Crítica

Manantial sereno

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 5 minutos

Antonio Machado. Los días azules

Dirección: Laura Hojman

Género: Documental
Guion: Laura Hojman
Producción: Summer Films
Duración: 94 minutos
Estreno: 2020
País: España
Idioma: castellano

Hojman Machado

Lo voy a decir de entrada: sí, sé donde está Colliure. Sí, tengo una foto junto a la tumba, con unas flores rojas, amarillas y violetas de fondo. Sí, me he pasado horas en las librerías hojeando antologías para hallar ese verso que guardo en la memoria y que al parecer nadie más conoce. Sí, Antonio Machado es mi maestro.

“Nadie puede enseñar mejor que Machado cómo hay que vivir”, dice la poeta Paca Aguirre en el documental Los días azules de Laura Hojman. Dirán ustedes que es poner muy alta la figura del poeta. Yo digo que se queda corta. Porque también, además, en añadidura, nadie enseña mejor cómo hay que escribir.

Los días azules recorre la vida de Machado desde Colliure hasta aquel patio de Sevilla y su limonero, o viceversa. Es un único largo poema visual, pespunteado de los limones de aquella huerta, filmados a contraluz y dibujados a mano alzada, una sinfonía compuesta por imágenes del paisaje que vio el poeta, las interpretaciones gráficas con tintes de acuarela japonesa, fotos de la época, los versos, siempre los versos, y las opiniones de la flor y nata de los literatos españoles, desde Francisca Aguirre a Elvira Lindo, de Luis García Montero, a Antonio Muñoz Molina, Fanny Rubio y Ian Gibson, amén de académicas y estudiosos. Por supuesto acabé llorando de la emoción.

Un documental, sí, pero filmado, creado, dirigido con la emoción de un metraje de ficción. Laura Hojman renuncia a una consideración crítica, no quiere enmendarle la plana al maestro, no busca sombras entre la luz de su trayectoria, no destripa. El amor de Machado por la adolescente Leonor Izquierdo, hoy diríamos niña —tenía trece años cuando se conocieron y quince cuando se casaron— es simplemente esto: amor. Hoy sería difícil hablar de esto sin buscarle delito (aunque no sería tan raro en la época: incluso en una novela francesa con tintes feministas como Le mariage de Chiffon de Gyp, publicada en 1894 (quince años antes), la protagonista se casa a los 16 años por amor con un hombre que le dobla la edad; no todo tiempo pasado fue mejor).

Hojman nos propone vivir lo que vivió el poeta, eso sí, con su gota de sangre jacobina

Tampoco busquen profundos análisis sobre el personaje de Guiomar: lo que importa aquí es lo que sentía Machado, lo que escribía, lo que nos sabe transmitir. Hojman nos propone vivir lo que vivió el poeta. Eso sí, con su compromiso político, su convicción republicana, su gota de sangre jacobina y su entrega a la educación popular, como profesor que fue siempre.

No cabe todo, por supuesto. No está Juan de Mairena, ese alter ego del enseñante, o al menos no está esa cita que para mí debería estar enmarcada en todas las redacciones de periódico y en toda oficina donde alguien dispone de papel y lápiz o un teclado de ordenador, antídoto del pandémico mal del que adolece la mayor parte de lo escrito en un siglo en lengua española: la creencia de que escribir bien es complicarle la vida al lector. Que la belleza reside en los afeites de cosmética. Recuerdo a un amigo extranjero que me dijo que yo, como periodista, escribía con estilo poco español: demasiado llano. No, le respondí: es que tengo un maestro y se llama Antonio Machado.

Ustedes se lo saben, pero lo pongo aquí por si quieren imprimirlo y prenderlo en el corcho de su jefe. Juan de Mairena escribe en la pizarra: “Los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Exige al alumno: Póngalo en lenguaje poético. El alumno coge la tiza, reflexiona, escribe: “Lo que pasa en la calle”. Y aprueba.

No está en el filme, pero no cabe duda de que Laura Hojman ha ido a esta clase de Juan de Mairena. La sencillez es una de las grandes virtudes de Los días azules: la narración brota cual manantial sereno. No es una biografía elaborada en fotogramas: es un poema biográfico, un largo romance como lo es la Tierra de Alvargonzález. Eso sí, sin lagunas negras y sin sangre de Caín. Siempre con luz en los limoneros y con niñas jugando alegres en la playa azul de Colliure. De algo le tenía que servir a Laura Hojman ser andaluza, ser de aquellos patios, aquella huerta. El filme es, en el buen sentido de la palabra, bueno.

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© Ilya U. Topper | Especial para M’Sur

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