Artes

Antonio Serrano Cueto

Italo Calvino. El escritor que quiso ser invisible

M'Sur
M'Sur
· 11 minutos

La foto perdida


De la cruel destrucción
de un archivo fotográfico salvé varias fotos. Una de ellas representaba a Italo Calvino en Sevilla, en 1984, cuando acudió al célebre encuentro sobre literatura fantástica que reuniría al italiano con Borges y Torrente Ballester. Al autor de Las ciudades invisibles le habían perdido la maleta en el aeropuerto, y tenía un cabreo de mil demonios –y así quedaba reflejado en la imagen– porque era de los que sin papeles por delante son incapaces de decir dos palabras en público.

Cuando supe que el gaditano Antonio Serrano Cueto andaba en una biografía de este escritor, le prometí buscar la instantánea en mi maremágnum de carpetas y papeles. Ha pasado el tiempo, Antonio concluyó su biografía, ha ganado con ella el premio Antonio Domínguez Ortiz y publicado la obra. Y la foto en cuestión sigue sin aparecer…

Con todo, Serrano Cueto ha logrado contar en casi 500 páginas cuanto queríamos saber de tan fabuloso personaje: sus raíces familiares, el niño que fue, sus años de estudiante en Turín, su filiación política y su ingente labor editorial, sus curiosas experiencias estadounidenses y cubanas… Y cómo no, la gestación de su obra libro por libro, inéditos incluidos. Pero además, mi paisano ha sabido contar el espíritu de aquella época irrepetible, el de los hombres y mujeres que elevaron la cultura italiana y europea en unos años turbios y feroces.

Mientras sigo buscando la foto, acaso para añadirla a una segunda edición, disfruto del esfuerzo y la sabiduría de Antonio Serrano Cueto plasmados en El escritor que quiso ser invisible, del que la Fundación José Manuel Lara nos cede amablemente este adelanto.

[Alejandro Luque]

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Italo Calvino

El escritor que quiso ser invisible

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13 – La seducción de París

 

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Un tropiezo con la policía francesa

Los desplazamientos en tren entre París y Turín solían transcurrir sin incidentes, con el pasajero Calvino sentado en su plaza aprovechando todo el tiempo posible para leer. Sin embargo, uno de estos trayectos dejaría una huella ingrata en su memoria. Como le sucediera a su padre en 1929 por el caso Lebedintzev, Italo figuraba en una lista negra del gobierno francés por mor de una acción de juventud. Contamos con una carta de Calvino dirigida conjuntamente a Amintore Fanfani, ministro italiano de Relaciones Exteriores, y a la embajada de Italia en París, en la que protesta enérgicamente por el atropello policial que ha sufrido en uno de sus viajes.

En la noche del 14 al 15 de febrero de 1968, al regresar de Turín, el escritor ocupa una plaza en coche cama en el tren nº 608. Cuando el convoy se detiene en Modane, la primera estación en suelo francés, unos agentes de policía lo obligan a descender con su equipaje y es conducido al puesto de la gendarmería. Allí se le comunica que en los archivos consta una ficha a su nombre con prohibición expresa de entrada en Francia.

No tardan los policías en percatarse de que ha sido un error, pero para entonces el tren ya había reanudado la marcha en dirección a París. En la carta reclama al ministro que inste al gobierno francés a emitir una disculpa por tamaño atropello contra uno de los más célebres escritores italianos y, por supuesto, que se le garantice que no volverá a repetirse en otro de sus muchos desplazamientos a través del territorio francés. El recelo del escritor estaba fundado, porque en 1952 ya había vivido una situación similar en la ciudad de Chambéry. Entonces viajaba en coche con Giulio Einaudi a Lyon para asistir a una exposición de Picasso. La policía lo sacó de madrugada arrestado del hotel de Chambéry en el que se alojaban. El motivo era político. Calvino había participado en París en 1949 en el Congreso de los Partisanos de la Paz y había escrito algunos artículos en la prensa filosoviética italiana. En tiempos de la Guerra Fría, estas credenciales bastaban para ser considerado un agente comunista. Estas fueron las causas a las que el propio Calvino atribuyó que se le hubiese incluido en una lista negra de extranjeros indeseables. Gracias a Pierre Sébilleau, a la sazón consejero de la embajada francesa en Roma, aquella prohibición fue revocada, y así debía constar en los archivos policiales, ya que no tuvo ningún problema para obtener el permiso de residencia temporal (nº AP81571) el 16 de octubre de 1967, renovado con fecha 15 de abril de 1968. Sin embargo, el incidente de Modane demostraba que la interdicción no había sido desactivada del todo y el episodio podía repetirse en la localidad más insospechada de Francia porque los archivos policiales de provincias no estuviesen actualizados. Algo preocupante ahora que residía con su familia en París y le resultaba imprescindible viajar a Italia por razones laborales.

Aunque en su retiro parisino vive alejado de la política y dedicado a los libros, de vez en cuando se interesa por causas sociales o acontecimientos políticos de actualidad. Es curiosa la historia que cuenta a Aldo Capitini en carta de 18 de abril de 1968. Ha conocido en París a un profesor español dispuesto a dejar su empleo, su vida cómoda y su familia en Francia y a trasladarse a España para iniciar el 20 de octubre una protesta no violenta como hombre-cartel en demanda de elecciones libres, con la esperanza de que sirva para prender la mecha y otros muchos sigan su ejemplo. Hasta tal punto había programado su acción, que dejaba a su esposa y seis hijos con lo suficiente para vivir durante un año, el tiempo que estimaba que pasaría en prisión.

Este profesor había escrito una novela titulada Los Encartelados, que enviaría a Capitini a instancias de Calvino, con el fin de promover su traducción y publicación en Italia o en Francia. El profesor en cuestión era Gonzalo Arias Bonet, jurista y activista que por entonces trabajaba como traductor en la UNESCO, y al que Calvino debió de conocer a través de su esposa, de Aurora Bernárdez o de Cortázar. La ficción de la novela, donde se diseñaba la sencilla estrategia de un aumento progresivo de encartelados y se daban las fechas de las consecuencias políticas, difícilmente podía ocultar la realidad de la España de Franco. El libro fue publicado finalmente en París ese año (con ediciones en 1971 y 1998) y la acción de Arias ha pasado a ser considerada la primera de tipo no violento organizada en España.

 

Mayo del 68

Sírvanos el caso de Arias Bonet de preámbulo para un periodo de inconformismo social sobre el que todavía hoy, décadas después, se sigue re-flexionando y escribiendo. Estamos en una década, los sesenta, en la que el ansia de cambios se agita como un magma volcánico presto a estallar: el pacifismo, las políticas de Kennedy, la Revolución Cultural china, la revolución musical… Y en Europa estalla en mayo de 1968 con la revuelta estudiantil en Nanterre, a las afueras de París, que pronto se extiende a toda Francia. Se cuestiona toda forma de autoridad tradicional (académica, política y económica) y se proclama, frente a esas servidumbres, que las utopías son posibles. A los estudiantes se suman los obreros, los sindicatos y el Partido Comunista Francés. Más de nueve millones de trabajadores protagonizan la mayor huelga general conocida hasta entonces, con barricadas callejeras, encierros y asambleas, poniendo en una situación delicadísima al gobierno de Charles de Gaulle, que temió que todo derivara en una insurrección popular.

Durante las semanas que duraron los altercados, la familia Calvino pasa buena parte del tiempo fuera de París. En los primeros días el escritor viaja con Chichita a Holanda para impartir una conferencia. Mientras tanto, en París, Marcelo, el hijo de Esther, participa en las barricadas y acaba más tarde sometido a un arresto de veinticuatro horas en Beaujon. Después de regresar a París, los Calvino viajan de nuevo a Italia con dos objetivos principales: recoger a Giovanna, a la que habían dejado con una exniñera mientras viajaban a Holanda, y que Italo votara en las elecciones generales, celebradas el 19-20 de mayo. Se trataba de una convocatoria relevante porque de ahí nacería el parlamento de la V legislatura de la República. El resultado volvió a dar la victoria a Democracia Cristiana.

Ese año la intención de la familia era permanecer todo el verano en Italia, para lo cual era preciso regresar antes a París y prepararlo todo. A finales de mayo una huelga de transportes los obliga a alquilar un coche en Turín. En carta a Michele Rago de 27 de julio, escrita cuando ya todo ha pasado y se encuentran descansando en una casa alquilada en Cinquale (via Marietta 52), «no lejos de la orilla derecha del río Cinquale», describe los últimos días de un París conmocionado:

Vivimos allí los últimos días de la extraordinaria ciudad sin coches ni metro, con colas en las tiendas, después el discurso de De Gaulle, los coches de los gaullistas tocando el claxon que intentan entrar en el Barrio y son expulsados, la Sorbona que parece una fortaleza asediada, con los «catangueses» apostados y los jóvenes que se esperan lo peor y maldicen a los comunistas. Noches en las que no se hace otra cosa que andar a pie entre continuas alarmas en un clima de excitación extraordinario. En la atmósfera de debacle que pronto invade el campo, partimos con mi coche y bidones de gasolina, llevando a salvo a Marcelo, esperando siempre ver los famosos carros de guerra que, según se decía, rodeaban París y que pronto se revelan como el farol en el que todas las partes (las partes oficiales y tradicionales del viejo juego político) han confiado. El triste epílogo lo hemos seguido desde Italia por la radio.

Triste epílogo, sí, porque no se produjo el cambio político y social esperado: el advenimiento de una VI República francesa que superara los menoscabos e injusticias de la V. Después de diez semanas de protestas y disturbios, el Gobierno tomó el control de la situación. La victoria de De Gaulle en las elecciones anticipadas del 20 y 26 de junio apaciguó los ánimos y todo fue volviendo a la normalidad. Pero al futuro político del general le quedaba poca mecha. Al año siguiente la derrota en un referéndum ideado para afianzar su poder lo obligó a presentar la dimisión y pocas semanas después el nuevo presidente, Georges Pompidou, tomaba las riendas de Francia.

Calvino, en otro tiempo activista político de izquierdas, vivió el Mayo del 68 en la posición ideal del espectador, como él mismo confiesa en la citada carta a Rago. En realidad, parece que no le entusiasmó. Cuando recordaba después aquellos días que ilusionaron a muchos jóvenes del mundo entero, hizo una serie de objecciones al movimiento: no haber renovado la lengua y la acción políticas, haberse dejado dominar por el sectarismo grupal y haber permitido que la burocracia y la burgesía estatal mantuviesen su protagonismo en el sistema político. Para colmo, en el caso de la literatura, aquella experiencia no había arrojado frutos. Sin embargo, la «mayología» había entrado en todos los debates, incluso en los seminarios de Lacan y Barthes. Pasado el estallido en las calles, el movimiento se convirtió en sí mismo en objeto de análisis, especialmente en torno al protagonismo de los intelectuales de izquierdas y a las consecuencias culturales en Francia y en el resto de Europa.

Para quien, como Calvino, había estado comprometido sinceramente en su juventud con la acción política, la exaltación ahora, a rebufo de los acontecimientos, de algunos intelectuales de cierta edad le parecía impostada, una representación vacua. Años más tarde, en 1985, cuando ya se reconoce en la etiqueta de «escritor apolítico», sigue opinando de la misma manera: «Estoy contento de haber tenido mi fase extremista cuando era joven, porque, cuando he visto a escritores que se han politizado más tarde, me ha parecido mucho más falso. Esto me tuvo alejado de la nueva oleada de radicalismo de 1968, que he observado con un sentido de fuerte desapego».

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© Antonio Serrano Cueto (2020) · Cedido por Fundación José Manuel Lara.