¿Yanquis go home?
Ilya U. Topper
Estambul · Enero 2025
![Afganistan Soldado](https://msur.es/wp-content/uploads/2025/02/afganistan-soldado.jpg)
Vivir explotado por un maldito capitalista es terrible; solo hay una cosa peor —dice un viejo chiste proletario—: no encontrar a ningún maldito capitalista dispuesto a explotarte.
Tener a Estados Unidos mandando tropas a tu país y metiéndose en tu política es insoportable, saben en Oriente Próximo. Solo hay una cosa peor, temen algunos: que Estados Unidos no esté dispuesto a meterse en tu política ni a mandar tropas.
Esta es la gran duda que planea sobre Siria: a partir del próximo 20 de enero, fecha de la investidura de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, ¿qué pasará con la presencia militar estadounidense en el noreste del país, en las zonas kurdas? ¿Ordenará Trump la retirada de las tropas, al igual que hizo en Afganistán? O mejor dicho, ¿igual que ya hizo en Siria durante su primer mandato?
Si por Trump fuera, hace tiempo que no habría soldados estadounidenses en Siria: ya en 2018 exigía acabar con la misión
Si por Trump fuera, hace tiempo que no habría soldados estadounidenses en Siria. Ya en 2018 exigía acabar con la misión y dio orden tajante en octubre de 2019, durante la incursión del Ejército turco en las zonas bajo control de las milicias kurdas YPG, para sorpresa y consternación incluso de su propio partido. Entonces había algo menos de un millar de militares en el país, aunque las cifras exactas son secretas. Tan secretas que ni las conocía el propio Trump, como se jactaba un año más tarde su propio enviado especial para Siria, Jim Jeffrey: «Estábamos haciendo juegos de trilero para que nuestros dirigentes no se dieran cuenta de cuántos soldados teníamos allí», confesó. Trump al final concedió mantener unos doscientos, pero en realidad se quedaron muchos más, dijo Jeffrey. Luego llegó Joe Biden y el número se volvió a incrementar hasta los 900 oficialmente previstos… y con contingentes «temporales» hasta más de 2.000, según admitió en diciembre pasado un portavoz del Pentágono, que también, dijo, se acababa de enterar.
La misión de estos militares es respaldar y armar a las llamadas Fuerzas de Siria Democrática (SDF), el conglomerado de combatientes compuesto esencialmente por las milicias kurdas YPG en su lucha contra el Estados Islámico (Daesh). El Daesh está vencido, proclamó Trump en 2019, por lo tanto ¿para qué seguir? Lo inteligente, agregó, es «no estar involucrado» cuando dos bandos se pegan tiros mutuamente, en alusión al enfrentamiento entre las tropas turcas y las milicias kurdas. Esta postura es coherente con su visión del mundo, heredera de una larga tradición estadounidense: América Primero, y que el resto del mundo se las arregle como pueda. Si hay dictadores por ahí, pues que los haya; si invaden otros países, pues que invadan.
El partido comunista iraquí, cruelmente perseguido bajo Sadam, estaba contento con la llegada de las tropas norteamericanas
En tiempos de Hitler, esto contaba como ser de derechas o incluso filofascista; los liberales —que en Estados Unidos corresponden a lo que se llama izquierda en Europa— abogaban mucho más por la obligación ética de intervenir en dictaduras, guerras y desgracias alrededor del globo para evitar lo peor. Es parte de la ironía de la Historia que la izquierda europea ha achacado este intervencionismo estadounidense a un supuesto imperialismo derechista (la europea, no siempre la local: el partido comunista iraquí, cruelmente perseguido bajo Sadam Husein, estaba bastante contento con la llegada de las tropas norteamericanas).
Otra ironía es que esta misma izquierda europea que durante años ha encabezado manifestaciones con el OTAN No y Bases fuera, una visión resumida en el viejo lema de Yanquis go home, ahora es la que con mayor espanto observa la terrible espiral represiva de los talibanes contra las mujeres en Afganistán tras la retirada de esta misma OTAN y el desmantelamiento de las bases estadounidenses. ¿Por qué no se hace nada? preguntan, tuitean. ¿Cómo puede ser que un régimen fanático prohíba a las mujeres no ya trabajar o ir al colegio de secundaria sino hasta hablar en la calle, y el mundo observe, impasible, sin intervenir?
La respuesta es sencilla: porque ya se intervino y no funcionó. Veinte años de ocupación militar no han servido para colocar los fundamentos de un sociedad afgana mínimamente democrática. Y ante un régimen armado que impone su irracionalidad religiosa como ley, inasequible al razonamiento, «hacer algo» quiere decir necesariamente hacerlo con tanques.
Es la tragedia de buena parte del siglo XX y del XXI que la única superpotencia mundial con tanques y con voluntad para intervenir en el resto del mundo haya hecho las cosas tan mal, tan rematadamente mal, que es preferible que no intervenga. Porque las políticas estadounidenses intervencionistas, diseñadas bajo la visión de Woodrow Wilson según la que extender la democracia en el mundo es bueno para Estados Unidos, han destruido el concepto democrático más de lo que habían conseguido décadas de dictadores golpistas: fue el virrey estadounidense de Iraq, Paul Bremer, a quien se le ocurrió imponer un reparto de poder entre milicias étnico-religiosas, reemplazando las confrontaciones ideológicas de la sociedad iraquí —antes de Sadam Husein hubo nacionalistas, comunistas, baathistas, conservadores— con la fórmula mágica de suníes contra chiíes. Comparado con la terrible guerra civil desencadenada en Iraq mediante esta sustitución del concepto de Estado por el del tribalismo, casi era preferible Sadam Husein. Quizás no solo casi.
La guerra siria, sin tanques estadounidenses, llegó a ser tan cruel como la iraquí y su resultado fue similar
Por eso hubo quien se alegraba de que Estados Unidos no enviara tanques a Siria durante la guerra civil, permaneciendo impasible ante las masacres que la dictadura de la familia Asad infligía a su pueblo. Era fácil alegrarse, con la coherencia ideológica intacta, desde la distancia. Menos fácil era alegrarse desde la frontera siria, viendo llegar a Turquía en tropel a refugiados aterrorizados por los bombardeos, los secuestros, las torturas, y una pregunta en los labios: ¿Por qué el mundo permite eso? ¿por qué no viene nadie a ayudarnos? ¿por qué nadie hace nada?
Ninguna guerra tiene lugar en el vacío: al final sí que hubo quien hacía algo. Las teocracias del Golfo enviaban dinero y armas a las facciones más talibán de la rebelión, convirtieron un levantamiento popular en un movimiento yihadista. La superpotencia dos, Rusia, apuntaló al régimen de Asad para colocar un peón geopolítico en el tablero del adversario. Como resultado, esta guerra sin tanques estadounidenses llegó a ser tan cruel como la iraquí, y su resultado fue durante años similar: un reparto de poder entre milicias étnico-religiosas.
Y queda por ver el resultado de la retirada de Rusia, la caída de Asad y la toma de poder de una de estas milicias, más religiosa que étnica: Tahrir Sham, dirigido por el aún barbudo exyihadista Ahmed Sharaa, antes Abu Mohammed al Jolani. Digo aún, porque al igual que ya ha cambiado turbante y traje de faena militar por chaqueta y corbata, ahora que Washington ya ha anulado el precio puesto a su cabeza, el día menos pensado va y se afeita. No hay foto del saludo de Sharaa a la viceministra estadounidense Barbara Leaf, que se reunió con él en Damasco el 20 de diciembre; no sabemos si le dio la mano o aún mantiene las credenciales islamista de no tocar a una mujer. Pero ya hace gestos, al menos de cara a la galería. Véase el nombramiento de Aisha Debs en el cargo de directora de Asuntos de la Mujer, ataviada en las fotos con un velo como lo lleva cualquier ministra del partido islamista turco AKP, el de Erdogan… o cualquier diputada con perfil de «diversidad» en las filas de la izquierda española, tipo Esquerra Republicana.
Un islamismo rampante en Siria no es fácil de imponer ni siquiera desde las propias tesis islamistas: hay cristianos
Pero recién empezado el año, yo no me atrevo a vaticinar si estos gestos de Sharaa corresponden a una táctica momentánea para granjearse el apoyo internacional y luego hacer de su capa un burka —no sería el primero— o si realmente hay una especie de entendimiento con Turquía de mantener la nueva Siria dentro de unos márgenes islamistas compatibles con una vida medio normal, para evitar riesgos de una nueva guerra civil. Porque el riesgo está: un islamismo rampante en Siria no es fácil de imponer ni siquiera desde las propias tesis islamistas. Hasta Irán, con su estricta prohibición del alcohol, permite el vino a los cristianos asirios y armenios. Algo anecdótico en un país donde estas minorías (unos 117.000 según el censo de 2011) forman el 0,2 % de la población. En Siria se estimaba que los cristianos eran el 10 %, unos dos millones, y aunque la guerra civil habrá reducido su proporción, siguen siendo una parte importante de la sociedad. Imponerles normas islamistas va contra la propia sharía. Y también contra lo que puede aceptar públicamente un presidente de Estados Unidos con una amplia base de votantes evangelistas.
Pero conceder excepciones a la población cristiana y quizás también a la drusa —otro medio millón— y a la vez vigilar que no se aprovechen de esas libertades millones de sirios y sirias con muy pocas ganas de comulgar con las ruedas de molino islamistas, desde los dos millones de alawíes —que para los islamistas cuentan como musulmanes— a los dos millones de kurdos que son oficialmente suníes, pero llevan bastantes años habituados a enfrentarse al islamismo… eso exigiría una policía de la moral omnipresente comprobando carnés de identidad a cada rato. Factible, sí. Razonable, no.
Y una de las principales esperanzas para un presidente de Estados Unidos con sólidas credenciales cristianas para evitar que Ahmed Sharaa ceda a la tentación de imponer una policía moral es precisamente el bloque kurdo. «Kurdo» en este caso quiere decir: adscrito a una corriente política contraria al islamismo, presente en las zonas bajo control de milicias kurdas de herencia ideológica marxista. Que también hay kurdos islamistas, en Siria, en Iraq y en Turquía, yihadistas incluidos, de eso hablaremos otro día.
No sabemos si en los cuatro años transcurridos, Trump ha aprendido a pensar más allá de un mensaje en Twitter
Cualquier cabeza pensante en la Casa Blanca lo tendría claro: ya que estamos en la zona, con tanques y aviones, y tenemos la capacidad de proteger a las YPG y su control sobre casi un tercio de Siria, incluidos yacimientos de petróleo, podemos negociar con Tahrir Sham: nada de legislación talibana. Integráis a políticos kurdos —kurdos de izquierda— en la toma de decisiones y todo se hace por consenso… o no recuperáis el acceso a los pozos. Ankara lleva semanas diciendo que bajo ningún concepto, las YPG deben participar en el nuevo Gobierno de Siria, pues que se fastidie Ankara. Para que quede claro que una nueva ofensiva turca contra las milicias kurdas está fuera de cuestión, lo primero que vamos a hacer es montar una base militar en Kobani.
Una base militar en Kobani. Ya se está construyendo, según informaciones aparecidas en numerosos medios kurdos y hasta turcos desde el jueves pasado. Hay que tomárselo con cautela, no solo porque es fácil interpretar con prematuro optimismo el movimiento de algunos camiones, sino sobre todo porque no sabemos quién ha dado la orden. ¿Es un último y desesperado intento del Pentágono de cimentar la presencia militar para poder estirar su juego de trilero lo más posible en cuanto Trump emita la orden de retirada dentro de tres semanas? ¿O puede que forme parte de una estrategia elaborada ya con los asesores que llegarán a la Casa Blanca el día 20 de enero? ¿A lo mejor es verdad el rumor que difundieron las YPG hace un mes, afirmando que su líder, Ferhat Abdi Sahin, también conocido como Mazloum Abdi o Mazloum Kobani, tiene invitación de la Casa Blanca para asistir a la investidura de Trump?
No se sabe, es pronto para saberlo, y quizás no lo sepa nadie ahora mismo, ni siquiera el propio Donald Trump. La imprevisibilidad del presidente es ya proverbial. No solo dio en octubre de 2019 la orden de retirada que dejaba a las YPG vulnerables ante la ofensiva turca —»que se peleen otros por esa arena», dijo—; también firmó solo días más tarde una orden ejecutiva que imponía graves sanciones a Turquía por esa misma ofensiva. Y las levantó nueve días más tarde, al establecerse una tregua que frenó el avance turco, esencialmente gracias a la palabra de orden pronunciada por Moscú. Errático es un adjetivo aún cortés para esta política.
No sabemos si en los cuatro años transcurridos, Trump ha aprendido a pensar más allá de un mensaje en Twitter o rodearse de asesores que sepan hacerlo. Y si es el caso, no sabemos si será para llevar a cabo una política de aislacionismo más coherente y definitivamente renunciar a toda intervención en Siria, dejando que se las apañen entre Turquía y Arabia Saudí, los dos jugadores rivales que ahora competirán por el dominio de la pelota en Siria, una vez que Irán ha tenido que retirarse temporalmente al banquillo.
Sería una mala noticia no solo para los kurdos, sino para todos los demócratas en Siria. No porque reservar poder a bloques étnico-religiosos sea democrático, que no lo es, sino porque aplastar sectores étnicos y agnósticos en nombre de una ideología religiosa lo es aún mucho menos. Imagino que cualquier sirio y sobre todo cualquier siria que no deseo un régimen islamista en su tierra para los próximos años, en este momento está pensando: Yanquis, please don’t go home.
·
© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 7 Enero 2025