Frente Polisario

por Pablo Juliá

Dando vueltas al horizonte

Miran. Los hombres del desierto siempre miran. Los horizontes se inventaron para eso: para mirar. Y en el Sáhara están un poco más lejos que en ninguna otra parte. Salvo, claro, cuando alguien planta un muro en medio. Entonces los ojos se convierten en fusil, la mirada en disparo.

Lo del muro es un decir: se trata de un dique de tierra, rodeado de minas antipersonas, de mil kilómetros de largo que el Ejército marroquí ha trazado a lo largo de las arenas del Sáhara. Están detrás, vigilantes. Delante, también vigilantes, están los guerrilleros del Frente Polisario.

Una camioneta abierta con unos cuantos lanzagranadas, unas armas automáticas, un cauteloso acercamiento, un amago de guerra. Pero ya no hay tiroteos. Estamos en los años noventa, 1996, quizás. A finales de los 80, la guerra del desierto se estancó tras quince años de razzias y contraataques, bombardeos aéreos y pérdidas. El fuselaje de algún avión con la bandera marroquí a este lado del muro da fe de ello, pero lo va cubriendo la arena.

En 1991 se convino un alto el fuego, y desde entonces, ya solo hay patrullas. Siempre alerta, siempre mirando. Recorriendo los montes de Tifariti, la zona del antiguo Sahara español —las fronteras son heredadas de los acuerdos coloniales, como tanta cosa— que ha quedado bajo control del Frente Polisario, dando vueltas al horizonte.

Tifariti no es el desierto cómo lo pintan: hay colinas y barrancos, acantilados y arbustos, palmeras y alguna gacela o antílope de milenios anteriores en fina pintura roja sobre la piedra cóncava de un roquedal. Más lejos, en territorio seguro de Argelia, en una llanura infinita, quedan los campamentos de refugiados alrededor de Tinduf. Allí están las familias. También miran al desierto. Miran.

[Ilya U. Topper]