Opinión

Miss Marruecos en Israel

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos

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¡Traidora! ¡Fea! ¡Desvergonzada! ¡Cómo te atreves! ¡Dimite! ¡Fuera de aquí!

Internet hervía, las redes sociales se desbordaban, una muchedumbre enfurecida arrojaba sapos y culebras digitales sobre una chica de 21 años, guapísima, recién coronada Miss Marruecos. Peticiones online. Cartas al ministro. ¡Pérfida, denigrante! ¡No te queremos!

Piensan ustedes que es normal que un país islámico como Marruecos se sulfure al volver a la competición de Miss Universo, mandando a una conciudadana a desfilar en trapitos diversos por una pasarela ante el mundo entero, incluido el pase en bañador. De la última vez hace 43 años. Sí, en 1978 aún era normal llevar bikini en la playa en Marruecos; hoy abundan hordas de adolescentes o posadolescentes islamistas que te sacan fotos con el móvil, o bien para masturbarse o bien para subir la imagen a las redes sociales bajo gritos de puta, indecente, fuera de nuestro barrio. Con certeza, casi siempre para las dos cosas a la vez.

Pero esta vez no se trataba de eso. En el pase de ropa de baño, la mitad de las misses eligió bikini, la otra mitad bañador entero; Kawtar Benhalima, la candidata marroquí, llevaba un dos piezas similar al de sus rivales de Australia y Dinamarca. La única que dio la nota era Miss Bahréin, por primera vez presente: iba con un pantalón falda inútil para la playa: no iba a mojarse en un tema tan polémico como es la visión de la rodilla en el islamismo moderno. Kawtar probablemente ni se lo planteó y nadie hizo comentario alguno. Quizás se lo dejara puesto para ir luego a la playa en Eilat, la localidad israelí a orillas del Mar Rojo donde se celebraba la gala.

Claro, piensan ustedes, es normal que un país árabe como Marruecos ponga el grito en el cielo porque una conciudadana acude a un certamen en Israel. ¿Cómo se puede una bañar en Eilat, sabiendo que dos millones de palestinos no tienen derecho a irse a la playa, encerrados en una Cisjordania cercada, bajo control de los tanques de Israel? ¿No habíamos quedado en que la nación árabe debe respaldar la causa palestina?

¿La nación árabe debe respaldar la causa palestina? Nadie habló de eso en Marruecos. Eilat podría estar en el Caribe

No. Tampoco de esto nadie habló en Marruecos. Mirando las redes sociales, Eilat podría estar en el Caribe.

El escándalo era porque poco antes dela competición, Kawtar Benhalima, preguntado por mujeres que la inspiran, había mencionado a su abuela, una argelina que durante la guerra de independencia de Argelia se refugió en Marruecos. Eso era demasiado para el orgullo nacional: Marruecos representado por ¡¿una argelina?!

Si Kawtar Benhalima hubiera dicho que su madre era israelí, habría provocado menos escándalo.

La anécdota nos da la medida de dos fenómenos históricos que han marcado la segunda mitad del siglo XX: la “nación árabe” como bloque cultural, geopolítico y social, y el boicot a Israel como herramienta para impulsar la resolución del conflicto palestino.

El primer punto ha quedado claro: si el país más odiado en Marruecos es precisamente el vecino, con el que comparte hasta idioma, ya no nos sorprende que la ‘Unión del Magreb Árabe’, establecida en 1989, ni siquiera haya servido para que los vecinos del lado marroquí de la frontera puedan ir a ver a sus familiares en el lado argelino: o invierten dos días de viaje a través del aeropuerto de la capital, o se hablan por el móvil mirándose a través de la valla. Y del resto de la Liga Árabe ya ni hablamos: conseguir un visado Schengen puede ser más fácil que uno de un país árabe para un marroquí. Sobre todo para una marroquí: de Egipto al este, si una tiene entre 18 y 35 años debe ir acompañada del marido, el padre, un hermano o similar. La explicación es semioficial: una marroquí que anda sola seguro que es una prostituta. Tengo una amiga de lleva este peculiar sambenito como una medalla: “Eso es porque en Marruecos la familia no mata a una chica que pierde la virginidad. Somos un pueblo de putas, pero no de asesinos”.

La unidad árabe era un cuento. Lo del idioma compartido es una ficción —no se entiende un argelino con un iraquí, un egipcio con un marroquí, un yemení con un sirio, salvo si tienen estudios— y lo de los intereses compartidos, más aún. Ni el 5 por ciento de las exportaciones marroquíes va a los países de la Liga Árabe, frente a ese 60 por ciento destinado a la Unión Europea: para Rabat, en términos económicos, la República Checa es un socio mayor que Egipto. De hecho, ya en 2019, cuando aún no mantenía relaciones con Tel Aviv, Marruecos ya exportaba más a Israel que a Kuwait o Jordania.

Ya en 2019, cuando aún no mantenía relaciones con Tel Aviv, Marruecos exportaba más a Israel que a Kuwait o Jordania

La firma de los acuerdos de Abraham en verano y otoño de 2020, con Emiratos Árabes, Bahréin, Sudan y finalmente Marruecos reconociendo oficialmente Israel, solo ha oficializado una dinámica que existe desde hace mucho en el mal llamado mundo árabe. Es distinta a la firma de la paz por parte de Egipto en 1979, obligada para recuperar el Sinaí perdido en la guerra de 1967, o la de Jordania en 1994, inevitable para un país vecino con una dinastía dependiente del respaldo militar estadounidense: facilitaron comercio y viajes locales, pero no cambiaron la imagen del “mundo árabe” como enemigo de Israel en ninguno de los dos bandos: aún con 700.000 israelíes viajando a Egipto en 2019 —la inmensa mayoría con destino a las playas del Sinaí—, la percepción en Tel Aviv, tras 40 años de teórica paz, es que pasar un fin de semana en El Cairo es turismo de alto riesgo.

El caso de Marruecos es particular: nunca se adhirió al ideario de confrontación. Al afiliarse a la Liga Árabe en 1958 era el miembro con la mayor población judía, e hizo lo posible para conservarla, incluso prohibiendo hasta 1961 la emigración a la recién fundada Israel (hasta hoy, casi la cuarta parte de la población judía de Israel tiene raíces marroquíes). Y bajo mano, Rabat lleva décadas socavando el boicot comercial, aparte de sellar con toda cortesía pasaportes israelíes en el aeropuerto. Hay hasta activistas marroquíes que ondean orgullosamente la bandera israelí, como expresión de rechazo visceral al uso de la “causa palestina” para el adoctrinamiento en la “identidad árabe”, que desde siempre desprecia y niega la cultura y el idioma bereber del Magreb, y en la última década se va asociando cada vez más al islamismo radical de factura wahabí, que exportan Arabia Saudí y Qatar.

Con los movimientos marxistas palestinos invisibilizados, y Hamas exhibiendo esa ideología islamista como seña de identidad, no sorprende que más de un marroquí —y sobre todo más de una marroquí, harta del machismo oficial de sello divino que ahora se vende como “identidad árabe”— prefiera pasarse al otro bando. Reivindicando la histórica cultura judía marroquí, sin darse cuenta de que fue precisamente el sionismo, con su objetivo de reunir a todos los judíos del mundo en un solo espacio geográfico, el que destruyó esa cultura,y sin parar mientes en que los y especialmente las palestinas no son los responsables sino las víctimas de ese nacionalismo religioso patriarcal, resultado directo de una ocupación militar israelí que rechaza cualquier salida del conflicto, cualquiera, incluso la derrota palestina.

Israel no solo sabotea la solución de un Estado palestino, sino que deniega también una rendición incondicional de los palestinos

Porque Israel no solo sabotea la solución prometida de un Estado palestino, sembrando de asentamientos ultranacionalistas toda Cisjordania, sino que al mismo tiempo deniega también una rendición incondicional de los palestinos. Entregar las armas, firmar la capitulación, reconocer ‘Judea y Samaría’ como parte integral de Israel y ponerse en la cola para un carné de identidad israelí… es imposible. Israel ha dejado claro que jamás otorgará la ciudadanía a dos millones de “árabes”: significaría dejar de ser un ‘Estado judío’.

Esta negativa israelí a permitir una derrota del enemigo eleva la guerra eterna a razón de Estado, a una especie de identidad nacional; Israel, ya lo dijo Ehud Barak, es un chalé en la jungla, un muro de la civilización contra la barbarie asiática (eso lo dijo el ideólogo del sionismo, Theodor Herzl). Disparar a los salvajes desde la empalizada es el estado natural de las cosas. Y si deja de serlo, hay que fingirlo: así, los dirigentes israelíes conjuran cada verano la guerra ficticia con Irán. La cohesión social del pueblo israelí, compuesto por un mosaico de etnias, idiomas y corrientes religiosas (desde la ultraortodoxia al ateísmo) solo se mantiene por la amenaza externa. Un judío agnóstico con abuelos de Marrakech no se parece en nada a un ultraortodoxo nacido en Lituania… salvo en que los dos deben defenderse juntos contra “los árabes”.

Esta amenaza es ficción desde que Arabia Saudí, aliado inquebrantable de Estados Unidos, tomó la riendas en la región, gracias a la invasión estadounidense de Iraq en 2003, que destruyó su último rival geopolítico árabe (Egipto dejó de serlo en 1970 tras arruinarse en la guerra de Yemen). Arabia Saudí no han firmado aún sus propios Acuerdos de Abraham, pero es obvio que ha dado el visto bueno a sus satélites del Golfo. Para establecer su hegemonía en el mundo árabe y hacer frente a Irán, adversario histórico, Riad necesita el respaldo de Washington y eso incluye proteger los intereses de Israel.

¿Es una mala noticia para los palestinos? Parece obvio: si hasta una miss de Marruecos y Bahréin puede acudir a Eilat, escenificando buen rollo y abrazos entre las mujeres del mundo en una gala que tiene el explícito objetivo de promover Israel como “destino de turismo”, como ha señalado la propia dirigente de la competición, Paula Shugart, ¿qué eco tendrán ya las peticiones de boicot de los organizaciones de solidaridad con Palestina? Malasia fue el único país en la lista cuya candidata no fue, pero tuvo cuidado de aclarar que era por la covid. Y Sudáfrica, que entiende de apartheid, no respaldó a la suya, pero la miss acudió de todas formas… y obtuvo el tercer puesto. Lo merecía, seguramente, por resistir a las llamadas al boicot desde su propio país.

Todo el mundo, o todo el universo, si las misses lo representan, ha dejado a los palestinos en la estacada

Porque la petición de la anterior reina, la mexicana Andrea Meza, de “no politizar el evento” es una estupidez. Callar ante un conflicto es un acto político: respalda a la parte más fuerte. Acudir a Israel como si no pasara nada, cuando está pasando —y cualquiera que alguna vez haya estado en Cisjordania sabe que lo que está pasando es un crimen contra la población civil palestina— es respaldar la política israelí.

Todo el mundo, o todo el universo, si las misses lo representan, ha dejado a los palestinos en la estacada. Pero tal vez no sea la mala noticia que parece ser. Porque continuar como estamos tampoco es una buena noticia. Tras 70 años de resoluciones de la ONU que Tel Aviv se pasa por los esferoides, sin que Estados Unidos ni la Unión Europea estén dispuestos a hacer nada para imponer la legalidad internacional, está claro que la presión internacional no ha hecho efecto. Las campañas de BDS (boicot, desinversión, sanciones) tienen el mérito de oponerse al silencio, al “aquí no pasa nada”, pero tras 15 años de esfuerzos ¿han acercado la solución de una autonomía o independencia palestina? Y ¿sirven para concienciar a favor de ella? Al boicotear todo Israel, no distinguen entre el Estado reconocido por la comunidad internacional y los territorios ocupados militarmente y colonizados ilegalmente. ¿Sirven para concienciar a favor de la solución de un único Estado compartido? Es dudoso. El boicot, incluida la negativa a compartir mesa de debate, festival de cine o encuentro literario con israelíes, distingue desde luego entre israelíes judíos e israelíes palestinos: traza la misma línea de segregación religiosa disfrazada de étnica que sirve al propio Estado de Israel para discriminar entre ciudadanos de primera y de segunda. Mantiene el discurso del opresor de dos poblaciones enfrentadas que no pueden convivir, argumento base para el “Estado judío”.

Una estrategia de presión, protestas, confrontación era la vía lógica tras la expulsión de parte de la población palestina en 1948 y las guerras perdidas de 1967 y 1973. Pero ahora, esa presión y confrontación se han convertido en una parte más del concepto nacional israelí: Un boicot masivo desde Europa, desde las sociedades que Israel considera parte de su propia “civilización”, habría tenido y aún podría tener un efecto positivo. Desde el bando de la “barbarie”, no: solo confirma en los israelíes en su posición. Lo que no derrota al adversario lo hace más fuerte.

Si desaparece esa presión por parte del “enemigo”, quizás sí induzca un cambio de dinámicas. En primer lugar en el mundo árabe: el rechazo a Israel no solo no ha liberado a los palestinos sino que ha servido a los regímenes de Bagdad hasta Argel para aprisionar a sus propios pueblos, negarles los derechos que Israel da a sus ciudadanos, incluso a los de segunda, atraparlos en un esquema de rechazo a las libertades porque las libertades son “occidentales” y por lo tanto coloniales y sionistas. Cambiar esta estructura política es esencial para democratizar el llamado mundo árabe. Y quizás sirva también para democratizar a Israel: privado de un enemigo contra el que cerrar filas, los israelíes podrían ponerse a reflexionar sobre su propia sociedad, sobre lo que significa vivir en una teocracia oficial en lo que los rabinos deciden quién se puede casar con quién y en la que la religión está implantada en los genes, la Biblia es un libro de catastro y Dios un registrador de propiedades.

No hace falta creer el vaticinio que en 2001 me dijo un viejo dirigente de un kibbutz: que tras un par de años sin atentados, en Israel estallaría la guerra civil entre laicos y religiosos. Quizás solo estalle una conciencia civil. Porque si el sector de los ultraortodoxos sigue creciendo conforme a su índice de natalidad, no está demasiado lejos el fin de Israel como lo conocemos y como lo plantearon sus fundadores. No es en Marruecos donde los municipios están poniendo playas separadas para mujeres y hombres: es en Israel. Porque también hay quien vende como “identidad judía” el machismo oficial de sello divino. Solo hay una manera de silenciar esta cuestión de política interna, y es con el ruido de las armas de los otros, los de fuera, la barbarie.

Si ese ruido cesa, lo que deberá preguntarse Noa Cochva, miss Israel 2021, no es si es más guapa que Kawtar Benhalima, sino en qué país quiere vivir.

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© Ilya U. Topper |  Primero publicado en El Confidencial ·  17 Dic 2021

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