Crítica

Con diez cañones por banda

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Manuel D. Benavides
El último pirata del Mediterráneo

Género: Novela
Editorial: Renacimiento
Páginas: 440
ISBN: 978-84-1603-483-3
Precio: 18,91 €
Año: 1934 (2017 en esta edición)
Idioma original: español

 

El último pirata del Mediterráneo. No sé usted, pero creo que ningún lector que se haya criado con La Isla del Tesoro será capaz de resistirse a un título así. En la portada, una nave con al menos un cañón por banda, tripulada por un militar, un clérigo, un tipo gordo y calvo que solo puede ser banquero, un moro con turbante, otro con fez y trabuco, todo ello coronado por un águila imperial de muy desmejorado aspecto, casi un cuervo de mal agüero. En otras palabras, aquí tenemos España.

El gordo con calvicie adivinamos que debe de ser el verdadero protagonista de esta historia. Porque el subtítulo reza: “La gran biografía novelada del contrabandista, empresario y financiero Juan March”.

¿Juan March? ¿El de la Fundación Juan March? La fundación esa de los museos, exposiciones de arte, conciertos, conferencias? ¿Ese Juan March?

Desde luego es cierta ingenuidad no tener presente, al oír el nombre del financiero, que fue este hombre quien puso dinero para el Alzamiento del 36. Pero nos adelantamos. Manuel Benavides publica esta novela, esta biografía, ese enorme reportaje periodístico, en 1934: dos años antes de que Juan March pagara el avión con el que Franco se trasladó de Canarias a Tetuán. Dos años antes de que se convirtiera de personaje clave en personaje definitivo en la historia de España, y no especialmente en el sector artístico.

Manuel Benavides traza el largo camino de Juan March, desde su adolescencia en Mallorca hasta su fuga de la cárcel de Alcalá en 1933. Lo hace en forma de novela: inventando diálogos, gestos, reuniones, escenas que apenas tuvieron testigos. Sabemos que los inventa, pero creemos que son muy cercanos a la realidad, porque Manuel Benavides fue, ante todo, periodista de investigación. Fue a Mallorca a recorrer Santa Margarita, el pueblo natal de Juan March, preguntó, recogió datos, olió el ambiente, recogió anécdotas, testimonios.

Se lee de verdad como un cuento de piratas: traiciones, navajazos, zancadillas al socio y aliado…

Así es capaz de contar las correrías de Juan March como contrabandista de tabaco: un negocio habitual de la época en el que aparentemente estaba implicada toda la buena sociedad de la isla, todo aquel que tuviera dinero para invertir en cinco o diez fardos, incluido los funcionarios del Ayuntamiento. Luego, un falucho traía el tabaco en cajetillas desde Argelia, y si no había nadie que diera un chivatazo, lo descargaban en las playas mallorquinas.

Fue en ese ambiente en el que Juan March supo jugar faroles para arrinconar la competencia, hacerse con el comercio negro, ampliar las fábricas en Argelia, convertir lo que hasta entonces era poco más que una artesanía contrabandista en negocio a gran escala, con buques abanderados en Gibraltar y concesiones internacionales de venta en todo el Rif marroquí. Esta historia se lee, de verdad, como un cuento de piratas, incluidas las traiciones, los navajazos, las zancadillas al socio y aliado. El libro merece su título.

Pero Juan March salta a la política; ídem el libro de Benavides. Nos tocan unos cuantos capítulos alejados del Mediterráneo, en Puenteareas, la localidad gallega que vio nacer no solo al autor sino – por desgracia, añade – a Emiliano Iglesias, seguidor y mano derecha del ‘caudillo’ Alejandro Lerroux, el fundador del Partido Radical.

Y si alguien cree que Benavides tiene inquina a Juan March, está a tiempo de cambiar de opinión. No quedará títere con cabeza en grandes partes del panorama político español, pero los azotes que el periodista asesta al tándem Lerroux-Iglesias son de órdago; el Partido Radical queda retratado como poco más que una asociación con fines delictivos y de enriquecimiento personal. Benavides era socialista – creemos que lo que entonces se llamaba socialismo aún lo era – y parece ser que no perdonó nunca a don Ale haber arrastrado la República adonde no se debía.

Nos permite vivir los convulsos años treinta, ver a sus protagonistas en calzones y bragas

En su primera versión, leemos, Benavides no utilizaba los nombres verdaderos de los políticos implicados sino que los sustituía por poco velados seudónimos. Lo que no impidió que Juan March intentara a toda costa suprimir su difusión, comprando – dicen – todos los ejemplares que pudo. En ediciones posteriores – como la que ahora sale en Renacimiento, basada en la de 1937 – ya puso los nombres de verdad, una ventaja para los lectores de hoy día que no tenemos ya tan cerca los avatares de aquellos años, pero podemos informarnos de los personajes tecleándolos en un buscador de internet.

Y eso es algo que no tiene precio: este libro, esta novela verídica, nos permite vivir los convulsos años treinta desde dentro, ver a sus protagonistas en calzones y bragas, verlos conspirar, traficar, fumar, emborracharse, irse de putas, picotearse cual aves de gallinero. Esto es España, la España de la que venimos. Ganas dan de llorar, dice Benavides, lloremos.

Juan March se fugó de la cárcel y siguió tejiendo sus redes desde París. También a Benavides lo detuvieron y tuvo que exiliarse igualmente a Francia. Ambos volvieron, alistados en bandos enfrentados en la guerra civil. Juan March – el hombre más rico de España y sexto del mundo, dicen – se convirtió en el financiero de Francisco Franco; Benavides murió en el exilio en México, como tantos. Su vaticino de 1934 de que March, un hombre solo dedicado a amasar dinero, no dejaría legado se demostró errónea. Ya sabemos quién ganó la contienda.

Pero queda una victoria. O dos. No consta que la Fundación Juan March haya intentado comprar todos los ejemplares del libro. Y si buscan en una enciclopedia en internet “Puenteareas”, en la lista de sus ilustres hijos aparece Manuel D. Benavides. De Emiliano Iglesias, ni rastro.

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