Entre dos aguas
Alejandro Luque
En la entrada sur de Algeciras hay –o había la última vez que anduve por allí– un bronce con la efigie de Paco de Lucía. El músico, un poco abrumado por sus grandes proporciones, solía bromear llamándolo el ninot. Sin embargo, la dimensión de Paco ha sido mucho, muchísimo mayor que su escultura, y de hecho en su ciudad natal ha eclipsado a toda una escuela de guitarristas flamencos de rancia solera.
Por fortuna, las nuevas generaciones han sabido conciliar la deuda con los antepasados (de El Niño de las Botellas, Jesús el Ciego o Flores el Gaditano a Ramón de Algeciras, hermano de Paco, pasando por una guitarrista singular como Carmela) con la obligada devoción al titán. Dicho de otro modo, han incorporado naturalmente todas las audacias de Paco de Lucía, sin dejar de atender a las raíces. En dicha línea se inscriben, cada uno con sus personalidad, José Manuel León y José Carlos Gómez.
A éste último, que vio su carrera truncada por un trasplante de riñón que lo tuvo alejado de los escenarios durante dos años, lo hemos visto compartir escenario con gente como Niña Pastori, Alejandro Sanz o el Ballet Nacional de España, entre otros, y hace cinco firmó un llamativo debut discográfico, donde cantaba sus propias canciones en registros afines al pop y aparecía en portada con fotografía del gran Mariano Vargas. Ahora regresa con Origen, álbum que es una declaración de intenciones desde el propio título. Una vuelta a la casa del flamenco y a su Algeciras llena de referencias locales: La Reconquista, Paseo del Mar, Callejón del Rinconcillo, Café Piñero… Una cartografía íntima, como las que le gustaba diseñar a Paco, traducida en sonidos sobrios, esenciales, a modo de paseo emocional.
No se encontrarán aquí las acrobacias técnicas o los vertiginosos acelerones propios de los nuevos guitarristas
Se abre el disco con unas palabras del guitarrista. Siempre he pensado que los músicos tienen en sus instrumentos un modo inmejorable para expresarse, y en todo caso este corte podría haber ido al final, pues no tiene sentido oírlo cada vez que se ponga el disco, pero bueno: él lo ha querido así. En mi opinión, el auténtico pórtico de Origen son esas alegrías serenas, que dosifican la sal con delicadeza, y a las que siguen unas seguiriyas muy poco solemnes, cruzadas por momentos de destellos luminosos.
Las bulerías de Irenea son, al igual que la rumba, los momentos más paquistas en un músico que se esfuerza por no imitar al Inmortal, y quizá lo mejor del disco junto con la imponente soleá A Ramón de Algeciras. Tanguillos dedicados al Estrecho (Puerta de la caridad) y bulerías por soleá completan el repertorio equilibrado, grato a todos los oídos pero lleno de sutiles verdades y juegos rítmicos pulcramente ejecutados. No se encontrarán aquí, sin embargo, las acrobacias técnicas o los vertiginosos acelerones a los que los nuevos guitarristas nos tienen acostumbrados. Origen discurre por cauces más sosegados, acaso también más flamencos.
Un disco, en definitiva, arrecogido, elegante en su desnudez, una buena noticia para la guitarra y para ese rincón entre dos aguas que tiene en su flamencura uno de sus mejores motivos para la esperanza.
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