Requiem por el topless
Ilya U. Topper
– Mamá, como no me des la pelota, le cuento a abuelo que tú y tu amiga estáis enseñando las tetas.
– Como se lo cuentes, te corto la pichilla.
Son los primeros años ochenta, es verano y en esta parte de la playa de Sotogrande aún crecen palmitos y tagarninas y a veces levanta el vuelo una bandada de flamencos. Carmen y su amiga Mimunt, una de La Línea, la otra de Melilla, trabajan en hostelería, son proletarias, no tienen aún treinta años. Son la primera generación de España que hace topless en la playa: a sus madres les había tocado, en los sesenta, conquistar el bikini. Para ellas es la continuación de una evolución social que deja atrás la dictadura, los sermones del domingo, el No follarás, el Todo es pecado. Estar en tetas en la playa ha dejado de ser pecado, y ha dejado de ser ilegal.
En la próxima década, el topless se populariza tanto que no hay playa en España donde no se vea normal. Excepto quizás las de Madrid, es decir Benidorm, por decir algo. Quizás sea más popular en Andalucía que en el Levante. Ya no hace falta buscar calas apartadas: es habitual ya en la propia playa de La Línea, por no hablar del resto de Cádiz. Playas pegadas al paseo marítimo, llenas de sombrillas, neveras con cerveza, maris jugando al bingo, niños dando por culo con la pelota, abuelas. Esta vez no son – como en la época del bikini – las guiris: ahora son las andaluzas.
No llega a ser mayoritario, quizás lo haga el diez por ciento, quizás el treinta. Pero con una de cada diez es suficiente para alcanzar esa masa crítica que lo convierte en normal: cualquiera que llegue se sentirá cómoda al quitarse la parte de arriba. Si lo hacen las demás, es que no pasa nada. Nadie te va a mirar.
Delimitar áreas tipificadas como “playa nudista” no hace más que restringir el naturismo
En las franjas más alejadas, dunas, calas que no llegan a ser recónditas, hacer nudismo pasa a ser habitual. A finales de los años noventa, en una de sus últimas ediciones, Diario16 invitó a opinar sobre la cuestión ¿Hacen falta más playas nudistas en España? A favor se manifestaba un dirigente de una asociación naturista. En contra, otro naturista: Desde 1988, y claramente desde la reforma del Código Penal en 1995, el nudismo es legal en todas partes. Delimitar áreas tipificadas como “playa nudista” no hace más que restringir el naturismo, dando a entender que fuera de la zona demarcada no se puede practicar. Lo cual es falso. Estar en pelotas es una decisión individual, no de zonas, grupos, categorías. Hay libertad de desnudarse. La segregación es lo contrario a la libertad.
Es legal en todo espacio público. La ley no distingue. La ciudadanía sí. No será delito pasear por Gran Vía en pelotas, pero la humanidad es gregaria y prefiere hacer lo que los demás, dentro de un margen de comodidad. Meterse en el agua desnudo es más cómodo que con un traje de licra pegado al cuerpo. Si el objetivo es recibir los rayos del sol en la piel, tomar el sol en tetas es más cómodo que hacerlo con el bikini puesto. Si lo hacen las demás.
Las demás lo hacían. La generación mayor miraba para otro lado, cuando no se apuntaba entusiasta a la tendencia. Consciente de que solo las leyes de la dictadura y el poder de la Iglesia le habían privado durante décadas de sentir el sol en las tetas. Ir con el sexo al aire era cosa de lugares apartados, pero el torso, también el femenino, era lícito en la playa. Eso era el consenso de la sociedad española de finales del siglo XX: a la hora del baño, las tetas no son órganos sexuales.
Hasta que llegó Facebook.
Es difícil poner fecha al regreso triunfal del bikini. Fue paulatino. Ocurrió en la segunda década del siglo XXI. El verano pasado, en la playa de Cádiz – de Santa María del Mar al fuerte de Cortadura y el Ventorrillo del Chato, cinco kilómetros, decenas de miles de bañistas – en la que en 2005 había en todas partes esa masa crítica de chicas en tetas, ese diez por ciento mínimo que permite decir que “aquí es normal”, ahora se podía contar el topless con los dedos de dos manos.
Lo que no se ve en Facebook, no existe. En algún momento de la década, las tetas dejaron de existir
Cabo de Gata, agosto 2017, Playa de los Genoveses, un kilómetro de arenas. Ratio del topless: cero (si no contamos a Mimunt), salvo tres chicas, casi cabe decir refugiadas entre las rocas que marcan el final de la ensenada. En la última cala, de difícil acceso tras una loma de cardos y un sendero resbaladizo, entre la decena escasa de jóvenes que han conseguido alcanzar ese pequeño paraíso ellas van en bikini, todas.
A esta generación no le da corte que les vean las tetas sus padres, suegros, vecinos, el carnicero de enfrente, el cliente de esta mañana, como hace treinta años. Les da corte que se las vean el colega del novio, el primo, el compañero. Les parece incómodo, esté quien esté. Las tetas se han vuelto una parte indecente del cuerpo.
Esta es la ideología de Facebook, esa realidad paralela en la que todos vivimos desde hace diez años (2007: 400.000 usuarios en España. 2009: 4 millones. 2010: 12 millones. 2018: 23 millones, es decir toda persona adulta que usted se cruza en una playa). Doce millones de pares de tetas, tragadas por un vórtice de antimateria. Si a usted se le ocurre subir una foto de estar en topless en la azotea de su casa, los rayos cósmicos aniquilirán su cuenta entera. Estar en tetas deja de ser un acto social, de ocio compartido, de veraneo con colegas. Se convierte en una ofensa visual a la sociedad.
Lo que no se ve en Facebook, no existe. En algún momento de la última década, en España las tetas dejaron de existir.
¿O había otros factores? Hollywood no ha sido: aunque lleva censurando pezones desde hace décadas, ya no marca tendencia: ha sido reemplazado por las series accesibles en internet y en los que no solo se pega, se mata, se dispara y se tortura, como de toda la vida de Warner, sino también se folla y se cultiva el despelote. ¿Tal vez una conjura de la industria textil? Desde luego se ha apuntado febrilmente a la tendencia, si no la creó: en las tiendas de ropa abundan bikinis para niñas de cinco o seis años, y hay padres que se los ponen a sus nenas sin darse cuenta de que están incurriendo en un delito apenas mejor que el de los que les colocan un velo islamista a esa misma edad: si las tetas son un objeto sexual a ocultar, pretender que existen en el cuerpo de una niña antes de la pubertad es apología de la pedofilia. Hay productos que deberían estar prohibidos incluso en una sociedad de libre mercado, y el bikini infantil es uno de ellos.
Hay productos que deberían estar prohibidos incluso en un libre mercado, y el bikini infantil es uno de ellos
Las sociedades posdictadura tienen eso: las libertades que se conquistaron a golpe de atrevimiento pasan a ser normales, dejan de valorarse, dejan de considerarse necesarias, quizás dejan de practicarse, porque se olvida que solo existen porque se practican. Se habla de un regreso general de ideas conservadoras, creen algunos que hoy se folla menos, o menos alegremente, que en los ochenta. Tal vez: para conquistar la libertad sexual también era necesario practicarla.
Pero estar en tetas en la playa nunca fue un acto sexual. No formaba parte del código de ligoteo. Hacían topless las solteras y las ennoviadas, las casadas y las descasadas. Era un paso hacia la aceptación del cuerpo desnudo como algo natural, no sujeto a los tabúes del deseo sexual. Y si bien la Iglesia nunca ha dejado de intentar mantener esos tabúes, no consta que tenga mucho éxito: la proporción de bodas celebradas en la iglesia baja cada año (ya está en el 28%); no sé si los curas le hablan a su grey del topless, pero si no han conseguido impedir ni el matrimonio homosexual, dudo de que tengan dominio sobre las playas.
¿Es el bikini el objetivo final o será el próximo paso volver al bañador de pieza entera? Ahora se ríe usted, pero eso es lo que está pasando a 14 kilómetros al sur. ¿Imaginaban las marroquíes que iban en bikini a la playa hace veinte años que en 2018 se lanzaría una campaña (en Facebook, como no, que a eso sí se presta la red social) llamada “Sé un hombre, tapa a tus mujeres”? Cuando los primeros jovenzuelos empezaban a insultar, en la primera década del XXI, a las señoras en bikini, llamándolas ‘desnudas’, ellas se quedaban a cuadros. Como se quedaría usted.
En el caso de Marruecos (y el resto del mal llamado mundo musulmán) sabemos quién decide los códigos de decencia e indecencia: las cadenas satélite con sede en Qatar y Arabia Saudí, el petrodólar. Activistas como Ibtissame Lachgar y Zoubida Boughaba han contraatacado con la campaña Sé una mujer libre. Las activistas que participan mandaban su foto en bikini. Si alguna de ellas practicaba topless, no podía mostrarlo: en ese caso, Facebook elige bando. Burkini sí. Tetas no.
Pero no ha sido la (escasa) inmigración musulmana (o latinoamericana, igualmente tabuizada en lo que a tetas se refiere) en España la que ha cambiado los hábitos. En Cádiz no hay casi magrebíes, salvo Hassan el del Cambalache. Y en la playa nudista de la Barceloneta – defendida, me da a mí, en parte por el colectivo gay -, los vendedores ambulantes marroquíes o malienses regatean abalorios y pareos sin importarles la piel a la vista, como hacen los veteranos del agüita fría en Caños de Meca.
Y son precisamente algunas hijas de la inmigración magrebí las que se apuntan con mayor ilusión al topless. Precisamente porque saben que la opresión de la libertad femenina se expresa en primer lugar a través de la tela. Saben, porque lo sufren en su piel, que la única manera de ser libre es afrontar las miradas de los demás a pecho descubierto, en sentido figurado la mayor parte del tiempo, literalmente en la playa. Aunque en Facebook no lo podrán contar.
No es nuevo: fue en 1972, aún vivía Franco, cuando a Fátima, melillense y mora, la multaron en Salou por cruzar el paseo marítimo en bikini. Lo recuerda Mimunt. No cree que vayamos a volver hasta ese punto, dice. No en España.
Pero algo ha ocurrido: si antes hubo que ocultar a mamá que una hacía topless, ahora son las madres de cuarenta, cincuenta, que siguen con el hábito de tomar el sol en tetas y observan, estupefactas, que sus hijas de veinte se niegan a quitarse la parte de arriba. No es una cuestión de estética, como dicen a veces. Todo lo contrario. Es una tendencia hacia la hipersexualización del cuerpo de la mujer, solo el de la mujer, mediante una banda de tela que proclama: coto privado. Acceso visual solo con licencia sexual. Una especie de catastro corporal ideada en nombre del marido o novio: Hasta aquí es mío, el resto es público. Divide la piel y vencerás a la mente.
Y no tranquiliza que tras cinco años de campaña (2012-2017) Facebook haya prometido por fin dejar de censurar los pechos si se trata de madres lactantes. Ha decidido que tener tetas no es una exhibición sexual si cumple el propósito natural de amamantar a un bebé. En ese único caso no es indecente. Al fin y al cabo, la función de una mujer es procrear. Eso la disculpa: ser madre. Las demás, todas putas.
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