Crítica

Pueblo pequeño, infierno grande

José Martínez Ros
José Martínez Ros
· 5 minutos

Todos lo saben
Dirección: Asghar Farhadi

Género: Largometraje
Intérpretes:  Penélope Cruz, Javier Bardem, Ricardo Darín, Eduard Fernández, Bárbara Lennie, Elvira Mínguez
Guión: Asghar Farhadi
Produccción: Memento Films, Morena Films, Lucky Red
Duración: 130 minutos
Estreno: 2018
País: España-Francia-Italia
Idioma: español

 

La mayor parte de los espectadores interesados por el cine más allá de Hollywood descubrieron al director iraní Asghar Farhadi (1972) con su cuarta película, la primera que tuvo un recorrido internacional, la magnífica A propósito de Elly (2009), galardonada en el Festival de Berlín. Varias películas, y muchísimos premios, más tarde, advertimos que ya contenía las claves, las señas de identidad de su cine: un grupo de personajes, asimilables normalmente a lo que podemos entender, universalmente, como la clase de media; una observación minuciosa de su vida cotidiana, que nos introduce en su carácter, en los afectos y tensiones que los unen y separan; un accidente, un hecho funesto, que desgarra su rutina y los obliga a enfrentarse a sus contradicciones y mentiras; y tras ese accidente, un secreto, una intriga psicológica que se va desplegando lentamente a lo largo de la trama con tal maestría que, a menudo se le compara con Hitchcock.

Con El pasado (2013), rodada en Francia, había demostrado que lo que podríamos llamar “su fórmula”, esa mezcla refinadísima de drama y thriller psicológico, era trasladable a latitudes lejanas a su Irán natal. Que Farhadi eligiera aceptar la invitación de Morena Films y El Deseo para rodar su siguiente película, después de ganar su segundo Oscar con El viajante, en lo que diríamos que es una representación de “la España profunda”, por supuesto, ha sido todo un acontecimiento histórico para la cinematografía patria.

La prueba es un reparto hispanoargentino realmente impresionante – Penélope Cruz, Javier Bardem, Eduard Fernández, Bárbara Lennie, Inma Cuesta, Elvira Mínguez, Ricardo Darín…-, y una producción irreprochable, en la que destaca la gran fotografía de José Luis Alcaine. Farhadi, autor también del guión, suponemos que fue bien asesorado a la hora de reflejar las costumbres y usos sociales de una pequeña localidad castellana, porque su visión resulta perfectamente creíble.

La desconfianza, las dudas, la incertidumbre domina a los personajes: todos pueden ser sospechosos

Nos muestra un regreso, un reencuentro. Una mujer asentada en Argentina que regresa a su terruño natal con sus hijos, nimbada a los ojos de los demás con el aura de los triunfadores. El motivo es una boda, y en un primer momento parece que, entre todos los que la rodean, llevados por la exaltación de la fiesta, reina la armonía y la felicidad, aunque se percibe que hay ciertos vínculos sentimentales ocultos, soterrados bajo el peso de los años, que no han desaparecido del todo.

Hasta que llega la catástrofe, el huracán: la hija de esa mujer que regresa, al parecer ha sido secuestrada inexplicablemente de la casa de su familia. El golpe es devastador, y pone en marcha el mecanismo de relojería de Farhadi: la desconfianza, las dudas, la incertidumbre domina a los personajes, todos pueden ser sospechosos y todos pueden ser culpables, lo único seguro es que alguien del círculo más cercano, de la familia, ha tenido que actuar, al menos, como cómplice de los raptores. Y la gran sima de sordidez, de rencores y resquemores del pasado, resurge con fuerza para demostrar que toda familia, por muy bien avenida que parezca, tiene a su disposición un armario lleno de monstruos.

La planilla, por así definirla, de Farhadi funciona a la perfección, y podemos afirmar que durante sus, aproximadamente, tres cuartas partes, Todos lo saben es una película espléndida, enriquecida con unas cuantas interpretaciones de altura, en particular las de Penélope Cruz, Elvira Mínguez y Darín.

El problema llega con la necesaria resolución del misterio. En las mejores películas del iraní la tensión se incrementa hasta un final de una tremenda violencia psicológica, demoledor, digno de Sófocles o Eurípides, ante el cual la verdad, la verdad desnuda y terrible que se oculta tras la máscara de la civilización, de los modales, de la familia, queda desnuda: así ocurría en Elly, en Nader y Simin, en El viajante. La conclusión, sin embargo, aquí, decepciona ligeramente, y no llega a tener la fuerza catártica de los desenlaces de sus obras maestras. Esto hace que sea una película notable, muy digna, pero no memorable.

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