Opinión

Es el fascismo, amigos

Andrés Mourenza
Andrés Mourenza
· 8 minutos

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Ocurre en una sala de reuniones. La campaña del Remain examina la reacción de votantes de diferentes perfiles a sus argumentos a favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, días antes de aquel explosivo referéndum de 2016.

Una mujer, blanca, de clase trabajadora, precarizada, se levanta, harta. “¿Y a mí de qué me sirve pertenecer al mayor bloque comercial del mundo? Prefiero que ese dinero [que pagamos a la UE] vaya al sistema público de salud […] De donde yo vengo, no tenemos nada que perder. […] Y lo que oigo todo el tiempo es que tengo que callarme. Estoy harta, estoy harta de sentir que no soy nadie. Que no tengo nada. Que no sé nada”. Y rompe a llorar, desconsolada.

Él jefe de la campaña del Remain, argumenta: “Es mentira, jamás hemos pagado a la UE 350 millones de libras a la semana”. La campaña al Brexit había hecho cuajar ese mensaje: recuperarían el dinero que se pagaba semanalmente a la UE y lo invertirían en Sanidad.. “Eso de que es mentira lo dices tú”, replica otro votante al que no han convencido los argumentos del Remain. No importan los hechos – luego , los dirigentes del Brexit reconocerían que mintieron– , no importa la verdad. Importan los sentimientos, las emociones.

La escena corresponde a Brexit: The Uncivil War (Toby Haynes, 2019). Y la mujer tiene razón en su análisis. Durante décadas, las élites políticas y económicas de Occidente han hecho calar ese mantra neoliberal: There is no alternative (No hay alternativa). Dejadnos las decisiones y la gestión de las cosas a nosotros, un grupo de tecnócratas altamente especializados por las universidades más prestigiosas del planeta. Reduzcamos el debate político a meras cuestiones formales en formato de programa televisivo: sociedad de consumo, política de consumo. Luego llegó la Gran Recesión, que los brillantes expertos no vieron venir, y siguieron en sus trece. Mismas medidas, mismos resultados. Más desencanto.

Yerra la mujer, en cambio, en su respuesta. No hay soluciones simples a problemas complejos. El Brexit, un proyecto dirigido por la derecha del Partido Conservador y por el ultraderechista UKIP además de por varios mentirosos profesionales, no sólo no va a sacarle de sus problemas materiales, no va a darle a ella el control de las cosas –como prometía la campaña– sino que, además, dañará irremediablemente el tejido social y político de la sociedad británica.

El apoyo al fascismo no procede tanto de las capas  desfavorecidas como de las clases medias

“Allí donde los gobiernos pueden redistribuir lo suficiente y donde la mayor parte de los ciudadanos disfrutan de un nivel de vida en ascenso, la temperatura política democrática no suele subir demasiado. […] La Gran Depresión hizo imposible mantener el pacto tácito entre el estado, los patronos y los trabajadores organizados. La industria y el gobierno consideraron que no tenían otra opción que la de imponer recortes económicos y sociales, y el desempleo generalizado hizo el resto. […] La atracción de la derecha radical era mayor cuanto más fuerte era la amenaza, real o temida, que se cernía sobre la posición de un grupo de la clase media,a medida que se desbarataba el marco que se suponía que tenía que mantener en su lugar el orden social”. Escribía el historiador británico Eric Hobsbawm sobre las décadas de 1920 1930, y parece que hablara de hoy.

Tradicionalmente, el apoyo al fascismo no procede tanto de las capas más desfavorecidas de la sociedad como de las clases medias y trabajadoras que temen perder su estatus socioeconómico. El combustible del fascismo es, siempre, ese miedo.

Entre tanto, poco parece hacer la izquierda. Influida por esos vientos de la progresía elitista y liberal anglosajona, parece más centrada en cuestiones identitarias y de microgrupos, dejando atrás, pasto del fascismo, a sus viejos caladeros de voto. Ese voto de clase. Digo parece, sé que no es: muchísimos militantes de la izquierda y el sindicalismo se dejan la piel cada día para mejorar la situación de los más desfavorecidos. Pero la imagen no es esa, y en una sociedad Instagram como en la que vivimos, la imagen, la comunicación es mucho, lo es casi todo.

Por la comunicación gana el Brexit: a los brexiters les basta ir sembrando falsedades aquí y allá –nos invadirán los turcos, los inmigrantes europeos nos roban el Estado del bienestar, reflotaremos la Sanidad con el dinero que pagamos a la UE– para que los remainers tengan que ir a remolque, apagando los fuegos que encienden los pirómanos de la verdad.

El fascismo es antisistema, pero tiene un colaborador necesario: la derecha de siempre

Fascismos los hay de varios matices. Pero la esencia es siempre la misma. La de usar un lenguaje populista que apela a los sentimientos más básicos del pueblo llano que se siente temeroso, furibundo, humillado, o todo ello, y atribuir las causas de sus males a elementos externos (los judíos, los inmigrantes, los políticos vendidos, la Unión Europea, los traidores), prometiéndoles recuperar su antigua posición social y/o la grandeur de la “nación”. Pero su objetivo último es siempre, y pese a utilizar ciertos elementos discursivos de la izquierda, el mantenimiento del status quo, de las prebendas de la elite.

Miren, si no, el programa económico de Vox, de Trump, de Bolsonaro, de Salvini. Y volvamos a Hobsbawm: “Mientras que en los Estados Unidos [del New Deal] el 5 % de la población con mayor poder de consumo vio disminuir un 20 % su participación en la renta nacional entre 1929 y 1941; en Alemania [bajo el nazismo] ese 5 % de los más altos ingresos aumentó en un 15 % su parte en la renta nacional durante el mismo período”.

El fascismo es inicialmente un movimiento antisistema. Pero que para llegar al poder tiene un colaborador necesario: la vieja derecha de siempre, o las fuerzas que habitualmente la sustentan, temerosas de que una situación de crisis o un eventual avance de la izquierda mine su poder. La imagen es clásica en Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976): los patronos y terratenientes se reúnen en la iglesia para hacer una colecta con la que financiar las escuadras fascistas, que pondrán “orden” entre campesinos y obreros cada vez más influidos por las ideas bolcheviques.

Otra imagen, más actual: cuando Jair Bolsonaro, hasta entonces un diputado conocido más por sus salidas de tono que por sus propuestas, comenzó a dar señales de que aplicaría políticas económicas neoliberales –además de mano dura contra negros, gais, rojos y demás chusma– , el apoyo de empresarios y de la Bolsa no se hizo esperar. Ganó.

Y como en Brasil, esta nueva derecha identitaria, o ultraderecha populista, o como se le quiera llamar, gobierna ya, sola o en coalición, en EEUU, en Rusia, en India (si las presentes elecciones no lo remedian), en Brasil, en Italia, en Polonia, en Hungría, en Austria, en Turquía, en Filipinas… Países que suman más de 2.300 millones de personas, casi un tercio de los habitantes del planeta, un cuarto del PIB de La Tierra.

Los ricos seguirán siendo ricos; no importa qué es lo que depara esta nueva ola fascista

En Brexit, en la película y en la realidad, la campaña se gana, en parte, gracias al uso de las nuevas tecnologías para analizar ingentes cantidades de datos, segmentar a los votantes y crear mensajes personalizados para ellos. Al frente de ella está Dominic Cummings, un consultor brillante y visionario capaz de percibir ese runrún, ese malestar, que las viejas élites políticas no aprecian desde sus torres de marfil. Se parece, en algo, a esos brillantes intelectuales seducidos por el fascismo de la primera hornada, deseosos de que anunciase algo nuevo que sustituyese al podrido sistema vigente.

También, hace noventa años, los fascistas eran expertos en los nuevos lenguajes, las nuevas tecnologías: el cine. Y entonces, como ahora, tenían poderosos mecenas. Pero, como advierte en la película el personaje que da vida al jefe de campaña del Remain, a estos, a los mecenas, les da igual lo que pase: “¿Quiénes están detrás del Brexit? Arron Banks y su mina de diamantes en Sudáfrica, o Nigel Farage, el viejo corredor de bolsa. Boris Johnson [de una acaudalada familia]. Jacob Rees-Mogg [cuya fortuna se estima en más de 100 millones de euros]. Ellos van a estar bien. Es sólo un juego para ellos. El riesgo es para vosotros y vuestros hijos”.

Los ricos seguirán siendo ricos –quizás aún más– , no importa qué es lo que depara esta nueva ola fascista. Ella, la mujer de clase obrera, ignorada y harta, seguirá sufriendo y siendo ignorada. Porque el fascismo es eso, convertir el malestar en ira, dar un vuelco al tablero, a la democracia, a los derechos humanos, para que lo que importa de verdad a quienes detentan el poder económico siga siendo igual que siempre.

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