Cees Nooteboom
«Nadie puede escapar de la Historia»
Alejandro Luque
Con cierta fama de ogro, el holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) se antoja, de entrada, un señor bastante serio, que medita un instante antes de responder en un aceptable castellano. Conforme avanza la entrevista, en cambio, se relaja a ojos vista y hasta ríe espontáneamente.
Novelista, poeta, ensayista, impenitente trotamundos, es para muchos lectores un gran autor de libros de viajes, gracias a títulos como El desvío a Santiago, Hotel nómada o Tumbas de poetas y pensadores. Para otros, es el novelista de hondo calado existencial de Rituales. Y sólo algunos iniciados lo reconocen como poeta.
En condición de tal visitó Nooteboom Córdoba, con motivo de la octava edición del festival Cosmopoética. Muy vinculado desde hace décadas a Menorca, a la que dedicó su libro Lluvia roja, el escritor no renuncia a su filiación mediterránea, aunque casi se disculpa por haberse volcado mucho más en los últimos tiempos en países remotos como Japón o China, o en América Latina.
Tampoco se siente demasiado cómodo analizando el hervidero en el que se ha convertido el Mare Nostrum. “Soy poeta, no economista, ni político. No soy Jesús en el templo”. Pero tampoco se resiste a dar su parecer.
¿En qué momento supo que quería clavar en Menorca su bandera?
«Para mí Menorca es un refugio para el verano, pero no me imagino afincado allí»
Es una historia que viene de largo. Antes de Menorca estuve en Ibiza, creo que por el año 57. Incluso dediqué una novela, pendiente todavía de ser traducida al español, a la vida de los europeos residentes en Ibiza. Frecuenté la isla durante dos años, y ya vi en qué iba a convertirse, en lo que es ahora. Hasta que un sobrino mío que también quería irse a Ibiza de vacaciones, me contó: “Está completamente llena, pero hay otra isla que está mejor, mucho más tranquila”. Era Menorca. Fui por curiosidad, y no he parado de volver al menos durante 50 años. He visto cambiar las islas, incluso España.
¿Se ve como un Robert Graves menorquín, el extranjero que llega a la isla y acaba convirtiéndose en un símbolo de ésta?
No creo. Graves vivió verdadera y completamente en Mallorca, trabajaba allí, tenía su biblioteca… Para mí Menorca es un refugio para el verano, pero [mi familia y yo] viajamos muchísimo por el mundo, estuvimos viviendo en Berlín, también en Los Ángeles… Para mí es una necesidad para cada año, pero no me imagino afincado allí. Como refugio es fantástico porque hay turistas, sí, pero al otro lado de la isla, y tiene biosfera: se puede andar sin encontrarte cada cinco minutos con los otros.
Y desde allí, ¿cómo se ve el Mediterráneo? ¿Como un solo mar, o como muchos mares distintos?
Es un solo mar, pero es diferente según quién lo mira. Es un mar distinto para la gente que viene como inmigrantes y que se ahogan, que para turistas ricos con sus yates. Pero eso vale para todo, el mundo es percepción. Todo depende. Hay un poema holandés sobre el Mediterráneo, difícil de traducir, que habla de él como un cruce de todo, el cristianismo, el judaísmo, el islam… Para los europeos no hay nada más importante.
Usted descubrió a Homero y a Ovidio estudiando con los religiosos. ¿Qué más le enseñaron los monjes franciscanos?
«Ciencias, Platón, Aristóteles… Todo eso salió de aquí, del Califato de Córdoba»
Sin duda, muchas cosas que he olvidado [risas]. Para mí fue muy determinante descubrir a los clásicos, y darme cuenta de que estaba más dotado para los idiomas que para las matemáticas. Y me ha quedado mucho de aquellas lecturas. Ahora, por ejemplo, estoy en un proyecto sobre Poseidón, Neptuno para los italianos. Voy a escribir cartas a Poseidón, y se lo debo a haber aprendido desde muy joven todos esos mitos griegos. Es un tesoro.
En una entrevista le preguntaron qué actitud había de tomar respecto del mundo árabe, y usted dijo “Esperar a que se liberen, como hicimos nosotros”. ¿Esta revolución que vemos ahora es la liberación que vaticinaba?
¡Espero! Hay una ironía histórica en el hecho de que los árabes, aquí en España, hayan traducido la más importante herencia de los griegos, ciencia, matemática, Platón, Aristóteles… Todo eso salió de aquí, del Califato de Córdoba. Y se dio un sincretismo de judíos, árabes y cristianos que debería ser un ejemplo para el mundo de hoy.
¿Qué recuerdos le trajo ver, por ejemplo, las revueltas de Túnez?
Llevo mucho tiempo sin pisar estos países. Estuve en Túnez en los años 60, atraído por el desierto. Políticamente no me interesaba entonces, ahora sí. Es una verdadera revolución, o lo esperamos. Lo que más me llama la atención de esos hechos, que he seguido con atención a través de BBC World y CNN, es que sean los jóvenes quienes ya pueden explicar, en un idioma educado —algunos han estudiado en Inglaterra, en Estados Unidos— que ya no están dispuestos a soportar estas dictaduras. Ojalá pase lo mismo ahora con Siria…
Y conoció Irán, antes de Jomeini incluso…
«Michel Foucault encabezaba las acciones pro-Jomeini. Y el resultado ha sido casi peor»
Sí, pero ya digo, todos son recuerdos muy antiguos. Persépolis era una ciudad con mucha fuerza cultural. Y la situación era comparable, en cierta manera, a lo que ocurre hoy. Eran los últimos días del Sha, y en Europa había observadores que pensaban que Irán necesitaba una revolución. Recuerdo que, por ejemplo, Michel Foucault encabezaba las acciones pro-Jomeini. Y el resultado, obviamente, ha sido casi peor… Esperamos que lo que pasa ahora no conduzca a otra dictadura.
Como autor de un libro titulado Cómo ser europeos, ¿cree que Europa está comportándose a la altura de lo que se espera de ella?
Hay cosas en las que hemos sido ciegos. Deberían haber hecho un convenio sobre la economía mucho antes, y con el euro se tiraron al mar… Ahora parece que los países periféricos tienen dificultades, y no hay otra manera de ayudarse… No soy economista, pero la ayuda debería ser un necesidad, a la manera de Estados Unidos y su organización federal. Al final, parece que lo único que cuenta es la productividad.
Me refería a si Europa está actuando como un buen vecino de enfrente.
Mire el ejemplo de Francia. Todos han cambiado muy rápidamente, pero antes eran colaboradores con esos regímenes. Hay mucha hipocresía.
¿Qué hacemos para cambiarlo?
Elegir siempre a otro gobernante, si uno no está contento con los que tiene. Yo soy europeísta convencido, aunque estemos pasando un trayecto difícil. Pero, si te das cuenta, aunque en las cabezas alemanas esté la idea de “nosotros no vamos a pagar los errores de otros”, está también en su interés que España marche bien, porque quieren vender sus mercancías aquí.
¿Y por qué es más vulnerable el Sur: primero Grecia, luego Portugal, quién sabe si España…?
Yo nunca defenderé la idea de que los españoles no trabajan. Ya lo creo que trabajan si tienen empleo. Pero algo ha pasado en el mundo con, digamos, la ética protestante… En el protestantismo no hay confesión, hay responsabilidad personal para todo. Y no puede ser casualidad que en Estados Unidos, los países escandinavos, coincidan con ese mapa del protestantismo, y haya por otra parte ese mundo diferente, que ha conocido muchas dictaduras. En fin, creo que lo que está pasando ahora es historia. Incluso quien dice “yo no participo”, también forma parte de la Historia. Nadie puede escapar.
Usted, que tantas fronteras ha cruzado en su vida, ¿se ve en un mundo sin ellas?
Ya estamos en eso. Uno se acostumbra muy rápidamente a esos cambios. He conocido a España en la dictadura. Cuando venía desde Holanda, debíamos cambiar dinero cuatro veces. Y en un año, todo el mundo estaba acostumbrado a la moneda única, con la excepción de algunos españoles que siguen contando en pesetas… Eso también quiere decir algo. ¿Es que no pueden adaptarse?
Tal vez hay fronteras mentales más difíciles de derribar…
Obviamente, obviamente.
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