Sáhara: el silencio
Alberto Arricruz
Este mes de noviembre ha contado con un nuevo episodio del interminable conflicto entre el Estado marroquí y el Frente Polisario, la organización del pueblo saharaui reclamando su independencia y soberanía sobre las tierras que el poder colonial español dejó en 1975.
Lógicamente, ante los enfrentamientos entre Polisario y ejercito marroquí por el control del paso de Guerguerate hacia Mauritania era de esperar una ola de comunicados y declaraciones de las fuerzas de izquierdas en Francia, España, Italia, alguna concentración ante representaciones del Reino marroquí… Ha habido una, en Valencia, pero en su conjunto los protagonistas de izquierdas han estado prácticamente mudos.
Pablo Iglesias, vicepresidente del gobierno y líder de Podemos, ha emitido un tuit, citando entre comillas la resolución de la ONU, pero sin añadir comentario personal. Puede que tenga terminantemente prohibido diferenciarse de la posición de su gobierno, que consiste en no hacer ni decir nada que pueda enfadar al rey de Marruecos. La capacidad del poder marroquí de joder la vida a la gente de Ceuta y Melilla y abrir los grifos de migrantes mantiene lógicamente acojonado a todo gobierno español.
IU y Podemos han hecho un comunicado, pero nada que se parezca a una movilización reivindicativa
La coalición Unidas Podemos acabó sacando un comunicado el 18 de noviembre, una semana después del primer incidente militar. Pero no podemos decir que IU y Podemos hayan hecho algo más que redactarlo y publicarlo, desde luego nada que se parezca a una movilización reivindicativa y solidaria.
Pero ¿por qué callan Teresa Rodríguez y la “Izquierda anticapitalista”? Hoy están fuera de Podemos y opuestos al gobierno, ningún pacto gubernamental los tiene amedrentados… ¿Y el mediático Errejón, de Más Madrid/País? Ha puesto un tuit, en respuesta a un tuit del Ministerio de Exteriores (condenando la pequeña manifestación pro-Polisario de Valencia): “¿Y la agresión militar contra el Sahara?”
En Francia lo mismo: discreción orientada al silencio. Parece que, como dijo Errejón hablando de los políticos catalanes presos, eso les pilla muy lejos… Pero no siempre ha sido así.
El Frente Polisario, con el apoyo de Libia y Argelia, proclamó en 1976 la República árabe saharaui democrática, RASD (con el español como uno de sus idiomas oficiales). Frente a Marruecos, la RASD mantiene un alto el fuego bajo control de la ONU desde 1991, y la MINURSO, fuerza de observación de la ONU, vigila su cumplimiento.
El poder marroquí, del entonces rey Hassan II, hizo de la reivindicación de soberanía sobre el Sahara español un elemento estructural de su propaganda nacionalista, organizando el 6 de noviembre 1975 la “Marcha Verde”: 350 000 civiles marroquíes marchando a las ciudades saharauis, cada uno llevando una bandera y un Corán, con una escolta de… 20 000 soldados. El día 6 de noviembre es desde entonces fiesta nacional en Marruecos. La Marcha Verde ha iniciado una rápida anexión, haciendo pasar la población del Sahara bajo control marroquí de 80 000 habitantes en 1974 a más de 300 000 en veinte años (ahora serían 400 000).
El poder marroquí solo espera las décadas necesarias hasta que el “problema” simplemente muera en la arena
Marruecos ha construido en el desierto un muro de 2720 kilómetros, vigilado por miles de soldados y decenas de miles de minas antipersona. Con ese muro queda separado el territorio de Sahara español entre la parte occidental anexionada por Marruecos, el 80%, y la parte oriental controlada por la RASD. Más allá, en territorio argelino, queda atrapada en campamentos de refugiados una parte importante del pueblo saharaui, entre 100 000 y 150 000 personas. Hay una resolución de la ONU aceptada por Marruecos para celebrar un referéndum de autodeterminación, pero el poder marroquí solo espera las décadas que sean necesarias hasta que, detrás del muro, el “problema” simplemente muera en la arena del desierto.
A partir de 1975, los partidos de izquierda europeos organizaron la solidaridad con el Frente Polisario. Hubo grandes movilizaciones conjuntas de los partidos comunistas francés, italiano y español. Esa solidaridad ha ayudado a impedir que todo acabe en el olvido donde Marruecos quiere dejarlo y que las instituciones europeas y la ONU se adhieran a la posición marroquí.
La solidaridad de izquierda se plasmó en campañas de acogidas de niños y niñas saharauis en nuestros países para vacaciones y para estudiar. Esa forma peculiar de activismo se ha mantenido hasta hoy, a pesar de la fuerte reducción de capacidades militantes y materiales de las organizaciones comunistas y afines. A pesar también de la evolución islamista del Frente Polisario que hoy rehúye de la “mala” educación occidental que propician tales intercambios, sobretodo para la libertad de las mujeres.
La más reciente manifestación de tal solidaridad fue, en España, la visita oficial a la RASD de Teresa Rodríguez, lideresa andaluza de Podemos, en 2018. Llevó entonces su apoyo incondicional al extremo de callarse ante el escandalo del rapto de Maloma, joven saharaui vecina de Mairena del Aljarafe, retenida en Sahara cuando fue a visitar su familia para ser allí retenida por fuerza, cortándola de toda relación con su novio español. Quien denunciaba ese acto insoportable de violencia machista patriarcal, y delito internacional, se veía tachado de racista y reaccionario por la guardia militante de izquierdas en redes.
La discreción va más allá del caso saharaui: el Rif, Argelia, Sudán… La izquierda europea no sabe qué decir
Por todo eso, la discreción actual es espectacular tratándose de la lucha saharaui, ya que la solidaridad con el Frente Polisario era hasta ahora el único punto claro que quedara de la agenda de los partidos progresistas europeos para con África.
Pero la discreción ante los acontecimientos de África del norte y Mediterráneo va más allá del caso saharaui. Cuando las revueltas populares del Rif, y ante la feroz represión del poder marroquí, ni comunicados de solidaridad, ni campaña y apoyo a los represaliados, ni manifestaciones.
Ante la inmensa revuelta pacifica del pueblo argelino, que ha conseguido echar a la momia presidencial Buteflika pero que sufre la represión del poder, ni mu. Ante la revolución sudanesa, consiguiendo nada menos que derrocar una de las más viejas y feroces dictaduras islamistas, preparando una constitución laica, ni pío.
Ante la larga y potente revuelta del pueblo libanés contra los poderes arcaicos y corruptos hasta la médula que arruinan su país, ni palabra. Ante meses de movilizaciones en Israel para que Netanyahu se vaya, las izquierdas comparten el mismo mutismo que medios y gobiernos.
Libia destrozada. Egipto en manos de militares corruptos que han borrado la primavera de la plaza Taksim, Túnez donde los fascistas islamistas tienen de su parte al presidente de la republica y pretenden acabar con la revolución que tumbó Ben Ali… Silencio de la izquierda europea, no sabe qué decir.
Las primaveras árabes fueron las inspiraciones del 15M español, que ha dado nacimiento a Podemos y a su réplica francesa. También Francia y España tienen la tradición de acoger militantes y refugiados políticos de estos países, lo que debería facilitar el conocimiento reciproco y la expresión de la solidaridad. Vemos que no.
¿Por qué tal silencio general de las fuerzas progresistas europeas? Aun no lo entiendo del todo, pero aquí comparto algunas reflexiones personales.
Los discursos de izquierdas están invadidos por nociones raciales, las mismas que usaban los poderes coloniales
Con la desaparición del movimiento comunista mundial, las fuerzas progresistas del mundo entero han perdido una organización, dirigida por la URSS, capaz de dar a conocer y poner en lo alto de la agenda política movimientos y luchas de todas partes del mundo. Eso puede ser una de las razones por la que las izquierdas europeas, acostumbradas a lemas de solidaridad con Palestina y con el pueblo saharaui, no saben incorporar otras luchas de pueblos en el mundo.
También ha caído la visión esquemática de buenos y malos que nos lo ponía todo tan fácil: el campo socialista enfrentado al imperialismo capitalista. Los buenos eran la URSS y los países del Este europeo, los movimientos de liberación de América Latina, los nacionalismos árabes que la URSS disfrazó de progresistas: Jomeini, Asad, Gadafi… Pero como esa lectura esquemática no ha sido deconstruida, vemos todavía sus rasgos fantasmales en las posiciones de izquierdas hacia Rusia, China, Asad, hacia Irán…
La era colonial terminó hace medio siglo. Pero es ahora cuando se impone en las izquierdas el marco teórico y retorico “decolonial”, que se propone erradicar de las mismísimas sociedades occidentales el alma blanca colonialista.
Ahora los discursos de izquierdas están invadidos por nociones raciales, esas mismas que usaban los poderes coloniales. Se diferencia, en las clases populares, a las personas “racializadas” de las “blancas”, se habla de privilegio blanco, se defiende el patriarcado religioso islámico por considerarlo una marca de autenticidad frente a la dominación occidental… Con Judith Butler y Paul B. Preciado, autor recomendado por el mismísimo Pablo Iglesias, tenemos que “decolonizar” nuestra sexualidad y deshacernos de la heterosexualidad blanca colonial, “retar” el feminismo porque la liberación de la mujer es de “blancas” gracias a la explotación de “racializadas”, etc.
Esa ideología “decolonial” que coloniza las fuerzas progresistas occidentales es la mutación contemporánea del altermundialismo, que era por su parte la mutación del movimiento anticolonialista y tercermundista, buscando adaptarse a la época de las independencias conseguidas, pero de la globalización capitalista y la crisis ecológica.
El altermundialismo está influido por la fascinación izquierdista hacia la revolución iraní y el islamismo
El altermundialismo tomó el testigo del moribundo movimiento comunista en los tiempos de la movilización solidaria mundial contra el apartheid surafricano. Ocupó durante veinte años el vacío dejado por el comunismo. Alcanzó hitos espectaculares con los campamentos antimundialización que se montaban para cada cumbre del G7/G8/G20, liderando el rechazo a la globalización capitalista y formando toda una generación de militantes, entre ellos los fundadores de Podemos. Desde su nacimiento ha sido influenciado por la fascinación izquierdista hacia la revolución iraní y el islamismo entonces en pleno auge en las categorías populares de los países que habían alcanzado la independencia.
El altermundialismo ya es historia. Su mutación contemporánea no ha aumentado la capacidad de las fuerzas progresistas para pensar los retos que afrontan los pueblos en ese inicio del siglo XXI. Es una degradación entrópica, una reducción al ridículo y la insignificancia de lo que fue una gran corriente humanista en el siglo pasado.
Claro, cuando la premisa de toda crítica del orden mundial es presentarlo como una pugna entre blancos opresores y no-blancos luchando por su autonomía y liberación, resulta imposible entender que unos “racializados” puedan oprimir y colonizar a otros “racializados”: por definición toda opresión es “blanca”. Analizar la represión de los uigures por el poder chino, la represión de los rohingas por el ejercito birmano, entender cómo ha sido posible el genocidio de los tutsis, nazis negros masacrando a negros… Eso resulta imposible con las gafas “decoloniales” con las que las izquierdas miran el mundo.
Así que mucha descolonización, mucho antiimperialismo, pero nada que pensar ni decir ante los sufrimientos y las revueltas de los pueblos en los países que han adquirido sus independencias, pero están oprimidos por poderes decadentes e impresentables.
Ocurre con las revueltas populares en África del norte y en Líbano lo mismo que con el terrorismo islamista: esos acontecimientos no caben en el relato que las izquierdas contemporáneas quieren tener. Por eso los responsables de esas izquierdas callan, esperando que tales acontecimientos desaparezcan de los medios y las mentes cuanto antes mejor, para poder seguir con el relato que entienden.
Pero me hago otra pregunta personal.
Quizás resulte que, detrás de tantas proclamaciones de antirracismo y feminismo, internacionalismo y antiimperialismo, a nuestros políticos de izquierda radical los pueblos de África y Oriente les pillen muy lejos. Como las arenas del Sahara.
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© Alberto Arricruz | Noviembre 2020 · Especial para M’Sur
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