Crítica

Desde Tánger, con pistolas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 4 minutos

Pablo Aranda
La distancia

Género: Novela
Editorial: Malpaso
Páginas: 224
ISBN:  978-84-1666-534-1
Precio: 20 €
Año: 2018
Idioma original: español

Están las novelas que últimamente se consideran el súmum de la literatura, y están las otras, esas en las que pasan cosas, como dijo una vez Luque. Novelas casi a la antigua usanza. Con personajes. Pongamos que se llamen Emilio, Marta, Tamar. Con un escenario trazado con precisión. Pongamos una Granada estudiantil, una Tánger de consulados, hoteles, mansiones, seguratas y traficantes de tres al cuarto. Con una trama: pongamos que Emilio se enamora de Tamar, que es marroquí, pero que ella se casa con otro. Porque es marroquí y es que mi madre, es que mi familia, es que. No es decimonónico: es la vida misma. Aunque no debiera.

La vida. Pablo Aranda (Málaga, 1968) la traza a la acuarela. Apuntes arrojados al papel, un poco difuminados, lo justo para que el espectador se pueda imaginar el paisaje. Pero sin ambigüedades: los contornos están ahí. Basta con fijarse.

No es una novela sobre Marruecos: el país apenas sirve de trasfondo en el que ubicar la parte salvaje de la historia, el disparo de pistola, el cristal roto, las fotos comprometidas, el espionaje, los muertos. Todo cosas que transcurren mejor en el otro lado del Estrecho, ahí abajo (en realidad, todo eso podría suceder igual de bien en Málaga, pero entonces la novela sería otra novela). En todo caso, en la medida en la que aparece Marruecos – mejor dicho, Tánger – está bien trazado, no hay pasos en falso ni tonos estridentes, no hay capas de pintura de postal. El autor sabe de qué habla. Todo aquí es creíble. Y aunque en la realidad real, mandar a un sicario a matar a un español es algo que no suele hacerse en Marruecos, por aquello del escándalo, el guion lo exige y sí, nos lo creemos.

Y desde que salieron a la prensa los papeles de Villarejo sabemos que también es creíble la parte española de la trama, la más sórdida de todas. Interior, el Coronel, misiones secretas que son zancadillas, la guerra sucia. En medio, Emilio. Ser intérprete de árabe tiene esas cosas: puede que te ofrezcan meterte en algo de más alcance que el cotidiano juzgado y puede que ese algo te venga grande.

Ser intérprete de árabe tiene esas cosas: puede que te ofrezcan meterte en algo de más alcance

La distancia es una novela escrita con muy buen oficio, con pasión en el argumento y austeridad en el estilo. Una austeridad lírica, medida, las palabras justas para dibujar la acción. A veces muy justas: falta del todo la escena en la que se enrollaron, hace tanto que fue otra vida, Emilio y Marta. Ni siquiera se insinúa la escena, nada permite afirmar que ocurrió, pero como lector sabemos que necesariamente ocurrió, y justamente por eso, porque lo sabemos, el autor se ahorra contarlo. Sabe que no hace falta.

Todo el papel de Marta respira esa voluntad de escatimar escenas: sus apariciones, casi cameos, están por debajo de lo que esperaríamos de una historia bien trenzada, con cada personaje en su sitio preciso. Con los mimbres que usa Pablo Aranda habría sido fácil redondear la obra, hacer encajar las piezas como un engranaje preciso con final redondo. E intuimos que precisamente por eso, porque habría sido fácil, eligió no hacerlo: prefirió la vida misma, imperfecta, apenas insinuada, al efectismo de un cierre con fuegos artificiales.

Si algo no me encaja es el tiempo. La insistencia en que han pasado 20 años, unos 20 años que parecen de canción. Pero las mellizas, Amina y Leila, las hijas de Tamar, aunque en ningún momento se nos dice la edad que tienen, son aún medio crías, rondarán los diez, doce años, no más. Eso abre un hueco que es fácil de cubrir en la vida de Emilio – viajes ytrabajo en países árabes varios – pero complicado en la de Tamar: casi una década casada y sin hijas. No pega en lo que se le supone la trayectoria que eligió, que eligieron para ella. Pero no es algo que afecte la estructura narrativa: simplemente, imaginamos, quedaba más sonoro decir veinte años que catorce y medio. La historia es la misma. Y es, cosa rara en las novelas de hoy día, una buena historia.

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