Donde nadie debería vivir
Miguel F. Ibáñez
Mitrovicë (Kosovo) | 2020
Nadie, tal vez, debería vivir aquí. Hay plomo en el suelo y plomo en la sangre. Mitrovicë, municipio de 80.000 almas en el norte de Kosovo, es uno de los lugares más contaminados de Europa por la cercana mina de Trepca, hoy un oxidado complejo con muchos de sus ventanales rotos. Pero la altísima tasa de cáncer entre sus habitantes puede tener también otro motivo: los bombardeos de la OTAN con uranio enriquecido en los años 90.
Mitrovicë es una ciudad dividida por el río Ibar. Albaneses en el sur y serbios al norte. Y cada comunidad busca un culpable distinto. El doctor Nebosja Srbljak asegura que los casos de cáncer han aumentado un 30% anual desde que concluyó la guerra de Kosovo, en 1999. Culpa, implícitamente, a los bombardeos de la OTAN. La profesora Milihate Aliu, que ha llevado a cabo un estudio del suelo de Mitrovica, apunta a la extracción minera descontrolada. Asegura que los niveles de metales son alarmantes e insiste en que nadie debería vivir allí durante 30 años.
“Es por culpa de la ONU”. Bayram Babajboks no deja de extraer documentos, algunos amarillentos por el paso de los años aunque todos con un sello que parece oficial. Son el aval que certifica su tragedia: la contaminación por plomo de toda su familia por residir entre 1999 y 2010 en el campo de desplazados de Cesmin Lug, al norte de Mitrovicë. “Podemos tener nuevas enfermedades que desconocemos o incluso morir. Pero seguiremos recordando lo que hicieron. Hasta que paguen por sus errores”.
El plomo penetra en el cuerpo al respirar y con los alimentos y causa enfermedades crónicas
La tragedia de los Babajboks comenzó al concluir la guerra de Kosovo, en verano de 1999, cuando una turba albanesa destrozó las viviendas de los 8.000 romaníes del barrio Mahalla en el sur de Mitrovicë. Todos se convirtieron en desplazados, pero 600 de ellos iniciaron un particular calvario: la Misión de Administración Interina de la ONU en Kosovo (UNMIK), que gobernó el país hasta 2008, decidió reasentarlos en campos construidos en la zona de impacto medioambiental del complejo minero de Trepca, en los años 80 una de las principales minas de Europa y el motor económico de la región norte de Kosovo. Así nacieron, en 1999, los campos de Zhikoc, Leposaviq y Cesmin Lug.
En los documentos de Bayram se leen los nombres de sus nietos, sus fechas de nacimiento y los resultados de las pruebas para detectar el nivel de plomo en sangre. Anita, cuatro meses de edad, tiene 45,6 microgramos de plomo por decilitro de sangre (mcg/dl), en junio de 2002. Doce años más tarde, y cuatro años después de abandonar Cesmin Lug, el nivel se ha reducido a 21,5 mcg/dl. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estipula que el plomo en sangre no debe superar los 10 mcg/dl.
Más alarmante es el caso de Suad, nacido en agosto de 2010: no hay números, sino las siglas “Hi”: reflejan un nivel superior a 65 que los instrumentos del test ya no pueden leer. Una emergencia médica. Nadie la atendió. En otra prueba, realizada después de abandonar el campo de desplazados, Suad ha bajado a un nivel legible: 52,6 mcg/dl. La tendencia se confirma en los demás documentos: la contaminación se reduce cuando no persiste la exposición a los metales.
El plomo penetra en el cuerpo humano al respirar y con los alimentos, por lo que no es recomendable ni hacer actividades físicas ni comer productos frescos de una zona contaminada. Los efectos son más graves si la exposición se produce entre la época de gestación en el vientre materno y los primeros años de vida. Los pequeños concebidos en terrenos contaminados padecen enfermedades crónicas que pueden alterar su memoria, ralentizar su crecimiento, dificultar su aprendizaje y generar problemas auditivos y migrañas.
Cuatro kilómetros al norte de Mitrovicë, a 40 minutos andando, se encuentra el punto más negro de la contaminación: Zvecan. Las vistas están dominadas por la chimenea de la planta de fundición de plomo del consorcio minero de Trepca, cerrada en 2000 por orden de la UNMIK por ser la principal causante de los altos niveles de metales tóxicos en el suelo y el agua. Curiosamente, esto no evitó que durante una década se asentara en la zona a los romaníes.
En el Centro de Negocios de Zvecan, donde falta trabajo, como en toda la ciudad desde que cerrara casi todo Trepca, está Jelena Savic, la directora. Tiene 45 años y conoce bien el problema: trabajó en Trepca. Hasta hace poco, como todas por aquí, recibió las ayudas sociales serbias para quienes perdieron el trabajo. “Te pagan el salario mínimo, que apenas da para sobrevivir”, explica. Ahora Savic gestiona ayudas internacionales para desarrollar nuevos negocios. La mina es el pasado. No del todo: sigue habiendo interés por continuar la extracción y se sigue haciendo, pero muy lejos de los niveles anteriores a 1999. Sin embargo, sin una idea que permita desarrollar la región, la mirada siempre vuelve a la mina.
“Toda nuestra vida fue construida en torno a Trepca”, recuerda Savic. Quita dramatismo al plomo: “Hemos sobrevivido a la guerra, a vivir sin electricidad y sin comida, ¿y ahora tengo que temer la contaminación en el aire y en el suelo? ¡Sí!, es nuestro presente. Es nuestro destino. Lo sé. Sé que hay casos de cáncer”. Savic le resta importancia incluso a las enfermedades de sus hijos, que padecen asma, “como todos por aquí”. Con la actividad minera en Zvecan reducida casi a cero, hay de nuevo pájaros y las montañas que la minería tiñó de negro han recuperado tonos verdosos. La comida incluso sabe mejor, menos dulce, asegura. Antes de despedirse, recomienda hablar con el doctor Srbljak.
Nebosja Srbljak trabaja en el centro de enfermedades internas de Mitrovicë. Da a entender que el aumento de los casos de cáncer no son consecuencia de la metalurgia, sino de la OTAN. “Dos años después del conflicto, en 2001, hubo una epidemia de cáncer de pulmón en esta zona. En la mayoría de los casos se observó un material radiactivo. Había un paralelismo con otros casos de Bosnia como Han Pisejak —bombardeado por la OTAN en los 90— y cuando a uno de los pacientes se le identificó en la biopsia yodo 131, comenzamos a investigar”, explica el médico.
«Antes de la guerra, los casos de cáncer aparecían entre los 60 y 70 años, ahora entre los 20 y los 40”
¿Así que la culpable es la OTAN? “Eso no puedo saberlo”, responde el doctor. Lo que sí sabe es que los casos de cáncer han aumentado un 30% anual. “Son datos oficiales”, subraya. Además, el rango en el que se presentan ha descendido. “Usamos como referencia los datos anteriores a la guerra, y en esa época los casos de cáncer aparecían entre los 60 y 70 años. Ahora es entre los 20 y los 40”. Cuando se le pregunta por los romaníes envenenados con plomo que residieron una década en el norte de Mitrovicë matiza: “No había tanta gente padeciendo cáncer ni el rango de edad era tan bajo. Además, Trepca no funciona desde hace 20 años: la contaminación es menor”.
La OTAN bombardeó con uranio empobrecido 112 posiciones en los Balcanes de las que 85 se sitúan en Kosovo, la mayoría en el oeste, donde estaban desplegadas las tropas italianas. Según el Observatorio Militar, organización que lucha en Italia por esclarecer la verdad sobre la intervención, 366 soldados italianos han muerto y miles padecen enfermedades. Una comisión del Parlamento italiano reflejó en 2018 que existe un “vínculo causal entre la exposición al uranio y las patologías denunciadas”. Sin embargo, el Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia desestimó investigar a la OTAN. Considera que “no hay un acuerdo específico que prohíba el uso del uranio empobrecido”, munición que Estados Unidos utilizó también en Iraq y Siria. Su ventaja militar es el enorme peso del metal, casi el doble del plomo, lo que le da mayor fuerza de impacto.
No hay un consenso científico claro respecto a la relación del uranio empobrecido con el cáncer. Un informe de 2001 de la Organización Mundial de Salud destaca que el metal ligeramente radiactivo afecta principalmente a las personas que están a menos de 100 metros de la zona de impacto y que su efecto más agresivo se da al inhalar. Podría ser lo que ocurrió al contingente de soldados italianos. “Es probable que la población no haya sufrido esta forma de transmisión o solo de forma aislada”, destaca la OMS en su investigación. Señala que solo tres localidades de Mitrovicë fueron atacadas y que según la OTAN “no hubo ataques con uranio empobrecido en las municipalidades de mayoría serbia del norte de Mitrovicë”. Pero obvia que muchos serbios que hoy viven al norte de Mitrovicë llegaron huyendo de sus pueblos en el oeste de Kosovo, donde sí hubo ataques.
Los datos oficiales, incluidos los de las entidades internacionales, siempre tienen que cuestionarse en Kosovo. Es difícil llevar a cabo una investigación fiable en una atmósfera dominada por un conflicto congelado. La doctora Milihate Aliu, docente en la Universidad de Ferizaj, lo sabe por experiencia. “No pudimos avanzar más al norte porque era peligroso: somos albaneses”, dice. En una cafetería cercana al Gran Hotel de Pristina saca varios kilos de documentos, elaborados junto a un profesor macedonio y otro esloveno y ratificados por el laboratorio ACME (hoy BVM) en Vancouver.
“La única solución es retirar la tierra en tres fases. Nos llevaría 30 años, pero nadie quiere hablar de eso»
Aliu ha estudiado 37 elementos del suelo en 302 kilómetros cuadrados del norte de Kosovo y concluye que la zona más peligrosa son las localidades cercanas al río Ibar, como Zvecan, donde durante un siglo se han arrojado los residuos de la minería y otras industrias. Luego está la zona de extracción minera, menos contaminada, y finalmente un amplio círculo la región de Vushtri, de mayoría albanesa, donde se cultivan patatas y repollos. “Allí está la fábrica de patatas fritas, y seguramente las patatas vengan de esa región. Sabemos que están contaminadas, pero las comemos”, reconoce Aliu. “Unos estudios realizados en los años 90 mostraban que había un elevado número de casos de cáncer incluso antes del bombardeo de la OTAN”, agrega. Y subraya: “La contaminación con metales pesados tiene el inconveniente de ser duradera en el suelo”. Es lo que obvia el doctor Srbljak.
De los 37 elementos analizados, 12 han penetrado en el suelo por las actividades del ser humano: la minería y, en menor medida, la quema de combustibles fósiles. Debido a prolongada actividad de la planta de fundición, los niveles de plomo llegan a 16.000 microgramos por kilogramo (mg/kg) en Zvecan, aunque en las zonas cercanas la media es de 2.600 y el nivel baja a 1.700 en la ciudad de Mitrovicë. Según los estándares europeos, se da un problema de contaminación cuando el plomo rebasa los 530 mg/kg. El arsénico no debería subir de 55 mg/kg, pero en Zvecan, la media es de 570 y algunas muestras alcanzan los 3900 mg/kg. No es algo único en Europa: el suelo de la mina de mercurio asturiana de La Soterraña, cerrada hace más de 45 años, aún arroja en sus puntos más negros valores de arsénico superiores a 5.000 mg/kg.
Ante estos niveles, lo que recomiendan los profesionales es quitar la capa superior del suelo en la que se han acumulado los metales. “La única solución completa es retirar la tierra en tres fases. Nos llevaría unos 30 años, pero en Kosovo nadie quiere hablar de este problema”, lamenta Aliu.
“El doctor nos dijo que mis hijos tenían altos niveles de plomo, pero que no nos preocupáramos»
Tampoco la UNMIK quiere ocuparse del tema. De hecho, pasó por alto las recomendaciones de la OMS en 2000, 2004 y 2005 de evacuar a los 600 romaníes de los campos de desplazados cerca de Trepca. En 2006 cerró los de Zhikoc y Kablare, pero envió a sus residentes a zonas igualmente contaminadas. No sería hasta 2010, dos años después de que Kosovo declarase su independencia y por tanto la gestión de los campos ya no estuviera en manos de la UNMIK, cuando las autoridades cerraron Cesmin Lug. Siguió en 2012 Osterode, abierto en 2006, y Leposaviq en 2013.
El doble rasero de la UNMIK era evidente. En junio de 2000, la mina de Trepca recobra su actividad. Seis semanas después, las fuerzas KFOR de la OTAN detectan en el aire altos niveles de plomo y otros metales pesados. Como prevención, el Ejército de Estados Unidos retira al personal que supera los 50 mcg/dl en sangre. Francia limita a un máximo de 4 meses la estancia de sus efectivos, y solo uno en el caso de las mujeres en edad de procrear. Prohíbe que consuman agua y productos locales frescos y sugiere reducir la actividad física. Sin embargo, a los romaníes no solo no se les dice nada: incluso se les recomienda hacer ejercicios en una pista de carreras bautizada Alley of the Health (Avenida Salud).
Emine Toska, de 30 años, asegura, cautelosa, que tres de sus cinco hijos dieron positivo en las pruebas que las autoridades realizaron entre 2003 y 2004. Vivía en Leposaviq, el campo que por estar a 45 kilómetros de la mina Trepca tenía los niveles más bajos de contaminación: “El doctor nos dijo que mis hijos tenían altos niveles de plomo, pero que no nos preocupáramos, que estarían bien”. Pero no lo están. “Mi hija y mi hijo tenían niveles superiores a 40 (de plomo) y ahora tienen problemas en los dientes y la memoria. Mi hijo además sufre epilepsia desde los 13 años y tenemos que ir a Serbia para el tratamiento”, dice Toska. La familia tuvo que vender parte de sus pertenencias y el marido de Emine trabaja en Novi Pazar, ciudad fronteriza de Serbia, para poder pagar el tratamiento de los hijos.
Halil Gushani, de 50 años y broma fácil, se enteró tarde: “Yo trabajaba en Trepca y conocía los riesgos, pero nadie nos avisó de los riesgos de Leposaviq”. Luego continuó. “No tenía alternativa y además decían que nos quedáramos porque Mitrovicë no era segura para nosotros. A nuestras casas las quemaron tras la guerra y no teníamos dinero”, recuerda Halil, que se define como “internacionalista” por sus odiseas por Europa en busca de trabajo. Ahora sobrevive gracias a la ayuda social serbia. “Estoy registrado como serbio porque Kosovo no ayuda. Serbia me paga 90 euros al mes por los años que trabajé en Trepca. Tengo otro extra de 50 euros. Eso y un poco más por algunos trabajillos es lo que tenemos. Pero mi mujer está enferma y me cuesta 30 euros. Luego están los medicamentos de mis hijos”, enumera. Después se vuelve serio: “La UNMIK conocía nuestra situación. Desde 2008 no han vuelto a hablar con nosotros. Son culpables. Queremos que nos paguen el tratamiento”.
Lucha legal
En 2005, grupos romaníes de Mitrovicë, apoyados por el Centro Europeo de los Derechos de los Romaníes (ERRC), interpusieron una demanda colectiva contra la UNMIK en Nueva York. Cuando el ERRC se desentendió de la causa y despidió a la abogada Dianne Post, esta continuó por cuenta propia con la demanda, firmada por 138 romaníes que reclamaban a la ONU gastos del tratamiento médico y transporte, pérdidas económicas derivadas de la enfermedad, costes del entierro de tres fallecidos por enfermedades supuestamente relacionadas con la contaminación por plomo, y un máximo de 50.000 dólares por afectado, así como el coste del juicio.
En paralelo a este proceso, la UNMIK, obligada por las propias resoluciones de la ONU, estableció el Panel Consultivo de los Derechos Humanos (PCDH) de Kosovo. En julio de 2008, Post presentó su demanda allí también, pero fue rechazada en 2010 por tener en paralelo el proceso de Nueva York. Cuando este fue desestimado definitivamente en 2011, Post volvió al PCDH, que aceptó la demanda y, el 26 de febrero de 2016, dictaminó que “la UNMIK fue responsable por comprometer de manera irreversible la vida, la salud y el potencial desarrollo de los denunciantes que nacieron y crecieron en los campos”. Subrayó que la UNMIK conoció los riesgos desde al menos noviembre de 2000 y, pese a ello, no los redujo. No reconoció las tres posibles muertes recogidas en la demanda pero recomendó que la UNMIK se disculpara y compensara económicamente a los 138 afectados.
La ONU no acató el dictamen. Mostró en mayo de 2017 su “profundo arrepentimiento” pero no reconoció su culpabilidad ni compensó a las víctimas: solo planteó proyectos comunitarios a través de un fondo fiduciario dependiente de donaciones. LA UNMIK no responde a correos que inquieren al respecto. Solo caben conjeturas de por qué no hizo nada en su momento: temía que mover a los romaníes, a los que los albanokosovares veían como colaboradores del régimen yugoslavo de Slobodan Milosevic, podría encender otra mecha en el conflicto entre serbios y albaneses.
Hoy, los serbokosovares que viven al norte del río Ibar, solo saben que la zona no está bien. “He oído algo. Cuando bombardearon se dijo que utilizaron sustancias radiactivas. Soy un simple hombre: ¿qué puedo saber?” Nenad Perovic es mecánico. Ayer un coche embistió su viejo automóvil, pero no lo ha denunciado; dice que el conductor estaba borracho. “En los últimos años se han dado más casos de cáncer. Puede que un 300% más que antes de la guerra. Hay demasiados jóvenes con cáncer”, relata este hombre bajo y rechoncho, amante de la pesca.
Pero tampoco se fía del plomo que puede haber en el río Ibar. “De ahí no como un pescado. Aquí nadie controla nada y todo va al río. Nosotros pescamos en el lago Gazivoda”, dice, mostrando una foto de su última gran captura. Bromea con irse de refugiado a España, pero acaba concluyendo que es feliz en Zvecan: “Soy pobre. No puedo huir, pero al menos aquí tengo a mi familia y mis amigos y sé que no moriré de hambre”. Aunque quizás nadie debería vivir sobre un suelo de plomo.
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