Opinión

De salarios y brechas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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¿Y si hacemos huelga? Era la primera reacción de una ciudadana en Twitter al ver la noticia en los medios de que a partir de este jueves, 7 de noviembre, las mujeres de Europa trabajan gratis hasta el fin del año… al menos si se compara su salario con el de los hombres. La brecha salarial, así se llama. El hecho, bastante conocido, de que las mujeres cobran menos que los hombres.

El dato, por llamativo que sea darlo de esta forma, es correcto si se quiere visualizar así. La brecha salarial, la diferencia entre los salarios de los hombres y los de las mujeres, es actualmente del 15 por ciento en España; Un 15% de un año son 55 días, que es justo lo que nos falta para Nochevieja. Las matemáticas no fallan. Lo que falla es la lógica social que muchos derivan de ellas.

Usted, lectora, cuando oye la palabra “brecha salarial”, seguramente piensa en que su jefe le paga a usted menos por ser mujer: que si hubiera llegado a la entrevista de trabajo con un pito entre las piernas, o con la ropa que externamente lo cubre/enuncia, corbata incluida, le habrían ofrecido un salario más alto. No sé si en el caso se usted en concreto fue así, pero le aseguro que hay muchas mujeres en España a las que les ha pasado y a las que les sigue pasando. Si usted es funcionaria, obviamente, se salva. Pero en la empresa privada, en la que el patrón puede fijar el salario a ojo…

Que me lo digan a mí. He visto a compañeras en las redacciones de periódico cobrando netamente menos que yo por un trabajo similar. (También me he visto yo cobrando netamente menos que otros compañeros que hacían trabajos idénticos al mío pero llegaron en otro momento o negociaron mejor). Evidentemente, pagar a una mujer menos que a un hombre por el mismo trabajo es un delito: constituye discriminación por sexo y eso está prohibido.

¿Quién es el guapo o la guapa que defina en un juicio qué se ha de considerar el mismo trabajo?

Está prohibido pero ¿no ocurre? Circula por las redes el rumor de que alguien ha ofrecido un premio de 6.000 euros a quien demuestre que las mujeres ganan menos que los hombres por el mismo trabajo. Y no hay aún ganador anunciado. La razón es sencilla: ¿quién es el guapo o la guapa que defina en un juicio qué se ha de considerar el mismo trabajo? En una fábrica textil o mecánica en la que todo el mundo hace el mismo gesto de cortar telas o de apretar tornillos tal vez se podría lanzar un juicio al respecto y ganarlo. Y a lo mejor allí no ocurre. En un periódico – hablo de lo que yo conozco – es prácticamente imposible, porque el valor mercantil de un periodista se juzga por variables tan esponjosas como la brillantez del estilo, la agenda de contactos… Usted puede escribir como un babuino con brocha, pero si es capaz de levantar el teléfono y tener al otro lado, no sé, al jefe de prensa de Bagdadi, pues ya puede pedir sueldo.

Juzgar el valor del trabajo es el trabajo del jefe. El problema aquí es: en la sociedad patriarcal en la que vivimos, numerosísimos jefes, casi todos hombres, pero también mujeres, tienen la impresión subjetiva de que el trabajo realizado por un hombre está mejor hecho que el mismo trabajo realizado por una mujer. Una impresión que acaba de reflejarse en el salario -y en los ascensos que se traducen en mayor salario – pero que es muy difícil de desmontar jurídicamente. E igualmente difícil de rebatir o de demostrar mediante anécdotas y experiencias propias, porque al igual que ocurre al revés, obviamente también existen casos en el que el individuo A, casualmente hombre, hace un trabajo mejor que un individuo B, casualmente mujer. No se sorprenda, lector, si en algún caso ese individuo B se ponga a reivindicar su condición de mujer para clamar que sufre injusticia: aprovechados hay en todo colectivo en desventaja. A lo que no debe llevarnos es a afirmar que no hay desventaja. La hay.

Pero todo este debate tiene muy poco que ver con la brecha salarial. Casi nada, en realidad. La brecha salarial seguiría ahí, en cifras similares a la actual, si todo patrón pagase religiosamente el mismo salario por trabajos similares a sus empleados, sin distinción de sexo alguna.

Porque la brecha salarial, así la define la Comisión Europea, es la diferencia, en porcentaje, entre el salario por hora ganado por todas las mujeres de un país frente al salario por hora que ganan todos los hombres del mismo país. Si hay más hombres en profesiones mejor pagadas – que de hecho los hay – existe brecha salarial. Sin que importe lo que haga el patrón.

No se debe a que un cirujano cobre más que una cirujana, sino a que un cirujano cobra más que un enfermero

La brecha salarial no se debe, de entrada, a que un hospital (privado) pague más dinero a un cirujano que a una cirujana, sino a que un cirujano cobra más que un enfermero, y que hay – ahí está la herencia de nuestra sociedad patriarcal – más hombres cirujanos y más mujeres enfermeras. Y ese reparto de profesiones no es culpa de la dirección del hospital, porque hacerse cirujana o enfermero es una decisión que debe tomar el y la estudiante años antes, en la carrera.

Por eso, plantear una huelga contra la brecha salarial sería absurdo. Una huelga (o cualquier otro acto de reivindicación) debe definir una desigualdad, debe nombrar a los responsables y debe exigir medidas para corregirlas. Ahora bien ¿quién es el responsable del reparto de profesiones respecto al sexo en España?

Somos todos nosotros. Son las novelas que usted leía en su infancia, las películas de Hollywood con sus médicos guapos y sus enfermeras abnegadas, son los padres de usted que le aconsejaron (estudia esto, hija mía), es usted misma. Hace bastante que ya no son las leyes. Desde que Elena Maseras se graduara en Medicina en Barcelona en 1872 (la misma década en la que estudiaron las primeras doctoras en Inglaterra y Francia, por cierto, y más de 30 años antes de que se permitiera en Alemania).

A mí, 150 años me parecen muchos años para llegar de una desigualdad abrumadora a una relativamente baja. Quiero pensar que se debe en parte a los 40 años de dictadura nacionalcatólica en España. De hecho, la propia Comisión Europea destaca España como el gran ejemplo de que la brecha se está reduciendo: Entre los trabajadores de más de 64 años, la diferencia es del 44 por ciento, entre los menores de 35 años es del 8,5 por ciento, y baja al 7,5 entre menores de 25. Pura lógica histórica: quienes tienen ahora 65 años tuvieron que tomar la decisión respecto a su carrera – ellos o sus padres– en 1972. Aún vivía Franco.

Una manera de luchar contra la brecha salarial es repantigarse en la silla y esperar que se muera una generación

Obviamente, una de las maneras de luchar contra la brecha salarial es repantigarse en la silla y esperar que se muera aquella generación. De muestra, un birrete: En 2015, había una mujer rectora por cada 50 hombres rectores en la Universidad de España: un 2%. En 2017 era el 8%. En 2018, el 16%. Si pensamos que para llegar a rector hace falta cierta edad (la edad media del profesorado está en los 53 años en España), esta evolución refleja solo parcialmente una mayor conciencia feminista del claustro: representa también el cambio de mentalidad de las familias que enviaban a sus hijos – y cada vez más a sus hijas – a la universidad en los años 70. Donde no hay mujeres no pueden nombrarse.

Por el mismo motivo tiene poco sentido echar pestes del machismo de las altas instituciones académicas o judiciales cuando vemos una foto de sus señorías, todos hombres (y todos calvos o canosos, por supuesto). Gran parte de la culpa no es de ellos. Es de los padres y abuelos de usted, lectora. España tiene la historia que tiene.

No es que este fenómeno haya acabado del todo. La Universidad ya cuenta con un 51% de mujeres en sus aulas, pero no todas cobrarán igual al terminar la carrera y salir al mercado laboral. En Salud, el 71% de las matrículas ya corresponden a mujeres (queda por ver el reparto por ramas). En Educación es el 77%, en Periodismo, el 61%, en Artes y Humanidades, el 59%. Pero en Informática, el 12%, en Ingeniería, el 26%. Y yo nunca he visto a una ingeniera diplomada poniendo copas en un bar. A un licenciado en Historia del Arte o en Magisterio, sí, y a periodistas, también.

No sé si he podido convencerle, estimada lectora. Espero que no. Sería un error. Porque eso de que España tiene la historia que tiene implica, obviamente, que aquí vamos retrasados frente al resto de la tan civilizada Europa. Y no es así. La brecha salarial es del 15,1% en nuestro país, dijimos. La media de la Unión Europea es el 16%. Y adivine usted quienes los países con mayor brecha: entre otros, Austria (19.9%), Reino Unido (20,8%), Alemania (21%).

Sí, yo también me he quedado estupefacto.

La excelente cifra de Italia – una brecha del 5%, ¡albricias! – no es una historia de éxito feminista

La Comisión Europea ofrece algunas explicaciones al respecto: la incorporación de la mujer al mercado laboral y el porcentaje de trabajo a tiempo parcial. Y resulta que si en la mayoría de los países de la UE, el empleo parcial entre los hombres queda por debajo del 10% del total, el de las mujeres varía mucho: es superior al 20% en España y se aproxima al 50% en Alemania. Y aunque la brecha se calcula dividiendo la masa salarial por hora trabajada, se da por hecho que un trabajo a tiempo parcial en general es uno peor pagado.

En esto entran factores tan poco obvias como la natalidad: la de Alemania, con 1,6 hijos por mujer, es superior a la de España (1,3). A más embarazo, más mujeres que dejan su empleo y luego buscan el trabajo que les surja, frente al marido que se embarca en una carrera y escala puestos. Sí, ya sé que no debería ser así, y que este modelo de familia es patriarcal, pero así es como sigue ocurriendo hoy en muchos casos. Tal vez, reducir la brecha salarial pase por exigir más guarderías públicas.

Por estos mismos motivos, la excelente cifra de Italia – una brecha de solo el 5%, ¡albricias! – no es ninguna historia de éxito feminista. Se debe simplemente a que muchas más mujeres se quedan en casa, haciendo labores no pagadas, mientras que los empleos – también los mal pagados – están copados por varones: apenas un 53% de las italianas están activas en el mercado laboral, frente al 70% de los hombres. En España, con un 60% de empleo femenino, muchas de estas amas de casa están currando, aunque sea fregando escaleras unas horas al día. Salarios bajos, sí, pero salarios. Un país, pensemos en uno de esos árabes del Golfo, en el que solo un puñado de hijas de familias ricas cobrara sueldo, preferentemente como gerente de la empresa familiar, mientras que todo el proletariado fuesen hombres, no tendría brecha salarial… pero tampoco tendría nada de feminista.

En resumidas cuentas: la brecha salarial no es una enfermedad de nuestra sociedad. Es un síntoma. No sirve de nada manifestarse contra la brecha. Lo que sí hay que hacer es rebelarse contra los factores sociales, ideológicos y políticos que la causan. Antes de hablar de huelgas o pancartas deberíamos barrer ante nuestra propia puerta. Eso sí, con digno salario de barrendera.

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