Opinión

El amigo americano

Ali Amar
Ali Amar
· 12 minutos

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Esté seguro, señor presidente, que Marruecos hará todo lo que sea para apoyar a Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo».

El 23 de abril de 2002, en el despacho oval, éstas palabras de Mohammed VI, un poco intimidado por el bosque de micros que le tiende la prensa, provocan una amplia sonrisa a George W. Bush. Sabe que este joven rey árabe que le visita se someterá a las voluntades de la América vengadora y todavía aturdida por los ataques de Ben Laden contra las Torres Gemelas y el Pentágono.

En la víspera de la investidura de Barack Obama como presidente norteamericano, Thomas Riley, el embajador de Estados Unidos en Rabat, confirmaba que siempre se cumpliría el compromiso aceptado por el sucesor de Hassan II: «En el combate contra el extremismo y el terrorismo, Marruecos es una región modelo».

«En el combate contra el extremismo y el terrorismo, Marruecos es una región modelo»

Estos intercambios de gentilezas resumen las relaciones entre la primera potencia del mundo y su aliado norteafricano durante esta década del 11 de septiembre. Un aliado que, a cambio de su fidelidad, cuenta con el apoyo de Washington para asegurarse la continuidad de su régimen y convencer a la comunidad internacional de que tiene buenas razones para la anexión del Sáhara Occidental al reino, en 1975, el mayor ‘handicap’ de su diplomacia, sobre todo sólidamente propagandista de la unidad nacional en torno al trono.

Subcontratar la tortura

21 de julio de 2002. Un jet privado Gulfstream V con matrícula N379P que viene de Islamabad en Pakistán aterriza en la pista del aeropuerto de Rabat-Salé. A bordo, Mohamed Binyam Al Habashi, ciudadano británico de origen etíope, con los ojos vendados y los pies atados, no tiene ni idea de dónde se encuentra, ni de lo que va a soportar en las cárceles de la prisión verde de Temara, sede del DST [servicio secreto] marroquí y centro de detención secreto. Pasará allí dieciocho meses de calvario antes de ser trasladado como otros cien a Guantánamo.

Binyam es, para el gobierno de Bush, un «combatiente ilegal de Al Qaeda», que tuvo la desgracia de caer en manos de la CIA y del MI5 británico que le enviaron a Marruecos, uno de los países que aceptó participar en el programa de «entregas extraordinarias» con sus severos interrogatorios de yihadistas capturados en Afganistán. Un programa dado a conocer desde 2002 por elWashington Post y que incluía la subcontratación de la tortura en países poco rigurosos en materia de derechos humanos. Según cuenta su abogado Stafford Smith, jefe de la ONG Reprieve, Binyam sufrió los peores suplicios durante su larga cautividad en Temara.

«Prácticas medievales»: escarificaciones con escalpelo en los órganos genitales, privación prolongada de sueño, temperaturas excesivas, administraciones forzadas de drogas y música rock a todo volumen con auriculares fijados a las orejas día y noche. Binyam describió diferentes centros secretos donde fue detenido en Marruecos. Entre julio de 2002 y enero de 2004 fue torturado en numerosas ocasiones por un equipo de interrogadores americanos y británicos así como por otros agentes, en su mayoría marroquíes. Su caso fue aceptado por un tribunal de Londres, pero jamás en Marruecos.

Los aviones que trasladaron los ‘terroristas’ a «sitios negros de tortura» efectuaron 40 escalas en Marruecos

Según el informe de la comisión del Parlamento Europeo encargada de investigar los vuelos secretos de la CIA en Europa, los aviones que han trasladados los supuestos terroristas hacia «sitios negros de tortura», efectuaron 40 escalas en Marruecos entre 2001 y 2005.

Rabat se había unido sin condiciones a la «guerra contra el terrorismo» llevada a cabo por George W. Bush y su gobierno, dado que el régimen de Mohammed VI también se siente amenazado por la «marcha verde». Los atentados de Casablanca en 2003 y 2007 y más recientemente la del café Argana de Marrakech apoyan esta tesis, pero sus circunstancias permanecen siempre oscuras.

Con la implicación de Rabat en actividades ilegales controladas por los estrategas de Washington, la cuestión del funcionamiento de sus servicios de seguridad reviste una importancia particular. El caso de Binyam no es el único catalogado: existen numerosos testimonios de «deportados de tortura» en Marruecos, pero también de salafistas locales. Estas cuestiones prueban que el régimen marroquí no ahorró esfuerzos para erradicar la amenaza islamista, ni tampoco para agradar y someterse a las exigencias de América.

Dos razones explican esta sumisión. La geoestrategia primero. Marruecos es un país pequeño en el concierto de las naciones. Poner en aprietos a Estados Unidos les puede ser perjudicial. En su momento, Bush había colocado a Paul Wolfowitz, uno de los halcones neoconservadores, a la cabeza del Banco Mundial. Marruecos no podía entonces enemistarse con la institución que lo acompaña en sus reformas económicas.

Además, todavía existe y siempre existirá el asunto del Sahara Occidental. Con una Argelia que apoya a los irredentistas del Frente Polisario, afianzado por sus petrodólares y por lo tanto más solvente que Marruecos ―además, compradora masiva de armas y también preparada para ayudar a Washington en su cruzada contra Bin Laden―, el margen de la maniobra era realmente débil.

La retórica de los derechos humanos tan apreciada por el rey pone nerviosa a su guardia pretoriana

El riesgo político asumido por Mohammed VI con respecto a su opinión pública no se debe menosvalorar. Desde una tal revolución iraní, todo el mundo sabe lo que le puede costar a una monarquía absoluta en tierra de islam humillarse más de la cuenta ante los estadounidenses. La segunda razón tiene que ver con las tensiones que sufre el aparato de la seguridad pública en su relación con el joven rey. No es un secreto para nadie que la retórica de los derechos humanos tan apreciada por el rey ha puesto siempre nerviosa a su guardia pretoriana.

Los pilares militares de Hassan II, sobre los cuales se apoya todavía Mohammed VI, ya no se sienten en total impunidad. La evidente voluntad del general Hamidou Laânigri, entonces el jefe del antiterrorismo marroquí, de colaborar estrechamente con los estadounidenses, hacía pensar que buscaba un seguro de vida. Al ejecutar los trabajos sucios del gobierno de Bush, se convirtió en lo que Roosevelt decía de Somoza: «Es un cabrón, pero es nuestro cabrón».

La nueva Constitución que blinda el aparato de la seguridad pública (fuerzas de la policía, servicios secretos y ejército) ha aplacado, sin duda, los temores de los caciques del régimen. Por otra parte, desde los primeros atentados de 2003, vividos en el reino como un «mini 11-S», Marruecos ha dado un giro a la seguridad pública. Además de querer encauzar la expansión silenciosa del islamismo ha reducido considerablemente los escasos espacios de libertad, hasta el punto de que a la monarquía se le acusa en este aspecto y en el del mercantilismo de «benalización», término procedente del nombre del exdirigente tunecino.

El pueblo marroquí «antiimperialista»

Los candidatos al protectorado de la Casa Blanca olvidan, sin embargo, que los gobiernos americanos cambian y que los crímenes permanecen. La ley internacional permite la detención de jefes de Estado y de antiguos generales como vulgares delincuentes. El riesgo para el rey y sus altos suboficiales siempre fue casi nulo, pero existe en teoría cuando se observan las acciones de la Justicia contra los dictadores y los criminales de guerra.

El régimen supo ejercer una represión brutal sin sobrepasar los límites de lo aceptable para Occidente

En esta cuestión, el régimen siempre supo ejercer una represión brutal sin sobrepasar los límites de lo aceptable para los ojos de un Occidente indulgente y benévolo. Mohammed VI evidentemente no es Gadafi o Assad…
A la posibilidad de una presión internacional se añade lo que se denomina la calle marroquí, que detesta ver que sus guardianes hagan de criados al servicio de una América vilipendiada. También comienza a pedir explicaciones.

Las manifestaciones más grandes que ha conocido el país desde hace años, reuniendo a millones de personas en las calles de las grandes ciudades, han sido a menudo una reacción a la política norteamericana en Oriente Próximo, considerada imperialista, arrogante y sistemáticamente pro-israelí. Pero desde las revoluciones árabes, el propio régimen ha sido puesto en entredicho, sobre todo por el Movimiento del 20 de febrero.

En los años 70, cuando Hassan II quiso levantar un ejército decapitado por dos tentativas de golpe de Estado y lanzarse a la aventura del Sahara, pidió el apoyo de su viejo amigo Vernon Walters, exjefe de la CIA, para convencer al Congreso americano de permitirle modernizar su arsenal militar. El lobby marroquí en Washington necesitaba sólo una llamada telefónica a la Casa Blanca, y la lógica de la Guerra fría se ocupaba del resto.

Después, la geoestrategia cambió mucho y Mohammed VI ya no tiene la completa libertad con su carabina de siempre, aunque recibe muchas ayudas sustanciales. Al ocaso de su largo reinado, Hassan II había acabado por asimilar que la idea de Marruecos como una cabeza de puente del «mundo libre» en el Magreb había llegado a su fin tras la caída del muro de Berlín. Los informes de las ONG internacionales como Amnistía y el Consejo de los Derechos Humanos que comparaba al rey de Marruecos a los más intratables dictadores del planeta no eran inaudibles a los oídos de Occidente y de Estados Unidos en particular.

Pero la nueva doctrina americana, nacida sobre los escombros del 11 de septiembre, les dio más oportunidades a los lobbyistas para promover un Marruecos «modelo» en un mundo árabe en rebeldía. Hasta la «primavera árabe», los regímenes autoritarios de la región se aprovecharon considerablemente, cada uno a su manera, del espantapájaros islamista, particularmente Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto.

Hasta la «primavera árabe», los regímenes de la región se aprovecharon del espantapájaros islamista

En diciembre de 2004 se celebró en Rabat el Foro para el Futuro. Había emanado de la política del «Gran Oriente Medio» de los consejeros de Bush, que querían instaurar un calendario de reformas políticas a pasos forzados desde Rabat a Islamabad. Sería un sonado fracaso: pesos pesados como Egipto rechazaron la iniciativa y no fue una casualidad si Obama decidió reactivar este proceso a su manera a partir del Cairo.

Marruecos acepta, por su parte, todo de su aliado, por ejemplo un acuerdo de librecambio que amenaza sin embargo a sectores enteros de su economía. Los estadounidenses, más intrusos que nunca, piden intervenir directamente en el campo religioso, orientando la reforma del islam oficial e implicándose en la confección de los programas escolares. Obtienen una frecuencia FM para Radio Sawa, que junto a la delegación de Voice of America tiene el cometido de contrarrestar la influencia de las cadenas satélites panárabes como Al Jazeera. Se refuerzan las instalaciones cerca de Tánger del sistema mundial de escucha Echelon.

Desde 1972, las bases americanas, en particular la aeronaval de Kenitra, habían sido cerradas. Sin embargo, el imponente campo atrincherado de Ben Guerir, cerca de Marrakech, siempre acogió a GI, a pilotos de la fuerza aérea de Estados Unidos y una pista aérea estratégica para las lanzaderas espaciales de la NASA.

Pero después del 11 de septiembre, Estados Unidos tuvo la ambición de volver a meter un pie en el continente para proteger a su mando africano (Africom) instalado temporalmente en Alemania. Les convenció el riesgo de ver instalarse en el punto débil del Sahel las células de Al Qaeda expulsadas de Afganistán y la adhesión de grupúsculos salafistas en Argelia a Ben Laden. Marruecos, una vez más, es el candidato ideal para el regreso del Ejército de Estados Unidos al Magreb.

Washington quiere, Dios también

Nada puede se le puede negar a Estados Unidos a cambio de su indefectible apoyo al ritmo de las reformas deseadas por el Palacio y frente a Argelia y el Polisario en la cuestión de Sahara Occidental. La política marroquí se comprometerá con todo lo que puede parecer positivo a los ojos de América en la ideología conquistadora: reformas institucionales, negociaciones directas con los separatistas en suelo americano, el plan de autonomía de las provincias del sur, la regionalización, etc.

A pesar de los informes americanos confidenciales que profetizan una oleada islamista o la revelación por WikiLeaks de los cables diplomáticos poco halagüeños para Mohammed VI, Rabat siempre supo atraer el apoyo de su soberano imperial y sacar provecho de las ayudas económicas y militares con los que éste recompensa a sus aliados más fieles de la región. Y el naufragio perceptible de las transiciones políticas en Túnez, en Egipto, en Libia o mañana en Siria no cambiará la situación.

| Traducción del francés: Rachel Santana Falcón