Andrés Vázquez de Sola
“En España se puede decir todo, menos la verdad”
Alejandro Luque
Andrés Vázquez de Sola es un caso atípico en su gremio: es un hombre risueño. A diferencia de otros profesionales de la sátira o el humor gráfico, como El Roto o Chumy Chúmez, gente seria y de pocas palabras, el gaditano acompaña siempre su discurso de grandes risotadas.
Leyenda viva del humor gráfico español, este gaditano de San Roque y de 1927 regresa a tierras sevillanas, en concreto a Lebrija, esta vez para exhibir sus peculiares tauromaquias reunidas bajo el título Los toros desde el burladero, una colección de pinturas que podrán verse en la galería El Viajero Alado hasta el próximo mes de julio.
Mientras recorremos con él las piezas expuestas, le invitamos a recordar cómo fue su niñez campogibraltareña. “Lo único que recuerdo de mi infancia es que era muy lloriqueón, muy mala follá como dicen en Granada. Fui un niño triste porque jugaba a entristecerme, me preguntaba a mí mismo cosas como: ‘¿y si no soy hijo de mis padres?’ Pero había otros motivos para la tristeza: era la guerra, y allí vi morir a muchas personas que quería y respetaba”, evoca.
¿Y ya dibujaba entonces? «Empecé modelando, pero me di cuenta de que era más fácil dibujar. Daba la casualidad que en la casa de al lado vivía el escultor Ortega Bru, hijo de Carmen Bru, la comadrona que nos había hecho nacer, y a la que fusilaron por roja… Un día dibujé una caricatura sin pretensiones, para decorar, y me di cuenta de que a la gente le gustaba más que otras cosas que había hecho», recuerda el artista, que desde entonces ha hecho miles de caricaturas, expuestas en todo el mundo y publicadas en infinidad de cabeceras, entre ellas Le Monde o L’Umanité.
Comunista «de nacimiento y hasta que me muera, aunque fuera de una familia de derechas y de orden», siempre irreverente, Vázquez de Sola conoció el exilio en Francia durante el franquismo y ha sido procesado en democracia por sus sátiras contra la OTAN -memorable su álbum Me cago en el Quinto Centenario-, pero nunca ha admitido que se ejerza la censura sobre su trabajo.
«Yo siempre he tenido el problema de que hablaba más de la cuenta, hacía preguntas inocentes pero que causaban irritación a mi alrededor, y a menudo me decían: ‘Si no estás de acuerdo con esto, te vas a Moscú’. El caso es que alguien, que yo creía un policía, me dijo que convenía que me fuese, porque mi detención era inminente. Hasta que un día Forges me dijo que era un embustero por contar esto, pues quien me avisó no era policía, sino un jefe de plató de TVE: su padre».
Tengo que agradecerle a Franco el haberme ido, porque en Francia he sido muy feliz
¿Cómo logró salir? No fue difícil: «El director del diario Madrid, donde trabajaba, me ayudó para que me marchara legalmente, sin alharacas: me encargó una serie de reportajes en los que se trataba de recorrer España a pie, hasta Francia, de modo que no tuve que salir escondido ni nada de eso. La mejor manera de esconder una aguja no es en un pajar, sino en un sitio donde hay muchas agujas», afirma.
En París, Vázquez de Sola alcanzó fama hasta el punto de que lectores espontáneos le paraban por la calle y le invitaban a café, trabó amistad con lo más granado de la intelectualidad y hasta recibió piropos incluso de Picasso, aunque ese recuerdo le provoca cierto arrobo y prefiere recordar al monstruo malagueño «como un camarada, que es ser más que amigo», sentencia. «Tengo que agradecerle a Franco el hecho de haberme ido, porque en Francia he sido muy feliz. Me ha faltado mi poquito de cante, el toque de campanas -aunque no soy religioso, me gusta oírlas- y mis muros encalados. Me ha faltado Andalucía».
«Eso de que una caricatura revela más que el más realista de los retratos es cierto hasta tal punto, que el resultado casi nunca gusta al caricaturizado», comenta. «Una vez hice una de Juliette Greco y otra de Françoise Sagan. Las dos vinieron a la exposición y cada una quiso comprarme la caricatura de la otra… [risas] La interpretación que hago de la cara de alguien no es, evidentemente, la misma que hace su familia. La nieta de Franco decía que éste era un abuelito muy cariñoso. Y estoy seguro de que los perros de Hitler tenían una buena opinión de él, y se disgustarían con mi visión».
«No sé caricaturizar cosas inanimadas», agrega. «Si en un cuadro mío tengo que pintar una mesa o una botella, no logro que tengan gracia ninguna, no sé hacerlas sino realistas, como mucho echo mano del cubismo para que no aparezcan tal cual».
«En España», prosigue, «ahora se puede decir todo, menos la verdad. Por ejemplo, que la corrupción no se puede parar en el yerno, en el primo… Hay que señalar a todos y decir, con Lope de Vega, aquello de ‘Del Rey abajo, ninguno’. No se puede condenar a un tipejo valenciano al que le han regalado trajes cuando la gente que hay muy por encima de él recibe yates y palacios», dice.
De toros y de hombres
A propósito de la exposición en El Viajero Alado, cabe recordar que no es la primera vez que Vázquez de Sola toca el tema taurino. Fue en Francia donde, después de un tiempo de dificultades, publicó La Gran Corrida Franquista en Le Canard Enchainé, el periódico satírico más importante del país. Sin embargo, no se considera aficionado, ni siquiera demasiado simpatizante de la Fiesta: «No quiero tomar parte en la discusión sobre toros sí o toros no, pero matar por diversión de la gente me parece mal», confiesa. «No veo arte ninguno en torturar animales. La Venus de Milo me parece una obra maestra, pero si me dijeran que para lograrla hay que cortarle los brazos a una señora, me parecería mal».
Ser comunista es para mí sentirme abiertamente hombre, como los buscaba Diógenes
Cuando se le pregunta por esa extendida idea de que las ideologías han perdido su sentido en un mundo en el que el neoliberalismo más desaforado ha triunfado, responde sin dudarlo: «Esa frase sólo puedes haberla leído en el Mein Kampf. Tal vez el problema es que hay demasiados profesionales de la política, que miran sobre todo por sus intereses, y hay muchos que, no teniendo otra posibilidad que la política, se amoldan a lo que sea, se callan lo que haya que callarse…».
“De niño vi morir a Ildefonso Rabanillos, a mi primo Manolito, que tenía 16 años, a Carmen Bru, a tanta gente…”, continúa el artista. “Desde muy pequeño tuve conciencia de la justicia, me di cuenta de que los buenos no podían ser los que mataban a tanta gente buena. Me llamé comunista porque era como se llamaban los únicos que teníamos vergüenza, y lo seré hasta que me muera. Ser comunista es para mí sentirme hombre, como los buscaba Diógenes, abiertamente hombre”, sentencia.
Y si la cuestión es si se imagina abandonando alguna vez su militancia comunista la respuesta es aún más veloz: «Podría, en último caso, dejar el partido. Algunas veces me he dormido, por decirlo de alguna manera, sin dejar de cotizar como militante. En este momento no estoy de acuerdo con todo lo que hace el partido, pero tampoco estoy de acuerdo con todo lo que hace mi mujer, y no pienso dejarla en la vida. Nunca romperé mi carné, aunque sólo sea por no estropear mi biografía. Pero soy comunista con carné o sin él», apostilla.