Crítica

Una de yihadistas

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 6 minutos

Tomás Bárbulo

Vírgenes y verdugos

Género: Novela
Editorial: Salamandra
Páginas: 416
ISBN: 978-84-1623-733-3
Precio: 19 €
Año: 2019
Idioma original: castellano

Barbulo Virgenes

“Trepidante” es la palabra que más se lee en las reseñas de esta novela, empezando por la solapa. Y es que el término —rápido, agitado, intenso, dice la Academia— le va perfecto al libro. Una historia con tres personajes principales, cuyos trayectos se van barajando en capítulos que nunca duran más de cinco páginas. El Saharaui, un militante de nivel medio del Daesh —Estado Islámico—, que vive en Raqqa y trafica con antigüedades para financiar la yihad. Solo que no es militante sino espía infiltrado. Malika, una chica de Ceuta que hace poco se ha puesto velo y ahora tiene la ilusión de trabajar como enfermera en Raqqa para curar a los heroicos yihadistas del Daesh. Solo que tampoco es cierto: ella también es una espía infiltrada. Y su hermano, Rachid, que anda en compañías muy poco recomendables de Ceuta y del otro lado —Tetuán y por ahí— y se deja meter en el negocio de la droga. El chocolate no, algo más gordo: la coca, esa que hay que traer desde los desiertos de Mauritania y luego pasarla a Algeciras.

En resumen: los tres tienen todas las papeletas compradas para acabar mal, muy mal.

Tomás Bárbulo juega con maestría con la tensión, tira y afloja como un pescador que tiene al lector en el anzuelo desde la primera página. Y lo hace con un estilo cinematográfico: no sabemos nunca qué piensan los personajes, solo veremos lo que hacen. Aquí no hay voz en off, no hay narrador omnisciente, no hay ni una palabra más de lo que vería una cámara que enfocara en cada momento al Saharaui, a Malika, a sus interlocutores, a la niña Alia, a la esclava yezidí: podemos ver el movimiento de sus dedos, escuchar sus diálogos, pero si dice la verdad o miente, eso ya queda por ver.

A la madre de Malika le da igual que se case con uno del Daesh con tal de que la boda sea en Ceuta

Alia, la niña ceutí de 14 años, se ha enamorado de verdad de un yihadista. El Camaleón está dispuesto a meterse a lo grande en el negocio de la coca. El inspector jefe Burón se huele algo. A la madre de Malika le da igual que se case con uno del Daesh con tal de que la boda sea en Ceuta, pero no te preocupes, que si hace falta ir a Siria, voy. Ay, que me vas a matar a disgustos, hija.

No sé si las escenas que transcurren en Raqqa son realistas: sin haber ido —y son pocos los que han ido y aún menos los que han vuelto— es imposible aseverarlo, pero a mí me lo parecen. Al igual que no sé si son realistas las que transcurren entre agentes secretos en aeropuertos diversos o las de los traficantes de droga en los desiertos mauritanos: tampoco he ido. Pero nos consta que Tomás Bárbulo sí: fue durante muchos años corresponsal del diario El País para prácticamente todos los países del Magreb y la mayor parte de los del Sahel. Yo lo leía entonces —fue un reportaje sobre inmigración a Canarias desde el Sáhara Occidental— y el nombre del periodista que firmaba se me quedó grabado para siempre: era la primera vez que leía un artículo sobre el tema escrito por alguien que realmente, pero de verdad, se enteraba de qué pasaba ahí, en lugar de rumiar los lugares comunes de siempre. Y aunque en Raqqa, Bárbulo no haya estado (creo), no nos cabe duda de que, periodista que es, se ha informado bien.

El botón de prueba: si las demás escenas de la película, quería decir del libro, son solo la mitad de fieles a la realidad como lo es el discurso de la sufrida madre de Malika, mora y ceutí, resuelta y quejica, me voy a morir sin haber visto a mi hija, entonces es el libro más realista que se ha escrito en muchos años.

Dicen que esta novela es la segunda entrega de una saga centrada en el Saharaui (tras La Asamblea de los muertos), y no sé si tal vez hay lectores que lleguen a Raqqa sabiendo más del trasfondo y probablemente muy oscuro pasado de Haibala Ahmed, pero tengo la sensación de no saberlo, de no tener idea de quién es ese hombre, forma parte de la estructura de la novela: tampoco sabemos de dónde sale Malika. Del barrio del Príncipe, sí, pero ¿cómo?

No tenemos ni idea de por qué Malika y el Saharaui se juegan la vida como espías

Es verdad que esta falta de información, la ausencia de todo monólogo interior, impide profundizar en el carácter de los personajes: no tenemos ni idea de por qué Malika y el Saharaui se juegan la vida como espías ni hasta dónde creen justificado llegar en su papel. Tampoco sabemos nada de lo que piensan los demás militantes mauritanos, marroquíes y británicos que pululan por Raqqa y por la novela y que realmente creen en la yihad. La novela no nos ofrece una reflexión sobre el lado humano de toda ideología, no nos acerca a los fundamentos psicológicos ni sociales que han hecho posible el Estado Islámico, imán de adolescentes desde Ceuta a Birmingham que caen en su atracción como virutas de hierro. Pero qué duda cabe que al mismo tiempo, la novela, en lo que a ritmo y tensión se refiere, sale ganando.

Así que no me hagan hablar más, que me entran tentaciones a contar más de la cuenta, y no se puede. Recuéstense, encienden la lamparilla de leer, prepárense para un par de horas de cine tenso e intenso —no hacen falta los tiroteos, bastan los dedos en el gatillo— con una sucesión de escenas filmadas a distancia corta y, ¿cómo decíamos?, trepidantes, respiren hondo y denle al play.

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© Ilya U. Topper | Especial para M’Sur

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