El país exportador de yihadistas
Laura J. Varo
Túnez | Marzo 2016
Said conoció a Ahmed (nombre ficticio) allá por 2007, cuando ambos eran adolescentes. Se hicieron amigos. Solían charlar y jugar juntos alguna que otra pachanga hasta que sus caminos se separaron: Said dejó Ben Guerdane, un pueblo a 30 kilómetros de la frontera libia, y fue a Túnez capital para matricularse en la universidad; su vecino también se marchó, pero a Siria, a combatir contra Bashar Asad.
Desde hace algo más de un año, el joven estudiante de filología inglesa no sabe nada de su antiguo colega. La última vez que preguntó, el primo de Ahmed le dijo que seguía luchando en las filas del Frente Nusra, la marca de Al Qaeda en Siria, cuya negativa a actuar bajo las órdenes de Abu Baker al Bagdadi (líder del entonces Estado Islámico de Iraq), supuso la escisión sobre la que acabaría fundándose el Estado Islámico (Daesh).
«Mi profesor de artes marciales se fue a Siria junto con otros compañeros del gimnasio»
“También mi profesor de artes marciales se fue a Siria junto con otros compañeros del gimnasio”, explica Said. Reconoce la tradición militante de su pueblo, cuyos ciudadanos se han unido a la lucha por causas extranjeras desde los cincuenta, dice.
Túnez es el país que más yihadistas ha exportado a los frentes abiertos hoy día por toda la geografía árabo-islámica, en términos absolutos y relativos. Según diversos cálculos,más de 5.000 tunecinos pueden haber tomado las armas en Siria, Iraq, Yemen o Libia como ya lo hicieron antes en Palestina, Líbano, Afganistán o Bosnia. Entonces, la lucha era “más revolucionaria”. Hoy, subraya Said, los movimientos de liberación han dado paso al fanatismo religioso.
Ese éxodo está pasando factura a Túnez, e incluso a Ben Guerdane, que ha sufrido dos ataques en lo que va de mes. “Fue impactante”, dice Said de la primera incursión que acabó con cinco presuntos terroristas, un civil y un soldado muertos en enfrentamientos entre los hombres armados y las fuerzas de seguridad el 3 de marzo. “No es que no lo esperásemos”, reconoce, “pero es impactante cuando lo vives en directo”.
Que Ben Guerdane, una de las cunas del yihadismo patrio, acabaría por estallar era casi un secreto a voces. La versión oficial del Gobierno tunecino apunta a una infiltración desde Libia, cuya frontera se abre a unos 30 kilómetros de la ciudad. Solo cinco días después de aquella primera escaramuza, un ataque “coordinado” contra instalaciones militares y policiales en la localidad hizo aumentar la refriega al grado de batalla, con más de medio centenar de muertos.
Ben Guerdan, una de las cunas del yihadismo tunecino, fue atacado por yihadistas entrenados en Libia
“Este es un ataque sin precedentes, organizado y coordinado para tomar control de la región y anunciar un nuevo emirato”, declaró entonces el primer ministro, Habib Essib, subrayando la intención del Daesh de expandirse desde la vecina Libia, donde se ha hecho fuerte. Lo cierto, sin embargo, es que aquellos que intentaron el golpe en Ben Guerdane son tunecinos, no libios, que amenazan con volver a casa tras una época de entrenamiento en Libia. Lo mismo vale para la mayoría de las decenas de supuestos reclutas del Daesh abatidos por el bombardeo estadounidense de febrero en Sabrata, una ciudad libia situada en la carretera que comunica la frontera tunecina con Trípoli. Ahí murió, por ejemplo, el yihadista tunecino Noureddine Chouchane, supuesto coordinador de los ataques contra turistas en Túnez.
700 yihadistas vuelven a casa
“El grado de alerta en Túnez ahora mismo es muy elevado”, señala Sergio Altuna, analista español experto en el país. “El número de tunecinos en Libia no hace sino aumentar la peligrosidad, sobre todo porque el problema de Libia es doble, y es que el trasiego de tunecinos y de libios de un lado a otro hace que el control fronterizo sea mucho más complejo”.
Unos 700 ciudadanos que empuñaron las armas han regresado a Túnez, según datos del Ministerio de Interior difundidos por la cadena Al Jazeera. Los que aún permanecen en sus destinos de yihad se cuentan por miles. Para protegerse, la joven democracia norteafricana, que brilla como excepción en el escenario apocalíptico que parece haber seguido a la ‘primavera árabe’, ha decidido blindarse. O, al menos, intentarlo.
La nueva ley antiterrorista ampara las decenas de detenciones de sospechosos que se han realizado solo en el último mes en redadas en el sur y noroeste del país. Policía, Ejército y Guardia Nacional se han desplegado en la frontera como refuerzo de una trinchera amurallada que pretende proteger menos de la mitad (200 kilómetros) de los 460 kilómetros de frontera con Libia, al este. Todos los vuelos con origen y destino a aeropuertos libios permanecen desviados del principal aeropuerto del país a otros más pequeños en Monastir y Sfax, a más de dos horas de la capital. Los cruces como el del Ras Jedir se abren y cierran esporádicamente. Empresas alemanas y británicas instalarán en el perímetro un dispositivo de vigilancia electrónico, mientras aviones europeos sobrevuelan la costa y la frontera en operaciones de vigilancia.
Pasó en un año de colgar vídeos haciendo break-dance a matar a 38 personas a tiro de kalashnikov
Pese a los esfuerzos, Túnez parece haber fracasado en contener el retroceso de un arma que dispara fuera de sus fronteras. Los sucesos en Ben Guerdane, donde se han descubierto, además, varios depósitos de armas y pisos francos, son solo la última demostración de hasta qué punto la militancia hunde sus raíces en Túnez, en lugar de mirar para otro lado.
El pasado año, el atentado del Museo del Bardo que mató a una veintena de personas en la capital, hizo saltar todas las alarmas y consagró Túnez y su boyante sector turístico como objetivo yihadista. Los autores, entrenados en Libia, eran tunecinos. Seifedin Rezgui, que irrumpió armado hasta los dientes en un resort de Susa, no era más que un veinteañero que estudiaba en Kairuan, en el centro del país, y que pasó de colgar vídeos en Facebook haciendo break-dance a matar a 38 personas a tiro de kalashnikov en menos de un año.
“Una de las principales características de esta nueva ola de radicalización es que es un proceso rápido”, apunta Fahmi. Ocurre por todo el planeta, como demuestra la preocupación en Occidente por el número creciente de jóvenes europeos y americanos que se han incorporado a grupos extremistas, entre los que el más brutal, el Daesh, gana de largo en adeptos.
«El Daesh habla el idioma de los jóvenes»
La reciente filtración de documentos del Daesh ha desvelado la identidad de al menos 20.000 combatientes de 51 países en sus filas. “ISIS (siglas en inglés del Estado Islámico de Iraq y Siria, anterior nombre del Daesh) es el mejor sacando partido de las ofensas y canalizándolas”, apunta Julia Ebner, especialista en prevención de la Fundación Quilliam, un think-tank británico fundado por antiguos miembros de organizaciones extremistas y orientado al contraextremismo islámico. “Sus estrategias de reclutamiento son mucho más efectivas que ningún otro movimiento yihadista que hayamos visto antes”, asegura. “ISIS llega de forma eficiente a los jóvenes hablando su idioma: el idioma de la cultura pop y las redes sociales”.
Hasta ahora solo hay una política de seguridad. Es necesaria una ‘coalición de desradicalización’
Este éxodo y el temor a que vuelvan para atentar en casa está poniendo a prueba unas políticas anti-terroristas que han demostrado ser poco efectivas. Ahí quedan los atentados de París, cuyos autores, algunos fichados, lograron esquivar los controles turcos y belgas. Países como Francia y Dinamarca han decidido poner en marcha programas de desradicalización y reinserción de extremistas, no sin polémica. “El país que más combatientes extranjeros exporta debería aprovecharse de las experiencias de países como Dinamarca, Bélgica, Noruega…”, apunta Altuna, “porque, efectivamente, tendrá muchos más problemas que estos países en un futuro muy próximo, por no decir un presente”.
“Hasta ahora solo hay una política de seguridad”, señala Georges Fahmi, investigador del Carnegie Endowment for Peace. “Es necesario una aproximación integradora que reúna a políticos, líderes religiosos, instituciones estatales y medios de comunicación”. Esto es, una suerte de “coalición de desradicalización” que permita a Túnez afrontar la que se le viene encima.
Factores políticos, pero también históricos, explican el arraigo del “salafismo yihadista”. “La situación socioeconómica en Túnez ha empeorado desde la revolución, lo que ha llevado al desencantamiento de las clases medias y bajas y de la juventud en particular”, apunta Fahmi.
Del otro lado de la balanza cuelga el recuerdo de Zine el Abidine Ben Ali, el presidente tunecino derrocado en el levantamiento de 2011 tras 23 años en el poder, y antes de Habib Bourguiba, padre de la independencia tunecina. Ambos utilizaron la religión para legitimizar sus mandatos y ambos mandaron al exilio o a prisión a individuos afiliados a movimientos islamistas como Ennahda o acusados de hacer proselitismo.
“En 2012 era bastante clara la llamada y claros los paneles negros y la palabra yihad no se escondía»
‘Los desertores pueden ayudar a exponer el salto entre la propaganda utópica de Daesh y la realidad desilusionante. Sus experiencias pueden alimentar campañas de contranarrativa. La caída del régimen creó un vacío que permitió a grupos radicales pregonar sus ideas y reclutar nuevos miembros entre la juventud privada de derechos”, señala el especialista en religión del Carnegie. La laxitud del Gobierno conservador, apegado a la religión, que se formó tras la victoria de los islamistas en las primeras elecciones, hizo el resto.
“Se menospreciaba la amenaza en aquel momento, e incluso se animaba (a viajar a Siria)”, recuerda Altuna, que ha pasado más de un lustro estudiando el país. “En 2012 era bastante clara la llamada y eran bastante claros los paneles negros y la palabra yihad no se escondía por ningún sitio”. “El proselitismo, en nombre de Al Qaeda entonces, no se escondía en absoluto”.
Ahora, las alternativas para frenar a una ‘troupe’ que parece decidida a irrumpir brutalmente en Túnez se van agotando. La política antiterrorista del Gobierno no ha conseguido desactivar las células establecidas en el país. Un ejemplo es la “extinción” de Ansar al Sharia (AAS), grupo consolidado en 2012 y etiquetado como organización terrorista en 2013. Su brazo armado, la katiba Okba bin Nafi, afiliada a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) sigue viva y coleando.
“Muchos (afiliados a AAS) están en Siria, en Libia, y otros seguirán seguramente en Túnez clandestinamente y habrán pasado a ingresar o en AQMI directamente o posiblemente se hayan podido dedicar a la captación”, conviene Altuna. “Y muchos de ellos”, continúa, “eran gente que había sido adoctrinada y que en realidad eran simplemente religiosos, pero que no tenían una voluntad terrorista”.
“Quienes regresan pueden exponer el salto entre la propaganda de Daesh y la realidad»
De ahí, la importancia de recuperar esos “corazones y mentes” con una política adecuada. “Tratar a todos (los retornados) como una amenaza potencial podría ser contraproducente”, advierte Georges Fahmi. “Fortalecer los controles de seguridad está, por supuesto, justificado, pero las medidas de seguridad no deberían alienar a las poblaciones locales”.
A ello se suma atacar otros flancos con políticas sociales que atajen los problemas económicos, de desarrollo, falta de empleo u oportunidades. “Es igualmente importante centrarse también en el espacio precriminal”, aporta Julia Ebner, para quien los combatientes que regresan a casa son también “una oportunidad”: “Pueden ayudar a exponer el salto entre la propaganda utópica de Daesh y la realidad desilusionante, sus experiencias pueden alimentar campañas de contra-narrativa”. La mesura es la clave: “No todos son una amenaza”, concluye Fahmi, “muchos de los que han escapado de Daesh querrían regresar a su vida normal en Túnez”.
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