Alaa al-Aswany
«Religión más política igual a fascismo»
Alejandro Luque
Sevilla | Septiembre 2015
La primera impresión ante su corpachón enchaquetado es la de un político o, mejor aún, un guardaespaldas. Sin embargo, apenas empieza a hablar aflora la sonrisa del escritor agudo y desenfadado. Alaa Al-Aswany (El Cairo, 1957) volvía a España para presentar su última novela, El Automóvil Club de Egipto (Random House Mondadori), una obra coral como lo fueron sus títulos más celebrados, El edificio Yacobian –llevada con éxito al cine– y Chicago, y en la que el autor brinda una imagen panorámica del Egipto del año 40, los tiempos previos a la revolución.
Un Egipto, de hecho, no tan diferente al de la actualidad, hasta tal punto que el novelista ha definido El Automóvil Club de Egipto como “la novela de la Primavera Árabe” que recorre en esos momentos el Mediterráneo, sin miedo a incurrir en un anacronismo. Y no disimula su satisfacción mientras fuma con parsimonia: “Mis novelas se han traducido a 35 idiomas. En el caso de El Automóvil Club de Egipto ha llegado incluso a algunas lenguas antes, como el danés, el catalán o el italiano. Pero me gusta el español, necesito practicarlo más”, dice sonriente en un correctísimo español, antes de regresar al francés, donde asegura sentirse más cómodo.
¿Ha cambiado Egipto desde la época que representa la novela El Automóvil Club de Egipto?
El sufrimiento no ha cambiado. El combate del pueblo no ha cambiado. El combate por la libertad, la dignidad. La crítica dice que a pesar de que la novela se desarrolla en los años cuarenta, está muy ligada a la revolución actual.
Los personajes de la novela viven bajo la ocupación inglesa y a la vez bajo la monarquía egipcia. ¿Cuáles de los dos elementos es más lastrante para el desarrollo de la sociedad?
«Sea una ocupación por el colonialismo británico o por una dictadura local, el resultado es el mismo»
Hay que distinguir, como en medicina, entre una enfermedad y su consecuencia. El pueblo egipcio hasta hoy no ha sido libre. Nuestro pueblo, en Egipto, no decide por su cuenta. Por eso digo que mientras el pueblo no sea libre, no tenga su dignidad, no se protejan los Derechos Humanos, estamos bajo ocupación. Sea una ocupación por el colonialismo británico o por una dictadura local: el resultado es el mismo. Nuestro combate en Egipto es por la libertad y la independencia. Y es el mismo combate que usted puede encontrar en esta novela, que se desarrolla en los años cuarenta. Muchas cosas son distintas hoy día, pero el combate es el mismo, porque el problema es el mismo. La libertad de los egipcios, su dignidad, el que tengan el derecho a ser ciudadanos de verdad.
¿Esta época anterior a la revolución de Gamal Abdel Nasser, ¿también se parecía a la época anterior a Tahrir?
Sí, absolutamente. Hay un paralelismo entre los años cuarenta y los años entre 2000 y 2011. El sufrimiento es el mismo. Y en las dos épocas, todo el mundo estaba seguro de que el Antiguo Régimen iba a caer. La cuestión que se planteaba era el futuro. Yo no veo diferencia entre el colonialismo occidental y la dictadura nacional. La cuestión para mí es: ¿Decide el pueblo por su cuenta? Si el pueblo está despojado de la dignidad y la libertad, la dictadura es igual al colonialismo.
Después de la revolución de Nasser ¿qué transformación hubo?
Lo de Nasser para mí no era una revolución. Era un golpe de Estado, que el pueblo luego apoyó. Pero empezó como golpe de Estado. Hay una contradicción, porque el propio Nasser, a mi juicio, era un gran líder. Pero al mismo tiempo era también un gran dictador. Toda la maquinaria de la dictadura que existe ahora, la creó por primera vez Nasser en Egipto. Nuestro combate es para quitarnos de encima esta maquinaria dictatorial.
En la novela hay un personaje, Mitzi, la hija de Mr Wright, que a diferencia de la mayoría de los habitantes de la Inglaterra colonial en Egipto, quiere aprender árabe, quiere acercarse al pueblo. ¿Es una visión utópica o existía este tipo de gente?
«Todos los crímenes contra la Humanidad se han cometido tras una etapa de deshumanización»
Es perfectamente posible, es más que posible. Si trabaja en una empresa, conoce a sus colegas como seres humanos: conocerse es aprender a ver a los demás a nivel individual, reconocer a cada uno como ser humano, sin importar si es árabe, judío, musulmán… Si se llega a comprender la manera individual, estoy seguro de que el mundo sería más bellos. Porque todos los crímenes contra la Humanidad se han cometido tras una etapa de deshumanización. El piloto que bombardea una aldea y mata a todo el mundo, lo tiene muy fácil: basta con apretar un botón y mata a todos. Pero si pensara en un niño, en una mujer, en un hombre, de manera separada e individual, nunca sería capaz de apretar ese botón. Para apretar el botón debe deshumanizarlos. Debe decir: oh, los indios son terribles, los judíos son los que nos matan, son los musulmanes quienes han perpetrado el 11-S…
¿La literatura puede hacer algo contra esta deshumanización?
El rol de la literatura es enseñarnos a ver a las personas de manera individual. Mitzi hace eso y por eso es mucho mejor que su padre: porque ella ve los individuos. Cada uno es responsable de lo que hace. Nadie es responsable de su religión, su nacionalidad. Me acuerdo que para otra novela hice una investigación sobre la guerra de Vietnam y encontré unas instrucciones del Ejército estadounidense para los soldados que iban a Vietnam y que decía: Cuando dispare, no mire a los ojos. ¿Por que? Porque si miras a los ojos, encuentras lo individual, encuentras el ser humano, y jamás serías capaz de disparar. Pero si dice: ah, son vietnamitas, son comunistas, son rojos, son los que han matado a mis colegas, entonces sí puede matarlos. Yo veo la literatura como una herramienta del deber de mirar a los ojos.
En la novela aparecen también camareros capaces de hacer los cócteles más selectos… En El Cairo hubo una gran tradición de camareros que sabían servir una copa. ¿Sigue habiéndolos?
Toda novela necesita un trasfondo, y este trasfondo hay que investigarlo para estar seguro de que los lectores se crean lo que usted escribe. Para esta novela he ido a ver a camareros, he pasado noches con ellos para escucharlos, para saber exactamente qué hacen. Porque tengo un personaje camarero. He descubierto que los camareros que trabajan en el bar y tienen una botella de whisky, deben pagar al patrón el precio de la copa: veinte copas, nada más. Puede usar esta botella para servir treinta copas. La diferencia se la quedan ellos. ¿Cómo pueden hacerlo? Es fácil: después del cuarto whisky, ya nadie se fija.
Los bares de hoy ya no son igual a los coloniales, imagino…
«Explicar a un oficial de policía la idea de la investigación novelesca no es una buena idea»
Esto lo descubrí porque antes de escribir El edificio Yacoubian iba a bares terribles. Terribles. Para sentir la atmósfera. Pero con mala suerte: desde el momento que entro en el bar, llega la policía y me pregunta: ¿Qué hace usted aquí, donde la mayoría de los clientes son delincuentes? Explicar a un oficial de policía la idea de la investigación novelesca no es una buena idea. Es difícil. Así que le digo: Vengo de América —eso era cierto— y necesito tomarme una cerveza. Y me dice: No, usted es médico, no puede estar aquí, usted vaya a un hotel, esto no es el nivel de usted. Yo insistí, porque tengo que hacer mi trabajo… Al final me conocía toda la policía, y cuando venían a controlar a los clientes de un bar que no tenía la mejor reputación, era “Buenas noches, doctor”.
¿Es decir, los bares que no son de hotel, son todos de mala muerte?
En este bar, a las tres o cuatro de la mañana, la gente se pelea. Físicamente. Es normal. Pasa todos los días. Porque beben demasiado y beben alcohol barato, terrible. Una vez, como parroquiano intento mediar entre dos a los que echan fuera, salgo, se abre una ventana y alguien dice: “Canallas, si no os calláis voy a llamar a la policía y vais a dormir en una celda”. Miro y veo que es paciente mío; es que yo soy dentista. Viene a la consulta al día siguiente, porque había que ponerle una funda de porcelana; viene con cara de dudas y dice: ¿Usted estaba anoche en el centro ciudad, a las cuatro de la mañana? Digo: No, usted se equivoca, yo me acuesto pronto, máximo a medianoche, porque necesito descansar. Y él todo aliviado: Es que anoche hubo alguien que se parecía mucho a usted. Yo digo no, no, yo estaba en mi cama. En francés hay un proverbio que dice “Miente como un sacamuelas”. Y por primera vez entendí el proverbio.
Recuerdo un relato genial suyo, Los papeles de Essam Abdel Aaty, en el que el protagonista hacía responsables a los propios egipcios de su mala suerte histórica. ¿Qué han hecho mal los egipcios?
«Me propuso firmar una nota en la que aseguro que no estoy de acuerdo con mi personaje»
Preguntar eso es querer oír al autor en lugar de la novela… Essam Abdel Aaty representa a un joven de la época, frustrado por la dictadura y la corrupción. Escribí la novela utilizando la primera persona; al ser hijo de un escritor, con una familia de literatos, pensaba que era evidente que el personaje no era yo, que cuando habla el personaje no es la opinión del autor. Pero cuando fui al Ministerio de Cultura —era en 1990, en esa época era la única oportunidad para mí para publicar— tropecé con un responsable de Publicaciones que a mi juicio no tenía nada que ver con la literatura. En mi novelita, Essam Abdel Aaty empieza a criticar Egipto, porque está frustrado. Dice: Me cago en este país: hablamos demasiado de nuestra historia faraónica y no sé cuánto… El responsable me dice que jamás publicará la obra: Usted insulta su país. Oiga, digo, es el personaje que ataca su país, porque está frustrado. Esta diferencia entre el personaje y el autor no era visible para el responsable. Le intento explicar: Si escribo sobre un ladrón, no me tienen que detener a mí… Al final me dice: No comprendo del todo, pero le propongo una solución: firme una nota en la que asegura que no está de acuerdo con el personaje.
¿Y lo firmó?
Reflexiono y escribo: Yo, Alaa al Aswani, no estoy para nada de acuerdo con el personaje Essam Abdel Aaty; este señor dice cosas increíbles que no puedo aceptar; he intentado varias veces aconsejarle, pero él insiste, y al final ha tenido lo que se merece (porque acaba con problemas). El responsable me dice que vale, así podemos publicarlo. Pero verá usted, ese señor, el personaje, no ama Egipto. Yo respondo: Pues él se lo pierde.
¿Y se publicó así?
Desafortunadamente, cuando volví dos semanas más tarde tropecé con un responsable que era más inteligente. Me pregunta qué es esa historia, le explico el razonamiento del primer funcionario… pero este me responde: Mire, esto es un circo. Yo no entiendo nada. O usted anula el primer capítulo o no lo publicamos jamás. El capítulo no lo podía anular. Así que hice una pequeña edición de 500 ejemplares. Pero esa escena la metí luego en otro libro. En un momento dado, lo imaginario se confunde con la realidad.
Parece que usted también tuvo problemas con algún amigo copto a cuenta de unos personajes coptos que eran ladronzuelos… ¿El público egipcio no distingue bien entre realidad y ficción?
«El primer cinematógrafo se utiliza en París en 1895 y once meses más tarde se presenta en Egipto»
Cierto. Y no solo son los coptos. He tenido problemas con los coptos, con los islamistas, con las mujeres veladas… con todo el mundo. Porque no se ve la diferencia entre ficción y realidad. Recuerdo el cinematógrafo: El primer cinematógrafo se utiliza en París en 1895, y once meses más tarde ya se presenta en Egipto. Se pagaban cinco piastras, era una fortuna entonces, ibas con tu mujer y se veía una escena como por ejemplo: Los obreros toman su almuerzo. Eso era todo. Pero la gente no entendía la diferencia entre la realidad y el cinematógrafo. Cuando en la pantalla algún malvado secuestraba a una mujer, la gente en la sala se precipitaba hacia la pantalla para proteger a la mujer. Si llegaba un tren, huían despavoridos. El problema era que el propietario del cinematógrafo, que era italiano, debía comprar cada día tres pantallas, porque la gente las destrozaba a cada rato. Así que encontró una solución. Cuando comprabas el billete, te cogía de la mano y te decía: Mire usted, esto es una pantalla. Es un tejido. Lo que verá usted no es real. Si ve venir un tren, no le atropellará. Si alguien secuestra a una mujer, no haga nada: la mujer no existe.
Espero que aprendieran la diferencia…
Pues un siglo más tarde me veo obligado a utilizar la misma técnica que el italiano: decir al público: cuando vea usted a una mujer velada que en un momento dado decide prostituirse, eso no quiere decir que todas las mujeres veladas tienen tendencia a prostituirse. Cuando digo que un copto es un cabrón, no digo que ustedes, coptos, tengan una tendencia a ser más cabrones que los demás. Siempre hay cabrones, hay cabrones coptos, los hay judíos, musulmanes, ateos. Un cabrón es un cabrón. Suena divertido, pero cuando te encuentras realmente con un problema…
¿Usted se encontró con muchos problemas?
Conoce mi novela El edificio Yacoubian. Ese edificio existe en el centro de la ciudad. En la novela hay un personaje que es homosexual. De repente, me encuentro con alguien a quien no he visto nunca me denuncia en los tribunales porque él vive en el edificio Yacoubian y dice: Yo soy homosexual y usted me ha causado un gran escándalo. Me pide diez millones de libras egipcias. Y me veo ante el juez para decir: Señor juez, no conozco a este señor, su sexualidad no me interesa, que haga lo quiera. Al final tuve que traer como testigo a un profesor de literatura comparada para que explicara al juez que yo no quería montar un escándalo a ese hombre. Es un gran problema en todas partes, pero en Egipto y en el mundo árabe más. Se confunde realidad y ficción. Y uno tiene todo el rato necesidad de decir lo que el italiano: Esto es un tejido. Esto no es la realidad.
En El automóvil Club… hay un copto al que quiere todo el mundo, especialmente sus compañeros musulmanes. Eso también es llamativo en una época en la que leemos tanta noticia sobre enfrentamientos comunitarios. ¿Existía esa convivencia?
«Sadat tenía una oposición islamista y quería ser más papista que el Papa»
No había problemas entre coptos y musulmanes hasta los años setenta. En esa década pasaron dos cosas. Por una parte estaba de presidente Anwar Sadat, aunque ya sé que tiene una imagen muy positiva en Occidente. Pero fue él quien empezó a decir: Soy un presidente musulmán de un país musulmán. ¿Por qué dijo eso? Porque tenía una oposición islamista y quería ser más papista que el Papa. Y por otra parte fue a causa del wahabismo, que es una interpretación del islam muy agresiva apoyada por los países del petróleo: Arabia Saudí y otros. Pero desde el siglo XIX hasta los años 70 no había ningún problema entre coptos y musulmanes y era incluso descortés preguntarle a alguien la religión. Yo me educaba en un colegio francés y celebrábamos varias fiestas: estaban los coptos, ortodoxos, había niños libaneses católicos, había musulmanes, había incluso algunos judíos egipcios. Teníamos profesores franceses ateos. Eso era así en todo Egipto. El problema entre coptos y musulmanes es totalmente fabricado.
Las mujeres de sus noveles son personajes fuertes, inteligentes, de extracción popular. ¿Qué ha ocurrido en Egipto para que, al parecer, ya no tienen esa presencia en la vida social?
A lo mejor, la mujer no ha tenido ese papel en la sociedad, porque el hombre tampoco lo ha tenido, a causa de la dictadura y el wahabismo. Yo confío en las mujeres. Me fío de las mujeres más que de los hombres. Nunca he conocido a una mujer que no sea inteligente. ¿Usted sí? Inteligente en el sentido de ser muy sensible, incluso si no tiene una buena formación. Porque la mujer es un ser muy sensible. La vida se hace dentro del cuerpo de la mujer. La mujer es un ser muy fuerte, no puedo comprender que se le vea menos inteligente o menos fuerte… incluso cuando sufre, hay una fuerza de vida en la mujer que no se puede anular. Y esa fuerza de vida enorme intento describirla en mis novelas.
En sus novelas hay escenas de sexo, de cama, de seducción… ¿Ha sufrido censura o se ha impuesto autocensura por este motivo?
No, el sexo nunca es problemático para mí, ni como escritor, ni en mi vida. Pero he tenido problemas con los fanáticos. Con los islamistas fanáticos. Los islamistas me han atacado dos veces en Egipto y una vez en París. Para mí está muy claro: Los fanáticos jamás leen literatura. Si leyesen literatura, no serían fanáticos. No te leen, pero te atacan. ¿Por qué? Porque tienen un colega que les ha dicho que este señor está en contra del islam.
¿Pero en general no ha chocado que haya tanto sexo en sus novelas?
¿Por qué le doy tanta importancia del sexo en mis novelas? Porque el sexo tiene tanta importancia en nuestra vida cotidiana. A mi juicio, si no se piensa en el deseo, no se piensa en el tabú —porque el sexo siempre ha sido una mezcla de deseo y de tabú —, si no se piensa en estos dos elementos, se descubre que la vida sexual humana es muy rica. Porque el tabú y el deseo nos cierran los ojos. Practicamos sexo, nos acostamos con otra, o con otro, no solamente porque haya deseo. Un hombre se puede acostar con una mujer porque tiene miedo. Porque le han humillado. Porque busca una madre. Porque quiere descubrir la mujer. Porque quiere demostrarse que está vivo. Porque quiere controlar a la mujer. Porque quiere olvidar… Es una zona humana extremamente rica.
¿Y por amor?
«La narración está en árabe clásico, pero para los diálogos utilizo la tercera lengua»
En mis novelas lo verá; lo he visto y lo escribo: hay un amor sexual. Hay amor, pero hay también un amor sexual. Está el sexo sin amor, pero solo el amor sexual puede romper las reglas. Una mujer, como en la novela, puede estar realmente enamorada de un joven como Mahmud, de veinte años. Es fácil aplicarle prejuicios, estereotipos: ella lo utiliza sexualmente.No: ella está realmente enamorada. Porque gracias a esa relación sexual, ella puede practicar las emociones de madre. Las relaciones son mucho más complejas de lo que creemos. Y es el deber del escritor intentar descubrir lo que no se comprende pero se siente.
En la novela se discute también sobre la lengua árabe y se especula si a Egipto le habría ido mejor si adaptara su literatura al idioma popular. ¿Qué piensa usted?
No creo. Yo trabajo con la lengua árabe. Como sabrá, en el mundo árabe hay dialectos. Hay quien dice que sería más fácil si la literatura y la prensa se escribieran en dialecto. Yo no estoy de acuerdo. Porque después de trabajar muchos tiempo con esta lengua, pienso que tiene capas. Cuando escribo un texto, la narración está en árabe clásico, pero para los diálogos utilizo la así llamada tercera lengua.
¿Qué es?
La tercera lengua fue creada por los dramaturgos de Egipto y Siria: Tawfik Hakim y Alfred Farag en Egipto y Saadallah Wannous en Siria. Simplifica la lengua clásica hasta el punto que al leer uno diría que es dialecto, pero es árabe clásico. Se utiliza para las escenas del teatro y yo la empleo para los diálogos de la novela. No es una buena idea desgarrar la lengua a causa de los dialectos. Si usted es escritor español, tiene la oportunidad de que le lean en toda América Latina. Si utilizas los dialectos locales, se pierde la comunicación. Lo mismo pasa aquí: cuando escribo en árabe tengo lectores potenciales en 22 países. Si escribo en dialecto, no, aunque sea en el dialecto egipcio… porque hay dialectos que no comprende nadie, salvo la gente del país. Por eso estoy en contra de desgarrar una lengua que ofrece una comunidad de cultura.
Usted estaba en la plaza Tahrir. ¿Fue un momento muy emotivo?
Era el momento más grande de mi vida. Por primera vez vi al pueblo. He utilizado la palabra pueblo varias veces antes de la revolución, pero la primera vez que comprendí qué quiere decir la palabra pueblo era en la plaza Tahrir. Vivir con dos millones de personas como miembros de una sola familia. Y ser capaz de afrontar la muerte con una valentía que no he visto nunca.
Tras la caída de Hosni Mubarak, usted se mostraba optimista. ¿Qué sentía al ver tres cuartas partes del Parlamento ocupado por diputados islamistas?
«Los egipcios estamos atrapados entre estas dos fuerzas, los militares y los islamistas, desde 1952»
Yo siempre estaba en la oposición. Me oponía a Mubarak, me oponía a los militares después, me oponía a Morsi y los Hermanos Musulmanes, y ahora me opongo al señor Sisi. Porque yo defiendo principios. No soy político. Morsi ha sido elegido, y yo estoy totalmente en contra de los islamistas, pero este señor tiene el derecho de quedarse cuatro años en el poder, si somos demócratas. En noviembre de 2012, Morsi anuló la democracia. Ahí he ido con diez millones de egipcios —y eso es muy importante— para pedir elecciones presidenciales. Solo he pedido eso, nada más. No estoy de acuerdo con nada de lo que ha pasado después del 30 de junio y no he participado.
Los islamistas fueron víctimas del golpe ¿Cree usted que había que defenderlos? ¿Está la democracia por encima de la diferencia?
Defiendo a todos los seres humanos. Estoy en contra de detener a la gente, contra la tortura, sea quién sea el detenido. Pero tengo que decir que los islamistas nunca son más demócratas que los militares. Ambos son dos aspectos de lo mismo. Nosotros, los egipcios, estamos atrapados entre estas dos fuerzas, los militares y los islamistas, desde 1952. Y el ciclo siempre es el mismo: el poder usa a los Hermanos Musulmanes contra los demócratas, y una vez que hayan acabado con las fuerzas democráticas, meten a los islamistas en prisión. Luego hay negociaciones entre islamistas y poder, los islamistas salen para ser utilizados de nuevo contra las fuerzas democráticas, terminan con ellas y otra vez entran en prisión.
Al no estar ni con unos ni con otros ¿lo consideran traidor en todas partes?
Es una posición muy difícil, no soy solo yo sino todos los revolucionarios. Los revolucionarios nunca han estado con Sisi, y ahora están en prisión, ni tampoco estaban con los Hermanos Musulmanes, que también los encarcelaban. Nuestra posición como revolucionarios es la tercera vía. Por eso nos ha atacado todo el mundo. Porque los dos bandos están muy bien con el ciclo mencionado. Los jóvenes revolucionarios han cambiado la fórmula. Sí, siempre me han atacado de los dos lados. Y estoy muy orgulloso de ello, porque significa que hago lo que tengo que hacer.
¿Han valido la pena los muertos de Tahrir para cambiar Mubarak por Sisi?
Es una pregunta pesimista. Y yo soy optimista. Porque la revolución es un cambio humano. Sí, debimos pagar este precio para que la gente cambiara. Para que los egipcios superen la barrera del miedo. Veo la diferencia entre la revolución como cambio humano y los resultados políticos de la revolución. No hemos alcanzado resultados políticos, pero los alcanzaremos. Necesitamos tiempo.
Cuando vio las primeras revueltas contra Bachar Asad en Siria, imagino que se alegró pero ¿cuánto duró la esperanza?
Cuando uno lee la Historia, lo que pasa en Siria es dramático, es doloroso, pero es normal. Porque para cambiar una dictadura que tiene raíces tan fuertes hay que pagar un precio, y se tarda tiempo. En la Historia, a la mayoría de las revoluciones les siguieron guerras civiles. Repito: me siento muy mal por lo que pasa en Siria, pero como lector de la Historia sé que esto suele suceder.
¿Cómo es posible que toda la oposición siria ahora parezca aglutinada por el islamismo?
«Todas las ideas del Daesh se enseñan en Arabia Saudí desde hace años y años»
Es el señor Asad quien ha cambiado las reglas del juego. Esa revolución empezó como la revolución egipcia, contra una dictadura, por la libertad y la dignidad del pueblo, y el señor Asad ha liberado a los islamistas peligrosos, ha abierto las prisiones, para que el conflicto se transformara y se convierta en un lucha entre una dictadura laica y unos islamistas peligrosos. Hay gobiernos occidentales que han apoyado a Asad, como Rusia; Irán también hay apoyado a Asad, Hizbulá también. En el otro bando está Arabia Saudí, que siempre está presente, y Estados Unidos, que cierra los ojos para que Daesh se deshaga de Asad. Al final es el pueblo sirio el que paga el precio. Es un juego entre dos fuerzas imperialistas.
¿Habría sido mejor no empezar?
No, eso nunca. No se puede. Si los sirios se han rebelado es porque hubo una necesidad de revolución. Y nadie puede frenar los movimientos de la Historia.
Hay muchos europeos afiliándose al Daesh. ¿Cómo se lo explica?
Está el islam y está la interpretación del islam. En Egipto teníamos una interpretación muy tolerante, que no era violenta en absoluto. En el otro lado estaba el wahabismo. El wahabismo existe desde hace mucho tiempo. Pero tras el boom de petróleo que empezó en 1976, los régimenes del Golfo han gastado millones para promover el wahabismo. En Europa tenemos el mismo problema: la mayoría de las mezquitas las financia el wahabismo. Es normal, con todos esos millones, convencer a algunos jóvenes que están marginalizados en la sociedad occidental para que inicien un combate sagrado contra no sé qué. Eso lo veo normal. Tengo que decir algo: Daesh no ha creado nada nuevo. Daesh es una aplicación del wahabismo. Todas las ideas del Daesh se enseñan en Arabia Saudí desde hace años y años. Pero ¿quién, entre los políticos occidentales, puede criticar Arabia Saudí? Nadie. A causa del petróleo.
Alguna vez consideró Turquía como ejemplo de que un partido islamista puede gobernar democráticamente. ¿Lo sigue pensando?
No recuerdo haber dicho eso, pero la fórmula para mí es: Religión más política igual a fascismo. Es una fórmula muy fácil y muy peligrosa. Sin ninguna excepción.
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