Opinión

Los cautivos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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Ya he contado la anécdota del aficionado del Cádiz que prefería que su equipo no ganara el partido del domingo, porque si ganaba, iba a subir a Primera. “Y en primera hay mucho mamoneo”.

El mamoneo que hay en Primera se ha visto estos días, con el escándalo de la Superliga europea, una propuesta de 12 de los clubes más exitosos de Europa (seis británicos, tres italianos y tres españoles) de organizar una competición al margen de las que ya existen, reservada a los más grandes. El motivo lo han reconocido sin ambages: ganar más dinero.

“No puede ser que los seis grandes pierdan y los otros 14 ganen con la televisión”, dijo Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, al presentar el proyecto y lo reiteró dos días más tarde, cuando ya hacía aguas por todas partes: “No puede ser que los grandes pierdan dinero. Ahora los ricos pierden dinero”.

Por supuesto, el empresario no se planteaba que los clubes ricos pierden dinero porque pagan sumas obscenas a sus jugadores y entrenadores, sumas que no hay manera de sostener. Obsceno es una palabra que se queda corta, cuando una sola persona ingresa al año una suma de que la podrían vivir muy dignamente tres mil periodistas, enfermeras o friegaplatos. Es un dinero que tiene que salir de alguna parte, y ya sospecha usted, lector, de dónde sale: de su bolsillo. No, no el de Florentino Pérez. El de usted.

Los salarios de los futbolistas estrella se han multiplicado por diez en los últimos veinte años

Hasta que ya no sale. “Estamos todos arruinados. El 40% de los jóvenes no tienen interés en el futbol”, se lamenta el empresario Pérez. Y con “interés” no se refería a que no tienen interés en ejercitarse en su tiempo libre corriendo sobre el césped tras un balón, que es un deporte sano y divertido. Ni siquiera se refería a que no tienen ganas de pasar una tarde de domingo con colegas en un estadio, observando como corren otros, una manera como cualquier otra de pasar una tarde en compañía. Se refería al hábito de quedarse inmóvil frente a una pantalla, ya sea acompañado, ya sea a solas, durante dos horas: hablaba de los ingresos por contratos con la televisión.

El modelo diseñado para la Superliga, con partidos los martes y miércoles, no prevé que más gente acuda al estadio (¿entre semana?) sino que más gente se quede pegada más rato a la televisión.

Es una huida hacia adelante en un modelo de ocio (para llamarlo de algún modo) en el que los clubes más ricos se colocan en la punta de una pirámide edificada sobre el gasto desmesurado que se sostendrá solo atrayendo a más consumidores durante más tiempo. La palabra pirámide es de Florentino Pérez y recuerda otro concepto: la de las estafas piramidales que funcionan para todos mientras haya nuevos participantes apuntándose. Los salarios de los futbolistas estrella no solo se han duplicado en los últimos diez años: se han multiplicado por diez en los últimos veinte. Esto no es un efecto de la inflación. Es una carrera desbocada, una especie de póker en el que los jugadores —no los de la camiseta, sino los de la corbata— suben la apuesta cada vez más. (Si llega a saltar la banca, siempre se podrá rescatar con dinero público).

El fútbol es un negocio seguro: todo club viene con clientes que no pueden cambiar de producto

Pueden hacerlo, porque tienen un mercado cautivo. El fútbol es un negocio seguro, porque todo club viene con un segmento de clientes que no pueden cambiar de producto. Uno nace siendo del Barça o del Madrid y será madridista o blaugrana toda su vida, haga lo que haga el club. Decimos club, como si se tratase de un conjunto de personas organizadas por mutuo acuerdo, pero en realidad es una empresa con clientes. Clientes cautivos. El sueño de todo empresario.

Por eso es tan fácil usar el fútbol de forma ideológica o política. Probablemente la gran mayoría de los madridistas se consideren demócratas, pero no pueden hacer nada cuando su club luce en las camisetas el nombre de unos emiratos árabes de poder hereditario que ni siquiera se plantean el concepto de elecciones y mantienen a las mujeres sujetas a la autoridad de los hombres de su familia. Al igual que no pudieron hacer nada los aficionados del Barça cuando durante años su club promocionaba otro emirato, Qatar, no solo igual de antidemocrático y machista, sino además exportador de la misma ideología islamista que inspira atentados yihadistas en Europa. ¿Qué puedes hacer? ¿Cambiarte al Espanyol o al Numancia? Imposible. Se nace del Barça, se es del Barça, te puedes quejar en privado, pero no puedes hacer nada más.

Me cayó un diluvio de enfadados comentarios cuando en octubre pasado sugerí en Twitter que todos los hinchas del Málaga se deberían dar de baja del club porque el presidente de la entidad, Abdullah Al Thani, miembro de la familia real qatarí, había publicado un tuit amenazando a Francia —“si no hay una disculpa, ateneos a las consecuencias”, dijo— por proyectar en público caricaturas de Mahoma. Visto el muy reciente pasado, sabemos en qué “consecuencias” piensan los wahabístas de Qatar: en asesinatos. ¿Un presidente de un club de fútbol español amenazando de muerte a quienes no comulguen con su ideario religioso?

Un jeque qatarí no representa a los aficionados del Málaga, pero ellos representan a Al Thani

Me equivoqué: Abdullah Al Thani ya no era presidente del club en el momento de escribir el tuit, aunque él se siga reivindicando como tal y así figura en su cuenta de Twitter. Había sido apartado de la dirección por orden judicial siete meses antes. No por sus ideas sino por un oscuro contencioso de gestión y cuentas que no sale explicado en la web del club ni parece haberse resuelto aún. Tampoco dice la web quién posee las acciones del club, aunque me dicen que la empresa de Al Thani que las compró está embargada (en las enciclopedias de internet sigue figurando como dueño).

¿Podría haber hecho Al Thani esas amenazas siendo presidente del club? ¿Habrían reaccionado los hinchas dándose de baja de forma masiva? Difícil de decir. Probablemente muchos habrían dicho que el Málaga es un club con una historia centenaria y que ellos seguirán siendo fieles a ese histórico club y al césped, sin importar qué dirigente desfilan por la moqueta de las oficinas directivas: “Al Thani no nos representa”. No, claro que un jeque qatarí no representa a los aficionados del Málaga. El problema, y ese es el truco del mercado cautivo, es que ellos representan a Al Thani. Ellos, su afición, su tradición, su entrega a lo que sientan como sus colores, son el bien comercial que mediante compraventa utilizan jeques como Al Thani para promocionarse internacionalmente, para blanquear y convertir en respetable su ideología y la de sus países. ¿Quién no invita a un presidente o propietario de un club de fútbol a la alcaldía?

Al Thani no es el único: el millonario saudí Turki Al Sheikh, asesor de la corte real saudí, ha comprado el Almería y se ha colocado de presidente. Su hábito de sortear coches de alta gama entre los asistentes a los partidos ya dice mucho sobre las ideas que tiene del espíritu del deporte. Su exhibición de la ganadora de uno de esos coches tras un sorteo en Riad en 2019, una mujer enteramente tapada por un niqab, dice mucho sobre su coherencia como asesor del único Gobierno del mundo que prohibía conducir a las mujeres (hoy lo permite, aunque para salir de su ciudad, una mujer necesita autorización de un hombre de su familia: puede ser conductora pero no ciudadana).

Cientos de millones de musulmanes en el mundo se quejan de los predicadores, pero siempre en privado

Por supuesto, el jefe de prensa del Almería desvinculó el club totalmente de la imagen de la mujer en niqab (la web oficial solo publica las fotos de los sorteos locales). Es fácil decirlo, pero es la camiseta del Almería la que decora la foto saudí de la mujer con el coche. Los jeques no se desvinculan del club: lo usan para sus fines. Y no se puede hacer nada. Uno nace del Almería, será del Almería, te puedes quejar en privado, pero nada más.

Los hinchas no son los únicos. Exactamente igual que ellos reaccionan cientos de millones de musulmanes en el mundo ante las prédicas que emiten vía televisión los clérigos de los países de Al Sheikh y Al Thani. Esas prédicas que insisten machaconamente que una mujer no velada está “desnuda”, que los hombres de su familia tienen la obligación de taparla y vigilar su moral y que cualquier falta de respeto al profeta es merecedora de la muerte.

Conocemos las consecuencias de esas prédicas. Y sabemos que cientos de millones de musulmanes en el mundo se quejan y hablan pestes de estos predicadores, pero siempre en privado. Cuando salen al público, como hicieron pequeños grupos después del atentado de Atocha en 2004 o los atentados de Cataluña en 2017, curiosamente no lo hacen para protestar contra estos predicadores que inspiran los asesinatos: protestan contra quienes critican a los predicadores. Los asesinos no nos representan, proclaman. En un reflejo muy similar al de los hinchas del Málaga que se me echaron encima por considerarlos responsables del mensaje del (¿ex?) propietario del equipo: lo grave no era el mensaje de amenaza del jeque sino el que alguien criticara a su club.

Lo grave, para los musulmanes que se manifiestan tras los atentados, no es que los predicadores lleven años intoxicando la convivencia y saboteando a consciencia todo intento de integración. Lo grave es que alguien critique su club, es decir el islam. Que es un club todavía mucho más antiguo que el Málaga. Y mucho más obligatorio: naces musulmán, serás musulmán, no hay nada que hacer, te puedes quejar en privado, pero no te puedes salir de ahí. Eso es impensable. ¿Cuándo se ha visto que alguien deje los colores del islam? Como mucho puedes decir que los dueños, los que manejan los derechos de televisión de tu club, no te representan.

Una lección de democracia: el mercado puede dejar de ser cautivo hasta en el fútbol

Pero tú los representas a ellos. Se hacen con cuotas de poder —especialmente en Europa: cargos de representación, funciones de interlocutor oficial, cesión de terrenos para mezquitas— gracias a las cifras de sus clientes fieles, ese mercado cautivo que es un negocio seguro, porque los consumidores no pueden cambiarse de marca. Ellos, su afición, su tradición, su entrega a lo que sientan como sus colores, son el bien comercial que utilizan los jeques desde Qatar hasta París y Madrid para promocionar su ideología. ¿Quién no invita al representante de un importante colectivo social, una minoría definida y destacada, a la alcaldía o directamente al Ministerio?

Curiosamente, el invento de la Superliga de Florentino Pérez acabó de una manera que nadie se hubiera esperado: los aficionados se rebelaron. Salieron a la calle miles de hinchas del Manchester, Liverpool, Chelsea o Arsenal para exigir a sus directivos que rectificasen. No sé si ha ocurrido en España o en Italia; si ocurrió, no se le ha dado publicidad en prensa, exceptuando un vídeo de aficionados del Atlético. Pero ha demostrado algo sorprendente: el poder de los consumidores.

El Manchester City tuvo que pedir públicamente disculpas a sus hinchas. Porque detrás de las pancartas y proclamas se desperezaba un monstruo de enorme poder: la amenaza de dejar de comprar el producto, de dejar de ser cliente de la marca. Una lección de democracia, de la capacidad de la ciudadanía para elegir: el mercado puede dejar de ser cautivo. Hasta en el fútbol.

Ahora solo falta que los consumidores del producto llamado islam les den a los dueños de su club la misma lección de democracia.

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© Ilya U. Topper |  Especial para MSur

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