Reportaje

Mil años de apartheid

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 13 minutos
Dignatarios afroárabes en Zubeir, Basora  (2011)  |  ©  Karlos Zurutuza
Dignatarios afroárabes en Zubeir, Basora (2011) | © Karlos Zurutuza

“Antes de ser destinado en Iraq nunca pensé que me encontraría con gente parecida a mi familia y amigos en Buffalo (EE UU). Y me refiero a un parecido físico”. El sargento de marines William Collins no salía de su asombro durante una de sus últimas patrullas en el distrito de Zubeir, al norte de Basora, la segunda ciudad más grande de Iraq.

Las fuerzas de ocupación americanas abandonarían el país en diciembre de 2011, pero los iraquíes que tanto se parecen a Collins seguirán viviendo en ese erial de polvo, piedras y casas levantadas con ladrillos de adobe.

El militar norteamericano admitía con cierto pudor que nadie en su batallón, ni siquiera los afro-americanos como él, sabían de la existencia de una comunidad “afro-árabe” en Iraq. “Con un chilaba y un turbante podría atravesar estas calles pasando completamente desapercibido”, apuntaba sonriente el sargento.

A diferencia de él, la mayoría de los habitantes de Zubeir, un barrio de 300.000 almas, es consciente de que ese parecido físico remite a un pasado común; el de unos antepasados arrancados de África y convertidos en esclavos.

Desgraciadamente, apenas ha existido otro intercambio entre ellos que el de las balas, o el de chicles para niños que nunca han conocido a un dentista. En las últimas décadas, muy pocos foráneos han visitado esta ciudad desarmados.

“Con un chilaba y un turbante podría pasar desapercibido aquí», dice un sargento negro norteamericano

Nada en la Basora del siglo XXI permite adivinar su antiguo esplendor. Y ningún otro rincón de Iraq ha sufrido el azote de la guerra en los últimos treinta años con tanta virulencia como esta encrucijada a medio camino entre Irán y Kuwait, situada sobre la principal reserva de petróleo de Iraq y una de las mayores del Golfo Pérsico.

Precisamente, el descubrimiento en los años 20 del siglo XX, del petróleo en Iraq coincidió con la abolición de la esclavitud, pronunciada en 1924 en este país. Fue uno de los primeros de la zona: Irán siguió en 1928, Qatar en 1952, Arabia Saudí y Yemen sólo en 1962, los Emiratos Árabes un año más tarde y Omán en 1970.

No obstante, algunas de las viejas costumbres parecen haber sobrevivido casi un siglo después de la emancipación oficial. “Los árabes todavía nos llaman “abd” (“esclavo” en lengua árabe)”, explica Amin Tarik, residente de Zubeir. “Si bien no hay agresiones físicas contra nosotros, sufrimos discriminación en prácticamente todos los aspectos de la vida”, añade este hombre tocado con un turbante rojo desde el patio de una casa humilde.

“Si uno de nosotros tiene una disputa en la calle, siempre dirán que había un ‘esclavo’ implicado”, añade Athra Hassan, justo al lado. “Sin ir más lejos, la semana pasada tuve un incidente en la cola del pan porque no me atendían – recuerda- Cuando me quejé me respondieron que no sólo era un esclavo sino que, además, me había atrevido a saltarme la cola”.

Aunque todos se identifican como musulmanes, los negros de Zubeir practican ceremonias religiosas, en las que el culto islámico se salpica de ancestrales elementos africanos no sólo musicales.Generalmente se trata de eventos restringidos a los miembros de esta comunidad, por lo que uno ha de conformarse con escuchar el frenético ritmo de los timbales retumbando sobre las paredes de adobe de Zubeir.

Color contra amor

Pese a que comparten la religión con sus vecinos, y que hablan únicamente árabe, como los demás, el color de su piel supone un estigma a los vecinos de Zubeir que, literalmente, les cierra casi todas las puertas. Muchos como Jihad Halil pueden dar fe:

“Me enamoré de una árabe e incluso conseguimos casarnos a pesar de los numerosos obstáculos. Sin embargo, acabamos separándonos. No pudo aguantar la constante presión de su familia”, recuerda este afro-árabe de 25 años, quien dice haber rehecho su vida con otra pareja. “Es negra, aprendí bien de aquella lección”.

Resulta casi imposible dar con matrimonios mixtos en las polvorientas y sofocantes calles de Basora. La mayoría de esos valientes prefieran esquivar la inquisitiva mirada de la conservadora sociedad iraquí.

“Conozco una pareja mixta. Antes de casarse, ella sólo cubría su cabello pero hoy no sale a la calle sin un niqab (velo que cubre completamente la cara). Y no es porque se lo exija su marido”, apunta Doha Abdulreda, la única azafata afro-árabe en la feria de muestras de Basora. “Haberse casado con uno de los nuestros le ha supuesto la expulsión de su familia, y de todo su clan”, añade la joven de 20 años junto al puesto de una empresa iraní de aparatos de aire acondicionado.

La insurrección de los esclavos

Los geógrafos árabes dieron en llamar “zanj” a los esclavos traídos del este de África: el término puede derivar de Zanzíbar, una isla de la que, aparentemente, procedían gran parte de los esclavos vendidos en Mesopotamia, que convertían las marismas saladas del Tigris y el Eufrates en tierra cultivable.

Las condiciones inhumanas y la miseria extreman a las que se veían abocados fueron el germen de una revuelta contra el gobierno de los abasíes que comenzó estalló en 868 d.C.A los esclavos insurrectos se les sumaron miles de soldados negros que desertaban de las filas de los abasíes. La rebelión se extendió hasta las mismas puertas de Bagdad gracias a alianzas con las tribus beduinas locales, y también hacia la vecina Persia.

Durante los quince años de autogobierno zanj, estos llegaron a acuñar su propia moneda y dominaron lo que hoy es el sur de Iraq, lugar en el que instauraron su propia capital a la que llamaron Moktara (“la elegida”). Finalmente, las tropas abasíes, más numerosas y mejor equipadas, infligieron un severo castigo a los insurrectos, muchos de los cuales habían aceptado ya generosas ofertas de amnistía a cambio de su rendición. Recuerdo vivo de aquella “república negra” son las comunidades de origen africano que aún pueblan las orillas de la región de Khuzestán (Irán), Basora (Iraq) y Kuwait.

Si bien se sigue llamando “esclavos” a los afro-árabes, estos a menudo hablan de “hombres libres” cuando se refieren a sus vecinos árabes. Entre los últimos hay opiniones para todos los gustos en torno a la supuesta marginación de la comunidad negra de Iraq: “Los negros siempre han estado perfectamente integrados en la sociedad iraquí”, cree Said Mehdi. “Sin ir más lejos, la cuarta mujer de mi abuelo era negra. Yo siempre besaba su mano con profunda devoción”, recuerda este hombre de 72 años tocado con un turbante verde que le define como descendiente directo del profeta.

“Esta gente ha sido discriminada desde el mismo momento en el que se les arrancó del cuerno de África y se les trajo para convertir las marismas de Basora en zonas de cultivo, sobre todo de algodón”, expone, por su parte, Saad Salloum.

A sus 35 años es una de las autoridades más reconocidas en minorías iraquíes, un conocimiento que comparte como editor jefede Masarat, la única revista especializada en dicho tema.

“A diferencia de cómo ocurre con los cristianos, los bahai u otras minorías religiosas, los negros de Iraq son musulmanes y, por tanto nunca han sido perseguidos por su fe. Sin embargo, y dado que el estatus de minoría nacional en Iraq está ampliamente fundamentado en raíces religiosas, los afro-árabes no cuentan con ningún reconocimiento legal”, añade Salloum en su despacho de Bagdad.

Precisamente, los afro-árabes también son mayoría en el centro antiguo de la capital o, mejor dicho, entre los escombros de las otrora señoriales casas de madera destruidas en mil y una noches de bombardeos.

La guerra y sobre todo la violencia étnica desatada en el país en 2005 se han cobrado un saldo muy alto entre comunidades como la cristiana, cuya presencia en el país se ha reducido a la mitad en los últimos años. Ante la barbarie, los afro-árabes optaron por mantener un perfil bajo pero hoy reclaman abiertamente un reconocimiento como minoría, algo que les garantizaría una cuota de representación en las instituciones iraquíes.

Ser negra y mujer en Iraq

En un cable filtrado por Wikileaks el pasado septiembre, Ramon Negron, director de la embajada regional USA en Basora, informaba de que “la comunidad negra local sufre de forma desproporcionada la línea política marcada desde Bagdad”. Asimismo Negron añadía que los afro-árabes “habrían conseguido fácilmente votos suficientes para ocupar al menos un asiento en el Consejo Provincial”. Salah Ruhais Salman, vicepresidente del Movimiento de la Libertad Iraquí, el único partido político que defiende los derechos de la comunidad afro-árabe, cree que las urnas fueron manipuladas.

Desde enero de 2011, alguien más se preocupa por los vecinos de Zubeir: la Sociedad de Defensores de la Libertad y el Humanismo, nombre de un centro de reunión construido en el barrio. Allí se organizan charlas y debates, y también se imparten talleres de costura, informática y lectura, éste último el más concurrido. Nada extraño, visto el elevado índice de analfabetismo entre los afro-árabes, que afecta al 90% de las mujeres en un país donde la mayor parte de las niñas estaba escolarizada hasta los años noventa. Wafa Majid es directora y profesora voluntaria de dicho centro.

“No es fácil ser negra y mujer en Iraq pero no podemos cruzarnos de brazos y mirar cómo tocan los bongos nuestros maridos”, explica Majid. Detrás suyo, una veintena de mujeres, la mayoría en riguroso chador, se “enfrentan” a una batería de ordenadores por primera vez. Todo es aprender. Ya lo dice un antiguo proverbio sumerio: “¿Qué fue de los negros de Sumeria? Perdieron su historia, así que murieron”.

«En el año 2011 se nos sigue llamando `esclavos’»

Salah Ruhais Salman | Vicepresidente del Movimiento para la Liberación Iraquí  

Salah Ruhais Salman (2011)  |  ©  Karlos Zurutuza
Salah Ruhais Salman (2011) | © Karlos Zurutuza

Activista y político, aún frustrado en sus intentos de conseguir un mandato electoral, Salah Ruhais Salman es el vicepresidente del Movimiento para la Libertad Iraquí, un partido político que busca defender los derechos de la población iraquí de origen africano.

¿Cuántos ciudadanos de Iraq forman parte del colectivo negro?
Nuestra comunidad más compacta se encuentra aquí, en Basora, y en Iraq sumamos alrededor de un millón y medio de individuos. La mayoría de nosotros somos descendientes de esclavos traídos a Mesopotamia en diferentes oleadas aunque, por supuesto, también hay inmigrantes africanos que llegaron después. Ustedes los europeos sitúan en el siglo XV los orígenes del tráfico de esclavos, a manos de los portugueses, pero lo cierto es que en el Golfo dichas prácticas están documentadas desde el siglo VIII.

¿Qué les diferencia del resto de los iraquíes, además del color de su piel?
Nada. Hablamos árabe y somos musulmanes como la mayoría, pero nuestro color de piel sigue constituyendo un pasaporte a la discriminación en prácticamente todos los aspectos. El racismo es una de las grandes lacras de todo Oriente Medio e Iraq no es una excepción. Se nos margina en la escuela, en la calle, en el mundo laboral… Se nos ha asignado un cliché que nos encasilla como `gente inofensiva que cuenta buenos chistes y toca los bongos’. Si bien se nos llama para tocar música en bodas o cualquier otra celebración, se nos excluye por sistema de sectores como la Administración Pública. Hay millones de funcionarios en Iraq pero ni uno sólo de ellos es negro. Los índices de analfabetismo se disparan entre nuestra gente, sobre todo entre las mujeres.

¿Sólo discrimina el Gobierno?
Hablamos de exclusión social, familiar… el que una iraquí blanca se case con alguno de nosotros es algo casi inaudito.Sus familias las repudiarán, así como el resto de la comunidad; ése es otro de los precios a pagar por vivir en una sociedad tribal como la iraquí. Sé de algún caso en el que una árabe que antes paseaba sin velo por la calle ahora utiliza un niqab cuando camina junto a su marido. El hecho de que aún en 2011 se nos siga llamando esclavo’ resume nuestra situación de forma muy gráfica.

¿Cuáles son sus demandas?
Nuestra primera reivindicación es el reconocimiento como minoría, como los cristianos, los turcomanos…, algo que nos garantizaría una cuota de representación en el Parlamento de Bagdad.Yo mismo me presenté a las elecciones locales de 2009 junto con siete compañeros. A pesar de que un gran número de nosotros vive en Basora —más de 300.000—, ninguno de nuestros candidatos resultó elegido; yo tampoco. No tengo ninguna duda de que aquellos comicios fueron manipulados. Durante estos últimos tres años, hemos mandado miles de cartas a Jalal Talabani y a Nuri Maliki (presidente y primer ministro de Irak); a Obama, así como muchísimos otros representantes políticos, tanto iraquíes como estadounidenses. Desgraciadamente, por el momento no hemos conseguido nada.

¿Han guardado ustedes silencio durante años o, simplemente, se les ha silenciado?
Ambas cosas. La terrible situación en el país nos ha obligado a mantener un perfil muy bajo, más aún desde la invasión del país en 2003. Como le he dicho, la inmensa mayoría de nosotros somos musulmanes pero queríamos evitar episodios de violencia sectaria como el que, por ejemplo, ha diezmado a la población cristiana de Iraq. En este país apenas hace falta nada para convertirse en cabeza de turco de esta o aquella milicia. En 2009 empezamos ya a reivindicar abiertamente nuestra identidad y a reclamar nuestros derechos. La victoria de Obama en las elecciones de EE UU tuvo un efecto muy motivador entre nosotros. Recuerdo que salimos a la calle y estuvimos celebrándolo toda la noche.