Opinión

Campos Elíseos

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 10 minutos

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Siempre me ha parecido un disparate calificar la avenida parisina de los Campos Elíseos, “les Champs-Élysées”, como “la más hermosa del mundo”.

En los Campos Elíseos “nunca cae nieve, ni hay heladas ni tampoco llueve», le dice Proteo a Ménelas en la Odisea. «Solo se sienten céfiros, cuyas brisas silban al subir desde el Océano para darle frescor a los humanos.” Aun no prometían decenas de vírgenes esperándote después de que te suicidaras con un chaleco explosivo matando infieles, pero algo de eso había: llegabas a tal paraíso tras una muerte heroica, es decir matando a mucha gente en alguna guerra.

París conserva la topografía fantasmal legada por la mitología: el Paraíso en medio del Infierno. Después de un primer tramo encantador, partiendo de la extraordinaria plaza de la Concorde hasta el Grand Palais, la avenida des Champs-Élysées no es más que un larguísimo alineamiento de edificios opulentos con tiendas vendiendo todos los productos del lujo francés. Para los ultra-ricos del mundo y para quien sueña vivir como ellos, puede verse como el paraíso, pero yo lo veo como el perfecto infierno del capitalismo. En días de celebraciones, sean de futbol o de fiestas nacionales, un ambiente pésimo se apodera de la avenida, invadida por chavales de banlieue que sueñan con ser ricos y violentos como raperos o como el Tony Montana de Scarface. Mejor huir.

Siendo vecina de la inmensa avenida, la residencia oficial del presidente de la República francesa ha adoptado el nombre de tal paraíso: le palais de l’Élysée. Inaugurado en 1720 por un conde en lo que entonces aun era campo, el palacio pasó en 1750 a manos del rey Luis XV, quien lo ofreció a su “favorita”, la legendaria Madame de Pompadour.

Luis XVI recuperó la propiedad y se la dio a su prima, duquesa de Borbón, madre soltera y persona libre

Más tarde, el futuro decapitado rey Luis XVI recuperó la propiedad y se la dio a su prima, duquesa de Borbón, madre soltera y persona libre. La duquesa se unió al bando revolucionario en 1789, pasando a llamarse Citoyenne Vérité, y su hermano diputado votó la muerte del rey – su primo.

A pesar de ser borbónica, la duquesa salió viva de las peripecias revolucionarias —no así su hermano— pero tuvo que alejarse de París, alquilando el palacio. Los inquilinos hicieron del lugar un “café-concert”, mezcla de ateneo intelectual, sala de fiestas y conciertos, con un servicio de cuartos para amantes de una noche —vamos, un puticlub de lujo—.

En 1805 el palacio fue adquirido por Joachim Murat, cuñado de Napoleón. Murat organizaba grandes fiestas, y Napoleón solía venir a las de los viernes, disfrazándose para ir incognito. Le gustaba muchísimo el palacio, y cuando nombró Murat rey de Nápoles, se instaló en su lugar. En el Eliseo firmó su abdicación en junio 1815. En París ocupada por las tropas de la alianza europea, el palacio hospedó al duque de Wellington, vencedor de Waterloo.

Restaurada la dinastía borbónica por la alianza europea, el palacio acogió otro Borbón, el duque de Berry. Después de su asesinato en 1820, el palacio quedó desocupado hasta la revolución de febrero 1848. Revuelta (otra vez) popular, caída (definitiva esta vez) de los Borbones y proclamación (otra vez) de la república, entonces con la figura de presidente de la República elegido mediante sufragio universal (solo de hombres). Esas elecciones las ganó en diciembre de 1848 Louis-Napoleón Bonaparte, sobrino del otro, y se instaló en el palais de l’Élysée, simbolizando la continuidad con su legendario tío.

También reanudó las fiestas mondaines (de la alta sociedad). Esas fiestas encubrieron la preparación de su golpe de Estado de diciembre 1851, en el que disolvió la efímera Segunda República y se proclamó emperador Napoleón III, 52 años después de su tío. Acabó exiliado también (pero en mejores condiciones), después de la derrota militar de Sedan frente al imperio alemán en septiembre de 1870. Otra vez fue proclamada la República (la tercera), y desde entonces el palais de l’Élysée es residencia oficial del jefe de Estado francés.

El edificio conoció varias ampliaciones y reformas, entre las que destaca la creación, para Napoleón III, de un túnel secreto conectando la sacristía con el edificio vecino donde tenia instalada a su amante. Bonita forma de encomendarse a Dios.

En 1899, el presidente Félix Faure perdió la vida en el palacio, a consecuencia de un coito con su amante

En 1899, el presidente Félix Faure perdió la vida en el palacio, a consecuencia de un coito con su amante. El siempre incisivo Georges Clémenceau, entonces diputado de la oposición, le hizo un epitafio: “Quiso ser Cesar, pero murió Pompeyo”. En francés, ‘pompée’ es homónimo de mamada… La famosa amante heredó el apodo “pompe funèbre”, que por respeto no vamos a traducir aquí.

Veinte años más tarde, Clémenceau, entonces presidente del gobierno y dotado de una inmensa popularidad como vencedor de la guerra mundial, quiso concluir su larguísima trayectoria política (tenía 78 años) como presidente de la República. Pero los diputados (que designaban al presidente), elegidos en su inmensa mayoría reclamándose de Clémenceau, temieron que “El tigre” quisiera convertir el cargo de presidente en nuevo centro del poder. Entonces eligieron a Paul Deschanel (que en 1894 había perdido… ¡un duelo! con Clémenceau).

Deschanel sufría una enfermedad psíquica, pero eso no fue un obstáculo tratándose de quitarse del medio a Clémenceau. Su presidencia duró poco: una noche de mayo 1920 cayó de su tren presidencial y se presentó en pijama ante un empleado de ferrocarriles, que no le creyó cuando dijo que era el presidente. Ese episodio fue un regalo para caricaturistas y humoristas, y Deschanel, depresivo y ridiculizado, dimitió poco después. Desde entonces no se ha vuelto a ver en el Eliseo un presidente con trastornos mentales —el hípernarcisismo de Sarkozy y Macron no entran en el DSM— y ningún otro murió en brazos de su amante.

Instalado tras la derrota ante los alemanes en junio 1940, el mariscal Philippe Pétain, supletorio del ocupante nazi, trasladó su residencia y su gobierno a la ciudad de Vichy (que es como si el ejecutivo español se trasladara a Albacete, por ejemplo). Los nazis, después de utilizar el Eliseo como prisión en 1940, dejaron el palacio a cargo de su conserje.

Charles de Gaulle consiguió en 1958 hacer del presidente de la República el centro del poder ejecutivo

El general Charles de Gaulle se instaló en él, como presidente del gobierno provisional de unión nacional, en agosto 1944. Se fue en 1946 y volvió en 1958, consiguiendo entonces lo que Clémenceau no había alcanzado: hacer del presidente de la República el centro del poder ejecutivo. Hasta entonces, la figura de presidente era simbólica, y el jefe del Ejecutivo era el primer ministro. Desde 1958 y la Constitución de la quinta república (la actual), el primer ministro es más bien un valido del presidente. En 1965, De Gaulle reanudaría también la elección “directa” del presidente mediante sufragio universal, antes solo experimentada con la elección de Napoleón III en 1848.

Parece ser que De Gaulle quería irse del palais de l’Élysée. ¿Sería por la filiación del lugar con la dinastía borbónica? ¿O por la abdicación de Napoleón en 1815? ¿O la huella dejada en sus sillas por el culo de Wellington? ¿A menos que sea por la Pompadour?

Se estudió trasladar la sede del Estado al palacio des Invalides. Pero allí todo gobernante europeo hubiera sido acogido bajo una estatua monumental de Napoleón… Se ha pensado también en el castillo de Vincennes. Pero era residencia de los reyes de Francia hasta que Luis XIV hiciera construir Versalles, y allí falleció el cardenal Mazarino, aquel siciliano arquetipo del político maestro en manejar el poder, arquitecto de la monarquía absoluta de Luis XIV… y temido con razón por sus enemigos.

Total, que no hay forma: la presidencia de la República francesa no puede escapar del paraíso, los Campos Elíseos.

En abril de este año, por decima vez (la undécima si contamos el voto de 1848), los ciudadanos franceses elegirán por sufragio universal directo el presidente de la República, ese heredero de los Borbones, de las revoluciones francesas y de sus desfiguraciones por la aventura napoleónica.

Marine Le Pen paga su proximidad con Putin. Y qué decir de Éric Zemmour, quien afirmaba querer ser el Putin francés…

La invasión de Ucrania por Rusia ha estallado al inicio de la campaña electoral, y todo apunta a que le está dando una ventaja decisiva a Emmanuel Macron. Como ocurrió en marzo 2020 con la elección municipal estrellándose sobre el inicio de la pandemia, el “cisne negro”, ese acontecimiento mayor que rompe todas las previsiones empujará la mayoría a querer conjurar la incertidumbre, confirmando el actual inquilino para un nuevo mandato en el Eliseo.

Además, la principal contrincante frente a Macron, Marine Le Pen, paga su proximidad con Putin. Y qué decir del otro candidato de extrema derecha, el tele-tertuliano Éric Zemmour, quien afirmaba querer ser el Putin francés…

El problema con tales acontecimientos es que pueden dar potentes giros, y Macron arriesga también en ello. Lo ha entendido perfectamente, y se ha esforzado en evitar hacer campaña electoral (encima, comparte con la candidata de derechas Valérie Pécresse el defecto de ser malísimo orador en mítines). Ha mandado callar a sus ministros imprudentes, como el de economía que afirmaba que los franceses tienen que reducir su consumo de energía, y se esfuerza —aunque con su ego eso le cuesta mucho— en seguir el consejo off the record de su predecesor Giscard d’Estaing (presidente de 1974 a 1981) para la campaña: hablad, hablad, pero para no decir nada.

Así, pues, mientras tenemos Europa en vilo, lo más probable es que la guerra consiga darle a Macron el panorama que buscaba: la repetición de una segunda vuelta enfrentándolo a Marine Le Pen, y una victoria garantizada en ese escenario. Eso lo comprobaremos el domingo día 10 de abril a las 20 h (una hora menos en Canarias).

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Continuará…

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© Alberto Arricruz |  Marzo 2022 · Especial para M’Sur

 

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