Opinión

Queda detenido el campo de batalla

Wael Eskandar
Wael Eskandar
· 21 minutos

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El secretario de estado norteamericano Mike Pompeo visitó Egipto el pasado 9 de enero para explicar a un público congregado en la Universidad Americana de El Cairo la visión del presidente Trump del papel asertivo de los Estados Unidos en Oriente Medio dentro del marco de su doctrina America First. “América es una fuerza de bien para Oriente Medio. Y punto”, afirmó.

Pompeo no habló en ningún momento de avances en materia de derechos humanos o democracia, de medidas para paliar la pobreza generalizada ni de la contención de la brutalidad de ciertos Estados policiales, temas que vertebraron las revoluciones árabes de 2011 y que parecen más inalcanzables hoy día que hace ocho años. El discurso dejó claro que Estados Unidos apoyará firmemente recortes en las libertades de los ciudadanos del mundo árabe como los que están teniendo lugar en Egipto, con tal de continuar con el enfrentamiento con Irán y de perseguir todo aquello que perciba como sus propios intereses.

Aunque los arrestos masivos y arbitrarios no son nada nuevo en Egipto, el aumento del número de detenciones y la ampliación de los motivos por los que alguien puede ser detenido indican que la mentalidad del régimen egipcio ha cambiado significativamente desde que el presidente Abdel Fattah al-Sisi, antiguo director de los servicios de inteligencia del ejército, se hiciera con el poder por medio de un golpe de estado allá por 2013.

Desde entonces, el Estado egipcio ha arrestado o encausado al menos a 60.000 personas, ha hecho desaparecer a varios cientos y ha sometido a juicios militares a miles de civiles. Con la excusa de luchar contra el terrorismo, el régimen egipcio persigue, detiene o mata a los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes. A muchos opositores se les acusa de pertenecer a dicha organización clandestina para justificar su arresto.

Con Mubarak había una policía brutal, una oposición bajo control y una prensa que fingía ser libre

Durante 2018 se ha producido una escalada en el número de los arrestos y detenciones dentro del marco de una campaña policial de arrestos masivos de trabajadores de derechos humanos, abogados, periodistas y activistas, junto a un número creciente de personas anteriormente adeptos al régimen e incluso algunas personalidades públicas que lo apoyaban. Paralelamente, el Gobierno ha aprobado, entre otras cosas, una serie de leyes anti-ONG al tiempo que refuerza la ya de por sí draconiana legislación antiterrorista con el fin de acabar con la libertad de expresión y la oposición de cualquier tipo. En las prisiones e instalaciones policiales egipcias se ha generalizado asimismo la práctica de la tortura y los malos tratos.

Sin embargo, dicha campaña tiene menos que ver con la represión de los opositores que con la erradicación de cualquier espacio en el que pueda florecer la disensión.

Egipto en tiempos de Hosni Mubarak, como tantos otros regímenes dictatoriales, gozaba de un ecosistema dinámico compuesto por cuerpos de seguridad brutales, un partido gobernante, una oposición bajo control y unos medios de comunicación que fingían ser libres. A los islamistas se les mantenía a raya mediante una combinación de acuerdos secretos y fuerza bruta. En unas ocasiones se les concedía cierto espacio y en otras se les castigaba con una tremenda represión policial.

La Judicatura, por su parte, estaba en buena medida bajo control aunque había parcelas de independencia a las que los jueces podían recurrir si lo deseaban, especialmente en los tribunales administrativos y de casación. La oposición se combatía con un arsenal de medidas que iban desde las amenazas discretas hasta la desaparición, pasando por presiones comerciales o laborales.

Hoy en día, sin embargo, el autoritarismo a la antigua usanza está en proceso de extinción. Aunque en materia de recursos y tácticas el aparato de seguridad siga siendo el mismo que en tiempos de Mubarak, entre el Egipto de Mubarak y el de Sisi se observa un marcado cambio estratégico en lo referente a cómo se usan dichas tácticas y recursos y por quién.

Sisi  ya no tolera ni los gestos pseudodemocráticos, ni un simulacro de libertad de prensa

Bajo el presidente Sisi, la actitud del régimen frente a la oposición es mucho menos permisiva, incluso cuando esa oposición se ejerce desde estamentos leales al Estado y decididamente contrarios a cualquier forma de resistencia revolucionaria. El Gobierno ya no tolera ni los simples gestos pseudodemocráticos característicos de los tiempos de Mubarak por muy simbólicos y triviales que parecieran. Ya no hay partido gobernante, ni tolerancia con el papel de oposición que antaño asumían ciertos adeptos al régimen, ni siquiera un simulacro de libertad de prensa.

Este cambio estratégico en los objetivos de la represión viene acompañado de un cambio radical en el equilibrio de fuerzas entre las distintas agencias de seguridad, como la Policía (actualmente denominada Seguridad Nacional), los servicios secretos generales y los servicios secretos militares. Con Mubarak, la Policía se ocupaba de todo lo referente a estrategia y ejecución dentro del ámbito nacional egipcio. Tras la revolución de 2011 el equilibrio se alteró y el Ejército pasó a tener más influencia en asuntos nacionales por medio de sus servicios secretos, proceso que llegó a su culmen con el derrocamiento de Mohammad Morsi en 2013.

El régimen ni siquiera utiliza ya el terrorismo y la seguridad como excusa para las detenciones. Actualmente a los opositores se les arresta sin motivos de peso y se prescinde del leve papeleo que en el pasado justificaba las detenciones. La última moda es acusar al detenido de propagar información falsa y de pertenecer a una organización clandestina, con lo que pasa a disposición de la Fiscalía policial, que permite aún menos supervisión judicial.

Sisi sobre Tahrir: «Lo que sucedió hace 7-8 años no sucederá de nuevo; no me conocéis bien”

No ha habido un período en la historia moderna de Egipto en que el Gobierno haya vulnerado de forma tan grave y sistemática los derechos de los ciudadanos. Los intentos del Estado de adueñarse de los ámbitos social y político del país indican un cambio significativo en la forma en que el actual régimen concibe el autoritarismo tras el levantamiento popular del 25 de enero de 2011. Ocho años después, a pesar del férreo control de la calle y las instituciones impuesto por el régimen, las declaraciones de Sisi –realizadas el 31 de enero de 2018– acerca de el levantamiento de 2011 señalan la voluntad de evitar que vuelvan a repetirse: “Lo que sucedió hace siete y ocho años no sucederá de nuevo. Lo que no tuvo éxito entonces no lo tendrá ahora. No, no no… Se diría que no me conocéis bien”.

Esta situación de represión sin precedentes no habría sido posible sin la consolidación del poder en el interior de la instituciones egipcias por parte de Sisi desde 2013, que le ha granjeado el apoyo y la complicidad de Estados Unidos y de la Unión Europea, además del respaldo financiero de sus aliados del Golfo como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, y la creciente permisividad internacional y regional con los gobiernos autocráticos y autoritarios con el firme apoyo de Trump que se observa en el discurso de Pompeo en El Cairo.

Arrestar los espacios

Existe una serie de factores que dan lugar a todo tipo de conjeturas acerca de por qué esta escalada de represión tiene lugar precisamente ahora y por qué la mayor parte de los arrestos se llevan a cabo sin cargos claros, sin pruebas y sin que la mayoría de los detenidos hayan incurrido en acciones ilegales o peligrosas.

Entre los factores que alimentan el deseo del Estado de mantener a la ciudadanía bajo control férreo se cuenta el hecho de que Egipto se enfrenta actualmente a dificultades económicas cada vez más graves. Las llamadas “reformas económicas” y la emisión masiva de dinero por el Banco Central han provocado una espiral de inflación y un descenso en el nivel de vida de la población.

Además, el sector empresarial privado se ha resentido a causa de que ciertas empresas relacionadas con el Ejército se han servido del dominio militar del ámbito político para adueñarse del mercado en varios sectores. La creciente influencia del Ejército explica por qué cada vez que se adoptan medidas que provocan el empobrecimiento del egipcio medio, el gobierno responde con una actitud militarista que ve a la ciudadanía como un enemigo al que hay que obligar a aceptarlas.

Asimismo corren rumores de que el Gobierno proyecta una reforma de la Constitución que prolongue el mandato de Sisi a la vez que prepara el terreno para la aceptación del polémico “acuerdo del siglo” entre Israel y los palestinos propuesto por la administración Trump, que generará una enorme controversia en el país y posiblemente requerirá de una importante implicación egipcia en Gaza.

Hay una guerra contra los espacios en los que la disensión podría ser posible en el futuro

Sin embargo, a pesar de la importancia de todos estos factores, hay uno más profundo en juego. Para Sisi, la caída de Mubarak es una especie de fábula cuya moraleja es lo que puede pasar cuando se deja demasiado espacio a la oposición, por muy controlada que esté. De ahí que un partido gobernante controlado, un poder judicial en gran medida subordinado y unos medios de comunicación bajo estricto escrutinio le parezcan al régimen una situación demasiado permisiva como para asegurar su supervivencia: el enemigo, por tanto, es la actividad política en sí. La visión del régimen es que solo una voz política singular y unificada asegurará el progreso en Egipto. Es más, la política de mano dura del régimen va más allá de la represión de la oposición, ya sea clandestina o manifiesta: se ha convertido en una guerra contra los espacios existentes y potenciales en los que la disensión podría ser posible en el futuro.

La magnitud de las políticas de mano dura no es lo único que ilustra esta transformación del autoritarismo egipcio bajo Sisi. También es necesario tener en cuenta la ampliación de los patrones de detención y el drástico aumento de las políticas represivas que viene teniendo lugar desde 2013 y especialmente durante el último año.

Tras hacerse con el poder en 2013, Sisi ha consolidado su poder mediante leyes que bloquean las posibles vías de expresión del disentimiento. Los primeros ejemplos los tenemos en la legislación antimanifestaciones y en la campaña para deshacerse de Hesham Genena, la principal figura de la lucha anticorrupción en Egipto, que culminó con la promulgación de una ley que daba al presidente poderes para cesarlo. Genena fue posteriormente arrestado y condenado a cinco años de prisión.

A pesar de la consolidación del poder legislativo en manos de Sisi para el control de la oposición, la táctica principal para silenciar las voces disidentes sigue siendo la detención, incluso de figuras leales al Estado, a la vez que el patrón de las detenciones se ampliaba más allá de los perfiles tradicionales.

Un creciente número de antiguos simpatizantes y adeptos del régimen han sido víctimas de arrestos

Aunque muchos de los detenidos que llegan a los titulares de los periódicos son activistas políticos muy conocidos como Wael Abbas, Abdel Moneim Abul Fotouh y Shady El Ghazaly Harb, el régimen ataca también a personas de menos renombre que se han hecho un hueco en el espacio político y social egipcio. Buen ejemplo de ello es Mohamed Radwan, más conocido como Mohamed Oxygen por su canal de Youtube Oxygen Egypt, arrestado en abril de 2018. En su vídeo blog había entrevistas callejeras a personas de a pie.

El bloguero satírico Shady Abuzeid, famoso por un polémico vídeo de 2016 en el que repartía preservativos a los miembros de la policía en la plaza de Tahrir durante el aniversario de la revolución, ha sido arrestado a pesar de no haber hecho declaraciones políticas desde la publicación de ese vídeo. Una gran cantidad de jóvenes relacionados con el cantante exiliado Ramy Essam y la producción de su tema Balaha (dátil, uno de los motes de al Sisi) han corrido la misma suerte.

Es más, un creciente número de antiguos simpatizantes y adeptos del régimen también han sido víctimas de arrestos. Ahmed Shafiq se encuentra en arresto domiciliario temporal en el hotel Marriott tras ser deportado por Emiratos Árabes Unidos por haber anunciado desde aquel país su candidatura a las elecciones presidenciales, candidatura a la que se le obligó rápidamente a renunciar.

El régimen ha tomado medidas aún más duras contra el general Sami Anan, antiguo jefe del estado mayor egipcio, que sigue aún bajo custodia militar simplemente por hacer pública su intención de concurrir a las elecciones. Massoum Marzouk, antiguo embajador y oficial del ejército, fue igualmente arrestado el 31 de agosto de 2018 por criticar a al Sisi y convocar una manifestación.

Otras figuras del régimen como Mahmoud Meghazi, antiguo jefe del estado mayor, Osama Askar, jefe del mando unificado del Sinaí, o Sedky Sobhy, antiguo ministro de Defensa, han sido víctima de diversas medidas represivas –en lugar de ser simplemente marginados como se hacía habitualmente en el pasado– porque sus puntos de vista no coincidían completamente con los del alto mando. Esta novedad es señal de que la represión ha rebasado las fronteras de los elementos disidentes y se aplica hoy en día en el interior del propio régimen.

Los estadios de fútbol eran lugares donde reinaba la libertad de expresión, a menudo subversiva

Una personalidad controvertida que se halla también bajo arresto es Hazem Abdel Azim, un firme partidario de Sisi que incluso formó parte de su campaña presidencial durante un tiempo. Si bien al principio estuvo del lado de la revolución, cuando Sisi se hizo con el poder, se posicionó bruscamente en contra. Cuando Sisi juró el cargo de presidente, dio otro giro radical y se disculpó por su apoyo. Además reveló cómo las elecciones al Parlamento se habían amañado entre bastidores y se convirtió en un vehemente crítico del régimen. También hizo pública la grabación de una conversación telefónica en la que un presunto miembro de las fuerzas de seguridad lo amenazaba en su página personal de Facebook.

Sin embargo el caso de Abdel Azim no es el más chocante. El presentador de TV Khairy Ramadan, acérrimo partidario del régimen, también fue detenido. Aunque salió en libertad bajo fianza rápidamente, su detención es un claro mensaje de que ni siquiera los más adeptos pueden salirse del guion. Incluso Alaa y Gamal, los hijos de Mubarak, fueron detenidos el pasado septiembre. Un periodista cercano al régimen acusó a Gamal de intentar recuperar el poder así como de estar vinculado a los Hermanos Musulmanes, lo cual constituyó la excusa para su arresto.

El régimen ya no pretende solo suprimir las voces de la oposición sino que ahora se centra en el ataque a todos los espacios y campos de batalla, ya sean políticos, sociales o físicos, en los que solía expresarse el desacuerdo. Los estadios de fútbol, por ejemplo, eran lugares en los que reinaba la libertad de expresión, a menudo subversiva, de modo que el régimen ha prohibido a los aficionados asistir a los encuentros. Asimismo, el Gobierno ha cerrado librerías y medios de comunicación, así como las bibliotecas abiertas por Gamal Eid, personaje de la oposición y activista por los derechos humanos.

La eliminación de espacios y voces disidentes, tanto reales como potenciales, con el fin de que se escuche una sola voz es un claro indicador de que en Egipto no se permite ni la más mínima oposición. Incluso durante el período electoral, cuyos resultados eran una crónica anunciada, Sisi se deshizo de la competencia. De no haber sido por la condición impuesta por el vicepresidente estadounidense Mike Pence de que en las elecciones presidenciales de 2018 debía haber al menos un contendiente, Sisi habría concurrido solo. Cuando se acercaron los comicios, Sisi ordenó a uno de sus partidarios presentarse contra él, un hombre que hizo campaña por Sisi incluso durante su propia campaña.

Complicidad internacional

Ni una sola de estas cada vez más drásticas y represivas medidas habría sido posible sin el apoyo de Estados Unidos y los países del Golfo. El gusto del presidente Trump por los dictadores y su desprecio por los derechos humanos y la democracia, así como el ascenso de los partidos autoritarios en ciertos países de Europa, han permitido al Gobierno egipcio llevar a cabo violaciones de los derechos humanos con total impunidad.

Además tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos apoyan firmemente al Gobierno egipcio y sus políticas por medio de paquetes masivos de ayuda económica y de presiones a los Gobiernos europeos para que reconozcan al Gobierno egipcio y hagan la vista gorda ante sus violaciones de derechos humanos.

Si bien es cierto que estamos viviendo un periodo de permisividad con los que aspiran a convertirse en dictadores, no lo es menos que muchos países occidentales tienen importantes intereses comerciales y de seguridad en Egipto, que no solo motivan su silencio en materia de derechos humanos sino que también los llevan a apoyar abiertamente al régimen.

Francia ha sido el mayor proveedor de armas de Egipto entre 2013 y 2017; Inglaterra es otro

No hace mucho que el presidente francés, Emmanuel Macron, recibía críticas por negarse a hablar de la vulneración de los derechos humanos en Egipto, lo cual seguramente se debe al hecho de que Francia ha sido el mayor proveedor de armas de este país entre 2013 y 2017 y le ha suministrado también equipos de vigilancia y seguimiento que se han utilizado para espiar a los activistas.

A su vez, al embajador británico John Casson se le criticaba por su reticencia a la hora de hablar de los abusos a los derechos humanos en Egipto, seguramente porque el Reino Unido es otro de los mayores proveedores de servicios de seguridad del país. Muchos otros intereses unen a ambos países, por ejemplo el préstamo del FMI para pagar ciertas deudas a las compañías petroleras internacionales, British Petroleum entre ellas.

Alemania también mantiene estrechos vínculos comerciales y de seguridad con Egipto, de modo que la canciller, Angela Merkel, ha restado importancia a su dudoso historial en materia de derechos humanos y ha ampliado el acuerdo de seguridad vigente. Las relaciones comerciales entre ambos países son muy lucrativas e incluyen la venta de un submarino y un acuerdo de 8.000 millones de euros para la construcción de centrales eléctricas que el Gobierno egipcio ha concedido directamente a Siemens sin tener en cuenta ofertas de otras compañías.

Grecia y Chipre también han mostrado su apoyo y han bloqueado varios intentos por parte de la UE de actuar contra Egipto a causa de los derechos humanos. La razón parece ser el lucrativo acuerdo de prospección y transporte de gas natural desde las explotaciones gasísticas chipriotas hasta Egipto para su exportación a Europa.

España e Italia también han guardado silencio acerca de la campaña de represión del Gobierno egipcio en vista de que están a punto de recibir más de 2.000 millones de dólares a causa de una disputa con su empresa conjunta Unión Fenosa Gas. Italia se ha dedicado a recuperar la normalidad en las relaciones con Egipto en lugar de tratar de que se hiciera justicia al investigador Giulio Regeni, en cuyo asesinato en 2016 están implicadas las fuerzas de seguridad egipcias. Dos años y medio después del asesinato de Regeni, las autoridades egipcias han concedido a la compañía italiana Eni una licencia de explotación en el Mediterráneo.

Una formula represiva

Mientras aumenta la campaña de detenciones arbitrarias y arrestos indefinidos, disminuyen las posibilidades de luchar contra la represión del Gobierno egipcio. El régimen pretende ahora eliminar todos los campos de batalla políticos o sociales tanto reales como potenciales (por medio de sentencias de muerte masivas que en ocasiones se llevan a cabo y desapariciones forzosas de personas que nadie investiga) en lugar de apostar por incrementar la capacidad del Estado de luchar en ellos y salir victorioso.

Las recientes medidas del régimen no solo han eliminado a figuras reales o potenciales de la oposición sino que también han acabado con cualquier espacio donde fuera posible luchar por los derechos. En los Estados autocráticos es a menudo posible encontrar espacios para la discusión: la prensa, los tribunales, las elecciones, etc. En ellos se da la batalla. Lo que actual régimen pretende es eliminar la capacidad de discusión de los ciudadanos a través de cualquiera de dichas instituciones.

Egipto ha desarrollado un método que elimina la palestra política en lugar de implicarse en ella. La consolidación interna del poder es un proceso meticuloso que exige asegurarse a toda costa de que ni la oposición ni los partidarios del régimen saquen los pies del plato. Al mismo tiempo, el régimen está teniendo éxito en desviar las presiones de la comunidad internacional que podrían entorpecer dicho proceso.

El miedo atenaza a una población cada vez menos dispuesta a arriesgarse pero ¿es estabilidad?

Sin embargo, esta ofensiva contra los espacios políticos no ha estado carente de repercusiones políticas. A cambio de asegurarse el apoyo internacional, Egipto ha sobrecargado su economía de deudas y la inflación ha alcanzado cotas sin precedentes. Los problemas económicos de la mayoría de la población egipcia han afectado negativamente a la popularidad de Sisi, a pesar del brutal aparato de seguridad encargado de mantener a raya a los descontentos.

Al mismo tiempo, las detenciones masivas de opositores, reales o imaginarios, está creándole más y más enemigos al régimen. A pesar de que la población es muy consciente del precio a pagar por manifestar el descontento en público, Sisi ha perdido la mayor parte de su antaño tremenda popularidad.

Egipto ha tenido éxito en la instauración de un autoritarismo más brutal y de mayor calado que el de Mubarak. Ha conseguido alzarse con el control de la calle socavando al mismo tiempo las instituciones y el poder judicial. La hegemonía del Ejército sobre la economía nacional se está transformando en dominación total. La antaño permitida aunque controlada palestra política se ha reducido de forma drástica. El cada vez más exiguo papel de las instituciones y estructuras del estado ha resultado en el control centralizado del régimen de todos los aspectos del gobierno y en la eliminación de los procesos de gobierno.

Al mismo tiempo, el miedo atenaza a una población cada vez menos dispuesta a arriesgarse a padecer la brutalidad de las fuerzas de seguridad por atreverse a exigir sus derechos. Esta fórmula ha producido una apariencia de relativa estabilidad. ¿Podemos sin embargo hablar de estabilidad sostenible frente a una economía deteriorada que afecta a la vida de la mayoría de la población egipcia y la ausencia de las estructuras estatales que tradicionalmente servían de válvula de escape? El tiempo dirá si esta forma de control político totalitario es una fórmula de autoritarismo moderno de éxito o un castillo de naipes que se desplomará cuando la próxima crisis o el próximo suceso desencadene la ira popular.

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