes que los Estados que la constituyen, mientras que en una confederación son los estados los que los detentan. No obstante, esta distinción no deja de ser algo vaga.

En la Guerra de Secesión estadounidense, la “confederación” de Estados del sur, que querían conservar sus derechos en muchos ámbitos (la esclavitud entre ellos), se enfrentó con la “federación” de Estados del norte que defendía que era el Estado el que debía ostentar la mayoría de los poderes.

En una federación no tienen por qué amarse: los bávaros no soportan a los “prusianos”

El mundo está lleno de federaciones y confederaciones. Los Estados Unidos de América, la Federación Rusa, la Confederación Suiza, el Reino Unido, la Bundesrepublik Deutschland (traducción oficial: República Federal de Alemania), etc.

No hay dos idénticas. Los Estados son tan diferentes entre sí como los seres humanos. Cada estado es el producto de su geografía, del carácter especial de sus pueblos, de su historia, sus guerras, sus amores y sus odios.

Los miembros de una federación no tienen por qué amarse unos a otros. La semana pasada, la Guerra de Secesión estadounidense se volvió a librar de forma estrambótica a los pies de la estatua de un general del Sur en una ciudad del sur. Los bávaros no soportan a los “prusianos” del norte. A muchos escoceses les encantaría deshacerse de los malditos ingleses, al igual que a muchos quebequeses les gustaría separarse de Canadá. Sin embargo, los intereses comunes son importantes y suelen prevalecer.

Los avances tecnológicos y las exigencias de la economía moderna hacen que el mundo tienda a organizarse en unidades cada vez mayores. La muy demonizada “globalización” es una necesidad global. Aquellos que ondean hoy en día la “Bonnie Blue Flag” -el estandarte los estados del Sur en la Guerra de Secesión- o la esvástica son ridículos.

En el futuro la gente sentirá por ellos la lástima que hoy sentimos por los luditas, los obreros que rompían las máquinas a principios de la Revolución Industrial.

Volvamos a la actualidad.

Puede que la idea de una federación o una confederación de Israel/Palestina suene sencilla pero no lo es. Hay muchos obstáculos.

Superar el odio no es tarea de políticos, sino de poetas y escritores, y filósofos y músicos

El odio histórico entre ambos pueblos, que no comenzó en 1967 ni en 1948, sino que se remonta a los inicios del movimiento sionista en 1882, debe ser superado. No es esta una tarea de políticos, sino de poetas y escritores, historiadores y filósofos, músicos y bailarines.

El primero es la enorme disparidad en los niveles de vida de ambos pueblos. Sería necesario que el mundo desarrollado ayudara de forma masiva a los palestinos.

El odio histórico entre ambos pueblos, que no comenzó en 1967 ni en 1948, sino que se remonta a los inicios del movimiento sionista en 1882, debe ser superado. No es esta una tarea de políticos, sino de poetas y escritores, historiadores y filósofos, músicos y bailarines.

Parece una misión imposible, pero estoy totalmente convencido de que es más fácil de lo que parece. En los hospitales israelíes (médicos y enfermeros), en las universidades (profesores y estudiantes) y, naturalmente, en las manifestaciones conjuntas a favor de la paz se están ya tendiendo puentes entre ambos pueblos.

El mismo hecho de que la idea de una federación resurja una y otra vez demuestra su necesidad. Los activistas que hoy en día la vuelven a poner en candelero no habían nacido cuando los de mi generación la propusimos y, sin embargo, su mensaje suena fresco y nuevo.

Ojalá su causa prospere.

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© Uri Avnery  | Publicado en Gush Shalom | 19 Agosto 2017 | Traducción del inglés: Jacinto Pariente

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