Miénteme, dime que me quieres

por Natalia Leiva

Malevaje

Eran serios y turbios como los barrios bajos
de donde yo nunca he logrado escapar.

En estos versos publicados en Daiquiri (1989) el poeta Juan José Téllez le puso un monumento literario a las partes más oscuras de Algeciras, portuarias en el sentido duro y lírico de la palabra. Treinta años más tarde, quién lo habría dicho, ese Algeciras portuario sigue ahí, y le pone un monumento visual la lente de Natalia Leiva (1978). Son los mismos barrios bajos, el barrio, porque en la cámara de Leiva solo hay uno, es suficiente, una calle, no hace falta más, un solo bar, con esto basta. Todo está ahí, toda la poesía, todo el malevaje.

Con las manos sucias de sangre y malevaje, dice uno de los versos de Téllez. En estas fotos no hay sangre. La violencia está ausente. Predomina la ternura, el cariño. Pero adivinamos que es una ternura que forma un oasis en un mundo violento. En cariño esforzado, contra todos los pronósticos. En algunas imágenes lo creemos auténtico, una rebeldía contra la fealdad del mundo, una resistencia cuando ya todo parece perdido, desmoronándose los años y las esperanzas. En otras nos cabe poca duda: es de pago. Falso como una moneda.

Miénteme, dime que me quieres, titula Natalia Leiva su historia. Porque en los barrios bajos, la realidad hace falta enmascararla como se puede, comprando ficciones difuminadas tras el humo de tabaco. Por eso, estas fotos no son poemas. Cada una es un capítulo entero de una novela que aún nadie se ha atrevido a escribir. Ni Téllez siquiera, aunque llegara cerca. Todo está ahí, en esa composición de dos latas de cerveza, un paquete de cigarrillos, una sandalia caída, unas rodillas al descubierto, y unos párpados que son lo contrario a la poesía: son la realidad pura y dura, maleva. Y ah, fíjense en el espejo.

Cada capítulo de esta novela en diez entregas tiene su subtrama, sus personajes secundarios y sus protagonistas. Que lo mismo puede ser un Fernando Pessoa desmejorado, recién huido del hospital, que un fumador que cree en la inutilidad del vestir. Lo que más me intriga de la historia es el final: ¿cómo acaba aquel botijo en manos de un señor con traje de chaqueta?

[lya U. Topper]