Entrevista

Aline Schulman

«Goytisolo me hizo redescubrir Marruecos»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Aline Schulman (Formentor, Oct 2018) | © Alejandro Luque/M’Sur

Formentor | Octubre 2018

Nació en Casablanca (Marruecos), y se crio en inglés, francés y español. Tal vez en aquellos años infantiles se forjó su futuro como profesora de La Sorbona y traductora al francés de algunos de los principales escritores latinoamericanos (José Donoso, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Carlos Fuentes), así como de casi todas las novelas de su gran amigo Juan Goytisolo, sin olvidar algunos de los grandes clásicos de nuestra lengua, el Quijote a la cabeza.

La mujer que pasea bajo el sol de Formentor como miembro del jurado del premio homónimo es una persona sonriente, sencilla en el trato, a la que le cuesta disimular el entusiasmo cuando habla de su trabajo con un acento argentino claro, pero nada enfático.

Usted nació en Casablanca, pero no estoy seguro: ¿llegó a tener una infancia marroquí?

Una infancia francesa en Marruecos. Lo interesante es que entre los 3 y los 5 años estuve en Argentina, donde aprendí a leer y escribir español, porque mi madre era inglesa y mi padre francés, así que soy más o menos trilingüe. Pero lo bueno de esa infancia en Tánger es que viví en una casa en la que, desde mi habitación, veía la costa española, la vista que se va a encontrar en la primera página del Don Julián de Juan Goytisolo. Por eso la traducción se me hizo natural.

¿Fue eso lo que le animó, andando el tiempo, a traducir a Goytisolo?

Yo no conocía a Goytisolo, y de pronto me dan ese libro, un libro muy difícil, pero a partir de esa primera página encontré esa conexión… y fuimos amigos toda la vida.

Volveremos sobre Goytisolo, pero cuando decía que tuvo una infancia francesa, ¿es porque no tuvo contacto con el mundo marroquí?

«Yo era hija de colonos: se desprecia a los marroquíes, sirven para limpiar el suelo, es otra raza…»

Mira, en aquel entonces no se tenía ningún contacto con lo marroquí. Yo descubrí Marruecos a través de Juan, me hizo redescubrir Marruecos y sus valores, porque yo era hija de colonos, ya sabes lo que es eso: se desprecia a los marroquíes, sirven para limpiar el suelo, caminan descalzos, yo qué sé, es otra raza… Eso fue tremendo.

Su apellido es de raíz judía, pero no sefardí marroquí, ¿verdad?

No, eran judíos del norte. Nosotros nos sentíamos superiores, porque como éramos de allá [risas]. Mis padres no conocían a ningún sefardí marroquí, no participaban de esa atmósfera en absoluto. Eran de otro lugar, como de otro país.

¿Pero eran religiosos?

No. Poquito, lo justo. Como los católicos festejan la Navidad, pues lo mismo. Algunos ritos.

¿Y hablaban árabe?

Perfectamente. Mi papá tenía negocios de muebles.

Hubo gente desde esa posición colonial que nunca aprendió la lengua.

Porque no trabajaban. Papá tenía que dirigirse a sus trabajadores de allá, y no había otro modo de hacerlo.

Va entonces usted a Francia…

Sí, justo antes de la independencia, en el 55. Llego a París y ¡soy francesa!

¿Fue traumático salir de Marruecos?

Para mis padres sí, para mí en absoluto. Además tenía a mi enamoradito que vivía en París…

Estaba deseando la independencia…

Todo lo que quería era eso. Cada cual tiene sus cosas, sus nostalgias. Pero a los 17 años descubrir París, esa capital, y descubrir el amor, en un momento en que París era lo que debía haber sido y seguir siendo…

¿En qué momento se perdió?

«A los ocho años leía, leía, leía; el mundo para mí era lo que leía, y todo lo que leía era Francia»

No sé… Yo diría que sobre todo después de Mitterrand, en 2011, tras la guerra de Iraq. Todas las políticas se encontraron revueltas, los equilibrios fueron distintos… Y la gente, y el temor en las calles.

Una vez en Francia, ¿se sintió como alguien que viene de otro mundo, o ya estaba educada en los códigos franceses?

Verás, yo empecé a leer muy tempranito. A partir de los ocho años leía, leía, leía, leía. El mundo para mí era lo que leía, y todo lo que leía era Francia. Así que todo lo que yo quería era ir allá, Marruecos no me interesaba como lugar en absoluto. Los colonos, como digo, tenían la idea de que Marruecos era para servir, era servidumbre. Por eso llegar a París fue…

… como volver a un sitio en el que nunca había estado…

… y que conocía por la literatura. Pero, ¿cómo decirte? Francia fue para mí el superexotismo. Como nací en Marruecos, el exotismo que mucha gente encuentra allí yo lo encontraba en Francia.

Y para rizar el rizo, vuelve a Marruecos por vía de la literatura, ¿no?

Sí, pero a través de la literatura española, no marroquí. Y por la personalidad de Juan, fue él quien me hizo volver a Marrakech, volver a Tánger, a Casablanca…

¿Y qué descubrió de Marruecos que no hubiera sospechado antes?

Que los marroquíes son como cualquiera. Que no solo sirven para limpiar el suelo. Y que la belleza de ese país es increíble. Que me gustaba volver muy a menudo. Y que si tienen otras costumbres, cada cual tiene las suyas. Hay una especie de apertura hacia el otro. Ya no es aquel “otro”, es otro como yo.

Imagino que sería un cambio de mirada total. Como si Juan le hubiera prestado unas gafas diferentes…

Fue eso. Juan no me dijo nada, pero vi cómo trataba a la gente, cómo la gente lo trataba a él, por qué había elegido vivir allí: por las razones que se saben, y otras más. Adopté Marruecos a través de Juan.

¿Cree que él era allí uno más, sidi Juan, o tenía el estigma del autoexiliado?

No, Juan no se encasillaba en nada. No era exiliado, volvía a España cuando le daba la gana, es más, decía: “Yo necesito volver a Madrid, necesito volver a Barcelona”. Y al mismo tiempo no quería vivir allá… No, a Juan no se le puede poner nada, era lo que era, la libertad de moverse y de vivir fuera de todas las obligaciones sociales. Eligió vivir allá, hizo su familia, su tribu, como él la llamaba. Vivía en un lugar en el que se sentía a gusto, fuera de esa burguesía catalana que le había matado casi.

Como lectora privilegiada que es siempre una traductora, ¿qué aprendió de Marruecos en sus libros, qué halló en ellos que le ayudara a ampliar su horizonte?

Mucho más humanamente que geográficamente. Me enseñó a ver a la gente tal y como es fuera de toda clasificación. Y a veces yo no estaba de acuerdo, y él me decía que lo veía de una manera que yo no podía… por la cuenta que le traía. Pero me enseñó eso, a ver la gente no como pensamos que es o nos dicen que tienen que ser. Recuerdo también que descubrí mucho de Sarajevo, de todo un país que no conocía.

Traducir muchos libros de un autor supone a veces exponerse a una devoción o una identificación muy fuerte con lo que lee. ¿Hasta qué punto adoptó toda la ideología de Goytisolo?

«El antes y el después es la guerra de Iraq. Los libros que Juan escribe antes, hoy día ya no se podrían escribir»

No me filtró nada, lo suyo no era una ideología, sino un modo de vivir personal y subjetivo. Y ese modo de vivir nadie lo puede repetir ni alcanzar. Lo que me infiltró fue, como digo, esa mirada objetiva hacia Marruecos y los marroquíes, como sobre Egipto… Amplió una visión del mundo. Pero también se equivocó, pensó que la Primavera árabe iba a ser una cosa maravillosa… Pero hoy, si lees Paisaje después de la batalla, habla de París conquistado poco a poco por los árabes, con mucho humor y veracidad. Pero hoy día eso no se podría escribir, se ha vuelto todo más dramático, y ha llevado al horror que conocemos.

¿Él consideraba que la convivencia entre comunidades sería más fácil?

Muy diferente. Nunca hubiera imaginado los atentados que vinieron. Por eso hubo de su parte, con respecto al mundo árabe, una equivocación. El antes y el después es la guerra de Iraq. Los libros que Juan escribe antes, hoy día ya no se podrían escribir.

¿Era quisquilloso Juan con sus traductores? Lo digo pensando en que conocía muy bien el francés…

Lo conocía perfectamente. Yo le llamaba casi todos los días, y lo hacíamos juntos, sobre todo las últimas obras. Pero nunca hubo la menor tensión, porque era un hombre tan sencillo, tan modesto en cuanto a lo que él mismo hacía, que nunca había problema. Recuerdo que me decía una cosa graciosa: “Tú haz lo que quieras, mientras haya ritmo”. Claro que era un decir, pero eso era. Le importaba el oído.

Curioso, parece más un empeño de poeta que de prosista.

Él lo que quería era una prosa que se pudiera leer en voz alta, como el Quijote, o el Arcipreste de Hita. Para él esos eran los modelos.

¿Usted es de las traductoras que defienden la estricta fidelidad al texto?

Claro que defiendo la fidelidad pero, ¿qué quiere decir fidelidad? Eso no es una palabra tras otra, es algo dificilísimo de definir: depende de la frase. “El cielo está azul” permite una fidelidad absoluta, pero en cuanto hay un esfuerzo de estilo, de complicación, de sintaxis individualizada por el autor, tú tienes que arreglártelas para individualizarla al francés, que a veces no tiene nada que ver con lo que se ha hecho en español.

En poesía, ¿sacrifica usted la rima, o la mantiene a costa de otros atributos?

Cuando traduje la poesía de Juan no había rima, pero en el Quijote sí hay poesías, y tiene que haber un movimiento, una musicalidad, una armonía, y que las rimas estén como tienen que estar, y el número de sílabas, etc. Si cambias un poquito el tema, ya no es lo mismo, pero mientras haya esa coherencia en el verso, en las rimas y las resonancias, ya está. La fidelidad es la fidelidad a lo que ha querido hacer el autor, no a sus palabras.

Cartarescu nos decía hoy mismo que su traductora era coautora de sus libros. No le pediré que se confiese coautora del Quijote, pero, ¿de los libros de Goytisolo sí se ha sentido alguna vez?

«La fidelidad es la fidelidad a lo que ha querido hacer el autor, no a sus palabras»

Te voy a decir una cosa, se han vendido más de 200.000 ejemplares de mi versión del Quijote, un éxito que yo desde luego no me esperaba, y puedo decir que gracias a mí el Quijote ha vuelto a entrar en la literatura francesa. De pronto tenían un texto que autorizaba a hablar claro y en voz alta, como en su época.

Habrá oído hablar de la versión de Trapiello, el Quijote “traducido” al habla llana española, ¿qué opina de ese empeño?

Sí, Trapiello quiso que tradujera yo su traducción… No opino nada. Pienso que hay que hacerlo, seguro, hay que tener la paciencia de hacerlo, para que la gente se acerque, le pierda el miedo y vaya al original. Además Trapiello es encantador [risas].

También tradujo La Celestina, El Buscón, y a Santa Teresa. ¿Experiencias muy distintas?

Cuatro experiencias distintas y al mismo tiempo me ayudaron unas para otras, y me permitieron descubrir la realidad del Siglo de Oro. ¿Sabes lo que decía Juan de aquella época? Que eran como la KGB y la Rusia de Stalin. Y no se equivocaba, porque la delación, ¿te das cuenta? ¡Todo funcionaba con la delación! ¡Todo!

¿Por qué los escritores árabes más interesantes parecen venir todos de París? ¿Hay que pasar obligatoriamente por allí?

Sé poco de eso porque no leo a los escritores marroquíes, pero me parece normal: es el país que ha conquistado, como en Egipto fue Inglaterra. Hay una influencia francesa en Marruecos todavía enorme, queramos o no.

El propio Borges decía que él, como Gardel, sería reconocido en España solo después de triunfar en París…

En aquel entonces era así, sí. Pero eso ya pasará. Y si no pasa, no importa: siempre se puede ser reconocido en Madrid, en Londres…

¿Ha cambiado mucho la percepción de la literatura en español en Francia, ha ganado prestigio en los últimos tiempos?

Bueno, la literatura sudamericana tiene allí más prestigio que la española. Pero ahora, desde Javier Marías, Pérez Reverte, Vázquez Montalbán… Goytisolo sí, aunque hay más respeto al hombre que a la obra…

¿A qué cree que se debe? ¿Hay una desconfianza similar a la que España profesa hacia Francia?

Eso es histórico. Hubo un momento en que íbamos a dar conferencias a España, y no nos querían. Hubo momentos muy desagradables, pero ya pasó.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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