Entrevista

Laurent Mauvignier

«La muchedumbre autoriza la violencia del individuo»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 13 minutos
Laurent Mauvignier (Foto oficial) | © laurent-mauvignier

Sevilla  | Julio 2018

“Una novela extraordinaria”. Así se refirió en repetidas ocasiones Rafael Chirbes a Hombres, la obra con que el escritor Laurent Mauvignier (Tours, 1967) se dio a conocer en nuestro país, aunque ya contaba con media docena de títulos en su haber y una buena legión de fieles lectores en Francia, sin olvidar los flamantes Prix Virilo y Prix des Libraires, entre otros galardones.

A partir de aquel lanzamiento de Anagrama, otras editoriales españolas se han apresurado a rescatar su obra: Aprender a terminar (Pasos perdidos, 2012), Lejos de ellos (Cabaret Voltaire, 2014) y más recientemente, En la turba (Nocturna, 2017), donde reflexiona sobre la violencia en la sociedad a partir de la tragedia del estadio de Heysel.

Desde entonces ha ido alumbrando otras obras como Un jour dans la vie, Ce que j’appelle oubli, Autour du monde o Continuer, pero aquel relato sobre los veteranos de Argelia que fascinó a Chirbes sigue siendo la principal referencia para quienes quieran acercarse a su mundo, y todavía hay quien lamenta la malograda adaptación cinematográfica prometida por Patrice Chéreau. Extremadamente amable en su correspondencia, Mauvignier, que fue distinguido como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, aceptó responder a las preguntas de MSur por correo.

Jerôme Ferrari, Jean Debernard, Alice Zeniter, usted mismo… ¿qué tiene Argelia para que parezca un tema inagotable de inspiración para los escritores franceses?

Se trata, en principio, de un problema generacional. Como siempre, los principales interesados tienen tendencia a callar, porque hablar es revivir, reactivar algo cuyo fin deseaban. Pero todo lo que no se dice lo acaba atravesando el silencio, y viene a ocupar el espíritu de la siguiente generación. Por otro lado, somos una generación que no conoció la guerra, y los escritores no nos dejaron su propia narración de aquello, como sí había ocurrido antes. Lo que vivimos es el gran no-relato de guerra de nuestros padres. Así que, como arqueólogos, nos encontramos con rosas de los vientos, fotos, historias no dichas y un gran vacío por llenar en el relato de la vida de nuestros padres.

¿No hay en la literatura, de algún modo, un cierto temor a que aquella guerra se olvide, a que en dos generaciones no haya un francés que recuerde aquello?

«La de Argelia fue una de las guerras donde hubo más desertores»

Sí. De todos modos el arte y la novela en particular trabajan más o menos siempre con ese miedo al olvido, a que todo se desvanezca en la noche de los tiempos, como dice ese magnífico escritor español por el que siento una gran admiración, Antonio Muñoz Molina. Por mi parte, la guerra de Argelia es un recuerdo de infancia: los antiguos soldados, mi padre y los padres de mis amigos, de mis primos, organizaban grandes banquetes en las salas de fiestas municipales donde evocaban a veces a algunos de los compañeros que no habían vuelto… Y luego en casa, como digo, había fotos, objetos, todo un universo, pero sobre todo un silencio muy grande alrededor de estos objetos, de esas imágenes. Fue ese encuentro entre lo que se mostraba y lo que se callaba lo que alimentó mi deseo de comprender esta guerra, de ponerle un rostro.

Tras combatir en Argelia, su padre se suicidó muy joven, a los 46. Sin embargo, desde la I Guerra Mundial se consagró la idea de que la guerra era la gran vivencia, la mayor experiencia que podía vivir un hombre. ¿Cree que podría serlo en algún caso?

La guerra de Argelia está en la encrucijada de varias cosas: una guerra colonial del siglo XIX, con los medios de una guerra asimétrica, como se las llama en el XXI. Una generación de hombres enviados no a hacer la guerra, sino a proteger la paz: no olvidemos que lo que llamamos “los acontecimientos” se reconocen oficialmente en Francia como guerra desde 1999. Una operación de “mantenimiento del orden” de la que los reclutas no podían hablar, porque era evidentemente una guerra que no se parecía en nada a la que condujo a la derrota de 1940, o a las trincheras de Verdún en 1914-1918.

¿Qué fue distinto en Argelia?

Estos reclutas tienen la impresión de no hacer algo muy diferente de lo que los alemanes hicieron en Francia quince años antes… porque sí, la inmensa mayoría sentía que Argelia no era Francia. Fue una de las guerras donde hubo más desertores. No creen en el heroísmo de la guerra, fueron niños durante la ocupación alemana. Lo que vieron fue a menudo la cobardía y la colaboración, y luego el gran cuento de la Resistencia. Una realidad muy compleja de la que se sintieron depositarios.

Tras la salida a la luz de Hombres, usted recibió amenazas de muerte. ¿Qué le reprochaban exactamente?

«Me reprocharon el hecho de escribir sobre un asunto que no conocía personalmente»

Es una historia delicada y tal vez demasiado larga de contar, vinculada a toda una serie de declaraciones que nada tuvieron que ver con mi libro. Es un libro que desencadenó muchas reacciones, particularmente porque fue publicado por Minuit, una editorial muy involucrada en el tema de la independencia de Argelia, en la denuncia de la tortura, y eso no le gustó a todo el mundo. Me reprocharon mucho también el hecho de escribir sobre un asunto que no conocía personalmente. ¡Para mí, precisamente ése es el trabajo de un novelista! Y además, Victor Hugo y Chateaubriand ya se me han adelantado en esto. Es algo bastante clásico.

¿Entonces lo problemático no fue lo que dijo?

Es una lástima que los que hicieron esas críticas no se hubieran tomado la molestia de leer el libro: habrían podido comprobar que, lejos de ser un defecto, tener la distancia de una generación permite mirar mejor, con una mayor amplitud respecto a lo que se habla. Pero es un asunto de una vivacidad extraordinaria, tenemos la impresión de que está muy presente en la vida de la gente, como si la guerra no se hubiera acabado hace mucho…

Tanto en Hombres como en Lo que yo llamo olvido, asoman la xenofobia, el racismo. ¿Es un fenómeno que vive una nueva primavera?

No sé nada de eso. Habría que preguntárselo a un especialista, a un sociólogo. Escribo a partir de cosas que oigo, que observo, que veo, pero no tengo la pretensión de describir científicamente o sociológicamente una situación. Trabajo la realidad como material literario, porque la literatura no se hace fuera del mundo en que vivimos. Trata de hacer sentir experiencias como la violencia o el odio al otro, pero también el amor, la empatía. Trata de sumergir al lector en esas experiencias: es su modo de estar conectada con la realidad, y de hacer pensar, reaccionar al lector. Pero eso no sustituye las ciencias humanas.

Ha explorado el miedo desde distintos ángulos. ¿Hay que temerle más al individuo o a las masas?

Las masas, escondiendo al individuo, haciéndolo invisible, le dan toda la sensación de fuerza y de impunidad. Este cóctel es explosivo. La masa es diferente de la muchedumbre. La masa piensa: es la opinión pública, mientras que la muchedumbre actúa: es una nube que hay que contener durante las manifestaciones, es un organismo vivo que aplasta todo a su paso en el momento de pánico. La muchedumbre puede exacerbar las violencias individuales porque, autorizándolas, las libera del peso de la conciencia individual. «Jamás maté a nadie», dicen todos los inculpados en matanzas vinculadas a movimientos de muchedumbre. «No soy yo, es todo el mundo, yo di solo una patada».

No se sienten responsables de lo que hacen todos ¿no?

«La muchedumbre libera la pulsión de muerte, de agresividad, del individuo»

La muchedumbre permite esto, libera la pulsión de muerte, de agresividad, del individuo. Así pues, podemos temer a ambos: el individuo encuentra en la muchedumbre el medio de su expresión, y la muchedumbre se alimenta de la energía reprimida de los individuos. La masa tiene que ver con las ideas: el fascismo, o como una sociedad puede autorizar la violencia legal, el crimen de masa (lo hemos visto en Ruanda), es todavía más complejo. Pero es un poco lo mismo en el plano de las ideas. La masa da a cada uno el permiso tácito de pensar lo peor, dándole la impresión de que no tiene ninguna responsabilidad individual.

Este año se celebra Mayo del 68, donde los mismos que hacían barricadas y se enfrentaban a la policía hoy son conspicuos conservadores. ¿Es una evolución natural?

He aquí un tema muy bueno para una novela. Porque si existe un arte que puede tomarse su tiempo para comprender cómo se tejen las revoluciones, las involuciones, las negaciones de una vida humana, es el arte que no se deja encerrar en definiciones: un personaje es una materia moviente que va del joven revolucionario al viejo conservador burgués: uno puede volverse el otro, porque están hechos de la misma materia. Es ahí donde la novela es sin duda una de las mejores herramientas para comprender lo que a priori parece ilógico.

¿Cómo se emplea esa herramienta?

La novela nos dice: si cambiamos la óptica, si tomamos en cuenta los parámetros históricos, psicológicos, políticos, sociológicos, si tomamos la fragilidad humana en todas sus ramificaciones, veremos que algunos cambios poseen su propia lógica interna. A veces descubrimos que un hombre joven, oficialmente considerado revolucionario por sus grandes ideas, lo hace por amor, o para jorobar a su padre. Imaginemos: con tiempo el padre muere, el hombre joven se siente culpable de no haber sabido reconciliarse con él. Entonces se reprocha, se dice que todo no era malo en este hombre. Él mismo va a parecérsele hasta renegar de sí mismo, sin darse cuenta. Es una historia, es una posibilidad, y las hay tantas como individuos.

¿Ha cambiado la percepción del miedo en Francia tras las masacres de Charlie Hebdo y Bataclan?

«Cuanto más vivimos en la comodidad, mayor y más potente es el sentimiento de peligro»

No, no lo creo. Probablemente está anclada en cada uno de nosotros, pero el miedo forma parte de la modernidad: miedo a los accidentes de avión, de coche, a las guerras, a la enfermedad, a la comida basura, a la contaminación, etc. El mundo contemporáneo está saturado de miedos, en guardia ante peligros más o menos inmediatos, y sobre todo reales. Cuanto más vivimos en la comodidad, mayor y más potente es el sentimiento de peligro, el miedo a perder lo adquirido. Como si, cuando las cosas están bien, se tuviera miedo de la catástrofe por venir, presentida como ineluctable.

‘En la turba’ se ha tratado de explicar desde hace décadas la violencia en el fútbol: conflictos de clase, testosterona… ¿Por qué todos los intentos han fracasado?

No sé nada de eso… Solo soy novelista. Cuento historias. Y es porque no sé nada de eso por lo que necesitaba escribir sobre este misterio de la violencia. Es un buen catalizador para escribir: no procuro encontrar respuestas, procuro formularme las preguntas, intento nombrar las preguntas que esa violencia nos sugiere.

Un tema como el del estadio de Heysel podría haber sido abordado desde el ensayo. ¿Es usted de los que aún creen en la superioridad de la novela como género para reflejar la realidad?

Sin duda. Pero sería un enfoque muy diferente. Por mi parte, se trata siempre de hacer sensible una experiencia, de compartirla con un lector, de darle los medios sensitivos para aproximarlo a una sensación que está muy lejos de su vida.

¿Cree usted en la novela como arte superior para reflejar la realidad?

No creo que un arte sea superior a otro. Creo que cada arte tiene una especificidad, una necesidad que lo distingue de todas las demás artes, pero también de toda forma de aprehensión del mundo, por ejemplo del mundo técnico y científico. Pero pienso que la novela es un arte que posee extrema flexibilidad, una pertinencia muy grande en nuestro mundo, y esto paradójicamente por lo que tiene de anacrónico: es un arte del tiempo, un arte del matiz, de la complejidad. Todo lo contrario de lo que produce nuestra época, obsesionada por la simplificación, la velocidad, por la reducción en esquemas simples, por no decir simplistas.

¿La novela es compleja en esencia?

La novela es un instrumento político en el sentido que rechaza la simplificación en exceso, no reduce el mundo a algunas palabras como Twitter, no dice que todo es negro o blanco, sino que procura encontrar las zonas de gris, el matiz, devolver el mundo y la realidad a su complejidad (un poco como decíamos antes sobre el cambio asombroso de un hombre que podía ser revolucionario a los veinte años y acabar siendo muy conservador).

Recuerdo haberle oído decir que le gustan las noticias, porque acaban siendo como una serie. Ahora que proliferan tanto las fake news, ¿no teme que les dejen sin trabajo a ustedes, los narradores de ficción?

¡No! ¡Todavía tenemos un poco de margen! Hablando en serio, sorprende ver que en el mismo momento, allí donde las informaciones se desbordan a veces por el terreno de las fake news, la ficción se esfuerza por centrarse en los sucesos, la realidad, la historia contemporánea, el mundo tal y como es. Pero en realidad esta frontera jamás fue hermética. Las informaciones no son el hecho que cuentan, las informaciones son ya un relato, ya una puesta en escena. Lo sabemos por las películas documentales, que no escapan a unos procedimientos narrativos de dramatización. Que lo que usted cuenta esté vivido, real o no: hay que saber contarlo, ya que se trata ante todo de contar.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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