Entrevista

Amin Maalouf

«Un escritor desesperanzado es inútil para la Humanidad»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos
Amin Maalouf (Madrid, 2009) | © Ilya U. Topper /MSur


Cádiz |  Noviembre 2020

En la pantalla, la sonrisa de Amin Maalouf es toda una declaración de intenciones que parece decir: a mal tiempo, buena cara. “Antes”, dice como si hubiéramos de remontarnos muy atrás en el tiempo, “cuando se publicaba un libro mío, iba a España, me encontraba con la prensa en persona, firmaba libros… Ahora nos estamos acostumbrando a nuevas formas de hacer, no sabemos si provisionales o definitivas, pero lo seguro es que no solo van a cambiar los rituales de las presentaciones de libros. ¿Cómo será el nuevo mundo que viene, a qué se parecerá? Es difícil vislumbrarlo. Lo seguro es que algo termina y algo está empezando”, afirma.

Beirutí de 1949, Maalouf estaba consolidado como novelista, con títulos como León el Africano, Los desorientados o El primer siglo después de Béatrice, pero en los últimos tiempos goza de un renovado predicamento como ensayista gracias a éxitos como El desajuste del mundo o El naufragio de las civilizaciones. Ahora regresa a la ficción con Nuestros inesperados hermanos (Alianza), una novela en la que sus dos protagonistas son los únicos habitantes de una isla de la costa atlántica, lo que no deja de tener su ironía en tiempos de confinamientos. “Había escrito una novela en la que el mundo se detiene, y releyendo el manuscrito me di cuenta de que hacía referencias al mundo de hoy. Lo acabé antes del confinamiento, pero la pandemia aceleró su salida”, explica.

«Imaginé un mundo que avanza hacia el naufragio, como el Titanic, y creo que es lo que está ocurriendo»

Habituados a los escenarios mediterráneos, tal vez los lectores de Maalouf se sorprendan por esta mirada hacia el Atlántico. “Ese cambio tiene que ver con mi vida. Yo nací en el Levante, luego emigré a un país que también es mediterráneo, Francia, aunque un poco distinto. Y desde hace unos 30 años tengo una casa junto al Atlántico, donde paso buena parte de mi tiempo escribiendo. Es un decorado que se le parece, aunque la isla de Nuestros inesperados hermanos se inspira en diversas islas de esa costa atlántica”, apunta.

Otro motivo de inspiración para esta nueva obra es “un momento muy importante de la aventura humana, que fue el milagro ateniense de 2000 años atrás. La Humanidad daba sus primeros pasos, las civilizaciones estaban poco avanzadas, y sin embargo se produjo en Grecia un florecimiento inesperado que dio lugar al teatro, a la filosofía, al inicio de la democracia. Siempre me ha fascinado ese momento. Cuando he imaginado en nuestro mundo una civilización que venga a ayudarnos del impasse en el que estamos ahora, siempre pensé que esa ayuda podía venir de allí”.

Para Maalouf, esta nueva entrega participa de algunas de las preocupaciones que ya plasmó en El naufragio de las civilizaciones. “Imaginé un mundo que avanzaba hacia el naufragio, como el Titanic, y de hecho creo que es lo que está ocurriendo. Esta ficción nació de ese temor, de una angustia respecto a la Historia”, comenta.

La obra tiene como pórtico una cita de Novalis, según la cual “la novela surge de las carencias de la Historia”. Y se propone como parábola de nuestros tiempos. “Las parábolas nos permiten soslayar algunas limitaciones y sentirnos libres para imaginar un mundo distinto. Porque creo que el mundo de hoy necesita ser repensado y reimaginado, más que en cualquier otro momento de la Historia. El caso es que la Humanidad hoy tiene los medios para resolver básicamente todos los problemas que se le plantean, y para realizarse como nunca lo había hecho antes. Solo le falta saber hacia dónde va, saber qué le gustaría construir con esas posibilidades. Lo que necesita es mucha imaginación”.

«El papel del escritor es ser lúcido y mantener la esperanza. Un escritor desesperanzado es inútil para la Humanidad»

“La literatura”, prosigue el escritor en la misma línea, “nunca ha tenido un cometido tan concreto como el que tiene hoy: su función es imaginar el mundo de una manera distinta”. Maalouf asegura vivir “constantemente consternado viendo las evoluciones del mundo». «Mi región natal, Europa, América, todo está lleno de tensiones, nos asomamos a una probable nueva guerra fría y a una nueva carrera armamentística que probablemente ya ha empezado. Y a cada instante siento que necesitamos esa reinvención. Tal vez esta pausa que la Historia nos ha regalado en 2020 sea el tiempo que necesitamos para hacerlo”.

“El momento que vivimos en 2020 es de naufragio, y no me refiero a ningún fin del mundo. Hay una vida antes y otra después, pero estamos justo en él”, comenta. “Esa vida después hay que pensarla y reconstruirla. No ocultaré que durante meses estoy constantemente reflexionando sobre cómo puede ser el mundo posnaufragio. Tomo lo sucedido como advertencia, un aviso que la Historia nos da. Si seguimos en esta andadura, avanzamos hacia confrontaciones y crisis infinitas”.

En todo caso, Maalouf tiene fama, según su traductora, de tener una cabeza pesimista y un corazón optimista, de modo que la esperanza prevalece. “Por principios, el papel del escritor es ser lúcido y mantener la esperanza. Un escritor desesperanzado es inútil para la Humanidad”, asevera. “Un personaje de mis novelas decía que, incluso cuando no veía la luz al final del túnel, debía imaginar que esa luz existía, y que llegaría a verla. Yo pienso igual”.

Eso aunque el panorama que muestran los periódicos cada día no sea precisamente alentador. Cuando MSur le pregunta si siente que esa larga lucha que el escritor lleva librando contra las Identidades asesinas –otro de sus célebres ensayos– se ha revelado como inútil con el tiempo, responde: “El combate contra las identidades asesinas hay que continuarlo. ¿Estamos progresando en ese terreno? Reconozco que no. Tampoco voy a decir que todo lo que he escrito estos años sea inútil, espero que sea algo que tengas sus frutos, y desde luego sigo expresando las cosas en las que creo. Pero es cierto que, observando el mundo, la conclusión es que no hemos avanzado mucho. Las relaciones entre las personas que tienen orígenes distintos no mejoran, más bien diría que se deterioran”.

«Suelo hablar de secar el agua en el que el pez del terrorismo vive y desgraciadamente estamos lejos de esto»

Pero agrega: “Estoy convencido de que en ninguno de los países que conozco y que he estudiado, se está haciendo un esfuerzo verdadero, con perspicacia, pertinencia, perseverancia y voluntad, para permitir que esta coyuntura cambie. Las identidades siguen siendo asesinas en muchos sitios, y los acontecimientos que hemos vivido recientemente en Francia [como la decapitación del profesor Paty] son muy inquietantes. Viéndolo fríamente, el fenómeno del fanatismo, tal y como lo observábamos hace seis o siete años, con el auge del Daesh, ha remitido. Esas organizaciones que controlaban vastos territorios han perdido su influencia. Sin embargo, lo que ha continuado es ese tipo de fanatismo, de criminalidad, en el que los especuladores influyen sobre personas jóvenes y los hacen utilizar armas poco sofisticadas como cuchillos sobre objetivos fáciles, personas que van por la calle, no instituciones… Ese terrorismo residual es terriblemente difícil de impedir”.

“Sea cual sea el grado de vigilancia, es muy difícil protegerse de esto. Lo que espero es que se produzca un combate verdadero para ganar el pensamiento, la manera de concebir el mundo, para que estos actos sean impedidos por un control social, del entorno mismo del que proceden estos jóvenes. Que estas actitudes sean inaceptables, condenables, en origen. Suelo hablar de secar el agua en el que el pez del terrorismo vive y nada: desgraciadamente, estamos lejos de esto”, dice Maalouf.

Para el escritor, “hoy estamos en tiempos en los que una propaganda de este tipo surte mucho efecto. No todo el mundo comete actos como estos, pero tampoco los condenan. Hay una brecha entre la manera de ver las cosas que tiene una parte de la población migrante y la manera de ver de la gran mayoría de la población autóctona del país. Sin duda es un problema que debería resolverse, y que no está siendo encarado”.

«Cualquier ciudadano puede dirigirse a tanta gente como el New York Times, y aún no sabemos cómo gestionar eso»

Estas cuestiones se viven en Francia como una controversia recurrente, pero que no se acaba de abordar de manera radical. “Hay problemas que vienen de la época colonial y que nunca se han resuelto. La presencia del país en Argelia, por ejemplo, sigue teniendo consecuencias. Tal vez necesitamos todos una visión más serena de todos estos temas. Humildemente, yo he intentado encontrar una visión equilibrada de los distintos acontecimientos del pasado. Lo cierto es que estamos en un mundo en que crecen las tensiones, se está envenenando el ambiente”.

“Los árabes tenemos problemas por todas partes, pero hasta el país más potente del mundo, Estados Unidos, tiene que replantearse el funcionamiento de la democracia, del sistema político, de los medios de comunicación… Yo crecí en una casa de periodistas, empecé a trabajar bastante pronto en un periódico, y he visto la evolución del tiempo en que había grandes instituciones de prensa hasta el momento en el que cualquier ciudadano desde su habitación puede dirigirse a tanta gente como el New York Times. Y todavía no sabemos cómo gestionar eso”, subraya.

Por último, cuando se le pide su valoración de las protestas que se están dando actualmente en el Líbano, Maalouf saca su acento más grave. “El Líbano está pasando un periodo muy difícil, la gente se manifiesta y tiene muchos motivos para hacerlo. La gente no puede retirar el dinero que tiene en el banco, solo pueden hacerlo con cuentagotas, no hay medicamentos ni muchos productos de primera necesidad, la clase media se ha empobrecido a velocidad de vértigo… Y al mismo tiempo, este movimiento popular que afecta a todas las comunidades no da lugar a un cambio de sistema. Un sistema absolutamente incompetente y muy difícil de erradicar. Hay como una cubierta de plomo que nadie puede desplazar o expulsar. Y al mismo tiempo, todo el mundo es consciente de los daños que eso causa”.

Y al mismo tiempo, sale el Maalouf siempre esperanzado: “Hay que mantener la esperanza de que puede suceder algo, aunque está claro que el país va hacia una caída económica, política… hacia el colapso, el desmoronamiento. Mi sueño es que quede bajo una gerencia internacional, con Naciones Unidas y una alianza de todas las potencias, EEUU, Rusia, China, la UE, que apoyen una administración provisional que reconstruya el país, la economía, el sistema bancario, las instituciones políticas. Aunque eso dure seis o siete años, que el país pueda arrancar de nuevo, porque ahora mismo es incapaz de salir de ahí”.

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© Alejandro Luque  | Especial para MSur · Noviembre 2020

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