Antonio Orejudo
«A veces, vivir en el paraíso puede resultar infernal»
Alejandro Luque
Descubierto gracias al premio Tigre Juan que recayó sobre su libro Fabulosas narraciones por historias (1996), Antonio Orejudo no tardó en convertirse en una de las voces más singulares y destacadas de su generación.
Lo confirmó su siguiente entrega, Ventajas de viajar en tren (2000), con la que obtuvo el premio Andalucía de Novela y Reconstrucción (2005), consolidando una trayectoria que fue compaginando con varios títulos de crítica y colaboraciones varias en prensa especializada.
Después de trabajar durante siete años en Estados Unidos, de donde se marchó muy escarmentado de los métodos de control al profesorado y las trampas de lo políticamente correcto, se instaló en Almería.
De su experiencia como profesor en esta ciudad resultó el libro Almería, crónica personal (2008), publicado por la Fundación Lara. Ahora regresa a los escaparates con Un momento de descanso, feroz sátira del mundo universitario americano y español y, probablemente, su mejor obra hasta hoy.
Está usted acostumbrado a que le reprochen su escasa productividad: cuatro novelas en 15 años. ¿El mercado editorial no permite que cada escritor tenga sus tiempos?
No me esfuerzo en ser más rápido ni más lento: me limito a enviar mis libros al editor cuando el resultado me satisface. Y esta novela de 240 páginas me ha costado tirar tres novelas anteriores a la basura. Podría haber sido mi octava novela. Pero ya digo, es un problema de incapacidad mía…
Autores como Manuel Vilas, José Ovejero, Rafael Reig o usted mismo han mostrado una inclinación de la narrativa hacia eso que se ha dado en llamar «fiesta salvaje». ¿Están fundando sin proponérselo un nuevo subgénero?
Creo que la idea de Carnaval, aplicada a la literatura, es antigua. Ya está, por ejemplo, en Rabelais. Lo que sí es cierto es que en España es una veta poco cultivada, porque en España la risa está penalizada, y la risa salvaje lo está aún más. Para desactivarla se habla de gamberrada, de libro cómico… Pero sabemos que hay libros que producen risa y pueden contener críticas muy contundentes.
¿La realidad es tan grotesca que no admite otro registro?
Yo soy incapaz de entrar en la realidad a medias tintas. Es tan salvaje que sólo se puede tratar con la misma actitud.
En usted y los otros autores mencionados hay una voluntad de desacralizar, de reírse de la literatura desde la literatura misma. ¿Hay demasiada solemnidad en las letras hispanas?
Solemnidad y algo más, la idea de que la buena literatura es siempre dolorosa. Ése es quizá uno de los factores que ha hecho que mucha gente huya de los libros.Se aburren.
Además de los episodios más o menos hilarantes, hay en Un momento de descanso una crítica feroz a la Universidad española. Sobre todo, en la alusión a El atroz desmoche, el libro de Claret Miranda que explica cómo el franquismo hizo purgas ideológicas e instauró la mediocridad en esta institución. Al leer ese pasaje creí que el libro era invención suya…
… Y te fuiste a Google y viste que es verdad. En el libro de Claret se explica claramente de dónde viene la mediocridad de la Universidad española: del franquismo, que aniquiló cualquier resto de excelencia académica, y de la incapacidad de los primeros políticos de la democracia de poner coto a aquel desmadre. El resultado durará más de lo que podemos imaginar.
Hay quien piensa que se ha quedado corto en su retrato.
Sólo creen que exagero los que están fuera de la Universidad y no tienen a nadie cercano dentro.Curiosamente, mis colegas han pasado por esos pasajes sin darle la menor importancia, como algo de lo más natural. Si retratas la Universidad española tal como es, cualquiera puede pensar que has perdido la cabeza…
Pero usted sigue formando parte de esa comunidad. ¿Teme represalias, o al menos severos reproches?
No, en la Universidad hay una cierta libertad de expresión que tolera novelas como la mía. No temo por mi vida, no miro los bajos del coche. No me siento coartado. Lo bueno que tiene esta institución es que puedes decir lo que piensas. Lo alarmante es que se diga, que te den la razón, y que todo siga igual.
En otro momento de la novela se fantasea con una universidad autárquica e independiente, una burbuja aislada de la sociedad…
Hacia eso tendemos. Parece una reducción al absurdo, pero ese delirio es la máxima expresión de la autonomía universitaria. Un ente autosuficiente y no fiscalizado por la sociedad.
Ya sé que es muy molesto que le pregunten a un novelista por la carga biográfica de sus libros, pero en éste parece mucho más evidente…
No crea que Un momento de descanso es más autobiográfica que otras. Aquí he subrayado más la parte del personaje que tiene mi nombre, mi formación y que es escritor como yo.
Pero, ¿cuánto tiene la novela de exorcismo personal?
Es una especie de ajuste de cuentas con el mundo universitario, pero también lo era Fabulosas narraciones por historias, en ese caso con la tradición literaria heredada. Ha sido una experiencia liberadora, como también lo fue aquélla.
Una de las ideas más llamativas de su libro sobre Almería es el aislamiento como factor de protección, pero también de maldición. ¿Cómo se manifiesta eso?
Esa contradicción yo la sentí de una forma muy inmediata. La atracción que sentí por Almería cuando veraneaba allí, apartado de todo, la comunión con la Naturaleza que sientes cuando te levantas por la mañana y sales en bolas a la terraza a comerte un tomate… Bueno, ese idilio con la Naturaleza acaba y te das cuenta de que el paraíso tiene también una cara desagradable, de atraso y marginación. El paraíso está bien para las vacaciones, pero a veces vivir en él puede resultar infernal.
¿Sigue siendo un mundo aparte dentro de Andalucía —fue la única provincia que votó en contra de la Autonomía en 1978— o la mejora de las comunicaciones la ha integrado más?
Las cosas casi siempre son como son por un motivo. La dificultad de acceso y la desconexión de Almería no son algo esotérico. Es una tierra a trasmano de todo, y en efecto es una provincia más próxima a Murcia que a Sevilla. Pero el poder del imperio sevillano ha conseguido que se adopte incluso el folklore hispalense, ya tenemos Feria, Semana Santa… Estamos completamente homologados con el andalucismo.
Habla usted también de un “vivir de espaldas al mar” que, casualmente, he oído en casi todas las islas mediterráneas. ¿Otra paradoja?
Eso es normal, porque el mar era de donde venían casi todos los enemigos. Subías a una azotea, veías un barco pirata en lontananza, y lo primero que pensabas es que venían a follarse a tu madre y a tu hermana, y a quemar tu casa. Eso se graba con fuego en el inconsciente colectivo, y llega hasta nuestros días.
En otros pasajes, habla de Almería como lugar para la gente que huye. ¿Por qué es esta tierra hospitalaria con los fugitivos?
Ahora sucede menos, pero antes era un lugar donde estabas realmente perdido de todo. Nadie te pedía cuentas y podías recobrar la comunión con la tierra. Eso explica que Almería se llenara de gente de otros lugares, siempre hubo muchísimos extranjeros. Pero ha pasado como en todo: las comunicaciones son cada vez mejores y han ido matizando poco a poco esa idea.
Es extraña la relación que ha tenido Almería con la literatura: Juan Goytisolo retrata en La Chanca una España espectral, misérrima; José Ángel Valente hace de ella su refugio, aunque usted le da algo de caña…
La Chanca de Goytisolo no es hoy ni mucho menos la que conocemos.Nadie de fuera de Almería la conocía, aquello era la hostia… Y hoy, en cambio, es un barrio muy integrado en la ciudad, con una asociación vecinal fuerte, casi turístico… Se ha convertido en Disneylandia. A Valente, por otra parte, nunca lo conocí, su poesía tampoco me llena, me siento más próximo a otros autores de su generación, como Ángel González; pero debo reconocer que contribuyó a que Almería fuera menos paleta. Y la ciudad y la universidad no han reconocido ese papel, quizá porque hubo entre ellos una especie de divorcio…
Sin embargo, la relación de Almería con los fotógrafos, desde Pérez Siquier o Ferdinando Scianna a gente más joven como Margarita González, es idílica. ¿Por qué?
Siempre hablan de la luz, de esa ‘magic hour’ que tiene Almería, una hora por la tarde en que la luz tiene una densidad especial… pero literariamente, no es más estimulante que otras ciudades, como Cádiz.
No es fácil dejar de relacionar la idea de la expulsión de los moriscos de Almería con la inmigración magrebí. ¿Cómo se vive allí ese, llamémoslo así, viaje de ida y vuelta?
Eso sí que es algo muy literario, ¿ves? Cuando se formaron aquellas tensiones en El Ejido, yo pensaba: manda cojones que quienes persiguen a los magrebíes ahora pueden tener perfectamente en su ADN un componente de sangre morisca. ¡Los tataranietos de los moriscos persiguen siglos después a los moros!
Para terminar, una curiosidad: su libro sobre Almería termina con una fiesta de despedida. Sin embargo, usted sigue allí.
Así es. Una cosa es el autor, y otra el personaje. Me gustaba la idea de empezar el libro con mi llegada y acabar con mi marcha. Pero yo sigo, sí. No sé por cuánto tiempo, porque soy un culo inquieto. Me gustaría marcharme algún día, pero un puesto en la universidad española frena cualquier intento de movimiento.