Crítica

Carta a un joven emiratí

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

Omar Saif Ghobash
Carta a un joven musulmán

Género: Ensayo
Editorial: Seix Barral
Páginas: 224
ISBN: 978-84-3223-299-2
Precio: 18 €
Año: 2016 (2017 en España)
Idioma original: inglés
Título original: Letters to a young Muslim
Traducción: Ramón Buenaventura

Estimado Saif

No me conoces. No importa. Te escribo para decirte que ha llegado a mis manos un hatajo de cartas que tu padre, Omar Saif Ghobash, te dirigió cuando tú debías de tener dieciseis o diecisiete años. Estaban al fondo de un baúl que dejaste en tu residencia de estudiantes en Oxford. No he podido resistir la tentación de leerlas. Quizás quieras mi opinión. Ahí va.

Hay que decir que tu padre es un hombre honrado. Aunque quizás en la acepción aquella que dejó plasmada Henry Wotton en 1600 cuando afirmó: Un embajador es un hombre honrado al que mandan al extranjero para mentir en beneficio de su país. De hecho, tu padre es o fue embajador. De Emiratos en Rusia para ser preciso. Y debe de ser que asimiló muy bien su oficio: observa con una distancia crítica, serena, racional su país, su sociedad, incluso su religión… para luego callar todo lo que cabe decir de ella.

Porque el que el país en el que nació y que representa, que incluso describe en estas cartas, Emiratos Árabes, es uno de los muy pocos del globo terráqueo que no solo no es una democracia sino que ni siquiera pretende serlo, ni siquiera se plantea hacer el paripé de hablar de algo así como elecciones… esto tu padre obviamente lo sabe, pero no lo mencionará ni con una línea. Sí, hablará de la gran pregunta de si la democracia y el islam son compatibles, deja la respuesta abierta para que tú reflexiones sobre ello; por supuesto entendemos que para él la respuesta es sí, que son perfectamente compatibles, pero en el retrato íntimo que va dibujando en estas cartas no parece entrar la posibilidad de reflexionar sobre la contradicción humana de pensar así y representar, como embajador, un país que se declara oficialmente islámico y oficialmente antidemocrático.

Contradicciones humanas: las tenemos todos, y hay que vivir. Ahora, una pregunta incómoda es si tu padre pensaba que hacer un alegato contundente a favor de la democracia habría puesto en peligro su vida o al menos la buena vida que tiene precisamente en el país cuyo islam defiende.

Te advierte contra la violencia: tu padre intenta evitar que te afilies al Daesh

Porque eso queda claro: tu padre defiende el islam conservador, clásico, ortodoxo. Sus cartas no tienen la intención de hacerte dudar de la religión estatal, sino de mantenerte en ella, de no sucumbir a las tentaciones de escoger la salida rotulada con Al Qaeda. Te advierte contra la violencia, contra las tentaciones de la yihad, contra esa mentalidad que cree necesario masacrar a los demás para afirmar la pureza del islam. Tu padre intenta evitar que te afilies al Daesh.

Todas las cartas van en este sentido. Tu padre tuvo que creer que estabas en un tris de pedir un billete de avión a Estambul y uno de autobús a la frontera siria. Tenía motivos: uno de los principales contingentes del Daesh son los hijos y las hijas de familias musulmanas ricas afincadas en Europa, incluida Oxford. Quizás hizo bien en preocuparse.

Por eso te aconseja continuamente leer mucho, buscar interpretaciones del islam diversas, pensar: no dejarte seducir por un imam barbudo en una mezquita y creerle a pies juntillas. Pensar y razonar, sí, pero no demasiado. No tanto como para plantearse las cosas de verdad con razón y lógica. Porque el Corán “es la palabra de Alá, tal como le fue revelada a su Mensajero, el Profeta Mahoma”. Sí: por el ángel Gabriel, exactamente. Tu padre, siento decirlo, cree que eres suficientemente ¿fantasioso podemos decir? como para pensar, ante un texto escrito en árabe del siglo VII, lleno de leyendas y milagros populares, con innúmeras influencias obvias de otros textos sagrados de épocas y regiones vecinas, que se trata de la palabra de Dios pura transmitida por un ángel, y llamar a eso “razonar”.

Pero dejemos de lado la Historia y el sexo de los ángeles, estimado Saif, y vayamos a lo que le interesa a un chaval de veinte años como tú: el sexo.

Las mujeres incluso podrían tener libertad de moverse y trabajar con otros hombres

Durante la lectura me preguntaba muchas veces si tu padre habría escrito la misma carta a tu hermana, si tenías alguna, y si sería capaz de emborronar folio tras folio sin aludir ni una sola vez a la realidad que viven las mujeres en la Península Arábiga: ciudadanas de segunda sometidas al criterio de cualquier miembro masculino de su familia, eternas menores de edad. Tuve que esperar hasta el final de la vigésimo tercera carta para ver que él mismo se planteó esta pregunta: “¿En qué sería diferente esta carta si la escribiera para tus hermanas?”.

Se plantea la pregunta, pero no la responde. Tras mucho reflexionar y acudir a la experiencia propia —haberse criado en un hogar dirigido por su madre, rusa por cierto, y su hermana mayor, ya que a su padre lo mataron en un atentado— concluye que las mujeres “son personas por derecho propio, capaces de pensar y de hacer y de ser”. Menos mal, Saif, menos mal. Y tienen derecho a la educación porque no hay que impedir “que nuestros hijos tengan unas madres estupendas y unas hermanas brillantes”. Claro, eso es un motivo.

Las mujeres incluso podrían tener libertad de moverse y trabajar con otros hombres, insiste tu padre. Aunque claro, esto abriría “la posibilidad de que surjan relaciones románticas e incluso sexuales, en flagrante violación de nuestro código moral”. El código moral, por lo tanto, exige controlar a las mujeres. Y en ese punto, tu padre señala que no es la única opción. Si en lugar de controlarlas, como se hace, se les ofrece confianza y respeto,”nuestras hermanas, nuestras madres, nuestras hijas y nuestras tías quizás empiecen a encontrar, por fuerza de la empatía, el modo de proveer del mismo respeto a otras mujeres de nuestra sociedad”. Vamos, que no follarán por ahí no porque las tengan sometidas a un férreo control, sino porque libremente decidan no hacerlo.

Porque pensar que una mujer musulmana pueda follar por ahí… No, eso por supuesto no se puede plantear.

Si esta carta estuviese dirigida a tu hermana, Saif, me pregunto si tu padre le habría aclarado que caso de follar por ahí, tú mismo, Saif, podrías agarrar una pistola y pegarle un tiro, o si le habría dicho que eso en vuestra familia no se hace, pero cuidado con los primos, o si le habría dicho que se haga feminista y funde una asociación para acabar con estos asesinatos.

Estas cartas serían materia para prender la chimenea en una velada romántica con tu novia

Porque tu padre, eso ha quedado muy claro, habla del islam como si todo el mundo islámico fuese la Península Arábiga ¿A qué viene, si no, plantear si la segregación de sexos en público tal vez “genere confusión psicológica y agitación” y si no es “inconsecuente con la mezcla de sexos en el mercado, o en los centros comerciales o durante las vacaciones”? Tu padre, obviamente, nunca ha estado en un país musulmán normal, digamos Marruecos o Egipto o Túnez o la Siria antes de la guerra: no sabe que en la inmensa mayoría del mundo musulmán, esa segregación de sexos no existe, no se la plantea nadie —salvo esos tipos a punto de afiliarse al Daesh— y le mirarían como a un, con perdón, gilipollas, si planteara la profunda y filosófica pregunta de si las mujeres podrían trabajar en el mismo espacio que los hombres. ¿Y cómo ha creído usted que llegamos a fin de mes? le responderían incluso quienes piensen del islam igual que él.

En fin, Saif: si tú vivieras en un país musulmán normal, estas cartas serían materia para prender la chimenea en una velada romántica con tu novia, antes de follar en la alfombra. En la inmensa mayoría de las sociedades musulmanas del mundo tienen muy superadas todas estas cuestiones, o tal vez no se las llegaran a plantear nunca, porque hasta hoy no han sido engullidos por la influencia de la secta wahabí que se expandió por la Península Arábiga en el siglo XVIII.

Pero tú no vives en un país musulmán normal, tú vives en Oxford, y lo que te llega del islam son, como a todos tus compañeros, musulmanes o no, son las prédicas de estos misioneros wahabíes que se han hecho con el islam y lo han convertido en marca registrada. Los que te van abonando el cerebro para que el próximo predicador, el de la mezquita, pueda sembrar una bala en él y cosechar un kalashnikov.

Lo que nunca se ha planteado tu padre, claro, es que tú, al vivir en Oxford, también podrías haber elegido pensar por tu cuenta. Esa cosa tan rara que en Emiratos y todos los demás países que se llaman musulmanes, incluso los normales, está prohibida por ley.

“Estoy pues a la espera, junto contigo y tu generación, de un ulema para el siglo XXI que no retroceda ante las cuestiones relativa al conocimiento, la sexualidad, la filosofia y la diferencia”, concluye tu padre una carta. Un ulema, es decir teólogo. Porque tú tienes la elección de qué tipo de musulmán quieres ser, te dice.

Lo que nunca te dice es que tengas la elección de si quieres ser musulmán. Eso no.

Hasta ahí no llega la razón que te propone. Tengo que decirte una cosa, Saif: tu padre pretende que tú te creas que el islam es una cosa que se transmite por los cromosomas, y que una vez que se nace musulmán, no hay raciocinio posible, porque la razón solo se puede aplicar para escoger entre un ulema u otro. Lo siento, Saif, pero tu padre te está tomando el pelo.

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