Siete años después de Tahrir
Alicia Alamillos
El Cairo | Marzo 2018
En la icónica plaza de Tahrir apenas queda rastro del espíritu de la revolución que en 2011 derrocó al autócrata Hosni Mubarak. En su lugar, una pantalla gigante repite incansable consignas patrióticas y propaganda del presidente Abdelfatah Sisi. Siete años después de la revolución de Tahrir, la voz de los jóvenes manifestantes ha sido ahogada por la retórica nacionalista y militarista, la persecución y el acoso policial, y la polarización de la sociedad en un “Si no estás con Sisi, estás con los Hermanos Musulmanes”.
“Lo que pasó hace siete u ocho años (en referencia a la revolución de 2011) no volverá a suceder en Egipto. Lo que no funcionó entonces, no funcionará ahora. No… parece que no me conocéis bien”, declaró hace unas semanas el propio Sisi en campaña electoral. El actual presidente llegó al poder en junio de 2013 tras una asonada militar que depuso al islamista Mohamed Morsi “respondiendo al clamor del pueblo”. En 2014, con Sisi como presidente, se aprobó una nueva Constitución egipcia “que recogía el espíritu de la Revolución de 2011”, se afirmaba.
«Sin la revolución no estaría este régimen: se ha beneficiado de ella política y económicamente»
Sin embargo, a día de hoy la narrativa sobre esta revuelta ha cambiado totalmente: “Lo que es una revolución gloriosa para nosotros en un traumático episodio para ellos, porque sacudió el establishment de un modo radical. La ironía es que sin la revolución no estaría este régimen: se ha beneficiado de la revolución política y también económicamente”, asevera Amro Ali, activista egipcio y profesor de Sociología en la Universidad Americana de El Cairo.
Desde 2013, el Gobierno de Sisi ha encarcelado a cerca de 60.000 prisioneros políticos, según cifras de organizaciones pro derechos humanos, muchos de ellos por su vinculación con los Hermanos Musulmanes. Pero también hay activistas laicos o periodistas. Uno de los casos conocidos es el de Alaa Abdel Fatah, activista y bloguero clave en la revolución de 2011, que cumple condena por “insultar a la judicatura” y por “manifestación ilegal”. Tras cerca de 4 años en la cárcel, Ahmed Naher, cofundador del movimiento 6 de Abril, fue liberado en 2017, pero todavía tiene que pasar al menos 12 horas cada día en una comisaría. Desde entonces ha cesado su actividad política pública. Muchos otros han sufrido torturas en comisarías o centros de detención, una práctica generalizada como método para obtener confesiones, según han denunciado numerosos grupos pro derechos humanos con cientos de testimonios.
Otros han preferido el exilio ante la persecución del régimen, y recuerdan con tristeza los días de la revolución, en los que sintieron que estaban haciendo historia. “Demostramos que podíamos cambiar un gobierno corrupto y opresor”, admite un conocido activista que pide el anonimato y que sostiene que ahora quiere vivir “una vida insípida”.
“Hay hasta más depresión que represión, una sensación de desesperanza entre los activistas»
Cada año, el Gobierno se ha enfrentado con temor al 25 de enero. En 2015 dispersó violentamente a los manifestantes que habían ido a colocar flores en recuerdo de las víctimas de Tahrir, entre ellos la socialista Shaima Sabbagh, que murió víctima de un tiro a quemarropa de un policía. En 2016 desplazó decenas de camiones militares a la plaza para disuadir a los manifestantes y realizaba una intensa campaña de arrestos preventivos. En 2018 apenas han sido necesarias medidas policiales, pues la revolución ha abandonado la plaza. “Hay hasta más depresión que represión, una sensación de desesperanza común entre muchos activistas, que simplemente ahora tratan de sobrevivir, física y mentalmente, lo que no es tan fácil”, apunta Ali.
Antes de las elecciones presidenciales del 26 al 28 de mayo, la candidatura del abogado pro derechos humanos Khaled Ali devolvió cierta esperanza a algunos activistas, que creían poder recuperar la voz política y lanzaron el lema “Un camino hacia el mañana”. Una voz rápidamente apagada por una condena judicial por un presunto “gesto obsceno en una protesta”, que obligó a Ali a retirarse de la carrera electoral.
Uno a uno, el aparato de Sisi se ha ido desembarazando de candidatos rivales a la presidencia
No era el único. Uno a uno, el aparato represivo de Sisi se ha ido desembarazando del resto de concurrentes a la presidencia. Ahmed Shafik, último primer ministro de Hosni Mubarak y uno de los cuatro candidatos principales en 2011, decidió retirarse de la carrera tras dos días de desaparición no aclarada bajo custodia de la Policía, que lo esperaba en el aeropuerto a su regreso de Emiratos Arabes Unidos. Sami Anan, exjefe del Estado Mayor egipcio y uno de los más serios rivales de Sisi por suponérsele apoyo de parte del Ejército y las élites de Mubarak, fue detenido e investigado por “irregularidades” en su candidatura.
Ahmed Konsowa, un coronel desconocido, fue condenado a seis años de cárcel tras anunciar su candidatura, por vulnerar la prohibición de “adoptar posturas políticas” que rige en el Ejército. Su mujer denunció que Konsowa habría presentado su dimisión, pero que le fue denegada. Anuar Sadat, sobrino y tocayo del tercer presidente egipcio, exparlamentario expulsado del Parlamento por su crítica al Gobierno, se retiró de la contienda electoral alegando “presiones y acoso” de los servicios secretos egipcios. El único oponente, que presentó su candidatura a última hora, era un político casi desconocido, Musa Mustafa Musa, que no oculta su admiración por el presidente.
Analistas y observadores internacionales han tildado de pantomima estas elecciones, sin rivales reales y celebradas en medio de una creciente represión contra las voces críticas y los medios de comunicación. El único rostro que se repiteen miles de pancartas, vallas publicitarias y carteles repartidos por El Cairo, el el de Sisi.
El Gobierno “ha dejado muy claro que no hay espacio para la oposición, que cualquiera que le haga frente será neutralizado y que ha sido capaz de consolidar el poder hasta el punto de que no tiene rival ninguno”, sostiene Timothy Kaldas, investigador del Instituto Tahrir para Políticas de Oriente Medio (Timep). “Será una representación teatral, puesta en escena por el régimen para aparentar un mandato popular para la segunda legislatura de Sisi”, apunta Amy Hawthorne, investigadora del Proyecto sobre Democracia en Oriente Medio (POMED).
“No es mi culpa. Juro por Dios que desearía que hubiera más candidatos y que la gente eligiera a quien quisiera. Pero aún no estaban listos”, dijo Sisi en un discurso televisado.
“Sisi es el que nos salvó de ser una Siria, una Libia. Es un gran hombre e iré a votarle”
“Sisi es el que nos salvó de ser una Siria, una Libia. Es un gran hombre e iré a votarle”, comenta Yaya, tendero, en el popular barrio cairota de Bab al-Khalq. “Vamos a elegir a Al Sisi porque es la única opción para Egipto. Aunque hubiera más candidatos, le seguiría votando a él”, afirma sonriente Nura, acompañada de su madre en un colegio electoral del centro de la capital. Otros muestran hastío: “¿Para qué ir a votar? Si ya sabemos quién va a ganar”, dice Islam, un estudiante de 24 años.
“Si ya sabemos quién va a ganar, ¿por qué tanta publicidad? Ese dinero podría haber ido a algo más importante”, se lamenta Ahmed, taxista, mientras recorre el trayecto del aeropuerto al centro de El Cairo, jalonado de cientos de carteles con el rostro de Sisi, muchos de ellos pagados por empresarios privados.
«Se arreglará el agua y la electricidad del municipio que consiga mayor número de votos”
Ante la obvia desidia, y el llamamiento al boicot de más de 150 figuras políticas de la oposición, el Gobierno intentó atraer a los votantes mediante transporte gratuito, sobornos, regalos e incentivos. Según testimonios recogidos en las calles, se han ofrecido cantidades de 50 libras (2 euros, una suma atractiva en un país donde millones viven con menos dinero de este al día) o sacos de alimentos a quienes acudiesen a las urnas. La Comisión Nacional Electoral anunció que se impondrían multas de hasta 500 libras (23 euros) a quienes no fueran votar, una medida que, pese a estar en vigor desde 2014, no se llegó a aplicar en elecciones anteriores, como las parlamentarias de 2015.
En la provincia norteña de Beheira, la gobernadora declaró que se “arreglará el agua, sistema de residuos y electricidad del municipio que consiga el mayor número de votos”, como promesa de “premiar a aquellos que vengan (a los colegios electorales) en grandes cantidades”. En otras provincias se ofrecían incentivos similares en forma de inversiones.
La Iglesia copta, cuyo patriarca, Teodoro II, se declara ferviente admirador de Sisi, pidió ir a votar, y la institución islámica Dar el Ifta catalogó incluso de “antiislámico” no participar en los comicios. Todo en vano. La participación se quedó en el 41,5% de los casi 60 millones de ciudadanos inscritos en el censo electoral. Seis puntos menos que en las elecciones de 2014, cuando la participación llegó al 47,5%. Eso sí, Sisi se llevó el 97 % de los votos válidos, un porcentajo aún mayor que el de 2014 (96,7). Musa Mustafa Musa se hizo con menos del 3% de las papeletas, por detrás de los votos nulos, que alcanzaron el 7,3 % del total de papeletas, es decir 1,7 millones.
Los Hermanos Musulmanes, antes ilegales pero tolerados, sufren una represión “nunca vista” bajo Sisi
Quienes defienden el boicot a las elecciones han sido acusados de “filoislamistas” por políticos y periodistas afines al régimen. Y la acusación de “pertenencia a banda terrorista” ha sido utilizada con ligereza por la Justicia, muchas veces también contra activistas laicos o periodistas críticos con el gobierno, a los que así se asociaba a la oleada de atentados con bombas contra comisarías y puestos militares en 2013 y 2014, atribuidos a los Hermanos Musulmanes. Esta cofradía, fundada en 1928 por el clérigo Hassan Banna, y muy arraigada en la sociedad egipcia, con extensas redes sociales y de caridad, sufre una represión “nunca vista” bajo Sisi, afirman los analistas. En tiempos del presidente Mubarak se les toleraba en la clandestinidad, y en varias ocasiones pudieron presentar candidatos formalmente independientes a las elecciones parlamentarias, llegando a ganar en 2005 el 20% de los escaños.
Si los hermanos en 2011 capitalizaron las revueltas de inspiración democrática de Tahrir para ganar las elecciones de 2012 con Mohamed Morsi, ahora han sido prácticamente descabezados. Miles de simpatizantes de Morsi murieron en 2013 en el desalojo de la plaza de Rabaa, donde protestaban contra el golpe militar de Sisi, y otros miles se hacinan en las cárceles, incluido el expresidente Morsi, condenado a varias cadenas perpetuas.
“Aunque ya antes el movimiento se enfrentó a la ira del Estado egipcio, la Hermandad puede llegar a un punto de quiebra ahora que la administración de Sisi está desmantelando sistemáticamente su infraestructura social de negocios, clínicas, escuelas y guarderías. Existe un peligro real de que las luchas entre facciones dejen a la Hermandad sumida en guerras intestinas” explica Fawaz Gerges, analista y profesor de la London School of Economics.
Pero no mucho mejor es la situación de los activistas laicos y la prensa. Ya bajo Mubarak, el clima político era represivo y solo tras la revolución de 2011 hubo aire fresco yse multiplicaron los medios independientes. Desde la llegada al poder de Sisi en 2013, y especialmente durante los últimos meses, se ha exacerbado la persecución a la prensa que ahoga a periodistas críticos, pero incluso a medios tradicionalmente más afines al régimen.
El Gobierno exige a los medios extranjeros “utilizar solo fuentes oficiales”
Desde propaganda nacionalista a la expulsión y persecución judicial de periodistas, pasando por la adquisición de medios, militarización de las coberturas y nuevas leyes restrictivas, el régimen de Sisi toca todas las cuerdas para controlar a los medios tanto locales como extranjeros: en marzo, la corresponsal de The Times, Bel Trew, tuvo que abandonar el país tras ser amenazada con un juicio militar. A finales de febrero el Gobierno instó al boicot contra la cadena británica BBC por transmitir una entrevista a la madre de una desaparecida forzosa, mientras que la agencia de noticias Reuters se enfrentó a un proceso penal por una información en la que apuntaba que el estudiante italiano Giulio Regeni, torturado y asesinado en El Cairo había sido detenido por la Policía poco antes de su desaparición. Antes de las elecciones, el Gobierno exigió a los medios extranjeros “utilizar solo fuentes oficiales”, mientras que la Fiscalía anunció el lanzamiento de una línea telefónica de quejas sobre “noticias falsas y rumores” publicadas en medios de comunicación “con la intención de socavar la seguridad nacional”.
Así, en medio de un clima de cada vez mayor represión contra la prensa, Egipto se ha convertido en uno de los países con más periodistas encarcelados, al menos 27, según un informe del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ). Muchos languidecen en detención preventiva, a veces por razones peregrinas: una periodista que publicó en Facebook un meme sobre Sisi fue condenada a 5 años de cárcel por “posesión de cannabis”. En apenas 4 meses, al menos 15 periodistas fueron detenidos o interrogados por las fuerzas de seguridad. La draconiana ley de seguridad limita la cobertura de los atentados terroristas y prohíbe usar otras cifras que las que ofrezca el Ejército y se ha bloqueado el acceso a cientos de páginas web (425 hasta la fecha, según un informe de la Asociación egipcia para la Libertad de Pensamiento y Expresión).
Hombres de negocios afines al régimen o del aparato militar siguen comprando canales y periódicos
“La censura siempre ha sido algo normal en Egipto, especialmente la autocensura; tienes que tener una conciencia muy activa para resistirla. El problema ahora es la arbitrariedad, la impredictibilidad de esta persecución. Sientes que cualquier cosa puede enfadar a las autoridades, no sabes dónde están las líneas rojas”, dice Lina Attalah, directora del medio independiente Mada Masr. A principios de mes, un presentador de televisión, ardiente defensor de Sisi, fue detenido durante 24 horas y está pendiente de investigación por “insultar a la Policía” tras leer en el aire una carta de la mujer de un policía que se quejaba de sus problemas económicos.
Además, hombres de negocios afines al régimen o del aparato militar siguen comprando canales y periódicos. Khaled el Balshy, director de la página web opositora Al Bedaiah, apunta a una “nacionalización por proxy”: primero se añade un medio a la interminable lista de entidades e individuos sospechosos de apoyar a los Hermanos Musulmanes, se congelan sus cuentas bancarias (una táctica también utilizada contra las ONG) y finalmente el medio se coloca bajo control administrativo de uno de propiedad gubernamental. La cadena ONTV, un popular canal de televisión generalmente a favor de Sisi, con ocasionales comentarios críticos, fue adquirida el pasado mayo de 2016 por un poderoso magnate cercano a los servicios secretos militares, y a finales de 2017 se documentó la compra del canal Al Hayat por una firma de seguridad, Falcon, cuyo gerente es un antiguo oficial también del mismo cuerpo castrense.
Lina Attalah, cuya página web todavía es prácticamente inaccesible desde el territorio egipcio, concluye: “Tengo miedo todo el rato. Sobre qué me va a pasar a mi, qué nos va a pasar al equipo, pero ponemos estos miedos a un lado cuando escribimos las historias y nos enfrentamos a ellos después” Amro Ali, por su cuenta, resume así la situación: “La hiperseguridad está a la hora del día, y eso intimida y acaba con los activistas. El régimen crea un marco que lo pone en una posición de elegir entre estabilidad o caos”.
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