Entrevista

Julio Llamazares

«Las catedrales son la cajas negras de las ciudades»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 17 minutos
julio llamazares
Julio Llamazares (Foto promocional) | © Cecilia Orueta / Alfaguara / Cedida


Sevilla  |  Octubre 2018 

En Baeza estuvo a punto de quedarse encerrado en una torre de la catedral. En Jaén, el sacristán le echó con cajas destempladas porque se le ocurrió preguntar si no era tiempo de quitar lo de la revolución marxista de 1936 para referirse a la Guerra Civil. En Huelva, otro sacristán le enseñó la catedral con aire de maître de restaurante… y descubrió que, en efecto, había trabajado como tal antes de hacerse religioso. “No sabía nada, porque llevaba poco tiempo, pero todo lo resumía diciendo: este cuadro… es tela de antiguo. Este es tela de bonito. Esta virgen pesa tela”, recuerda. Y no falta su retrato de un arquitecto que está construyendo con materiales de desecho su propia catedral, desde hace 60 años, al lado del aeropuerto de Barajas. Aunque su anécdota favorita es aquella en la que preguntó a un paisano de qué siglo era la catedral, y éste le contestó: “No lo sé, yo soy de aquí”.

17 años y 20.000 kilómetros en pos de todas las catedrales de España dan para mucho. “Pero mis favoritas son las reliquias, como las de la catedral de Coria, en el norte de Cáceres, que tiene la mejor colección de España. Allí encuentras leche de la Virgen María y barro del que fue hecho Adán –como en Basora podía visitarse también una pisada supuestamente suya– y la pieza mejor: una pluma del arcángel San Gabriel”, sonríe Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), poeta, narrador y periodista, autor de títulos tan celebrados como La lluvia amarilla o Formas de mirar el agua, que tras recorrer las catedrales del norte con Las rosas de piedra ha completado su aventura con Las rosas del sur (Ed. Alfaguara).

¿Cómo se le ocurrió embarcarse en este proyecto?

Un buen día me lié la manta a la cabeza, dada mi fascinación por estos libros de piedra. Y me propuse escribir sobre ellos en lo que han terminado siendo dos libros, por lo voluminoso del proyecto y la duración en el tiempo. Es el gran libro de viaje de mi vida, un viaje por España en el que las catedrales sirven como hilo conductor, como un rosario de cuentas. Lo dividí en 14 regiones más o menos naturales, algunas de las cuales coinciden con las administrativas y en otras preferí la división eclesiástica, mucho más racional que la política, porque es heredera de la división de los romanos. Y en algunas, sobre todo en Andalucía, dado el tamaño de la región, que es casi un país, como Portugal, y su número de catedrales: 12 si incluimos a Ceuta, que pertenece a la diócesis de Cádiz.

¿En qué se diferencian las rosas del norte y las del sur?

«Las catedrales son como termómetros sensibles que reflejan muy bien el espíritu de la región»

La gran diferencia es que las de la mitad norte se construyeron en la Edad Media, y por tanto son casi todas románicas o góticas, o de transición; las del sur se construyeron en su mayoría en la Edad Moderna, en la medida en que iban reconquistando territorios a los árabes, y de hecho muchas están construidas sobre mezquitas. Así, los estilos dominantes son el renacimiento, el barroco, el neoclásico, e incluso hay gran diferencia entre, por ejemplo, Sevilla, Baeza y el valle del Guadalquivir con la zona de la última frontera, Granada, que empezó a reconquistarse mucho más tarde.

Las ha llamado libros. ¿Son fáciles de leer, las catedrales?

Son las cajas negras de las ciudades, ahí queda reflejado como en un hojaldre de muchas capas toda la vida, el pensamiento, la fantasía, la fabulación, a lo largo de la Historia de la ciudad en la que se alza. Y refleja muy bien los cambios culturales, sociales, económicos. Una catedral no es igual ahora que hace 500 años. Son como termómetros sensibles que reflejan muy bien el espíritu de la región. Y sumando todas esas cajas negras, 75, uno tiene una idea más aproximada del espíritu que anima este país de países.

Perdona si suena ingenuo, pero, ¿ha llegado a saber por qué tantos pueblos han invertido esos esfuerzos colosales, ingentes cantidades de dinero y materiales, en construcciones que ahora casi siempre están vacías?

Sí, están vacías ahora, o llenas de turistas. Pero la explicación es sencilla: el miedo a la muerte. La base de la religión es el miedo a la muerte, y a qué habrá después. Si fuéramos eternos, no haríamos la mitad de las cosas que hacemos, solo lo imprescindible para subsistir materialmente. Por supuesto, no escribiríamos, porque escribimos para parar el paso del tiempo, o intentar ralentizarlo. Pero como vivimos una vida limitada, y luego no viene nada o viene algo que no sabemos explicar, a lo largo de la Historia la Humanidad ha intentado dar respuestas a ese absurdo que es la vida desde una mirada del paso del tiempo.

Dicho así suena muy metafísico, pero tienen una evidente dimensión material, ¿no?

«En una catedral ves infinidad de detalles detrás de los cuales está el espíritu del que la hizo»

Las catedrales son deseos de trascendencia en el tiempo, pero muchos edificios son también sueños de eternidad materializados en piedra, demostraciones de poder de los reyes y de los obispos. Hay catedrales como la de Sigüenza o Tuy, en Pontevedra, que son auténticas fortalezas. Cuando un viajero llegaba a una ciudad, lo primero que veía era la catedral, que simboliza el mito de Jerusalén. La ciudad de Dios en la Tierra. De acuerdo al número de torres y a la altura de éstas, el viajero se hacía una idea del poder de esa ciudad. Todos querían hacer demostración de fe, pero también de riqueza. Lo explicó muy bien un canónigo sevillano cuando construyeron la actual catedral de Sevilla: “Hagamos un edificio tan fabuloso, que los que nos sucedan nos tomen por locos”. Ese es el espíritu que anima a la construcción de las catedrales, y detrás hay una articulación narrativa de fantasía, de devoción, de miedo, de superstición, de muchos elementos.

Recuerdo una pintada de la pared de Lavapiés: “Una catedral en ruinas es más bonita que una entera”. ¿Eso es un eco del espíritu romántico, o un anticipo de Banksy y el valor añadido de la obra triturada?

Las ruinas tienen un sentido romántico, pero si eso estaba en una pared de Lavapiés sospecho que tenía más bien un sentido anticlerical. Yo prefiero una catedral bien conservada, porque al margen del sentido religioso —yo no soy creyente, aunque respeto mucho a quien cree—, las catedrales son mucho más. Articulan las ciudades, de cada puerta principal surgen calles principales, algo que en los cascos históricos proporciona manifestaciones de una belleza inigualable, son auténticos contenedores de arte, filosofía, pensamiento, fantasía, imaginación…

Entonces ¿hay que conservarlas?

Al margen de que seas o no religioso, hay que conservarlas. Yo critico muchas cosas de la iglesia, del propio trato que la Iglesia da a estos edificios, convirtiéndolos en vacas de ordeño, con lo cual matan el alma de la ciudad, porque ya solo las visitan los turistas. Entiendo que el arte y la arquitectura, la belleza y la literatura están por encima de las ideologías. En la Guerra Civil, por ejemplo, se cometieron muchos destrozos, con catedrales que masacraron, confundiendo la ideología o la política con algo que estaba más allá. Otra cosa son los debates sobre cómo conservar, o la titularidad de los templos…

Otra lectura, llamémosla social, de las catedrales, es imaginar el trabajo que hay detrás. Décadas de gente trabajando en condiciones miserables para levantar esas maravillas. ¿Lo tenía presente?

«No vi a Dios, pero tampoco a ninguno de esos dioses apócrifos ocultistas que pueblan esas novelas»

De hecho, en muchas catedrales hay inscripciones que a mí me llaman mucho la atención: “Este templo se restauró siendo obispo Fulanito de Tal, y el arquitecto Cual, y otros cuyos nombres Dios conoce”. O sea, a los demás, si Dios se acuerda de ellos cuando se mueran, ya es cosa suya. En esta biblioteca donde estamos, consta que la inauguró la Infanta Elena y se sabrá quién era el arquitecto o el alcalde de Sevilla entonces, pero los albañiles que la hicieron y los que construyeron todo no pasan a esa panoplia. Y lo mismo en los pantanos, los puentes, las presas hidráulicas. La historia la cuentan los que la dirigen, y son los que quedan en ella. La gente anónima queda de otra manera. Visitando una catedral, ves infinidad de detalles y objetos detrás de los cuales está el alma y el espíritu del que la hizo, y eso es la verdadera emoción y la verdadera belleza de la catedral.

En los 17 años que ha tardado en culminar su proyecto se ha producido un fenómeno, que es el de las novelas sobre catedrales. Un boom que ha supuesto también una propaganda de primer orden para estos edificios, ¿no?

Sí, ese boom por Los pilares de la Tierra de Ken Follet y demás. Cuando la gente venía a la Feria del Libro y curioseaba Las rosas de piedra, debía advertirles que no era una novela, y menos de templarios y asesinatos, ¡tirando piedras sobre mi tejado! Esto es un viaje, hay misterio pero solo el que emana del edificio y de la ciudad. No vi a Dios en ningún sitio, pero tampoco he visto a ninguno de esos dioses apócrifos ocultistas que pueblan estas novelas. Y ni siquiera hay una verosimilitud. La catedral del Mar, de Ildefondo Falcones, que es Santa María del Mar, no es la catedral del Barcelona. Porque claro, hay que dejar claro qué es una catedral.

¿Qué es?

Popularmente hay una identificación entre catedral e iglesia monumental o muy grande. La de Huelva, que está aquí al lado, es una antigua iglesia de un convento de mercedarios. La de Ceuta es más pobre y más pequeña que la de la Virgen de África, que está enfrente. En las catedrales hay una silla más o menos rica o labrada, la del obispo. En griego cátedra significa eso, silla puesta en alto. De ahí viene catedrático. Es la silla desde la que imparte su magisterio el obispo de la diócesis. Por tanto, cualquier iglesia por pequeña que sea, si decide el obispo que es su sede, se convierte automáticamente en iglesia catedral. ¿Qué ocurre? Que los obispos, como eran muy poderosos —antes más que ahora—, y sobre todo tenían más dinero, hacían sus iglesias las más ricas y monumentales. En fin, cuando empecé aún no se había dado ese boom, y cuando termino parece que ya se está pasando un poco.

En Sicilia y otros lugares del mediterráneo, hay carteles como “catedral árabo-siculo-catalo-normanda…”. Aquí, un caso como la mezquita catedral de Córdoba crea controversia. ¿Cómo podríamos superar esos complejos?

Bueno, en España tengo la impresión de que todo es motivo de controversia, como en Italia; tiene que ver con el carácter nacional. Nos pasamos el poco tiempo que vivimos dedicados a cosas muchas veces absurdas y a discutir unos con otros, no hay más que ver la televisión o ver un pleno del Parlamento o del ayuntamiento de tu pueblo. Basta que uno diga A para que otro diga B. Lo que sí ocurre es que en España hemos tenido muy mala relación con la Historia. Negamos cosas que están ahí. Pero la catedral de Córdoba, que está en la portada de mi segundo libro, para mí es la que mejor simboliza el espíritu del sur de España. Esa fusión, ese sincretismo entre las dos religiones monoteístas junto con el judaísmo, se niega muchas veces en España, pero luego vas al vocabulario y está lleno de palabras árabes que tienen que ver con las costumbres, la gastronomía, todo… En el proceso de construcción de las catedrales destruyeron todas las mezquitas, a veces han quedado elementos, pero por funcionalidad, como la Giralda, que era un minarete de la antigua mezquita de Sevilla.

¿Y por qué?

Hay una parte de España que rechaza estos elementos tan presentes. A mí me hacen mucha gracia cuando dicen que los Reyes Católicos expulsaron a los árabes de España, ¡y llevaban ocho siglos! En América los ingleses llevan cuatro, es como si dijeran que los indios americanos echaron a los ingleses. Hay una negación de la realidad hasta cómica. En Casares, Málaga, que es un pueblo moro, no hay más que verlo, había en una calleja un matrimonio mayor tomando la fresca, y al hombre le faltaba la chilaba para que aquello fuera Marruecos. Le pregunté, ¿aquí estuvieron los moros, verdad? Y me dijo, “No, los romanos, los cartagineses y los mamíferos”. ¿Pero por ese orden, o…? [risas] Se niegan esos orígenes, como se niega el pasado judío, que está muy presente. Y la Mezquita de Córdoba simboliza precisamente todo eso.

Más que la planta y el alzado de los edificios, a veces nos fascinan los detalles. Especialmente esas figuras de índole más o menos sexual que hay en algunos templos. ¿Son abundantes en España? ¿Qué papel tenía el sexo en la iconografía de las catedrales?

«En la catedral de Plasencia tienen escenas que ríete de las películas porno. Frailes con cabras…»

Bueno, yo no soy experto y menos en simbología, pero las catedrales son un pozo sin fondo en símbolos y leyendas. Aquí en Sevilla tenéis un cocodrilo y unos colmillos que explican la visita de cierto embajador a no sé qué rey. Todas las catedrales están llenas de fantasía, que es lo que más me interesa, la gran Historia y las pequeñas historias. Lo que pasa es que ahora, al convertirlas en museo, esa vida ya no existe. Son autómatas con la autoguías en la oreja, con los que no puedes hablar. Antes había una vida dentro y fuera de las catedrales. Y sí, hay figuras que tienen significados ocultistas o cabalísticos, o son simples representaciones de misterios de la fe.

Sí, pero de elementos conocidos…

Las catedrales se hicieron en tiempos en los que la mayoría de la gente era analfabeta, los grandes retablos son cómics que pintaban para explicar los pasajes del Evangelio. En la decoración hay elementos que son traducibles en términos religiosos, pero otros se producían por simple aburrimiento del tallador: llevaba 15 años haciendo vírgenes y santos, y un día, donde no se veía, ¡ea! En la catedral de Calahorra, en La Rioja, hay un astronauta. En Valencia hay una gárgola con un fotógrafo, seguramente por eso, porque el cantero estaba harto de hacer apóstoles, ahora saco a mi cuñado… pero muchos cuadros de grandes pintores son iguales, aparece la gente más próxima.

Pero yo le preguntaba en concreto por el erotismo.

Hay una interpretación que no sé si tiene que ver con una justificación de la Iglesia: en los coros, debajo de los asientos donde se sientan los canónigos, hay una parte que se llaman las misericordias. Están talladas, aunque no se vean, y según ellos querían representar la parte del infierno. Arriba es el cielo, y debajo del asiento todo lo que tiene que ver con el pecado. Y como la iglesia siempre ha tenido esa obsesión por el sexo… En la catedral de Plasencia tienen escenas que ríete de las películas porno. Frailes con cabras, el otro que no sé qué… Se justifica por eso, pero yo creo que los carpinteros de los pueblos pensaron: como esto no lo va a ver nadie, saco lo que me parezca a mí.

A la Iglesia católica le ha salido un competidor, la evangélica, que celebra su culto en salones de actos, sitios humildes. ¿Qué se pierde cuando una liturgia no está en un sitio como la catedral de Sevilla o Jerez?

No soy religioso, pero si a ti te gusta leer, siempre es mejor estar en un sitio bonito que en un garaje. Las catedrales se hicieron para ver a Dios. Imagínate si ahora impresiona la catedral de Sevilla, cómo sería hace 400 años, cuando todo eran casas bajas. Entraban en la catedral y veían esa magnificiencia, las joyas, la música de órgano, los curas, que había muchísimos, cantando en latín… si no veías a Dios eras muy bruto, porque todo era la representación de la Ciudad de Dios sobre la tierra. Claro, con la desacralización progresiva de la sociedad, y con los cambios que ha habido en la Historia, todo eso se ha ido evaporando. La religión ahora es el consumismo, y las catedrales son parques temáticos para el turismo. Se ha vendido el alma de las ciudades y los símbolos más sagrados a ese dios.

¿Por ejemplo?

«Los grandes templos ahora son los centros comerciales y los estadios de fútbol»

En Toledo a las ocho de la tarde cierran las tiendas, y las calles quedan como un decorado en el que solo hay turistas. El Patio de los Naranjos, que era un jardín donde jugaban los niños y entraba y salía la gente, ahora ¿qué es? El dios dinero manda. Si Jesucristo volviera, echaría a los curas de los templos, porque son los mercaderes. Entras a la catedral de Sevilla y no hay una caja registradora, hay unas cuantas. Y la voracidad recaudatoria, que se justifica en función del mantenimiento de los templos, tampoco es cierta. Cuando hay que restaurar algo, tiene que intervenir la Junta de Andalucía, la de Galicia o la de Aragón, o una fundación privada. Vivimos en una época de mercantilización de todo, y la religión es el turismo y el espectáculo. Los grandes templos son los centros comerciales y los estadios de fútbol. Mucha gente en Bilbao no sabe dónde está su catedral, pero te mandan al San Mamés, al que llaman “la Catedral”.

Me gustaría recordar, para terminar, un título suyo, Tras-os-montes. Con su afinidad portuguesa, ¿haría algo parecido con las catedrales del país vecino?

Ya te digo yo que no [risas]. He disfrutado muchísimo haciendo estos dos libros, pero en la vida hay que cambiar de registro. No tengo tiempo, ni ganas, ni años por delante para llevarlo a cabo. Y si hiciera algo así, creo que elegiría otro tipo de edificios. Al fin y al cabo, todo libro de viajes es un viaje interior. La disculpa, sean las catedrales o los ríos, al final vas alrededor de ti mismo siempre. Es una idea clásica, desde Homero y más allá. El viaje tiene mucho de metáfora de la vida, pasas etapas conociéndote a ti mismo. Y lo que cuenta es tu mirada sobre la vida. Lo que ocurre con los escritores es que intentamos llenarlo todo de narratividad.

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© Alejandro Luque  | Especial para M’Sur

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