Crítica

Lo que le debemos a Hanan

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos

Hanan Serroukh

Coraje. El precio de la libertad

Género: Ensayo
Editorial: Sekotia
Año: 2024
Páginas: 160
Precio: 17,95 €
ISBN: 978-84-19979-19-3
Idioma original: español

Serroukh Coraje

Conocí a Hanan hace unos ocho o nueve años. Fue en internet, esa internet anterior al auge de Twitter, cuando Facebook aún servía para largos e intensos debates sobre cuestiones sociales y políticas, cuando en ese ámbito aún se aprendía, se unía gente, surgían iniciativas. Era, éramos, un grupo dedicado a discutir sobre la expansión del islamismo y los derechos de las mujeres, quizás el primero que hizo cristalizar en España una conciencia pública de un problema que llevaba años yendo en aumento ante una ceguera institucional inexplicable.

Entonces era inexplicable, porque en gran parte de las instituciones trabajaban hombres y mujeres de izquierda que venían de una larga lucha contra el nacionalcatolicismo de la dictadura franquista y contra los intentos posteriores de la Iglesia de mantener su influencia en leyes y sociedad. Ante sus ojos, mientras se fue relegando ese preponderante papel de señores con sotana negra, fueron adquiriendo poder otros señores, igualmente vestidos con sotana, pero blanca. Empezaban a impartir su ley, tan divina y tan inhumana, tan implacable como la de los curas franquistas, a su propia grey: inmigrantes marroquíes e hijas de inmigrantes marroquíes. Digo hijas y no hijos, porque estas religiones diferencian la carga que imponen según el sexo de la ovejita bajo su poder.

Nadie lo vio, nadie quiso verlo. El PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero incluso creó una fundación estatal —Pluralismo y Convivencia— para financiar el trabajo de los señores con sotana y facilitarles el ejercicio del poder sobre su grey. Se creía que así, los musulmanes estarían bien atendidos por sus semejantes. Porque ahora ya no eran marroquíes, ni moros, como cuando empezaron a llegar en los ochenta, sino musulmanes.

Hasta los 15 años, Hanan no se distinguía en nada de cualquier otra niña de Figueras: hasta que llegó el salafista

Hanan Serroukh fue hija de una de aquellas familias inmigrantes, se quedó sin padre por un golpe de mar (era marinero), se crió como se criaban las niñas entonces en España: viendo Alaska en La Bola de Cristal y llegando al colegio de mano de una madre con el pelo suelto y pantalones de campana. Hasta los catorce o quince años, no se distinguía en nada de cualquier otra niña de Figueras. Hasta que llegó el salafista.

Hanan Serroukh tuvo la mala suerte —entonces aún era mala suerte— de que su madre decidiera volver a casarse con un hombre que resultaba ser salafista. Y pasó de ser una niña normal a ser una prisionera en una especie de Arabia Saudí minúscula entre las paredes de su casa, y bajo vigilancia de «la comunidad» cuando salía, ahora con pudibundo hiyab, a la calle. A los dieciséis años la dieron en matrimonio a otro salafista. Y ella se escapó.

Coraje. El precio de la libertad cuenta este paso de una infancia normal, razonablemente feliz, a una prisión del fanatismo religioso, cuenta la huida, cuenta las durezas de una adolescencia en un centro de acogida, cuenta lo duro que es afrontar la vida después, cuando a los 18 años y ni un solo día más te ponen de patitas en la calle, porque tal es la ley. Cuenta una trayectoria vital que a partir de su salida del centro vuelve a parecerse bastante a lo que puede ser la de una joven española vapuleada por la vida, sin hogar, sin familia, sin perro que le ladre. No todas viven para contarlo.

Hoy es la nueva normalidad: hijas camufladas bajo el hiyab para marcarlas desde pequeñas como ovejitas de la grey

Porque Hanan Serroukh se quedó sin familia el día que dijo, con 16 años, ante el juez que no quería volver con el salafista. Su madre la repudió. Y a quien conoce Marruecos le parece mentira que ni décadas después, su madre haya querido hacer las paces con su hija, cuando en Marruecos, esa paz siempre se hace, antes o después, algún día. No en Figueras. Tal es la ley salafista.

Antes dije que Hanan tuvo mala suerte, entonces. Porque hoy ya no es mala suerte: hoy es la nueva normalidad, una espantosa normalidad de hijas camufladas bajo el hiyab para marcarlas, desde pequeñas —a veces desde bebé— como ovejitas de la grey, para evitar que puedan siquiera ansiar el viento en el pelo porque lo han de desconocer, para impedir que a los dieciséis se escapen de casa, para tenerlas como mercancía de matrimonio y dócil portaestandarte del hiyab, la insignia pública de la victoria salafista. Hoy son legión las Hanan que no se escapan. Y las que sí se escapan, que las hay y yo conozco a algunas, se ven ante la misma ceguera de las instituciones que Serroukh hace treinta años. ¿La misma? Ojalá. Ya no es ceguera: ahora es política oficial.

Hanan Serroukh ha trabajado toda su vida para abrirles los ojos a quienes la rodeaban, ha fundado asociaciones, ha hablado con periodistas, académicos, políticos de todas las ideologías. Y ha visto luego como esos mismos políticos que le ofrecían cargos, que ella rechazaba por coherencia, elevaron a categoría de interlocutor para la «comunidad musulmana» a aquel mismo imam salafista que le destruyó media vida a la niña Hanan y la otra media a su madre. Tal es la política.

Hanan Serroukh ha pagado un alto precio por su libertad. Nada nos debe: le debemos lo que ha escrito

Conocí a Hanan hace unos ocho o nueve años, dije. Luego volvimos a perder el contacto: tal es la ley de Facebook. Más tarde la vi en internet en compañías que no son las mías: demasiado escoradas hacia la derecha. Nunca se lo he reprochado y lo digo aquí solo porque también la firma bajo el epílogo del libro forma parte de esas compañías (en todo el libro no hay ni una sola frase que cabría calificar de ideario derechista, ni una). No me gusta este entorno, pero me lo explico. En parte, porque durante un tiempo, Serroukh ha trabajado como asesora de la policía —lo cuenta en el libro— y otros cuerpos de seguridad del Estado. Y esto, de entrada, es bueno, porque ¿quién, si no la policía, puede salvar a una niña de quince años de una prisión domiciliaria salafista, de un matrimonio forzado, es decir de una violación, de un encierro sectario? Y en parte me lo explico porque yo también tendría rencor a la izquierda, a los liberales, al centro, al catalanismo convergente y democristiano, a tres cuartas partes del panorama político español, al ver que prefieren sacrificar a miles, a decenas de miles de niñas y adolescentes y mujeres adultas sobre el altar de un discurso identitario que enaltece las barbas de un criminal salafista a la mayor gloria de la «diversidad», palabra que se ha colocado cual manto de virgen sobre los hombros de los señores con sotana.

Digo criminal porque «dar» a una niña de quince años en matrimonio es un crimen bajo la ley española, y por si ustedes no lo sabían, también bajo la ley marroquí. Defender a quien lo hace y lo predica en nombre de la «diversidad» es apología de un crimen. Callar cuando lo hace y mirar a otro lado, afirmando que se trata de casos aislados, es omisión de socorro, y también es delito.

Hanan Serroukh ha pagado un alto precio por su libertad. Lo ha pagado ella. Nada nos debe: le debemos, para decirlo con Antonio Machado, lo que ha escrito. Y le debemos a las miles de Hanan en Figueras, en Salt, en Girona, en Barcelona, en Terrassa, en Granada, Madrid y Badajoz, leer su libro, abrir los ojos, darnos cuenta. La ceguera se cura leyendo.

Lo personal es político, dicen las feministas con razón, pero Serroukh solo cuenta de su vida lo obviamente político

Coraje. El precio de la libertad es un libro personal; traza unas décadas de vida, intentando resaltar los detalles que importan para entender el proceso de la expansión del salafismo, el apoyo que recibe de las instituciones y el abandono en el que quedan las rebeldes. Aporta experiencias, no datos. No es un ensayo con fundamento de investigación y documentación, como el libro No nos taparán (2021), de otra gran rebelde, Mimunt Hamido Yahia (también ella se escapó de casa). Ni tampoco es realmente una confesión vital, porque Serroukh pasa por alto, con cierto pudor, gran parte de su evolución de adolescente y mujer joven. Lo personal es político, dicen las feministas con razón, pero Hanan Serroukh solo cuenta de su vida lo obviamente político. Relega a la frase «Conocí a un hombre del que me enamoré y que es el padre de mi hija» (a los veintimucho años) todo lo tocante al descubrimiento del cuerpo, del sexo y la sensualidad, un aspecto que precisamente por la obsesiva condena y condenatoria obsesión del salafismo con el sexo —recuerden: ir por la calle con el pelo descubierto es como ir con el coño al aire según los salafistas, y así lo dicen y así insisten en hacerlo sentir a su grey—es una fase importante en la liberación y la rebelión de quien escapa a la secta. Para conocer esta fase están los libros de otra gran rebelde, Najat El Hachmi, que nos lo cuenta de forma más literaria en sus novelas (mi preferida es La hija extranjera, 2015).

Najat escapó más tarde: primero la casaron. Si ustedes supieran cuántas Najat de treinta y cuarenta años hay en el vecindario que después no lograron escapar, si adivinaran cuantas Hanan de quince se cruzan ustedes al día por la calle que bajo el hiyab solo dan vueltas a la palabra huir, si supieran cuantas Mimunt hay también trabajando, quizás a su lado, feliz de haber escapado y sin sentir aún la necesidad de pegar un grito en forma de libro… Hay muchas que han preferido dejar atrás aquello y vivir felices, y tienen derecho. Otras han elegido hablar, y les debemos lo que han escrito.

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© Ilya U. Topper | Especial para MSur