El arma es usted
Ilya U. Topper
Daniel Iriarte
Guerras cognitivas
Género: Ensayo
Editorial: Arpa Ed.
Año: 2025
Páginas: 280
Precio: 19,90 €
ISBN: 978-84-10313-85-9
Idioma original: español

—Pero ¿es que nos hemos vuelto todos ya gilipollas?
Esa pregunta nos la hacemos todos, espero que también usted, lectora, a los pocos minutos de abrir una red social tipo Twitter. La creciente cantidad de falsedades, manipulaciones y directamente mentiras que nos ofrece el ex pajarito azul cada mañana en el desayuno y la igualmente creciente cantidad de personas que se las toman en serio, las creen y las redifunden alegremente es suficiente para acabar con la más sólida fe en la humanidad.
Hasta que leemos el libro de Daniel Iriarte, Guerras cognitivas (Arpa, 2025) y nos devuelve, al menos en parte, esa fe.
Porque no, no nos hemos vuelto todos gilipollas por degeneración espontánea. Lo que vemos en las redes sociales no es el resultado de un decaimiento natural de la especie humana. Lo que hay en las redes es una guerra. Disparan contra usted con balas como la que ilustra la cubierta (¡grande, Anna Juvé!), distorsionadas como por un efecto óptico, pero igualmente penetrantes. Aunque lo más correcto no sería decir que disparan contra usted, sino que están convirtiendo a usted en la bala que luego dispararán.
«Cómo Estados, empresas, espías y terroristas usan tu mente como campo de batalla» es el subtítulo del libro, y lo dice todo: aquí no se salva nadie. Esas guerras mediante mensajes en redes sociales las hacen todos, Estados Unidos y Rusia, el Daesh y los budistas, empresarios mexicanos y colombianos, y por supuesto, israelíes. El método es de lo más sencillo y, sobre todo, de lo más barato: se crea cierto número de cuentas falsas en Twitter (o en otra red social apta para influenciar el público meta: Instagram, Facebook, TikTok…) y se hacen pasar por personas interesadas en el asunto que se desea manipular, por ejemplo, votantes potenciales en unas elecciones. Y se empieza a difundir información, digamos sobre el candidato adversario, que puede tener alguna lejana base real cuya importancia se magnifica, pero que muy a menudo es simple y llanamente falsa. El público no comprueba: la comparte y la redifunde.
El trabajo sucio, lector, lo hace usted. Porque sin sus retuits, esos bots que mienten y calumnian no serían nada
Iriarte aporta varios ejemplos concretos de Latinoamérica, donde se manipularon elecciones de esta manera, a veces por parte de ambos candidatos, como en México ( Peña Nieto contra López Obrador), operaciones ejecutadas por empresas profesionales que ofrecen sus servicios por una módica o no tan módica suma, sin importarles la ideología del cliente. Es un trabajo como el de cualquier otra consultoría política, solo un poco más sucio. Y la principal parte de ese trabajo sucio, estimado lector, usuario de redes sociales, la hace usted. Porque sin sus retuits, esas cuentas falsas, esos bots que mienten y calumnian, no serían nada.
No se hace solo en política. Las empresas también usan estas tácticas unas contra otras: es parte del negocio para algunas. Incluso se pueden usar estas tácticas contra periodistas que revelan alguna verdad incómida. Iriarte relata el caso de la finlandesa Jessikka Aro, que en 2014 empezó a investigar la difusión de de propaganda prorrusa y fue objetivo de una intensa campaña de desacreditación, que incluso la convirtió en narcotraficante convicta. Efectivamente, una década larga antes, a los 20 años, había sido multada una vez por posesión de droga para consumo propio. Todo sirve; la red se encarga de darle la dimensión necesaria.
Es espeluznante cómo el Pentágono manipulóla opinión pública de Filipinas para que rechazara la vacuna china
Rusia ocupa un lugar prominente en los debates sobre manipulación política en redes sociales; hace un par de meses, unas amigas se me quejaron que en un seminario de Cádiz se hablaba casi exclusivamente del papel de Moscú para sembrar desinformación. Leyendo el libro de Iriarte entenderemos por qué: por una parte, el Gobierno ruso invierte efectivamente mucho esfuerzo y dinero en «granjas de troles», es decir grandes equipos profesionales que crean cuentas falsas de forma sistemática para difundir ideas adecuadas a los intereses de política exterior del Kremlin. Con las diversas instancias de control de dinero público que hay, y el riesgo de que un funcionario se vaya con el cuento a la prensa (como alguno se ha ido), Washington lo tiene un poco más complicado en este sentido. Lo que no significa que no lo haga: es bastante espeluznante la historia de cómo el Pentágono manipuló a través de las redes sociales la opinión pública de Filipinas y otros países asiáticos para que rechazara la vacuna china contra el coronavirus Sinovac, incluido el bulo de que contenía gelatina de cerdo para asustar a poblaciones islámicas. Con bastante éxito, comprobable en cifras de muertes por covid. Porque la batalla será virtual, pero el resultado puede ser condenadamente real.
Hay un segundo motivo por el que Rusia es mucho más activa que Estados Unidos en el troleo de las redes: tiene una evidente necesidad de crear en Europa un clima de opinión pública favorable a sus intereses, que pueda en última instancia influir en la toma de decisiones políticas en Bruselas (porque resulta que en Europa hay cierta democracia y la opinión pública, de hecho, influye en la toma de decisiones políticas). A Washington siempre le ha dado bastante igual qué piensan de Estados Unidos más allá de la punta de Florida y las Bermudas: creen que la política mundial es la suya interior.
Los personajes mediáticos no siempre se creen las mentiras que difunden: algunas veces lo hacen porque es rentable
En esta política interior sí hay un enorme despliegue de troleo (en el que en parte influye también Rusia, por cierto). Iriarte describe las redes de QAnon, un movimiento norteamericano entregado a todo tipo de teorías de la conspiración, clave en la victoria electoral de Trump pero también promotor de cuanto político con aspiraciones de autócrata haya en el mundo. Los personajes más mediáticos en esta esfera, apunta el autor, no siempre se creen las mentiras que difunden: algunas veces lo hacen simplemente porque es muy rentable. Las redes pueden monetizarse, y la mentira se monetiza muy bien.
Voy a parar aquí, porque no se trata de que yo resuma el libro, sino de que usted, lector, se lo compre y se ponga en guardia respecto a este bombardeo de balas distorsionadas que le convierten a usted en una pieza de la estrategia autocrática. Repito este término, porque la inmensa mayoría de los bulos, las manipulaciones y las mentiras que se ponen en circulación en las redes no se destinan a que usted se crea algo sino a que usted desconfíe de todo: de los políticos a los que antes votaba, de la prensa que leía, de los científicos a los que escuchaba. En una palabra, del sistema.
Y no, esto no es educar en un sano escepticismo como el que deberíamos aplicar todos a lo que vemos —el deber de dudar, lo llamo yo—, sino que es inducirnos a pensar que todo, absolutamente todo, tiene la misma falta de credibilidad, sea un gran diario, sea un tuit sobre reptiloides. Así se moldea una sociedad que ya no sepa discernir entre verdad y mentira, y a la que simplemente ya no le interesa discernir. El sueño de cualquier autócrata.
Daniel Iriarte es periodista: ha recopilado a conciencia los datos y documentos que muestran cómo se hace esta guerra contra nuestras mentes, a través de nuestras mentes (ahí están 40 pagínas de notas para dar las fuentes: porque existen verdades que se pueden verificar y comprobar). Por qué llega a funcionar, por qué colaboramos tan alegremente con ser balas, eso quizás exija un segundo tomo, quizás necesite un autor psicólogo. Pero Guerras cognitivas es una lectura fundamental para entender hacia donde están dirigiendo el cañón del arma desde el que salimos disparados.
Y como dice el autor: Lo que hemos visto es solo el principio.
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© Ilya U. Topper | Especial para MSur (Ago 2025)