Crítica

Cine guerrilla

José Martínez Ros
José Martínez Ros
· 4 minutos

Los jardines prohibidos 
Dirección: Pablo Vázquez

Género: Largometraje
Guion: Pablo Vázquez
Intérpretes: Olga Alamán, Belén Riquelme, Pablo Vázquez, Carlos Palencia, Hugo Álvarez Gómez, Irene Rubio, Jimina Sabadú
Produccción: NorberFilms
Duración: 90 minutos
Estreno: 2019
País: España
Idioma: Castellano

 

Desde hace unos años, la asociación entre en director-productor independiente Norberto Ramos del Val y el director-guionista Pablo Vázquez ha dado lugar a una sucesión de algunos de los productos fílmicos más irritantes, originales y estrafalarios creados jamás en España. Por supuesto, esto es algo que ignora la mayoría del gran público, tanto el que acude con frecuencia a las salas de cine, como el que se conforma con lo que le ofrece Netflix, el resto de plataformas digitales y la piratería, ya que ambos forman parte, y en cierto modo, se han convertido en los responsables de una suerte de cine-guerrilla, de underground nativo.

Las películas de Ramos del Val & Vázquez, tras su estreno, si lo hay, en algunas de las escasísimas salas de cine de arte y ensayo que sobreviven en Madrid, suelen desaparecer velozmente de la cartelera –aunque pueden emerger de repente en una multisalas de provincias de la manera más repentina e insospechada-. Para verlas, normalmente, hay que rebuscar en el fondo de los catálogos de Movistar o Filmin, pero el experimento –no siempre satisfactorio, desde el punto de vista artístico- vale la pena por lo absolutamente singular.

Después de un viaje lisérgico por los laberintos de la identidad, una especie de reinvención pop de Persona de Bergman (Summertime, 2012); de un demencial triángulo amoroso-paranormal en la era de la explosión de las redes sociales, sobrecargado de cameos (Faraday, 2013); de una comedia romántica alucinada y salvaje (Amor tóxico, 2015); de otra exploración de las relaciones de pareja, esta vez en clave sadomasoquista y negrísima (El cielo en el infierno, 2016); de una brutal sátira de la telerrealidad televisiva (Call TV. 2017).

Y por último, en la recientísima Lucero, a la que podríamos definir como un remake de Repulsión de Polanski, la narración del descenso a la locura de un personaje femenino, interpretado por una inquietante -y muda- Claudia Molina que se ve enfrentada al reto de aguantar los setenta minutos de metraje en una –casi- total soledad. Una auténtica performance fílmica. Pero ahora es Pablo Vázquez quien se nos presenta como autor en solitario en Los jardines prohibidos.

Todos los que hemos padecido insomnio, conocemos ese instante, esa hora inexacta y feroz de la madrugada, en la que nuestro cuerpo deja de girar por la cama en busca de una posición, de un punto mágico, desde el que forzar las murallas infranqueables del sueño. El momento en el que nuestro cerebro acepta, finalmente, que no va a llegar, y que nos aguardan todavía largas, interminables, horas de vigilia. Los jardines prohibidos es una amplificación de esa sensación, presentándonos un pequeño universo de tristísimos noctámbulos que vagan como espectros por un Madrid fantasmal, centrando su foco, como en el caso anterior, en un personaje femenino, interpretado por una también excelente Olga Alamán.

Como ocurre con todos los insomnes, la persigue su memoria, que vuelve transfigurada de irrealidad y tremendismo (y así tenemos la escena de la visita de la familia, la mejor de la película). La joven protagonista se interroga a sí misma sobre qué hay de malo en ella misma, sobre el motivo por el que está siendo castigada (porque, ¿cómo no creer que la están castigando si no deja de sufrir?), mientras que a su alrededor se mueven unos personajes a los que sólo se podría definir como otras almas en pena.

Si hay que ponerle una objeción, es que los toques de metacine, la urgencia por recordarnos que nos hallamos dentro de una ficción –habituales, por otro lado en el cine de Ramos del Val y Vázquez- nunca habían sido tan prescindibles. La historia de esta joven insomne es conmovedora y se sostiene por sí misma, y no le hace falta ninguna coartada.
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