Crítica

La cara y la espalda

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 7 minutos

Nayi al-Ali
Palestina. Arte y resistencia

Género: Gráfica
Editorial: Oriente y Mediterráneo
Páginas: 272
ISBN: 978-84-1216-623-1
Precio: 25 €
Año: 1987 (2020 en esta edición)
Idioma original: árabe/castellano
Edición e introducción: Zuhur Dalo y Mohamad Bitari

«Este te lo regalo”. Sultana me tendió una placa de cristal con un dibujo plateado grabado a fuego en la superficie. Era la figura de un niño de espaldas, las manos entrelazadas detrás, una cabeza redonda con unos pocos pelos hirsutos. Acababa de componerlo en el taller que tenía junto con su socio palestino en el pequeño pueblo de Immatein, a tiro de piedra de Kedumim, el asentamiento sionista cercano a Nablus donde ella vivía y vendía su artesanía. Yo lo cogí agradecido.
—Si tus vecinos, los colonos, vieran que fabricas esas cosas ¿qué te dirían?
—¡Uf! Me lapidarían— respondió Sultana. Luego se lo pensó y añadió: —No. Creo que ni siquiera saben lo que es.

Todo palestino sabe lo que es Hándala, el niño de espaldas. Es una contraseña, un símbolo, un grito de libertad. Es una figura creada en los años setenta por Nayi Ali, un dibujante nacido en 1936 en Palestina, cuya vida transcurrió entre un campo de refugiados de Líbano, alguna estancia en Kuwait y el exilio de Londres donde en 1987 le pegaron un tiro. Nunca se ha sabido quién. Ni por orden de quién. Pudo ser el Mossad. Pudieron ser altos cargos palestinos. Pudo ser un régimen árabe. Porque el niño de espaldas de Nayi Ali señalaba con el dedo a todos.

Nayi Ali fue una de las figuras más influyentes del dibujo político árabe, probablemente marcara tendencia para generaciones. Por eso es una excelente noticia que Ediciones del Oriente y el Mediterráneo publique ahora esta recopilación de sus mejores viñetas —casi 200— en una muy cuidada edición que sirve al mismo tiempo de biografía del artista: los textos de la académica Zuhur Dalo y el poeta Mohamad Bitari, ambos palestinos exiliados en Barcelona, estructuran la trayectoria de Nayi Ali en cinco etapas, con su evolución del claro al oscuro, y aportan no solo datos, fechas y reflexiones, sino numerosas citas del biografiado tomadas de la prensa árabe. Sumando una docena de fotografías, una entrevista, una cronología, la introducción de la periodista Teresa Aranguren y el pórtico del guionista Antonio Altarriba, la obra queda tan redonda que no cabe ninguna crítica.

Los dibujos de Nayi Ali, con trazo escueto y certero, muestran lo que hay detrás del conflicto

Para cualquiera que tenga interés por el arte gráfico del contexto árabe o, simplemente, por la historia del vapuleado pueblo palestino en el siglo XX, será sencillamente imprescindible. No se puede conocer Palestina sin saber quién es Handala. (Por eso no durarán los colonos sionistas que creen suya esa tierra: no saben, no quieren saber).

No cabe crítica al libro, digo. Ahora bien, el libro, por ser excelente, es una excelente oportunidad para mirar de cerca la obra de este gran dibujante cuya huella quizás más clara encontramos, fuera del mundo árabe, en el lamentable panfletismo de un Carlos Latuff. Porque panfletista fue Nayi Ali, como lo sigue siendo la mayor parte del dibujo político del mundo árabe oriental (en el Magreb, cuya evolución social y artística siempre ha ido aparte, hay ejemplos de humor y sátira, que es un concepto distinto).

Con panfletismo me refiero al arte político que exalta la virtud de los propios y resalta la maldad del adversario. No solo la resalta: la explica. Los dibujos de Nayi Ali, con trazo escueto y certero, muestran las relaciones políticas, lo que hay detrás del conflicto. Ahí están los jeques árabes haciendo rodar un barril de petróleo por el desierto, marcando el suelo con barras y estrellas… por detrás de Henry Kissinger, rama de olivo en mano. Una columna entera de análisis político en cuatro trazos de lápiz.

Palestina siempre es una mujer, sí, pero decente, bella en su aparición casta, madre abnegada o esposa

Salvo Kissinger, no hay personajes en estas viñetas: solo hay pueblos, regímenes, ejércitos. Está el soldado israelí y está el fedayin palestino, el pueblo palestino y “Estados Unidos”, así, ente abstracto, o “los árabes” en referencia a las monarquías saudíes y del Golfo, reconocibles por su shemmagh blanco con aros negros… y su corpulencia, distinta al demacrado pueblo palestino. Cuando sale la sociedad israelí en su conjunto, normalmente lo hace bajo la figura de una mujer, gorda también, pero con pronunciado seno y escote, marcando un aire sexual.

Sí, afrontémoslo: el dibujo de Nayi Ali es tan machista como la media de la intelectualidad árabe de su época… y de la nuestra (sigue siendo popular en las viñetas representar una potencia ‘occidental’ en forma de puta). Palestina siempre es una mujer, sí, pero siempre es una mujer decente, bella en su aparición casta, madre abnegada o esposa. Por supuesto nunca lleva hiyab —el hiyab acababa de inventarse cuando mataron a Nayi Ali— pero la mayor parte de las veces sí la pañoleta campesina tradicional. No siempre: también están las viñetas de una joven clavada a la cruz por su cabellera, o la de un gordo jeque árabe despeñándose por la melena de una mujer que, entendemos, también es Palestina.

Los dibujos, afiladísimo lápiz blanco y negro no solo en el sentido cromático, son una única larga denuncia

Cuando el artista critica el machismo de la sociedad —y lo hace de una forma rotunda y mordaz en el dibujo del jeque que deja tras de si una botella de refresco vacía con la pajita puesta, mientras se dirige a dos figuras del mismo contorno, pero negras con la rendija del niqab a la altura de los ojos—, los hombres criticados son siempre los árabes, los del desierto. Lo cual indica no poco valor, si tenemos en cuenta que esos dibujos se publicaban en la prensa de Kuwait. Pero en el mensaje de Nayi Ali no caben críticas a la sociedad palestina. A sus gordos e ineptos dirigentes, sí, eternamente engañados en las negociaciones. A la sociedad, no.

Las negociaciones: para Nayi Ali son una traición. El 242, número de la resolución de Naciones Unidas que urge a Israel retirarse de los territorios ocupados en 1967, decora un paracaídas que ahorca a un palestino. Porque retirarse solo de estos territorios es afianzar el resto de Israel, y eso, para un palestino del 48 —es decir, nacido en los territorios que el plan de paz de Naciones Unidas adjudicó a un ‘Estado judío’ o conquistados en la guerra de 1948— es perder la patria. Por ello, los héroes de Nayi Ali llevan fusil de asalto. Hasta el año de su muerte, 1987, llevarán fusil de asalto, aunque lo usen para arar la tierra.

No, aquí no hay humor. La historia palestina es demasiado triste, demasiado desgarradora, como para que el humor tenga lugar. Los dibujos de Nayi Ali, afiladísimo lápiz blanco y negro no solo en el sentido cromático, son una única larga denuncia, con sus buenos, sus malos y sus Estados Unidos. Hizo escuela. Quizás demasiada escuela. Dos generaciones más tarde, la historia de Palestina sigue siendo igual del desgarradora, y los dibujos de los viñetistas, igual de blanquinegros. Solo que con el tiempo, los lápices se les han quedado romos.

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