Opinión

Donde la realidad produce odio

Amira Hass
Amira Hass
· 7 minutos

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Es domingo 9 de mayo
y estamos casi al final de una conversación con Abd al Fattah Iskafi en su casa de Sheikh Jarrah, cuando llega la noticia de que la Corte Suprema de Israel ha aplazado una audiencia prevista para el día siguiente sobre el destino de este barrio palestino de Jerusalén Este. El juzgado iba a considerar la apelación contra una orden de expulsión dictada por un tribunal inferior contra los Iskafi y otras familias.

No se puede decir que Iskafi diera un suspiro de alivio cuando supo que la sesión se celebraría dentro de 30 días. “Me siento como un condenado a muerte, pero la ejecución se sigue posponiendo un poco. Ahora ha vuelto a aplazarse”, dice a Haaretz. No obstante, respira más libremente.

Iskafi, 71 años, tenía seis cuando su familia y la de su tío se trasladaron de su hogar temporal en la ciudad vieja al barrio extramuros. Desde entonces, durante 65 años, ha vivido en su casa de Sheikh Jarrah. “Fue como trasladarse al jardín del Edén”, recuerda. “Había muchos olivos aquí, había espacio. La casa era pequeña, pero era una casa. En la ciudad vieja vivíamos en un pozo, una cisterna utilizada en el pasado para recoger agua. No tenía baño, ni agua corriente, ni electricidad”. Antes de la guerra de 1948, la familia vivía en una casa de propiedad en Baqa, un barrio palestino en la parte meridional de Jerusalén. Se trasladaron a la ciudad vieja a causa de los combates, pero cuando la guerra terminó, a ellos, como a todos los demás refugiados, se les prohibió volver a casa.

“De repente nos dijeron que la tierra era de propiedad de los judíos”

“Nos vieron a mis padres y a los hijos sin nada, solo con la ropa que llevábamos puesta, buscando un lugar donde quedarnos, y nos dejaron vivir en una cisterna”, dice. “Traíamos cubos de agua desde la mezquita de Al Aqsa para poder lavarnos y cocinar. Y utilizábamos un baño público cerca de la Puerta de los Leones”.

Iskafi no sabe dónde se halla su casa en Baqa. Sus padres murieron poco después de que Israel ocupara Jerusalén Este en 1967 y no tuvieron la oportunidad verla habitada por los judíos que vivían allí en su lugar. O no quisieron. “¿De qué habría servido saber dónde estaba la casa e ir a verla?”, se pregunta. “Nos la quitaron y no podemos hablar de ello”.

Su médico le ha impuesto no ayunar durante el Ramadán por motivos de salud. Está demasiado nervioso para comer, pero fuma, aunque el doctor le ha ordenado que no lo haga. Además, duerme poco debido al estrés.

“A cambio de renunciar a nuestra condición de refugiados, con el dinero de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) el Ministerio de Obras Públicas y Vivienda de Jordania había construido las casas de Sheikh Jarrah para nosotros y otras familias de refugiados», dice Iskafi haber oído de su padre. “Nos prometieron que después de tres años pasarían a ser de nuestra propiedad”. Entre las familias de refugiados que llegaron en virtud de este mismo acuerdo y que ahora viven en el barrio, explica, hay otras cuatro originarias de Jerusalén: los Dajani, los Husseini, los Daoudi y los Jaouni. Antes de 1948, sus casas estaban cerca del Ayuntamiento de Jerusalén, en la calle Jaffa.

A veces se niegan a ir al colegio por miedo a no poder regresar a casa a la vuelta

Ya en los setenta, las familias se enteraron de que su situación había cambiado. “De repente nos dijeron que la tierra era de propiedad de los judíos”, cuenta Iskafi. “En aquella época no había abogados árabes que conocieran la legislación israelí, así que las familias contrataron a un abogado judío porque nos dijeron que era bueno. Pero este, sin decirnos nada y sin nuestro consentimiento, aceptó un acuerdo con dos fondos fideicomisarios judíos (que a finales del siglo XIX habían sido declarados propietarios de la tierra), como si nosotros fuéramos los arrendatarios y ellos los dueños de la casa. Solo cuando, en 2008, nos pidieron abandonar nuestras casas y expulsaron a mi vecina Fawzia al Kurd, empecé a darme cuenta de que el peligro de expropiación era real. Llevamos 13 años viviendo bajo esta amenaza”.

En 1956, vivían en la casa diez personas. Luego los padres de Iskafi murieron, su hermano mayor y sus hermanas se mudaron y él quedó solo, zapatero de oficio, como su padre y su hermano. Hoy allí viven 14 personas, tres hogares: Iskafi y su esposa Salwa, su hijo menor (que no está casado) y dos hijos casados con sus familias. “En el jardín de la casa planté olivos, clementinas, limones y caquis. Cada árbol lleva el nombre de uno de nuestros seis hijos”, comenta. “Ahora hemos empezado a poner a los árboles los nombres de nuestros nietos. Ellos viven con el temor constante de que puedan desalojarnos en cualquier momento. A veces se niegan a ir al colegio por miedo a no poder regresar a casa a la vuelta. A veces, como ahora, se quedan a dormir en casa de su abuela materna para escapar de esta tensión”.

“Naturalmente llegan a pensar que todos los judíos son ladrones»

Iskafi calcula que desde 2009 compareció ante el tribunal entre quince y veinte veces. Después de cada audiencia, en su corazón muere algo.

“Las familias han sido destruidas psicológicamente”, relata. Está preocupado por sus nietos. “Cuando saben que hay planes para echarlos de casa, naturalmente se cargan de odio, llegan a pensar que todos los judíos son ladrones, que son el enemigo”, explica. “Solo gracias a los activistas judíos que vienen aquí cada semana para oponerse a las expulsiones, entienden que no todos los judíos son así. Nosotros no estamos en contra del pueblo judío, se lo explico. No hemos educado a nuestros hijos y nietos al odio. Es la realidad la que produce odio”.

De las dos casas situadas a un lado y al otro de la de Iskafi, los habitantes palestinos fueron expulsados hace ya tiempo. Ahora viven allí familias judías ortodoxas, protegidas por dos puestos de guardia. A la pregunta de si alguno de sus vecinos judíos ha manifestado alguna vez un interés amistoso por él o su familia, Iskafi necesita unos instantes para responder.
“Tal vez uno”, y después añade: “Los inquilinos judíos rezan constantemente. Las familias vienen durante un año o dos, quizás tres, cantan Am Yisrael hai (El pueblo de Israel vive), reciben todo lo que necesitan, son aclamados como pioneros y luego se van”.

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© Amira Hass  | Primero publicado en Haaretz; republicado en Internazionale | 14 Mayo 2020 | Traducción: Livia Salvetti a partir de la versión italiana de Francesco de Lellis.

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