Entrevista

Mahi Binebine

«Quiero que la gente vea Marruecos como es»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 18 minutos
binebine
Mahi Binebine (2019) | © TV 5 / Web del autor


Cádiz | Marzo 2021

Sigue riéndose, aunque la entrevista no sea en un café sino a través de la pantalla. Ni siquiera la pandemia parece haberle cambiado el buen humor a Mahi Binebine (Marrakech, 1959), artista marroquí más conocido internacionalmente por sus novelas que por sus óleos y esculturas (aunque vive de estas, no de los libros). Pero la carcajada que acompaña cada frase no quita seriedad a sus reflexiones sobre el yihadismo, el machismo, la falta de libertades y otros problemas que aquejan Marruecos. No se refugia nunca en una torre de marfil: opina sin reservas y se mete en todo berenjenal que el entrevistador le proponga. Como en sus nolevas: Mahi Binebine no escribe para buscar bellezas retóricas sino para colocar un espejo al ciudadano marroquí y mostrarle la realidad en la que vive. Con ánimo, desde luego, de cambiarla.

Así lo hizo con la novela que le dio fama en España, Los caballos de Dios (Las estrellas de Sidi Moumen, en original, en referencia al barrio de chabolas de Casablanca del que salieron los jóvenes yihadistas del atentado de 2003) y esa es también el tono de fondo de su última novela, recientemente lanzada en España por la editorial Alfaguara: Calle del perdón. Esta vez, la protagonista es una niña que se mete a cheija, una palabra que aunque en árabe significa “vieja” o “señora”, en Marruecos describe a las bailarinas ambulantes que van de fiesta en fiesta —bodas, bautizos y circuncisiones— para animar el ambiente con su danzas sensual.

 

Si en Los caballos de Dios reflejaba la génesis del yihadismo, con Calle del perdón ¿también tiene una intención sociológica o elige a las cheijas simplemente como materia prima literaria?

Los escritores marroquíes, africanos, los escritores del Sur se han propuesto una misión quijotesca: desfacer entuertos. Pensamos que vamos a cambiar el mundo. No cambiamos nada de nada, no se puede, pero todos mis libros, y ya son doce o trece, tratan de una realidad social: escribo de la droga, del terrorismo, de la emigración clandestina… No hay tanto tiempo de mirarse el ombligo cuando uno viene de Marrakech.. Tuve ganas de escribir Las estrellas de Sidi Moumen, Los caballos de Dios en español, porque una mañana nos despertamos con 14 jóvenes que habían salido de un barrio de chabolas y habían causado una masacre en Casablanca: 45 muertos, cien heridos… No estábamos acostumbrados al terrorismo y de repente vimos que eran nuestros hijos que habían hecho eso, no eran extranjeros, éramos nosotros. Ahí me fui a Sidi Moumen para comprender un poco qué nos estaba pasando.

Y con Calle del perdón ¿qué ha comprendido?

Me encanta el título en español: La calle del perdón, eso tiene música, suena a flamenco [ríe]. Lo que me duele en todas mis obras es la hipocresía de la gente. A las cheijas se les considera una especie de geishas en tierra del islam. Pero son mujeres libres. Son mujeres que se han apoderado de la calle desde los años sesenta, setenta. Existen como mujeres, se maquillan, fuman en la calle, se han quitado el velo. Son mujeres que prácticamente han inventado el feminismo entre nosotros. No han dejado la calle ni la palabra a los hombres. Han luchado. Son mujeres que tienen un poder increíble.

¿Hoy también? ¿Sigue vivo como oficio o está en vías de extinción, reemplazado por Spotify?

«Las cheijas son mujeres que prácticamente han inventado el feminismo entre nosotros»

Está muy vivo. Las llamamos para las bodas, para los bautizos, para las fiestas de circuncisión… Forman parte de nuestra vida. Nos dan una alegría inimaginable. Sin embargo, no queremos que sea nuestra hermana, no queremos que sea nuestra madre… Las queremos, pero no las queremos. No queremos casarnos con una cheija… Yo he querido devolver un poco de dignidad a estas mujeres a las que nuestra hipocresía nos impide aceptar como miembros honorables de la sociedad. De todas formas, en mi casa siempre estaban: son una bailarinas orientales excepcionales, me encantan. Siempre he dicho que escribiré sobre ellas.

La inspiración la tenía cerca, pues.

Tengo una amiga, cuya historia cuento en Calle del perdón, es real, mi amiga es bailarina, en realidad se llama Tsunami, porque cuando se levanta a bailar es un tsunami, y hay trescientos hombres que caen rendidos [ríe]. Esto es realmente su historia: cómo deja su casa a los 14 años, ha dejado un hogar aterrador, y se ha convertido en diva. Porque ella quería convertirse en diva.

El oficio de cheija se asocia a menudo a la prostitución. Es una difamación de quienes no soportan ver a una mujer libre, o es verdad que el sexo remunerado puede formar parte?

«Las mujeres dicen que son unas ladronas de hombres… pero quieren que estén en la fiesta»

Hay algo de verdad en eso. Es su oficio, son coquetonas, son parte de ese mundo, desde siempre. Se ponen guapas. Las mujeres dicen que son unas ladronas de hombres, que les roban los maridos… pero al mismo tiempo quieren que estén ahí, en la fiesta, porque aportan alegría. Esta artista en la que me he inspirado pasaba tiempo con nosotros en una residencia de artistas donde yo tenía mi taller. Ella quería venir y quedarse porque la considerábamos artista, no medio prostituta, medio cualquier cosa. Ella es libre, hace con su culo lo que quiere [ríe].

La prostituta, como mujer fuera de la moral de sociedad, es una figura literaria: de Maupassant a Quiñones. Pero ¿es una transgresión o forma parte del sistema patriarcal?

Absolutamente, sí. En esta sociedad hay una frase atribuida al profeta, que dice: Si cometéis un error, ocultadlo. En francés es: Ocultad eso, que no lo quiero ver. Ocultad esa alegría, ocultad la homosexualidad, no la quiero ver, aunque sé que está ahí y me quiero aprovechar de ella. Yo estoy dando una patada al hormiguero con este libro porque digo: basta ya. Llamad a las cosas por su nombre. La gente quiere las cosas, pero no quiere que se sepa. Es la esquizofrenia.

En Marruecos se lanzó el mes pasado una campaña por la abolición del artículo 490 del Código penal, que prohíbe las relaciones sexuales sin matrimonio…

El escándalo fue así: A una chica la filmaron mientras estaba haciendo el amor, luego el chico puso eso vídeo en internet… y quien va a prisión es ella. Es terrible. Somos tres o cuatro amigos los que hemos movido un poco las cosas: Sonia Terrab, una chica formidable, militante feminista, la escritora Leila Slimani, colega mía… El manifiesto contra el 490 ha tenido un eco increíble, se ha publicado en todas partes. Movemos un poco los limites, lentamente, pero sin parar.

¿Y hay avances en la sociedad en los últimos años o es que la misión islamista se impone?

«Hace 30 años pasábamos películas egipcias con Samia Gamal semidesnuda; hoy ya no se puede hacer»

He hablado con un amigo que es director de cine en un pueblecito marroquí y me dijo: Hace 30 años pasábamos películas egipcias, con danzarinas orientales, veíamos a Samia Gamal, magnífica, estaba semidesnuda. Hoy ya no lo puedo hacer, me dice. Si la pongo, la gente abandona la sala. Hubo un trabajo de regresión, pero luchamos, afortunadamente luchamos para decir que es absurdo.

¿Y por qué tiene tanta fuerza ese ideario religioso?

En todas esas viejas dictaduras, los que gobiernan ha creado un vacío alrededor de ellos, se deshacen de todo lo que podría ser una alternativa a su poder y han colocado una alfombra roja a los islamistas. Fue en los años 70-80. Los han dejado entrar. Los han instalado. Para eliminar a los demócratas, a los socialistas. Han hecho todo lo posible. Así que hoy están ahí, en todas partes, y han transformado la sociedad. Hoy, el poder les tiene miedo. La monarquía, el presidente… hablo de todo el mundo árabe, no solo Marruecos. Son gente que no ha querido alternativa democrática, no querían dejar el poder. Y esa gente [islamista] hace un trabajo de fondo. Están en los barrios de chabolas, en los pueblos… Estamos un poco en guerra con ellos.

Pero las leyes como el artículo 490 no las han hecho ellos.

También la homosexualidad sigue hoy día penada con seis meses de cárcel. Es absurdo. Hoy, en el siglo XXI, se sigue castigando… tampoco se ha podido arreglar la cuestión de la herencia: un chico hereda el doble que una chica. Antes era así porque el chico se ocupaba de la chica. Pero hoy ¡es la chica la que se ocupa del chico y sale a trabajar! Aún así, hereda la mitad. Son cuestiones muy graves. Yo tengo tres hijas. Cuando me muera, ellas heredarán una parte, y mis tíos, mis hermanos, a los que apenas conozco, vendrán a instalarse en mi casa. Hay cosas que no pueden ser. Por eso luchamos para cambiar las cosas.

Recuerdo que en Los caballos de Dios hay una escena de homosexualidad. ¿Era una provocación?

«En mis libros siempre meto a un homosexual, a un negro, a un judío… ¡Nuestra sociedad es así!»

No es provocar. En mis libros, también en Calle del perdón, siempre meto a un homosexual, a un negro, a un judío… ¡Es que nuestra sociedad es así! Aprended a vivir con ello. ¡No molestan a nadie! Ya en mi primera novela, Le sommeil de l’esclave, en 1992, metí a un homosexual, a un judío y a un negro [ríe]. No es una provocación gratuita. Es decir: sí, dos hombres pueden amarse, ¿y en qué cambia eso tu vida? Nadie te pregunta qué haces cuando te metes en tu habitación por la noche. Incluso en el último, Yo, el bufón del rey, también publicado en España ya, hay un homosexual. Lo van a llevar a la gran pantalla. Quiero mostrar eso, quiero que el mayor número de gente vea el país como es. Y que se den cuenta de que está bien.

¿Conoce el juicio de Zagora en el que se absolvió a un hombre de adulterio porque vivía con su amante como marido o mujer?

No conozco ese caso, no.

Hubo polémica también porque parecía dar por bueno el matrimonio polígamo, medio ilegal en Marruecos…

La poligamia viene de la charia, es un texto sagrado, no se puede tocar… En Marruecos, que es mucho más abierta que muchos países musulmanes, la nueva mudáwana, el código de familia [de 2004] ha dicho que sí, el hombre tiene derecho a cuatro mujeres, eso lo pone en el Corán. Pero se puede añadir una pequeña cláusula: la primera tiene que estar de acuerdo. Y la primera nunca está de acuerdo [ríe]. Es una manera un poco hipócrita, para no decir que prohibimos la poligamia. No se tocan los textos sagrados. Pero se añade una cláusula, como país civilizado que somos. Es un poco hipócrita, pero es mejor que nada.

En sus novelas, la poligamia no sale ¿verdad?

Porque no es un problema importante. Los jóvenes ya lo tienen complicado con una mujer, no veas con cuatro… Si puedo arreglármelas con media, casi mejor [se ríe]. Los tiempos han cambiado. Este problema se resolverá solo, nosotros luchamos contra los problemas que no se resolverán solos.

Desde que usted analizó la forja de un yihadista ¿se ha resuelto algo? ¿Se ha frenado la radicalización?

«Veo cada vez más ninjas y más barbas; están, pero están muy controlados por el Estado»

[Se vuelve serio]. Se ha calmado mucho. Hubo una época de efervescencia, un problema de verdad, lo vemos en nuestros centros culturales. Porque después de que saliera el libro hubo una película, y el productor de la película, Nabil Ayouch, y yo creamos centros culturales en los barrios de chabolas. La literatura así sirve para algo: ahora tenemos cinco centros y en cada uno hay mil niños. Enseñamos a los niños la cultura de la vida. Porque los otros, en el mismo barrio de chabola, enseñan la cultura de la muerte. Por eso voy mucho a Sidi Moumen: hay que controlar, gestionar…

¿Y qué ve?

Veo cada vez más ninjas [dibuja con las manos un velo integral] y más barbas. Están. Pero están muy controlados por el Estado. El Estado hace un trabajo… casi fascista respecto a ellos. Tolerancia cero. Nos molesta, porque hemos luchado mucho por los derechos humanos, todos los demócratas han peleado mucho para mejorar los derechos humanos. Y nos fastidia un poco porque ahora se les tortura a los islamistas y no decimos nada. Estamos jodidos. Estamos jodidos de verdad, porque lo que se hace con esa gente no es normal. Aquí no hay un Guantánamo, porque no hace falta, pero…

Los ‘combatientes extranjeros’ del Daesh en Siria son en gran parte magrebíes, muchos de familias inmigrantes en Bélgica o Alemania, nacidos allí, otros van directamente desde Marruecos o Túnez. ¿Por qué van?

Lo que digo en Los caballos de Dios es: Ocupaos de los jovenes. En Europa son ciudadanos de segunda, no están integrados. Los aparcan y los olvidan. Se ha llevado allí a sus padres y abuelos, cuandon hicieron falta para construir Europa, los han metido en barrios de la periferia y los han olvidado. Se han despertado un día con la nacionalidad europea pero sin cultura europea. Son presa fácil para esta mafia seudorreligiosa que viene a ofrecerles una razón de vivir, una cierta dignidad…

Sí, esta sensación de que tu país te rechaza y buscas otra patria: la ideología. Pero ¿los que van desde Marruecos?

«Si hay un periódico irrevente, retiran la publicidad. Y el periódico muere una muerte dulce»

Sidi Moumen, cuando fui por primera vez, era un barrio de chabolas de 400.000 habitantes, una ciudad entera. Con la basura dispersa, con techos de hojalata por donde entraba la lluvia. Si yo hubiera nacido allí, me dije, quizás también me habría hecho terrorista. Es la dificultad de mi libro: es imposible justificar lo injustificable, pero entiendo que alguien se convierta en bomba humana cuando la sociedad lo ha obligado a vivir así, sin medios, sin educación, sin nada.

Y lo que se debe hacer es…

Lo que hicimos Nabil Ayouch y yo: decidimos montar el único baluarte que hay contra el yihadismo: educar a los jóvenes. Dos artistas, sin grandes medios… pero hemos conseguido hacer cinco centros. El Estado, si quisiera, podría hacer diez mil centros. Cada centro nos cuesta 150.000 euros, es mucho dinero para nosotros. Nos pasamos la vida mendigando, vendiendo cuadros, buscando fondos… y diciendo al Estado: tome ejemplo, no hay otra solución. Si usted no hace nada para retener a los chicos aquí, o bien se van a lanzar al mar para ir a Europa, o bien se harán estallar en vuestros barrios elegantes.

Los que vuelven de Siria ¿serán un peligro para Marruecos, o bien vendrán desilusionados, tras haber comprendido lo estúpida que es la guerra?

Cuando vuelven, lo primer que se hace es meterlos en la cárcel. Luego ya se verá. Aquí no hay bromas con eso. Muy pocos vuelven, porque saben que aquí estarán en peligro. El sobrino de un amigo ha hecho lo posible por volver, y le han dicho que verás lo que te pasa, te meterán en la cárcel. Al final ha muerto allí en Siria, unos meses más tarde. Es un drama. Pero es lo que pasa.

A inicios del siglo se vivió una enorme apertura en Marruecos, sobre todo respecto a la libertad de prensa, pero desde 2010 ha declinado otra vez, se han cerrado revistas… Y han pasado otros diez años. ¿Sigue empeorando?

»En la pandemia, los que lo pasan mal son los pobres. Los ricos siguen siendo ricos, o lo son más que antes»

La situación no es dramática. Han cambiado las maneras. En épocas de Hassan II, si un periódico sobrepasaba las líneas rojas -—que eran el Sáhara y la familia del rey— se cerraba el periódico, se metía al redactor jefe en la cárcel y se acabó. Ahora es más sutil. Las empresas del rey, que son las más importantes del país, ponen publicidad en la prensa. Si hay un periódico irrevente, que no hace bien la reverencia [se inclina], retiran la publicidad. Eso es todo. Y cuando se retiran ellos, todos los demás anunciantes también se retiran. Si no lo hacen, tendrán una visita de Hacienda [ríe]. Y el periódico muere una muerte dulce. Es más sutil.

Es decir, la libertad de prensa…

[Serio] En realidad es mucho mejor que antes. Es incomparable con los años de plomo. Incomparable. Eso sí, para que un periódico pueda sobrevivir necesita publicidad… Pero la libertad que hay en la web sí es impresionante comparado con lo que había antes. La gente habla de todo en las redes sociales. Censurar ya no significa nada. Hay una cierta libertad que antes no existía, eso está claro.

En la prensa en Marruecos ¿se habla de los problemas del rey Juan Carlos?

No, en la prensa no mucho. Lo que nos interesa es más la desclasificación de los documentos de la Marcha Verde. Y Juan Carlos ha autorizado esa desclasificación: ahora hemos entendido cómo fue: con Kissinger, Hassan II, Juan Carlos.. Eso nos interesa más a los marroquíes. Porque al final la Marcha se organizó desde muy, muy arriba…

¿Cómo va el mercado del arte en Marruecos?

En este momento tengo una exposición, hasta el 30 de marzo, enorme, como 70 cuadros en un espacio de 800 metros. Se puede ver en las redes sociales. Y se ha vendido el 80 por ciento. eso es que el mercado va bien.

¿Pese a la pandemia?

Sí, porque los que lo pasan mal son los pobres. Los ricos siguen siendo ricos o lo son más que antes. Porque tienen menos oportunidades para gastar. Los que compran mis cuadros son los ricos, porque son cuadros caros, muy caros: a 50.000, 60.000 euros. Y se ha vendido el 80 %. También me ha sorprendido.

¿El mercado de arte va mejor que el mercado del libro, pues, en Marruecos?

No solo en Marruecos: también en Francia o España. Yo gasto dos años en escribir un libro que me da los mismos ingresos que un cuadro que pinto en dos horas. Debo de ser masoquista si continúo escribiendo… [ríe].

Pero seguirá escribiendo ¿no?

Por supuesto. Acabo de terminar una novela que saldrá publicada en enero que viene… No voy a dejar de respirar. Porque yo respiro así.

Si bien da pocos ingresos ¿al menos aporta aprecio de los lectores?

Mis libros se venden más en Marruecos que en Francia, donde se publican en edición aparte. Pero aquí estoy en casa. Y la gente siente que les hablo sin hipocresía, sin mentir: digo lo que ellos piensan. A los que gobiernan no le gusto tanto. Porque piensan que doy mala imagen del país en el extranjero. Pero no entienden que amo este país más que toda ese gente que lo alaba.

¿Y cómo se llamará esa próxima novela?

“Como dos gotas de agua”. Es sobre dos personajes que habitan el mismo cuerpo y no se ponen de acuerdo en absolutamente nada. Es el marroquí por excelencia.

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