Reportaje

Sexo perseguido, refugio provisional

Lara Villalón
Lara Villalón
· 12 minutos
Alaeddin ante la ventana del refugio Aman en Estambul (2019) | © Lara Villalón


Estambul
 | Marzo 2019 |

Owen visita como cada mes a varios refugiados en la ciudad turca de Gaziantep, en la frontera con Siria. Ha reunido fondos para comprar abrigos a varias familias. Durante la tarde visita a un matrimonio mayor que tiene cinco hijos. Ellos lo reciben con mucha comida siguiendo la tradicional hospitalidad siria. Tres de los hijos trabajan unas diez horas diarias, aunque uno de ellos debería estar cursando estudios secundarios en lugar de malgastar sus horas en una pequeña fábrica.

El mayor de los hermanos sale a tomar el aire con Owen. “Soy gay pero mi familia no lo sabe”, le comenta Bashar (nombre ficticio). “Ayúdame a salir de aquí. Alguien lo ha descubierto y me amenaza con contárselo a mi familia”.

El caso no coge por sorpresa a Owen: a través de conocidos le han llegado otras historias de jóvenes sirios, iraquíes y afganos que necesitan ayuda no solo por haber huido del conflicto que arruina su país, sino por su condición de ser gays o lesbianas. Por eso Owen decidió crear a principios de 2017 Aman Shelter, un refugio para solicitantes de asilo homosexuales y trans.

Situado en un edificio en Estambul que solo conocen los miembros de la organización por motivos de seguridad, el refugio acoge a una veintena de solicitantes durante un máximo de tres meses, lo que dura el permiso de estancia con un visado turístico en Turquía. Durante este período se les ofrece asistencia psicológica y manutención, reciben clases de turco e inglés e intentan orientar sus proyectos personales para cuando salgan del refugio. “Más allá de la comida o del refugio, lo que intentamos es crear un sentimiento de comunidad. Que se sientan aceptados, crear un hogar”, comenta Aws, un joven iraquí que dirige actualmente Aman Shelter.

Alaeddin cuenta con ansiedad los días que le quedan en el refugio. No sabe qué vendrá después. Huyó hace un año y medio de Alepo con su familia y se instaló en Estambul. A través del sistema de solicitantes de asilo de ACNUR fue aceptado hace casi un año en el Reino Unido, pero Londres aún no le ha dado luz verde a su traslado.

“No entiendo a qué esperan. ¿No saben que estamos en peligro? Reino Unido no es el único país que ha aceptado LGBT y aún no los ha acogido. Es una cuestión de vida o muerte. Parece que la Unión Europea quiere frenar las llegadas”, comenta este joven de 22 años. Es uno de los 800 refugiados LGBT que han sido aceptados formalmente en un tercer país a través de las gestiones de ACNUR, y ahora esperan recibir los papeles necesarios para poder tomar el avión y viajar a su nuevo hogar.

A veces, esta espera se prolonga indefinidamente. En las últimas semanas, una quincena de refugiados sirios interpusieron una reclamación legal contra el Ministerio de Interior británico, alegando que habían sido abandonados a una “vida peligrosa” en Turquía, a pesar de haber sido aceptados hace meses por las autoridades británicas.

“Mi familia ha descubierto que soy gay y quieren matarme. Si me ven por la calle, pueden hacerlo»

Alaeddin, de cabello corto y ojos grandes, se expresa con todo el cuerpo en tensión. Repite constantemente la misma idea y a veces no consigue terminar las frases. Hace meses que huyó de su familia, que también reside en Estambul. Casi no sale del refugio para que no lo encuentren. “Mi familia ha descubierto que soy gay y quieren matarme. Si me ven por la calle me pueden matar cualquier día y no pasará nada. Nadie me buscará. Nadie irá a la cárcel. Esto me genera mucha ansiedad. Puedo morir cualquier día”, explica.

El sistema de acogida de ACNUR en Turquía asigna a cada refugiado una ciudad; teóricamente no puede salir de la provincia sin un permiso de las autoridades. “No puedo ir a otras ciudades. Además el resto de Turquía es más conservadora. Tampoco puedo volver a mi país porque sigue en guerra. No puedo ir tampoco a Reino Unido. No sé qué hacer”, lamenta Alaeddin. A él le ha tocado Estambul; peor lo pasan los gays a los que se les ha asignado alguna ciudad del interior de Anatolia, mucho menos liberales.

Mientras espera su traslado a Reino Unido, Alaeddin se entretiene con las actividades del refugio y ayuda a los voluntarios con algunas tareas. La convivencia no siempre es perfecta. “Aquí convivimos gente de Siria, Iraq, Marruecos, Afganistán… es un desastre. La organización hace lo que puede pero el problema es nuestra situación como LGBT. No podemos desarrollarnos como personas, lo único que hacemos por ahora es intentar sobrevivir”, concluye.

Sin guerra, sin refugio

Mientras Alaeddin pasa el tiempo a la espera de viajar por fin al Reino Unido, Nefertiti lucha por poder quedarse en Turquía. Esta joven transgénero de 19 años dejó Rabat hace casi cuatro meses para solicitar asilo en Turquía. Vino con la excusa de atender un taller en Estambul, una vía fácil en su caso, porque los marroquíes no necesitan visado para entrar en Turquía.

“A los 16 años me echaron de casa y desde entonces he vivido en casa de amigos. Durante este período decidí hacer la transición de género. Tomé hormonas pero mi cuerpo las rechazó. Los insultos y vejaciones eran constantes en el instituto y en la calle”, comenta Nefertiti. Hace unos meses, su padre la vio paseando con otra amiga trans por la calle, la llamó al móvil y la amenazó de muerte. “Un día me esperó en la puerta del instituto y me dio una paliza. Después de los exámenes decidí salir de Marruecos”, explica.

“Casi no salgo a la calle porque si me para la policía, me deportarán», dice una marroquí

Durante los noventa días que pudo estar legalmente como turista en Turquía, Nefertiti no ha podido registrarse en ningún centro de inmigración como solicitante de asilo LGBT: “¿Qué haces aquí si tu país no está en guerra? Vete a Europa”, le han dicho más de una vez en estos centros. “Me han dicho que ACNUR ya no registra a solicitantes de asilo. He ido a centros en otras provincias a probar suerte y tampoco. Todas las ayudas están destinadas a refugiados de Siria, Iraq e Irán”, comenta.

Sin acceso a un permiso laboral, Nefertiti ha ido dando tumbos por varios trabajos precarios en restaurantes en los que ni siquiera siempre le han pagado. Su situación ha empeorado ahora: al haber rebasado los 90 días, vive ilegalmente en Turquía. “Casi no salgo a la calle porque si me para la policía, me deportarán. Conozco a muchos marroquíes que llevan más de un año aquí de forma ilegal. Otros han sido deportados. No tenemos muchas opciones”, lamenta. “No sé qué haré cuando salga del refugio porque los tres meses que puedo pasar aquí están a punto de terminar y ni ellos ni yo sabemos qué puedo hacer”, comenta con angustia.

En el refugio de Aman tienen cada vez más casos de solicitantes de asilo oriundos de países africanos que están ilegalmente en Turquía porque no consiguen registrarse. “No los podemos tener dentro del refugio porque son personas sin permiso de residencia. Lo que hacemos ahora es alquilar habitaciones en pisos cercanos al refugio para poder atenderlos sin poner en peligro al resto de personas que acogemos”, comenta Aws, el coordinador.

El refugio actúa bajo el paraguas de una ONG que ofrece todo tipo de ayudas a refugiados en Turquía, aunque Aman no está registrada como refugio ante las autoridades turcas “por motivos de seguridad”, explica Aws. La organización decidió actuar en la sombra por miedo a posibles ataques del gobierno del islamista Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) y su creciente presión sobre organizaciones humanitarias.

Tras el intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016 y bajo el estado de emergencia, que estuvo vigente en el país durante dos años, el gobierno turco cerró unas 1.300 ONGs, según datos de Amnistía Internacional. Muchas organizaciones que actuaban junto a asociaciones locales tuvieron que salir del país, otras actúan ahora sin estar registradas o solo entran a Turquía para realizar acciones humanitarias muy específicas. Aunque el gobierno desconoce la existencia de Aman, el refugio cuenta con la aprobación del ‘muhtar’, una figura administrativa que controla el barrio. De forma discreta, Aman intenta recaudar fondos a través de donaciones en actos solidarios o a través de internet.

En Turquía, la homosexualidad es legal desde 1858 pero hay rechazo social y asesinatos de trans

Además, la intimidación a los colectivos LGBT en Turquía también ha aumentado en los últimos años. En el país euroasiático no existen leyes contra la homosexualidad; de hecho es legal desde 1858. Y aunque en Estambul y Ankara existen numerosas organizaciones por los derechos de los homosexuales y hay una vibrante escena LGBT, la mayoría de la población sigue rechazando la homosexualidad y la transexualidad. Según un informe de Transgender Europe, Turquía encabeza la tasa europea de asesinatos de transexuales. Cuatro mujeres trans fueron asesinadas en 2018. En los últimos tres años el gobierno ha impedido la tradicional marcha del orgullo y ha cancelado varios eventos de temática gay, como exposiciones o reproducción de películas.

Esta situación deja en condiciones muy precarias a las asociaciones que intentan proteger los derechos del colectivo. Según ACNUR hay unos 1900 solicitantes de asilo LGBT en Turquía, aunque la cifra real podría ser bastante más elevada: muchas personas se registran simplemente como refugiadas porque no quieren que sus familias descubran su condición sexual.

Incluso con la solicitud hecha, es mejor pasar desapercibido, sobre todo cuando la ciudad asignada por ACNUR es una de las urbes conservadoras de Anatolia. Incluso en Estambul hay que evitar ciertos barios, comenta Sola, una mujer transgénero de origen bereber: en ciertos distritos tiene miedo a que la ataquen. “Si voy por los barrio de Taksim o Besiktas me siento muy segura, pero en otros barrios no. Una vez me lanzaron un vaso de cristal”, comenta.

Sola llegó a Turquía con el mismo modus operandi que Nefertiti. Encontró una asociación libanesa que realizaba un taller en Estambul sobre ciberseguridad para personas LGBT y lo utilizó para quedarse en el país. “He intentado registrarme como refugiada en varias ciudades pero en todos lados me deniegan la solicitud, es como si hubieran cerrado el registro”, comenta.

«Mi madre me acepta, pero la sociedad allí es muy patriarcal», dice una marroquí trans

Esta profesora de 26 años huyó del sur de Marruecos a causa de las constantes agresiones de familiares, de desconocidos en la calle o en el lugar de trabajo. “Mi padre o mis hermanos me pueden matar. Mi madre me acepta pero la sociedad allí es muy patriarcal. Mi madre no tiene poder dentro de la familia”, explica. Sola pasa los días en Estambul trabajando en una cafetería e intentando encontrar una forma de regularizar su situación porque ya ha rebasado su límite de estancia turística de 90 días. “No me quiero quedar en Turquía. No me parece que sea un país libre. Aunque es un poco mejor que Marruecos”, afirma.

Sola tampoco se encuentra cómoda en el refugio. La difícil situación de los solicitantes de asilo y su espera interminable hace aflorar fricciones entre las diferentes nacionalidades que residen en el refugio. Un sirio señala que la condición de todos es difícil, pero que al menos los norteafricanos tienen la familia lejos, allá en su país, mientras que la mayoría de sirios viven bajo amenaza de sus propios familiares, igualmente refugiados en Turquía. Los marroquíes en cambio se quejan de que casi todas las ayudas humanitarias están destinadas a sirios o iraquíes y que ellos son invisibles como solicitantes de asilo. Lo sirios lo rebaten y les recuerden que el Magreb no está en guerra. A Ahmed, en cambio, le molesta que sus compañeros recen en el refugio: la religión le parece algo conservador que le genera rechazo.

Ahmed es un joven de 22 años, nacido en Egipto. Decidió huir del país cuando su familia descubrió que era gay. “Me pegaron, me rompieron la nariz y me amenazaron de muerte”, relata. Primero intentó solicitar asilo desde el propio Egipto, pero en las instancias correspondientes se le dijo que solo se aceptaban solicitudes de extranjeros. Llegó a Turquía con un visado de turista, que para los egipcios es fácil obtener online y que da derecho a una estancia de 30 días. Pero se ha topado con el mismo muro que el resto de sus compañeros del continente africano: ACNUR solo registra a refugiados de Siria, Iraq e Irán.

Desde Estambul, Ahmed ha intentado recuperar el contacto con algunos familiares, pero sin suerte. Ha escrito un mensaje a su hermana, pero ella, aunque lo ha leído, no ha contestado. “Ahora paso los días intentando encontrar una forma de legalizar mi situación aquí. He trabajado un tiempo en un restaurante pero ahora no tengo trabajo”, comenta.

A Ahmed le da miedo que la policía lo encuentre y lo deporte. “Se nota que soy gay y encima mi visado está caducado”. Hoy ha ido por enésima vez a visitar ASAM, una organización para solicitantes de asilo y migrantes. Ha vuelto sin solución. “Vuelva usted mañana”, le han dicho.

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