Entrevista

Serge Toubiana

«Los regímenes árabes tienen miedo al cine»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 17 minutos
Serge Toubiana (París, 2008) | CC Roman Bonnefoy


Sevilla |  Noviembre 2018

Desde que a los quince años montara una filmoteca de estudiantes en Grenoble para proyectar (y ver) el cine que le gustaba, Serge Toubiana (Sousse, Túnez, 1949) no ha parado. Ya son 55 años dedicados al séptimo arte, aunque nunca haya agarrado una cámara ni ocupado la silla del director y solo una vez el lápiz de guionista. Lo suyo es la mirada de fuera: como crítico, como periodista, como animador y difusor de cine.

Serge Toubiana, de familia judía, nace en Sousse, un ciudad costera a un centenar largo de kilómetros al sur de Túnez capital. En esa época, los judíos magrebíes ya llevaban una generación inmersa en el cambio de su idioma materno árabe por el francés, la lengua de la cultura, aunque la adquisición de la nacionalidad francesa no se dio en bloque, como en Argelia, sino solo de forma individual, aunque fácil, a principios del siglo XX. Su vida adulta transcurre en Paris, donde se hace primero un nombre como joven redactor de la revista de cine más conocida del mundo: Les Cahiers de Cinéma, hasta convertirse, con 32 años, en redactor jefe de la publicación, que dirigirá durante una década. De 2003 a 2015 es director de la Cinemateca Francesa y desde 2017 preside UniFrance, el organismo de promoción del cine francés en el extranjero.

Empecemos por el principio: su infancia en la ciudad tunecina de Sousse. ¿Cómo la recuerda?

Tuve una infancia realmente feliz en Túnez. Mi madre era profesora, me enseñó la idea de educarse, de aprender. Vivíamos en un colegio. Tenía todo el rato el ruido de los niños del patio. Hay una foto que encontré hace poco que me ha emocionado mucho. [Busca la foto]. Verá la Túnez de entonces. Mi madre murió hace 20 años. Pero cuando vi esa foto, lloré. A ver, tengo tantas fotos, viajes, Japón, fútbol… Me gusta mucho el fútbol.

¿Cuál es su equipo?

En París solo tenemos un equipo. No es como aquí en Sevilla o Madrid, donde hay dos. Nosotros no podemos elegir. El Paris Saint-German, desde que soy chico. [Sigue buscando]. Aquí la tengo. [Muestra la foto] Yo de niño, mi hermana Martine, mi hermana chica, Danielle. Esta es mi madre, muy joven, con sus alumnos, todos árabes, pero nada de velos, nada.

Déjeme ver…

«Vi La Strada de Fellini con seis años y me dio mucho miedo. Y este miedo me gustó mucho»

En la foto se entiende la Túnez de los años sesenta. Era todo laico. Túnez era Bourguiba, el primer presidente desde la independencia. Para él la educación era muy importante, prioritaria. La educación laica, nada religiosa. Aquí otra foto de mi madre, muy dulce. Las chicas, bien vestidas, laicas. Así era la educación. Era el Túnez de la independencia. La foto me emociona aún. Mi padre era relojero. Quería que yo fuera relojero como él, pero yo no quise.

Usted prefirió el cine. ¿Recuerdo cuándo dio por primera vez con la imagen en movimiento?

Un día, mis padres me llevaron a Túnez capital para ver La Strada de Fellini. Yo era chico, tenía seis años y me dio mucho miedo. El filme da miedo de verdad. Y este miedo me gustó mucho. Porque es un traumatismo: si algo da miedo uno quisiera saber por qué.

¿Era su primera película?

Sí, prácticamente. Yo no veía nada de Walt Disney, no veía películas infantiles. Siempre veía cine de adultos. Era terrible. Y le agradezco mucho a mis padres haberme llevado. Porque esto ha alimentado mi imaginación, mi vida de niño. Mis padres iban al cineclub de Sousse. Había un cineclub de profesores, maestros, sobre todo franceses de Túnez, no había muchos árabes. Yo también iba al cineclub con mis hermanas, Martine era un poco mayor que yo. Los sábados era nuestro único ocio. Veía westerns, peplums, y muchos filmes con Jerry Lewis, me encantaba. Los peplums estaban de moda. Douane se rodó en Sousse, en mi ciudad, yo veía el rodaje…

¿Importaba en su casa la cultura sefardí?

No. Somos judíos, pero no religiosos en absoluto. Mis padres eran comunistas, nada religiosos.

Entonces, la identidad comunista…

…era más importante, más fuerte que la judía, sí. Hoy día sigo siendo judío, pero no he hecho mi bar-mitzvah, no tengo ninguna cultura religiosa, soy ignorante… lo que es una pena, porque está bien conocer la religión. Pero a causa de mis padres o gracias a mis padres… Ellos me dejaron una libertad total. Pero no hubo cultura sefardí.

Convivir con otros, con árabes, era fácil, entonces?

«Mis padres eran comunistas y recibieron a muchos militantes árabes en nuestra casa»

Sí, porque mis padres eran comunistas y en el Partido Comunista tunecino había muchos dirigentes judíos y entraron muchos árabes, hubo un proceso de arabización del partido. Los árabes se hicieron con la dirección y mis padres recibieron a muchos militantes árabes en nuestra casa, yo era un crío, pero notaba que había familiaridad y simpatía. Mi padre hablaba árabe, mi madre lo entendía, mi abuela materna únicamente hablaba árabe. Había una mezcla de lenguas y culturas en mi familia, porque aunque éramos franceses llevábamos en Túnez muchísimo tiempo.

¿Cuánto?

Probablemente desde la Inquisición, no sé. Sin duda, Toubiana es un apellido de origen español. No éramos colonos, no habíamos llegado como los franceses en Argelia. Habíamos nacido en Túnez… En resumen: nada de educación religiosa, sino laica, una gran tolerancia respecto a los árabes, mi mejor amigo era árabe, por supuesto, íbamos juntos al colegio.

¿Y a qué edad dejó Túnez?

Llegué a Francia en 1962. Fuimos a París, y la diferencia era enorme, porque Sousse es un pueblo pequeño en la costa, el mar, había tres cines… Luego iba al institutuo en Grenoble: montañas, bosques. Aprendí a esquiar, me acostumbré al frío, pero lentamente, difícilmente. En 1965 creé mi cineclub del instituto para mostrar películas que me gustaban. Proyectaba Las uvas de la ira de John Ford, cine ruso, soviético, Eisenstein… Luego vi Pierrot Le Fou [de Godard] y eso me cambió la vida. Era 1965 y yo tenía 16 años. La poesía, la belleza, ese mundo a la vez tan bello y a veces inquietante, la guerra de Vietnam, los colores, el Mediterráneo… todo esto me dejó impresionado.

¿Qué significaba para usted este filme?

El filme me dejó impactado pero no tenía las palabras para expresarlo. En esa época yo era un joven comunista, porque mis padres eran comunistas. El detalle importa. Un día vi que el gran poeta Louis Aragon, comunista también, había escrito en la revista literaria Les lettres françaises un texto increíble sobre Pierrot Le Fou. No entendí gran cosa, pero me impactó. Comparaba Matisse, la pintura… y dijo que el arte moderno era Godard. Y sentí que tenía razón y yo estaba en el lado bueno, en el arte moderno. Me daba la impresión de que el cine me hacía crecer, que entendía el mudno mejor que si hubiera seguido siendo un niño. Es una libertad enorme.

Un adolescencia con mucha cultura ¿no?

«Cando la primavera de Praga se acabó, tuve una crisis política y abandoné el partido comunista»

Los cineclubes, las películas de Godard, las de François Truffaut en la misma época, Baisers volés en 1968, con Pierre Léaud… yo crecí con eso. Luego me saqué el bachillerato, me comprometí con el partido comunista en 1968, luego tuve una ruptura política muy importante, al día siguiente de la invasión de Checoslovaquia por los soviéticos, en agosto, cuando la primavera de Praga se acabó. Tuve una crisis política y abandoné el partido comunista. Había una izquierda extrema, trotskista, maoista, me hice maoista, me duró tres años, una locura.

¿Por qué una locura?

Estaba un poco adelantado. En mi último año de bachillerato leía a Althusser, que es difícil, pero yo siempre estaba de forma instintiva del lado de la modernidad crítica. Me ayudó. Me equivoqué con la política, comunista, vale, pero meterse a marxista-leninista maoista, eso era absurdo.

Y luego llegó a la revista del cine por excelencia en el mundo: Cahiers du Cinéma. ¿Cómo fue?

En 1971 tuve una crisis, no sabía qué hacer con mi vida, suspendí mis estudios de Ciencias Políticas, estaba todo el tiempo en la militancia con mis amigos de la extrema izquierda, y de repente me di cuenta de que tenía una obsesión: me encantaba el cine, y la única manera de aprender cine era irse a París. Porque en Grenoble no había. Así que dije a mis padres que me iba a matricular en París, tenía 22 años, mi madre se echó a llorar, mi padre me dejó ir. Me matriculé en Paris Trois, la Sorbonne, porque allí enseñaba la gente que hacía Cahiers du Cinéma, que para mí era la revista de referencia. Tenía la intuición de que iba a aprender de ellos. Había extrema izquierda en todas partes del campus, los militantes…

Justo después del Mayo 68 ¿no?

«Los Cahiers se hicieron maoistas en 1971, ya no se hacían ni fotos, ni cine, solo militancia»

Sí. Ahí me encontré con Serge Daney, Pascal Bonitzer, Pascal Kané, Jean Narboni… tenían más edad que yo, sabían más, tenían más formación, pero aprendí mucho de ellos. Me invitaron a escribir artículos con ellos. Los Cahiers se hicieron maoistas en 1971, esto duró hasta 1973, unos dos años, ya no se hacían ni fotos, ni cine, ni nada, solo militancia. No firmábamos, queríamos que todo fuese revolucionario, colectivo como entre los chinos. Criticábamos el individualismo, ya no había nombres, firmábamos como Grupo Lu-Sin de intervención ideológica. Lu-Sin era un gran poeta revolucionario chino. Era muy duro porque había que aprender cine en un momento en el que los Cahiers se cerraban.

¿Había discriminación por ser tunecino?

No, eso no. Pero la vida era dura.Yo tenía un estudio. Iba a la Facultad y ganaba un poco de dinero con encuestas, nada interesante, solo por buscarme la vida. En 1973 encontré un trabajo de media jornada. El resto del tiempo aprendía y escribía de cine. Y en 1973 vino la gran crisis de los Cahiers. El equipo de dirección Narboni-Comolli, que había arrastrado a los Cahiers al maoismo… se vio contestado, protestábamos con Daney contra esta orientación. Daney se convirtió en responsable de la revista en 1974, era mayor que yo, un tipo genial, formidable. Se hizo cargo de la revista y me preguntó si quería ayudarle y me convertí en su asistente. Yo tenía 25 años.

Y un mundo por delante…

Hicimos remontar la revista, era durísimo, económicamente era una catástrofe, pero poco a poco la reconstruimos. Era una pelea increíble, porque en la época Mao, los Cahiers se publicaban cada tres o cuatro meses, sacábamos cuatro o cinco números al año. Pasamos a hacer diez números para los abonados. Recontactamos con los cineastas, tardamos tres o cuatro años en eso. Yo aprendía a escribir, a ver, a criticar… Daney me ayudaba muchísimo. Estábamos en la misma oficina. Esto duró hasta 1981. Ahí los Cahiers se habían vuelto a convertir en una buena revista de cine.

¿Y entonces?

Entonces, un día, Daney me dijo: Oye, te tengo que contar, me voy a Libération, un diario. Me propuso ser el jefe; para mí era impensable que los Cahiers continuaran sin él, porque era la figura…. Daney me dijo que no me preocupara, que estaría cerca. Hubo una reunión del comité de redacción y yo me convertí en redactor jefe. Tenía 32 años, aún no tenía la formación ni competencia necesaria, pero me las arreglaba.

¿Les dio un sello personal a los Cahiers?

«En Los Ángeles entrevistamos a Coppola, Scorsese, Bogdanovich… todo el mundo nos recibía»

Teníamos una relación muy mala con el cine norteamericano, a causa del activismo político, el maoismo. Lo primero que hice era decir a mi equipo: vamos a Estados Unidos a hacer un número especial sobre cine ‘Made in USA’. Fuimos a Los Angeles con Olivier Assayas, muy joven, Raymond Depardon, el fotógrafo, Serge Le Péron, un colega al que quiero mucho, y nos quedamos un mes en Los Ángeles, hicimos dos números. Entrevistamos a Coppola, Scorsese, Bogdanovich… todo el mundo nos recibía, porque todos conocían Cahiers de Cinéma. Mucho más tarde hicimos un ‘Made in URSS’, estuvimos en Moscú con Daney y otros, era un momento terrible, era en 94, había caído el muro, ni siquiera se encontraba comida en Moscú. En 1984 hicimos uno sobre Hong Kong con Assayas y Charles Tesson, eso era en 1984. Un número de culto hoy. Amaba ese periodo. Era crítico, periodista, redactor jefe, hasta editor de libros. Eran los años de la libertad…

¿Libertad económica?

Eso era difícil. Muy difícil. Supimos encontrar el dinero poco a poco. A veces se lo pedimos a Truffaut, a los accionistas de la revista, Costa-Gavras, Claude Berri… Eran años de reconquista de nuestra libertad pero sobre todo nuestra legitimidad como revista de cine. Porque se había fundado en 1951, ahí escribían Truffaut, Godard, Chabrol, Rivette. Los años cincuenta, el prestigio de la Nouvelle Vague, el cine de autor… y a finales de los sesenta se destruyó todo. Todo se vino abajo y había que reconstruir una buena revista de cine, y estoy orgulloso de haber contribuido. Con Alain Bergala, Pascal Bonitzer, Serge Daney, Jean Narboni… hicimos una revista internacional.

En su juventud llegaba mucho cine a Túnez. ¿Existe hoy un cine tunecino fuerte?

Existe pero no es fuerte [reflexiona]. Para empezar hay muy pocas salas de cine. No llegan ni a quince. Han cerrado todas. Esto hace que el cine sea poco presente en las ciudades. En el mundo árabe, eso ya es tradición: en Argelia ya no quedan cines, y eso que existía un cine argelino. Pero en el mundo árabe tienen miedo a la imagen. A causa de la religión, del islam… La imagen da miedo, es como un tabú. Hay que vencer ese tabú.

¿Es así desde la independencia?

Es que antes de la independencia no había cine tunecino. No se encuentran filmes, algún pionero, pero no una cinematografía. Tampoco en Marruecos. Hoy, Marruecos produce 20 filmes al año, que es bastante. Hoy, Marruecos existe. Pero hay poco en los festivales. No todos están a nivel internacional.

Pero hay bastantes festivales de cine en Marruecos, casi en cada ciudad… ¿no?

«En Túnez y Argelia hay mucha juventud, pero sin salas donde puedan ver el cine de sus países»

Sí, estuve en uno en Khouribga. Me invitó un amigo, Noureddin Saïl, que dirigía el CCM (Centro de Cinéma Marocain), ha contribuido mucho a desarrollo del cine marroquí. Me gusta Marruecos, es un país bonito y tiene una tradición de cineclubs, que han formado el público. Con Daney estaba mucho en Marruecos, con charlas, de alguna forma hemos formado a jóvenes. En Túnez un poco menos, está el festival anual de Carthage, hay vida, pero pocos filmes, y la mayoría ses han producido gracias a Francia, y con cineastas tunecinos o argelinos que viven en París. Es que hay más libertad en París que en Argelia o Túnez.

¿Qué falta, aparte de libertad?

El cine necesita tecnología. No hay cine si no hay una infraestructura. Se puede hacer cine itinerante, pero… el problema de Túnez y Argelia es que no hay salas. Hay mucha juventud, pero sin salas de cine donde puedan ver y comprender el cine de sus países… Es que los regímenes árabes digamos autoritarios lo han impedido. No han querido dotar sus países de esos medios. Porque tienen miedo a la imagen, tienen miedo al cine. Tienen miedo a la libertad.

¿Y eso no tiene visos de cambiar?

Ahora hay cambios, el régimen de Túnez es más bien favorable, pero hay un retraso enorme. La tecnología, la industria, las salas, los estudios… Quieren abrir una cinemateca en Túnez, pero aún no lo han hecho. Faltan medios técnicos. Queremos ayudarles. Pero la voluntad política no es muy fuerte. Conozco a cineastas tunecinos como Nouri Bouzid, que hacen cine con mucha dificultad. A menudo en coproducción con Francia, a través de Cinema du Monde.

En España creemos que Francia está muy interesada en proteger su cine. ¿Es cierto?

«Hay que ser aún más estrictos con la piratería. Porque eso mata la industria»

Sí, por supuesto. En Francia, se protege sobre todo con el reglamento. Se procura que el cine no solo lo financie el cine, con el ticket de entrada, sino también la televisión pública y privada, y ahora también los servidores de conexión. Hay impuestos a Netflix, Amazon, Youtube, todos los que son internacionales, pero establecidos en Luxemburgo o Irlanda para no pagar impuestos. Netflix tiene 4 millones de suscritos en Francia. Es muchísimo. Y no es normal que con 4 millones, emitiendo en Francia, no pague impuestos en Francia. Ahora se les quiere forzar a pagar impuestos, y este impuesto revertirá en el cine: ayudará a la producción de filmes, ayudará a festivales, salas, todo el sistema.

Los políticos están seguros de que el cine es bueno para todos ¿no?

Sí, porque hay una sociedad de productores, una sociedad de autores, la SCAM (Société civile des auteurs multimédia) y todo el mundo se mobiliza. En Francia, en este aspecto, derecha e izquierda son iguales. Todos se involucran en proteger el cine. Eso una enorme ventaja para nosotros. Y existe Canal Plus.

En España hay un gran problema con la piratería. ¿En Francia se combate mejor?

Hace falta hacer más. Quienes la combaten mejor son los alemanas. Ahí, si se piratea, llega la justicia de inmediato y se paga una multa enorme. Creo que hay que ser aún más estrictos con la piratería. Porque eso mata la industria. Totalmente. Es un desastre. Como ha ocurrido con la música. Si se piratea todo, ya no hay razón para ir al cine. No se respetan los derechos de autor, ni los del productor… y sobre todo ya no habrá salas: cerrarán. Para mí es una cuestión de civismo. De respeto a una obra. La ves, la pagas, te gusta o no, pero hay que respetar, el dinero que se da se reinvierte en el cine. Hay que castigar a los piratas, porque si no, no habrá más cine.

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© Alejandro Luque  | Primero publicado en JotDown · Enero 2020

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