Entrevista

Philippe Claudel

«La literatura forja el pensamiento»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 13 minutos
philippe claudel
Philippe Claudel (Moscú, 2018) | CC Rodrigo Fernandes

 

 


Sevilla |  Abril 2019


Philippe Claudel (Dombasle-sur-Meurthe, Lorena, 1962), nunca fue una joven promesa de la literatura: publicó su primer libro con 37 años, en 1999, y no lo lanzó a la gloria. Tampoco lo hizo aún El ruido de las llaves (2001), que se nutre de su experiencia de una década como profesor de prisiones. Fue su séptima novela, publicada en 2003, Las almas grises, una historia de un asesinato en Lorena en 1917, la que marcó su entrada a la literatura por la puerta grande, le dio el premio Renaudot y traduciones a decenas de idiomas.

El prestigioso premio Goncourt des lycéens —otorgado por alumnos de Secundaria— consagró a Claudel en 2007 con El informe de Brodeck, otra vez ubicado en una difusa región fronteriza similar a su Lorena natal. Hoy tiene en su haber una veintena de novelas, ocho relatos largos, numerosos ensayos… y cuatro películas, como director. En 2012 llegó un reconocimiento muy especial: Claudel se convirtió en uno de los diez miembros de la Académie Goncourt, el jurado del premio literario más prestigioso de Francia.

La última obra del escritor, publicada en 2018 (2019 en España en Salamandra), El Archipiélago del Perro, vuelve a combinar un paisaje fronterizo inventado —fronterizo con el mar, esta vez, y de lo que hay detrás del mar—, cadáveres, una investigación… y una profunda reflexión, más actual que nunca: sobre la inmigración.

En la entrevista, el escritor pide un agua con gas. En la cena posterior, ya con vino, Claudel confiesa formar parte de los intelectuales que guardan simpatía por Emmanuel Macron: cuenta que el presidente lo recibió y le impresionó favorablemente con su cultura y modales.

¿Confía en el poder de la literatura para cambiar cosas?

Eso espero, eso espero. La novela es de entrada un instrumento para divertir y este aspecto me importa mucho, por eso algunas novelas que he escrito, como El Archipiélago del Perro, se puede leer por una parte como una novela negra, con suspense, con investigación… pero al mismo tiempo, esa investigación tiene el objetivo de hacer comprender cómo es una persona, como funciona y cómo no funciona. Cuando uno se ocupa, como la literatura hace a menudo, de problemas sociales o cuestiones íntimas, lo hace con la voluntad de esperar que en la mente del lector nazca una reflexión que lo haga cambiar un poco para llevarlo a reflexionar sobre ciertas problemáticas y observar elementos que no observaría sin la literatura.

En la novela negra se muestra toda la verdad: siempre se acaba explicando quién es el asesino. En sus libros no. Es una literatura no tan negra y más bien gris ¿no?

«Me interesa colocar a los personajes frente a un dilema moral, colocar al lector frente a esa elección»

Una novela anterior mía, Las almas grises, es una novela escrita expresamente contra la novela negra tradicional en la que siempre se descubre el asesino. Lo que me interesaba era llevar a cabo una investigación, pero sin que se llegue a saber quién ha matado. Dejo al lector en la interrogación, porque la vida a menudo es así, la vida es mucho más compleja que las novelas. Y me interesa mostrar esa complejidad.

¿Podemos hablar de una literatura moral?

Lo que me interesa es hacer preguntas sobre la moral. Eso no es ser moralista, porque yo soy como todo el mundo, no soy mejor que nadie, no tengo la verdad. Pero me parece importante hacer esas preguntas morales, colocar a los personajes frente a una elección que es un dilema moral. Y así colocar al lector frente a esa elección: ¿Qué habría hecho yo? Si yo viviera en una isla del Archipiélago del Perro y me llaman una mañana para decirme que hay tres cadáveres ¿qué habría hecho yo? ¿Habría reaccionado como la madre, como el profesor, como el cura?

Para algunos, la idea de que no podemos conocer toda la verdad es algo pesimista. Para otros, el ‘negro’ clásico, con la policía siempre exitosa, es un modelo fascista. ¿Usted se halla en medio?

Sí… Asumo el principio de que las personas siguen siendo algo totalmente desconocido. Hoy se ha explorado toda la Tierra, no queda terra incógnita, como se decía antes, el único continente desconocido son las personas. Hemos aprendido un poco pero seguimos estando en un nivel muy modesto respecto a saber cómo funciona esa máquina misteriosa y complicada que son las personas, cómo se pone en marcha, como se para, cuáles son sus disfunciones… Esta es la materia de los libros que intento escribir.

En sus libros está la frontera y detrás, eso otro lado, desconocido, Sartre dijo que el infierno son los otros. ¿Es así?

Yo siempre me he preguntado qué quiere decir con esta frase un poco provocadora, un poco programática… Y luego, Sartre se ha equivocado tanto, ya es raro que un intelectual se equivoque tanto como él. No entiendo siquiera cómo todavía hoy goza de alguna forma de reconocimiento, cuando se ven las barbaridades que hay dicho sobre China, sobre la URSS…era alguien que estaba en una ceguera ideológica total.

Entonces ¿no cree en ese infierno?

«Si uno nace y vive en el interior de un país es distinto a si es de una región de margen, de frontera»

Creo que uno no puede construir a solas su propia riqueza interior. Una vida que se vive sola no tienen ningún sentido. Una vida es interesante a medida que se enriquece con la palabra de los demás, las experiencias de los demás, las discusiones con los demás. En todo caso es lo que yo he pensado siempre. A solas no soy gran cosa, si no hay alrededor de mí seres con los que puedo hablar, que me han enseñado cosas, seres que han creado obras literarias, obras pictóricas, musicales, seres que me dan testimonio de la riqueza de otras culturas, otro idioma. Esa famosa complejidad, rica, humana, se construye gracias a los demás. Quien está solo se empobrece.

¿Esto es un alegato moral también?

Lo que es cierto para un individuo es cierto para un país. Uno se convierte en el Archipiélago del Perro, ese fantasma insular, con habitantes que son como de un viejo país, sea Francia o Inglaterra, que quiere quedarse a solas en sus fronteras, quedarse a solas con ellos mismos es el inicio del declive, necesariamente. Una civilización continúa viva, sigue enriqueciéndose, cuando acepta contribuciones de fuera, un entrelazamiento de culturas.

Usted nació y se crió en la frontera ¿no? Ha sido importante para entender qué es la frontera?

Sí. Somos muy diferentes. Quizás si uno nace y vive en el interior de un país es distinto a si es de una región de límite, de margen, de frontera. En mi caso es haber nacido en Lorena y seguir viviendo allí, una región que además ha sido durante siglos escenario de guerras muy importantes. Desde el siglo XVII, Lorena siempre ha sido un lugar por donde han pasado guerras y masacres, desde la 30 años a la II Guerra Mundial. Hay una memoria humana y a la vez geográfica, memoria de la tierra.

¿La tierra recuerda?

Durante mi infancia en Lorena, yo jugaba… y hasta hoy, cuando paseo o busco setas lo hago en sitios que eran lugares de combate, sigo encontrando todavía trozos de cascos militares o de obuses. Cuando era pequeño encontraba a veces huesos de soldados. Está muy cerca la frontera con el país que era el enemigo en tres guerras: la del 70, la del 14, la II Guerra Mundial. Está el otro, está al otro lado de la frontera, que es el enemigo pero que al mismo tiempo nos fascina, admiramos su cultura, su cortesía, su modo de vida… Son relaciones muy ambiguas.

¿Y eso se ha reflejado en su literatura?

Creo que si hubiera nacido en Corrèzes (Aquitania), es solo un ejemplo, no podría haber escrito El informe de Brodeck. Ni siquiera Las Almas grises. El informe de Brodeck es un libro sobre la frontera, sobre el otro, sobre los que están justo al lado, de donde vienen los fratergekeime, una especie de neologismo entre hermano, hermano y medio, hermano cercano. Y eso está realmente ligado al hecho de que yo soy de ese lugar.

La literatura francesa en los últimos años ¿tiene más interés por el Mediterráneo? Pienso en escritores como Tahar Ben Jelloun, Mathias Enard, Boualem Sansal, Leila Slimani.

«No quiero dar el premio Goncourt a una novela primeriza: me parece un regalo envenenado»

Podríamos añadir a un escritor que me parece muy interesante, Laurent Gaudé, que también tiene mucho interés por la cuenca mediterránea: en Le soleil de Scorta o Eldorado ya habla de los inmigrantes. Y hay más autores. En algunos hay razones evidentes: Tahar es marroquí, Boualem es argelino, tienen una historia mediterránea fuerte. Mathias lleva muchos años viviendo en Barcelona y es arabista, conoce muy bien la cultura de Oriente Próximo, en fin, hay afinidades fuertes con el Mediterráneo. Leila Slimani es un caso… De momento ha hecho un libro, no sé qué hará después, ¿se convertirá en escritora? Ya lo veremos. Le han dado el premio Goncourt, pero para mí todavía no es una escritora.

¿No?

No, en serio, no voy a embellecerlo: yo estaba en contra. No quiero dar el premio Goncourt a una novela primeriza. Mi voto en contra era el único [ríe] Porque me parece un regalo envenenado: dar el mayor premio…

Canción dulce era su segunda novela ¿no?

Cierto: es la segunda, antes está En el jardín del ogro, tiene razón, mis disculpas. Pero ella es muy joven, es muy pronto… Bueno, cierro el paréntesis. Hasta ahora no ha escrito sobre la cuenca mediterránea, porque Canción dulce no trata de eso. Luego ha entrado más en lo periodístico, recogiendo testimonios sobre la sexualidad de las mujeres en Marruecos, pero eso es otro campo.

Volvamos al Mediterráneo: ¿qué significa para usted?

Olvidamos —aunque tal vez ahora lo recordemos un poco más—, olvidamos a menudo que nuestra civilización, nuestros países, España, Francia, Italia, Magreb, Grecia, Egipto, son civilizaciones mediterráneas. Es la cuenca amniótica en la que se fecunda y nace nuestra civilización. Se lo digo muchas veces a gente que conozco en mis charlas o conferencias: en Francia, cuando yo era chico, para describir Siria o Líbano hablábamos de Oriente Próximo. Ahora se dice más bien Oriente Medio. Es como poner distancia. A mí me gusta mucho la palabra Oriente Próximo. Es próximo a nosotros, próximo en todos los sentidos, en el civilizatorio también.

¿Y la literatura francesa hoy vuelve a ser consciente de ello?

«Los escritores de origen magrebí están muy representados ahora en las editoriales de Francia»

Hay modas en la literatura. Y desde algunos años, la moda quizás sea escuchar más a voces francófonas que no son francesas. La francofonía en el sentido amplio son autores que son del sur, de los países del Magreb, de África Negra, de Haití. Es realmente un moda, y cuando digo moda, no lo digo en absoluto para juzgar, no es peyorativo. Solo lo constato. Hablamos de Boualem Sansal, tiene su primera novela Kamel Daoud, hay escritores como Dany Laferrière en Haiti.. La literatura de escritores de origen magrebí está muy representada ahora en las editoriales de Francia, hay muchos autores jóvenes, mujeres y hombres, con textos a menudo realmente muy interesantes.

Y está Alice Zéniter...

Alice ha trabajado sobre un tema del que se habla poco en literatura: el destino de los harki. Y me gusta Zone de Mathias Enard porque es una novela muy interesante sobre esa civilizacion medioriental, de Oriente Próximo. Lo que aporta Mathias, en Brújula, por ejemplo, muestra cuánto debemos a los países y civilizaciones que dan miedo a algunos. Leerlos tiene un interés cívico.

En una entrevista, usted dijo que la literatura empieza donde termina el periodismo. ¿Puede explicarse?

En el proyecto para El Archipiélago del Perro, cuando me dije que tenía ganas de escribir sobre esta problemática tan actual, el fenómeno migratorio y nuestras reacciones hostiles, o muy cautelosas en el mejor de los casos… el concepto era el siguiente: los periodistas han hecho su trabajo. Han escrito reportajes sobre este drama, algunos han ido con los inmigrantes, otros se han montado en los barcos, algunos están en los países donde se embarcan o van a sus países de origen o de llegada… Hay cientos de artículos, de reportajes en televisión y sin embargo ¡nada cambia! No se puede decir que esto haya influido de golpe la opinión pública francesa para que diga: esto no puede continuar así, hay que exigir al Gobierno que cambie, que los acoja… Por eso quizás haya que intentar abrir un poco la mente del público utilizando la literatura.

¿Cuál es la diferencia?

La literatura utiliza un método distinto: es de ritmo largo. El periodismo es de ritmo corto. Se trabaja sobre un tema, se publica en un diario, en televisión o en radio, se sabe que se tiene poco tiempo para trabajar y se sabe también que se leerá con rapidez. El formato es corto. La literatura procede de un tempo largo. El novelista no está sujeto a la actualidad, puede tomarse su tiempo para escribir una novela. Y el lector también pasará horas con esta novela: acepta retirarse de ese mundo del flujo cada vez más rápido, del bombardeo de información, para sentarse en alguna parte y observar con distancia lo que se le propone.

Conclusión: ¿la duración sí importa?

Esta es la conclusión que me interesa: para pensar hace falta tiempo. A menudo cuando se lee un artículo de un diario, incluso cuando está construido de forma inteligente, provoca más una emoción que una reflexión. Es decir, una reacción inmediata, no un pensamiento. Porque para un pensamiento hace falta tomar distancia. Hablo de la literatura en sentido amplio, sea ficción o no ficción. La literatura forja el pensamiento.

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© Alejandro Luque  | Especial para MSur · Abril 2019

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