Artes

Eduard Limónov

El adolescente Savenko

M'Sur
M'Sur
· 11 minutos

Andanzas del joven Eddy

Eduard Limonov (2018) | CC Dmitry Rozhkov

De entrada, la historia de un chaval que quiere comprarle un regalo a su novia no parece un comienzo particularmente brillante. Pero si ese muchacho es el joven Eduard Limónov —o Eddy-baby, como él mismo se presenta—, y no tiene un rublo en el bolsillo, y además se trata de un precoz delincuente, entonces sí, cualquier cosa puede suceder. Convertido en icono literario de la mano del escritor Emmanuel Carrére, que convirtió su vida en una absorbente novela, Limónov, fallecido en marzo de este año, es un escritor que vale la pena seguir siempre que el lector no busque un guía moral o un espejo de virtudes. Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, que ha publicado otros títulos suyos como Historia de un servidor o Historia de un granuja, traduce ahora El adolescente Slavenko para gozo de sus seguidores y sorpresa de quienes tropiecen con él sin referencias previas. Porque Limónov provoca cualquier cosa, menos indiferencia.

[Alejandro Luque]

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El adolescente Savenko

Autorretrato de un bandido adolescente

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Eddie-baby tiene quince años. Apoya su figura desgarbada en la pared del edificio de una farmacia y espera. Es 7 de noviembre y hace frío; frente a él desfilan con sus mejores galas los ciudadanos, o las ovejas del rebaño, como él los llama. El rebaño viene de la fiesta que empezó con el desfile de la guarnición de Járkov en la plaza Dzerzhinsky y se dirige ahora a la manifestación. Las masas de proletarios avanzan en columnas desde la plaza que pavimentaron los prisioneros de guerra alemanes, la más grande de Europa, la segunda más grande del mundo después de la de Tiananmen.

Eddie-baby conoce el dato porque es uno de los pilares del patriotismo jarkovita. Los ciudadanos que pasan frente a Eddie-baby son vagos, desorganizados, apenas dirigidos por los representantes sindicales de los tenderos, vendedores, mecánicos y encargados de diversos talleres; en definitiva, pequeño-burgueses. Acaban de salir de casa con la ropa de los domingos, y se nota que antes se han bebido dos o tres vasos de vodka y han comido los típicos platos de los días de fiesta: ensalada «Olivier», salchichas y arenques de los buenos. Los cabeza de familia visten pesados abrigos, chaquetas negras o azul oscuro, corbatas y zapatos nuevos que les aprietan los pies a cada paso, como Eddie-baby puede constatar. Los niños, disfrazados ridículamente de adultos elegantes, comen helado con una mano mientras que con la otra sujetan varios globos de colores. De vez en cuando, inesperadamente, los globos estallan con un ruido semejante al estruendo de las pistolas. Los vestidos y abrigos de las señoras desprenden el típico olor a naftalina: sí, las mujeres cuidan de sus cosas.

Eddie-baby frunce el ceño. Él no es como ellos. Embutido en sus pantalones polacos de terciopelo negro, abrigado por una chaqueta amarilla con capucha, escupe al aire insolente, como el Hamlet del barrio de Saltovsky. Si por él fuera, los mandaría a todos a la mierda. Pero lo que lo preocupa realmente es de dónde va a sacar el dinero que le hace falta.

Necesita doscientos cincuenta rublos, y tiene hasta mañana por la noche para conseguirlo. Le prometió a Svetka llevarla a casa de Sasha Plotnikov. Sasha y sus amigos son de lo más exquisito que hay en el barrio. Juntarse con ellos es un gran honor. Eddie ya ha sido agraciado con ese honor un par de veces. Pero esta vez sus padres se han enfadado y se niegan a darle dinero para la fiesta: por lo visto, les ha impresionado notablemente la última visita a casa del capitán Silverman.

Eddie-baby sonríe con despecho al recordar su arresto. El capitán Silverman se presentó en casa a las seis de la mañana acompañado de dos policías, lo despertó mientras dormía en la terraza, en un saco de dormir que le había regalado la familia Shepelsky, le plantó un papel amarillento en la cara y le espetó: «¡Ciudadano Savenko, está usted arrestado!».

Silverman es un idiota, le gusta impresionar. Se cree que es el comisario Maigret, vistiendo con una gabardina hasta los pies y fumando en pipa. Eddie se sonríe al recordar la cómica y diminuta figura del capitán Silverman, más parecida a Charlot que al comisario Maigret. Que el capitán Silverman sea el jefe de la Sección Juvenil de la Decimoquinta Comisaría de Policía es una ridiculez. Primero, porque es judío. Un policía judío suena a chiste. Solo un barrendero judío es más chistoso todavía.

Al final, el capitán Silverman no tuvo más remedio que dejar en libertad a Eddie-baby esa misma tarde. No pudo encontrar pruebas de que hubiera sido él quien había robado en la tienda de la Avenida Stalin. Desde entonces, el capitán Silverman no lo deja en paz, quiere educarlo. Suele pasarse por casa por las tardes para controlar lo que hace. Tras un par de visitas, Eddie-baby empezó a zafarse de él y salir de casa con cualquier excusa como, por ejemplo, irse a bailar. En una ocasión el capitán Silverman llegó a presentarse en la sala de baile Bombay en su búsqueda, pero el operador de cine Syeva ayudó a Eddie a escapar por la salida de los empleados.

Oficialmente, el local, que se encuentra al lado del Centro Comercial nº 11, se llama «Club de los Trabajadores de la Industria Alimentaria del Distrito de Stalin de la Ciudad de Járkov», pero todo el mundo lo llama el Bombay. En el Bombay todos lo conocen: Eddie puede pasar sin pagar y salir poco después, borracho como una cuba, sin haberse gastado un solo kópek. Los chicos del Bombay lo respetan y lo invitan a beber, pero Eddie no quiere aprovecharse y se emborracha con ellos muy de vez en cuando, especialmente cuando su ánimo se encuentra por los suelos.

«¡Mierda de vida!», piensa Eddie-baby. «¿De dónde saco yo ahora el dinero?». Si hubiese sabido que sus padres no se lo iban a dar, ya se hubiese espabilado él para conseguirlo de alguna manera. Doscientos cincuenta rublos no son mucho dinero, pero si no los tienes, no los tienes. El día anterior todavía disponía de cien rublos, pero se los gastó alegremente, confiado en que sus padres le iban a dar más. Le pagó a Vástlav treinta rublos por un corte de pelo y el resto se lo gastó, no recuerda muy bien dónde ni cómo. ¡Seguramente invitando a beber a Tólik Karpov y a Kádik! Y también a Vástlav, que aun siendo el mejor peluquero de la ciudad nunca le cobraba, pero al que había que compensar con algún que otro trago. Vástlav trabaja en la peluquería nº 3 del taller de coches, pero debería hacerlo en el mismo Kremlin, aunque a él le da igual un sitio que otro. Eddie-baby palpa la raya afeitada: «El pelo hay que cortárselo cada semana» solía decirle Vástlav, «¡no debe ser más largo que una cerilla!». Así que con el pelo, Eddie tiene todo en orden. Pero el dinero… he ahí el problema.

Eddie-baby no solo está pasando el rato en esa mañana festiva. Parado al lado de la farmacia, está esperando a su amigo Kádik. Kádik vive al lado: desde la farmacia, Eddie-baby puede ver el edificio gris, el número 7 del Paseo del Saltovsky. Ese edificio, que antes fue una residencia y ahora es un bloque de viviendas familiares, es uno de los más antiguos del barrio de Saltovsky.

Kádik, o Kolka, o Nikolay Goriunov, es hijo de una cartera. No tiene padre. La madre de Eddie-baby, Raísa Fedorovna, nunca ha sabido quién es el padre de Kádik. En realidad, nadie lo sabe. Sin embargo, todo el mundo conoce a Klava «la cartera», que reparte la correspondencia del lado impar del Paseo del Saltovsky. Es una mujer pequeña que siempre parece estar asustada. Las malas lenguas del Saltovsky aseguran que Kádik pega a su madre. «Está hecho una mala bestia», dicen, «parece un toro bravo. Y como no tiene padre, le ha perdido el respeto a la madre». Pero Eddie-baby sabe que Kádik no pega a su madre. Discuten mucho, eso sí. Eddie-baby quiere mucho a Kádik, aunque a veces se burla de él. «Kádik» no es un nombre normal, es artificial, el mismo Kádik se lo inventó adaptando una marca americana de automóviles, Cadillac. Suena un poco cursi, es verdad, pero es que Kádik es amigo desde niño de los labujami 1), los músicos de jazz.

Kádik también se inventó un nombre para Eddie-baby, «Édik», que también suena muy americano. Kádik habla americano e inglés: asegura que las dos lenguas se parecen mucho. El caso es que mucha gente conoce a Eddie-baby como Édik. Hasta que no conoció a Kádik, Eddie-baby sobrevivía sin ningún apodo.

En realidad «Eddie-baby» se parece más a su verdadero nombre, Eduard Savenko, que «Édik». En el Saltovsky hay dos Eduard más: uno de ellos, que trabaja de ayudante de tornero en la fábrica Pistones, elabora a escondidas pistolas artesanales de un solo tiro y se las vende a los chavales del barrio. Eddie-baby le compró una el año pasado, pero no funciona, se le ha estropeado el gatillo. Édik le prometió que se la arreglaría. Este Édik tiene un apellido típicamente ruso: Dodonov. A Eddie-baby le puso el nombre su padre. Cuando la madre lo llamó desde la clínica de maternidad para anunciarle que había tenido un hijo y preguntarle cómo lo iban a llamar, Veníamin Ivánovich, un joven de veinticinco años, se encontraba en casa leyendo al poeta Eduard Braginsky, y propuso que lo registraran con ese nombre, Eduard. A su padre le gustaban mucho los poemas de Braginsky. Y así fue como le dieron el nombre a Eddie-baby, en honor al poeta judío.

Hace poco tiempo, la primavera pasada, Eddie-baby leyó por primera vez los poemas de Braginsky, recopilados en una antología de tapas azules, y le gustaron tanto como a su padre quince años atrás. Especialmente un poema titulado «Contrabandistas»:

Bajo el cielo estrellado, surca el río un barco
Tres griegos contrabandistas se dirigen a Odesa…

A mitad del poema, y para sorpresa de Eddie-baby, se encontraban unos versos ciertamente escandalosos:

Para que las estrellas les hicieran ricos,
Coñac, medias y preservativos…

Eddie-baby le enseñó esos versos a Kádik, y también le gustaron mucho. Pero a Kádik no le va mucho la poesía, él prefiere el jazz y el rock, y está aprendiendo a tocar el saxofón.

Durante mucho tiempo, a Eddie-baby no le gustó la poesía. En la biblioteca, Viktoria Samoílovna, cubierta con un chal y siempre tosiendo —tenía unos pulmones débiles—, le ofrecía constantemente libros de poesía, pero Eddie-baby los rechazaba con una irónica sonrisa: «¡Chorradas!». Viktoria Samoílovna conoce a Eddie-baby desde que este tenía nueve años, puesto que Eddie-baby es el lector más antiguo de la biblioteca. Aunque, a decir verdad, Eddie-baby va a la biblioteca cada vez menos.

Eddie-baby ya no está para bibliotecas, él es ahora un hombre de verdad y tiene sus propios asuntos. La última vez que estuvo allí fue en julio, y ahora estamos en noviembre. El plazo para devolver los libros hace ya tiempo que ha caducado: se trata de dos tomos de Valeri Briúsov y otro del poeta Polonsky. Eddie-baby no quiere devolverlos, pretende quedárselos: dirá que los ha extraviado. Pero en el fondo le da vergüenza engañar a Viktoria Samoílovna, y va posponiendo su visita a la biblioteca: «mañana… o la semana que viene», se dice a sí mismo, y cada día que pasa se le hace más difícil volver a la biblioteca del barrio. A la de la escuela hace ya mucho tiempo que no va, en primer lugar porque no soporta a Lora Yakólevna y su perenne olor a meado, y en segundo lugar porque no hay allí nada interesante para leer, él no aguanta los libros escolares.

 

1) Labujami, majara, con este apelativo se denominaba a los músicos de jazz que tocaban en los restaurantes soviéticos (n. t.).
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© Herederos Eduard Limónov (1986) · Traducción del ruso: Pedro Ruiz Zamora (2020) | Cedido a MSur por Ed. Oriente y Mediterráneo