Alberto Manguel
«Hay quien prefiere el e-book como quien prefiere el sexo virtual»
Alejandro Luque
Sevilla | Septiembre 2017
La voz al otro lado del teléfono delata su estado de ánimo: Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) va últimamente de alegría en alegría. Si en diciembre de 2015 fue designado director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina –sucediendo a su ídolo, Jorge Luis Borges–, un año después era elegido académico de número de la Academia Argentina de las Letras, y ahora se dispone a recoger –en concreto, el próximo sábado– el prestigioso premio Formentor, que han recibido antes que él el propio Borges, Saul Bellow, Juan Goytisolo, Enrique Vila-Matas o Roberto Calasso, entre otros.
Al mismo tiempo, ha visto la luz en España su libro Mientras embalo mi biblioteca (Alianza Editorial), donde reflexiona sobre los libros y la lectura mientras narra el viaje de su propia biblioteca desde un viejo presbiterio del Valle del Loira, donde la había acomodado pensando que sería para siempre, al depósito en Canadá donde permanece actualmente guardada.
En los últimos diez años, el número de títulos publicados en la UE ha subido de 475.000 a 575.000 anuales. ¿Todavía podemos confiar en que el fascismo se cura leyendo?
«Un libro nos enseña a cometer crímenes, pero también hay libros redentores»
Es una posibilidad [risas]. La lectura no garantiza nada, pero posibilita. Y entre lo que posibilita, como es lógico, hay cosas malas y cosas buenas. Un libro nos enseña, por ejemplo, a cometer crímenes, como ocurrió con el asesino de John Lennon, que decía que el libro El cazador oculto le estaba diciendo que matara, pero también hay libros redentores, como han comprobado todos los que han probado la experiencia de los campos de concentración, en prisiones, en circunstancias muy difíciles. Pero insisto, los libros no prometen nada, es importante saberlo.
Se habla de las religiones del Libro, pero Oriente Medio, de donde proceden todas, no viene dando un espectáculo precisamente edificante en los últimos años. ¿Cómo se ve este rincón del mundo desde el otro lado del océano?
Bueno, del otro lado del océano tenemos los mismos conflictos, estar en una situación de conflicto es parte de la naturaleza humana. La tradición judeocristiana empieza contándonos que ya la primera familia no se portó bien, pues Caín mata a Abel. Y después de que dios castigue a la Humanidad, Noé, nada más sobrevivir al diluvio, lo primero que hace es emborracharse. No, los ejemplos no son muy luminosos. Creo que la situación de conflicto es eterna: queremos llegar a un modo de vivir juntos, en paz y más o menos felices, pero al mismo tiempo la violencia nos atrae, la guerra nos atrae. Tenemos que reconocer eso si queremos solucionarlo. Alessandro Baricco, en el prólogo a su versión de La Ilíada, asegura que ese amor por la guerra solo puede combatirse con un amor más grande. No sé cuál sería ese amor más grande, pero tendremos que buscarlo.
Eso lo decía también su admirado Borges, citando a su vez a Spinoza…
Sí, exactamente. Algún día lograremos la pasión por la justicia se sobreponga a las otras.
¿Por qué parece que a los occidentales les cuesta creer que Iraq o Siria fueran potentes focos de cultura antes de la destrucción de la guerra?
«Del mito de Abraham queda algo aberrante: podemos sacrificar a nuestros hijos en nombre de dios»
Los pueblos del Libro de los que hablábamos antes están unidos por un mito terrible en su contra, el mito de Abraham e Isaac, el del padre que acepta la orden divina de sacrificar a su hijo. Eso se repite en el cristianismo, con el sacrificio de Dios Padre a Jesucristo, pero íntimamente pienso que es una aberración. Cualquier padre sabe que desacataría la orden divina y no mataría a su hijo por nada. Pero en estas tres sociedades (dejemos de lado que a Isaac el ángel lo reemplaza por un carnero), el padre está dispuesto a hundir el cuchillo en la garganta de su hijo.
¿Y esto nos persigue hasta hoy?
Si creemos en esa orden, no nos cuesta nada creer en los atentados terroristas, en los campos minados, instruir a nuestros hijos para ser combatientes en Siria, todo en nombre de la religión. Por más que hayamos evolucionado, como sucede con los grandes filósofos judíos, con el cristianismo de los pobres o con el islam de la generosidad y la empatía, queda al final una raíz aberrante: que podemos sacrificar a nuestros hijos en nombre de dios.
Usted se marchó a Francia con su innumerable biblioteca. ¿Creía que sigue siendo, a pesar de todo, el país de la Culture?
Sí, sigue siéndolo. Francia es una sociedad que cree en la necesidad básica de la cultura. En muchas sociedades, esa necesidad básica ha sido reemplazada por la creencia en la necesidad de hacer negocios. Allí sigue subsistiendo la idea de que la cultura es fundamental para una sociedad. Lamentablemente, en mi caso tuve que irme de ese paraíso, que no era paraíso por ser francés, sino por tener un jardín.
En su libro afirma que no se siente cómodo en una biblioteca virtual “porque no se puede poseer a un fantasma”. ¿Ya no podremos decir, como el clásico, que quien toca un e-book toca a un hombre?
«¿El e-book? Yo soy de aquellos que prefieren llevarse algo sólido a la cama»
Bueno, hay una diferencia entre el texto escrito, el texto leído, el texto impreso, y el texto virtual: son distintas categorías existenciales. Y nos relacionamos con ellas de un modo diferente. No creo que haya que hacer una jerarquía de valores, sino de usos. Hay gente lectora que se siente muy feliz con los textos virtuales, como también hay gente apasionada que se siente muy feliz con el sexo virtual. No podemos decir nada, hay quien prefiere una cosa y quien prefiere la otra. No, sé, yo soy de aquellos que prefieren llevarse algo sólido a la cama.
Lo virtual ha traído también la piratería masiva. ¿Cree que los bibliófilos ven el robo de libros como algo simpático, o al menos merecedor de una especial indulgencia? Dicho de otro modo, ¿Qué lean, aunque sea robado?
Hay varios aspectos en esto. Uno, como dice usted, es el beneficio de la lectura generalizada, democrática, para todos. Obviamente, en un mundo ideal, como ocurrió en la Cuba de Fidel Castro o en los kibbutz de Israel, los libros estaban a disposición de todos, no hacía falta dinero para tener un libro. La comunidad comparte la cultura y la ofrece gratuitamente. Ahora bien, casi todas las sociedades en que vivimos son capitalistas: Y como en esas sociedades pensamos que la cultura es un lujo y el artista crea por placer propio, por tanto no pensamos recompensarlo, pensamos que lo que se crea puede robarse o al menos no pagarse.
Solo al artista…
«No hay nada más frágil que un texto virtual. Con un corte masivo de luz podemos perderlo todo»
El día que los médicos, los banqueros, los carniceros estén dispuestos a ofrecerme sus productos sin pagar, yo estaré dispuesto a ofrecer mis libros gratis. Pero por el momento , cuando trato de vivir de lo que hago, que es escribir, necesito que la ley me proteja. Y en este momento, la ley, ni la nacional ni la internacional, me protegen: todos mis libros, en todos los idiomas, están gratuitamente en internet. Por un lado, me parece magnífico y es un honor que quieran leerme. Por otro, me resulta muy difícil sobrevivir cuando yo tardo diez años para producir un libro, y los lectores no me pagan por el ejemplar que leen, sino que lo reciben gratuitamente.
Otra ventaja del e-book, dicho de un modo un poco cínico, es que no puede quemarse, como se quemaron tantos libros en la Historia…
¡Pero no hay nada más frágil que un texto virtual! Aquí en la Biblioteca Nacional, tenemos que hacer backups, resguardos, constantemente, para que no se pierda lo que tenemos virtualizado… Y aún así, si tuviéramos un corte masivo de luz, podemos perderlo todo. No hay nada absolutamente duradero, por eso tenemos que utilizar distintos soportes del texto. Hay un texto de la Baja Edad Media, que es la vida de Adán y Eva contada por su hijo Set, y al final del libro Eva le dice: “Escribe la vida de tu padre, hazlo en piedra y también en madera. Si el Señor decide terminar el mundo con el fuego, la piedra sobrevivirá. Y si se decide a terminarlo con un diluvio, la madera sobrevivirá». Tenemos que hacer textos impresos, virtuales, manuscritos y de cualquier técnica nueva que se nos ocurra.
Me preguntaba si hay alguna nueva forma de represión de la cultura, si se ha sustituido de algún modo la quema de libros de los nazis por alguna otra fórmula censora.
No hay formas nuevas de represión, son las mismas con otros disfraces. Desde los orígenes de la escritura y de la palabra, el poder siempre ha tratado de reprimir los testimonios de los pueblos, cortando las lenguas, suprimiendo al hablador, suprimiendo el texto. Eso ha ocurrido hace poco en la Rusia de Putin, acaban de cerrar la Gran Biblioteca Ucraniana de Moscú, y han puesto en prisión a su directora por subversiva. En respuesta, en la Biblioteca Nacional argentina hemos creado una biblioteca ucraniana para reemplazar aquella biblioteca cerrada, para decirle al mundo que es inútil tratar de de suprimir la palabra, porque la palabra es un fénix que siempre resurge.
Quizá la palabra que quedaría difuminada en este caso es la de nacional, ¿no? No hay nada más internacional que una biblioteca…
Por supuesto, no suprimiría la palabra nacional, sino que la dejaría para recalcar lo universal.
A propósito, su último libro aparece como traducido del inglés. Disculpe la ignorancia, pero, ¿siempre escribe en ese idioma?
«Cada lengua dicta lo que su hablador puede pensar»
Bueno, casi todo lo que escribo, salvo dos o tres libros, están escritos en inglés. El inglés es mi primera lengua, junto con el alemán. Yo aprendí el castellano cuando tenía nueve años.
¿Eso produce tres Alberto Manguel distintos, o es una trinidad bien avenida?
[Risas] Cada lengua dicta lo que su hablador puede pensar. Mi escritura no es la misma en inglés, o francés o castellano, o en cualquier otra lengua. Pero ahí surge el fenómeno de la traducción, que, como Borges decía, es otro borrador del original. La traducción me ayuda a considerar en profundidad los textos que escribo en una lengua, cuando pasan a otra.
El premio Formentor, como usted sabe, tiene una trayectoria esplendente…
Aterradora, ¡aterradora!
¿Con cuál de los ganadores de las anteriores ediciones –aparte Borges– se habría ido a celebrar su premio?
«No creo en el ingenio nacional de ninguna cultura»
Con ninguno, ¡son mis mayores! Siento por todos ellos lo que sentía por Borges, cuando lo conocí siendo un mocoso de 15 años y miraba desde muy abajo esta figura. Desde ahí miro ahora a mis predecesores.
Hay cierta primacía ahí de argentinos no: está Borges, está Piglia… ¿podemos presumir, como en el fútbol, de potencia literaria mundial?
No, no, es una casualidad. No creo en el ingenio nacional de ninguna cultura.
Borges tuvo que compartirlo, según recuerdo, con Becket…
No tuvo que compartirlo, ¡tuvo el privilegio de compartirlo!
¿No cree que haya un agravio ahí? Con el Cervantes, también hubo de compartir el galardón con un poeta como Gerardo Diego, por el que no sentía demasiada estima. ¿No hay una especie de maldición borgiana en esto?
A él no le hubiera importado, creo. Él creía que la literatura era un acto conjunto, como creía Shelley. Una gran obra que debería considerarse anónima, que los distintos autores que sirven los distintos capítulos que llamamos Literatura Universal no importan, lo que importa es el conjunto de la obra.
¿Te ha gustado esta entrevista?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |