Entrevista

Alfredo Sanzol

«Lo sagrado existe más allá de la religión»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
alfredo sanzol
Alfredo Sanzol | © Bárbara Sánchez Palomero


Cádiz | Abril 2021

Seria, la voz al teléfono de Alfredo Sanzol (Madrid, 1972) no tiene quizá la chispa de sus textos teatrales, pero sí cierta marca personal, la de un hombre de teatro que quiere reflexionar —e invitar a reflexionar— sobre el mundo en que vive. Lo ha venido haciendo en obras como Delicadas, Días estupendos, En la luna, Aventura!, La calma mágica, La respiración —premio Nacional de Literatura—, La ternura o La valentía, y vuelve a hacerlo en El bar que se tragó a todos los españoles: una pieza inspirada en la historia de su padre, que en pleno franquismo colgó la sotana y se marchó a Estados Unidos a estudiar márketing y, en definitiva, a reinventarse.

El montaje, su primera propuesta como director del Centro Dramático Nacional, iba a ser presentado en el Teatro Central de Sevilla este fin de semana y fue finalmente cancelado en confusas circunstancias.

Hay quien cree que ese enfermo crónico que es el teatro estaba en un buen momento, pero llegó la pandemia e interrumpió la recuperación. ¿Lo comparte?

Existe un antes y un después del año 2008, cuando la crisis dio pie a un proceso de recorte muy grande en los presupuestos destinados a la cultura de todas las administraciones. Pero no tengo noticia de que se hubieran recuperado esos presupuestos…

Los presupuestos no, pero el público sí estaba acudiendo a los teatros.

Por parte del público sí que existía un deseo de acudir a las salas, estábamos muy contentos con eso, y en cuanto se han abierto los espacios hemos tenido una respuesta buenísima. En ese sentido sí. En cuanto a los presupuestos, creo que es una asignatura pendiente volver a atenderlos y darles la importancia que tienen a nivel social.

Siempre se espera de las crisis que traigan soluciones imaginativas, incluso un gran renacimiento, ¿qué espera usted de esta?

«Todo lo que tiene que ver con la cultura tiene que convertirse en uno de los ejes de la sociedad»

Eso de relacionar crisis e imaginación me parece un poco prejuicio. No creo que exista una correlación científica entre situaciones complicadas y grandes inventos. Más bien creo que los avances se producen con más frecuencia, o igual, en momentos de tranquilidad. Lo que sí producen las crisis son la necesidad de dar soluciones a los problemas concretos que levantan. Y en ese sentido hay un problema sanitario gravísimo, que ha puesto sobre la mesa la importancia del Estado, un Estado potente, sano. Todo lo vivido refuerza la idea de que como humanidad necesitamos estructuras fuertes que den servicio en las situaciones difíciles.

¿Cree que se va a replantear el papel de lo público en las artes escénicas?

No me gusta ni el proteccionismo ni el intervencionismo. Todo lo que tiene que ver con la cultura, en un Estado social y democrático y de Derecho como el nuestro, tiene que convertirse en uno de los ejes principales de la sociedad, por lo que tienen de bienestar para la comunidad. Dicho esto, toca reforzar desde lo público la actividad cultural en todos sus segmentos, incluidas las artes escénicas. Y además, por supuesto, promover la actividad privada, dando facilidades a nivel fiscal, ayudas directas… Pero siempre desde la consciencia de que hablamos de algo esencial para la comunidad.

Llegó al CDN en enero, dos meses después estalla la pandemia. ¿Cómo cambiaron sus prioridades?

«Cuando se dice que la licenciatura de Derecho sirve para todo, es verdad: es una humanidad esencial»

Lo primero que hicimos cuando cerraron los teatros fue activarnos a través del trabajo en red. Creamos una web, La ventana del CDN, y luego encargamos a artistas videocreaciones, diseño gráfico, mucha escritura, con el objetivo de dar trabajo a un sector que se había quedado sin actividad, y al mismo tiempo manteniendo la relación del público con sus artistas: que encontraran un lugar a través del cual seguir vinculados al Centro Dramático Nacional. Y estar preparados continuamente para cuando se abrieran de nuevo los espacios. Fue un trabajo muy costoso, porque teníamos que estar continuamente preparados con algo que se renovaba cada 15 días, como fue el estado de alarma.

A este respecto ha habido cierto debate, entre el público que se planta en el ‘escenario o nada’, y quienes entienden que las nuevas tecnologías han llegado a las artes vivas para quedarse. ¿Qué opina usted?

Nuestro objetivo número uno es hacer espectáculos en directo, y sí es cierto que hemos usado el streaming cuando el público no ha podido entrar en las salas. Una vez el público ha entrado, volvemos a nuestra actividad, trabajar en el mismo espacio y en el mismo tiempo en que se encuentra el público. Luego, por supuesto, las tecnologías existen y cada cual puede darles el uso que quiera.

El humor, que tan presente ha estado en su obra, ¿va a tener un nuevo papel en la etapa que se abre ahora?

Para mí el humor ha tenido muchas funciones, pero sobre todo liberadora a la hora de poner sobre la mesa los prejuicios, las conductas impositivas o autoritarias que existen en la sociedad. Y liberadora también por la experiencia de liberación que supone quitarle el velo a las paradojas de la realidad, a las contradicciones que a menudo se nos venden como dogmas. Para mí es una función esencial a la hora de trabajar y de vivir.

De su licenciatura de Derecho, ¿aprendió algo útil para la escena?

«Yo animo mucho a mis amigos a que escriban diarios, aunque sean inventados; sienta muy bien»

Cuando se dice que la licenciatura de Derecho sirve para todo, es verdad. El Derecho es una humanidad esencial para la organización social. Cualquier organización necesita una regulación, cómo resolver derecho y deberes. El teatro también se encarga de los conflictos. Claro que también se encarga de ellos un perito de seguros [risas]. El ser humano en la convivencia genera conflictos, y hay un gran esfuerzo por parte de diferentes ramas para resolverlos. El Derecho me ha acompañado siempre, me gustó siempre y me sigue acompañando. Me gusta tenerlo como un background, aunque nunca me propuse ejercer.

Ha dicho que la escritura nace de la soledad y del silencio, dos bienes escasísimos, y sin embargo la gente no para de escribir… ¿cómo se explica?

No creo que la gente escriba tanto, a mí me gustaría que la gente escribiera más. La soledad y el silencio hay que ingeniárselas para buscarlo, creo que se puede conseguir, y ojalá tuviésemos una sociedad que dedicara un ratito cada día a escribir. Yo animo mucho a mis amigos a que lo hagan, que escriban diarios, aunque sean inventados. Sienta muy bien. La escritura es una manera de dar forma al pensamiento, a veces llegan de maneras abruptas, obsesivas, y la escritura permite tomar un poco de distancia. Cuando uno ve las palabras negro sobre blanco, uno puede saltarlas en la cabeza.

Me refería a que las editoriales reciben continuamente originales de novela, internet está lleno de poetas de lo más productivos, y no digamos las redes… El teatro, en cambio, no parece tener tantos cultivadores. ¿Por qué?

Me parece genial eso de que la gente escriba, y creo que se escribe más teatro que antes. Pero ten en cuenta que la escritura dramática, tanto de teatro como de audiovisual o radiofónica, no se practica habitualmente en las instituciones de enseñanza. Y también es cierto que requieren unas técnicas específicas, pero sobre todo no se encarga a un niño que escriba una pequeña pieza de teatro sobre cómo le han ido las vacaciones. Aprovecho a animar a los profesores a que lo hagan, los resultados son sorprendentes.

Teatro y bares, dos grandes damnificados de la pandemia, ¿tienen más en común de lo que parece?

No, no, creo que son dos cosas totalmente diferentes. Desde hace tiempo me interesaba hacer un espectáculo sobre la fuerza metafórica que tiene el bar, y que en España es algo muy importante: un lugar en el que se hace de todo, desde reunirse con la familia y los amigos a trabajar, sirve para estar solo y para estar acompañado. Eso es lo que me interesaba.

El bar que se tragó a todos los españoles es una obra sobre el paso de cambiar de vida, un sueño que todo el mundo tiene, pero nadie se atreve a dar. ¿Cuál es la parálisis de nuestro tiempo?

«Lo cotidiano, la vida, lo más pequeño, tenemos que mirarlo como elementos sagrados»

Siempre ha sido así, dar el paso y cambiar de vida es muy complicado. Por eso este personaje, Jorge Arizmendi, llama la atención, no es algo sencillo. Pero creo que la función sí anima a tomar consciencia de, al menos, la posibilidad, lo que me parece más importante. Quizá no somos grandes de dar grandes giros de manera brusca, pero sabiendo que podemos construir nuestra vida de otra manera ya nos da una sensación de libertad que nos evade de la carga de estar predestinados.

En este caso, además, no es un cambio de oficina cualquiera, sino colgar los hábitos. Un cambio mucho más radical, ¿no?

Sí, claro. Se trata de un personaje que tenía 12 años en 1942, y lo llevan al seminario. De niño lo meten en un mundo que desemboca en ordenarse sacerdote. Y a los 33 años dice «No quiero seguir aquí». Pero lo bueno es que, en el momento de ordenarse sacerdote, defiende que lo hizo libremente. Era consciente, estaba capacitado. Ordenarse sacerdote es un compromiso que se adquiere de por vida. Se ponen en juego, o entran en conflicto, dos conceptos de libertad: el que tiene la iglesia, a la hora de comprometerse de por vida, y el posmoderno, en el que la vinculación de por vida casi no existe.

Cuando se habla del teatro como rito, y del escenario como espacio sagrado, ¿usted levanta la ceja?

No, para mí lo cotidiano, la vida, lo más pequeño, tenemos que mirarlo como elementos sagrados. ¿Qué quiere decir sagrado? Que es único, que es importante, que no forma parte de lo que se puede usar y tirar. Las manifestaciones artísticas y religiosas y filosóficas, todo lo que tiene que ver con lo trascendente, ponen el acento en que la realidad no es cualquier cosa. De hecho, cualquier religión remite a la mirada que ponemos sobre la realidad. Y por lo tanto, lo sagrado existe más allá de la religión.

Nada que ver con la cuestión jerárquica o de poder de las iglesias, ¿no?

«Homero y nosotros somos contemporáneos: no es tanto tiempo, esos 2.500 años, si miramos a la naturaleza»

Ese es otro tema, claro. La filosofía también puede ser jerárquica, si la ves dentro de la universidad [risas]. O el teatro. Pero eso es mucho menos importante en la experiencia de la vida.

Se ha comparado al protagonista con una suerte de Ulises. ¿Qué tiene Homero para que sigamos sintiéndonos tan cerca de él?

Hay un sueño, una fantasía de progreso, que dice que 2.500 años es mucho tiempo, pero si miramos al universo, es ayer. Y si miramos al ser humano, también. Se puede decir que Homero y nosotros somos contemporáneos. Parece que no es tanto tiempo, esos 2.500 años, si miramos a la naturaleza.

¿Dónde está la crítica hoy, y dónde debería estar?

En este momento hay un intento de mantener una crítica elaborada, profesional, especializada, que es supernecesaria. Y luego hay mucha competencia en la crítica aficionada, en las redes. Pero creo que la profesional, formada, técnica, debe seguir existiendo y desarrollándose, y que siga siendo una referencia. Cuanto más sólido sea su trabajo, el resultado tendrá más peso y aguantará mejor el tiempo.

Para terminar: hablar de España, de los españoles, ¿ha dejado de ser motivo de pudor para los creadores?

A mí me ha encantado siempre hablar de las cosas cercanas, de la familia, de los amigos, de mi comunidad, de Pamplona… Y de las cosas que he visto, en mi vivencia como español. Creo que esas experiencias son la parte accidental, y lo importante es que esas experiencias hablan de seres humanos. Y cuando lo haces trasciendes y entras en comunicación con cualquier otra comunidad. Si nosotros no hacemos más que ver cosas que se hacen en Estados Unidos. ¿tenemos algún problema? Ninguno.
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